El verso con métrica y rima

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DIRECTORIO DE ESTA AUTORA

su obra 1

su obra 2

                             SU OBRA 2        

En esta página encontrarás las siguientes poesías:


PAZ INTERIOR


Detrás de mis paredes, feliz a mi manera,
extraigo del azul la esencia de mi verso
y escribo entre las nubes —¡añorante quimera!—,
con las letras del alma, un vocablo disperso.

Ignorando el tropel que redobla en la acera,
extraña a la vorágine que rige el universo,
no turba mi interior el bullicio de afuera
y así conmigo misma escribiendo converso.

Pero en el corazón no puede haber engaño,
como dentro del alma no cabe la mentira
—que en solitaria paz nos vemos al desnudo,

sin vanidad ni orgullo, ajenos al cruel daño
de la simulación que hipócrita conspira—,
y entonces a los cielos, para inspirarme, acudo.




                LA CAUTIVA

Tal vez en una estrella hallaría mi casa,
ansiosa noche a noche de un periplo celeste:
de una nube de fuego a otra nube de gasa,
sin brújula, y ajena al norte y al oeste.

Dispondría en abrupto peñasco mi vivienda,
para entrenavegar cantando de ola en ola,
a vueltas y revueltas de la espumosa senda,
secretos de la mar que sabría yo sola.

Pero, mientras, ni océano bajo enhiesto arrecife,
ni por azules rutas al astro tremulante,
ni embarcación de sueños o fantástico esquife,

con que alcanzar el cielo para cósmico viaje.
Solitaria en mi cuarto, atenta al son del viento,
entre insalvables muros como todo paisaje.




             ADIÓS, AMOR, ME VOY

Adiós, amor, me voy al mundo de los sueños,
donde ya no se sufre ni tampoco se llora;
ámbito siempre azul, en el que los pequeños
retozan entre estrellas y sólo a Dios se adora.

Donde no hay sinsabores, ni duros entreceños,
pues amor con sonrisas a todo labio enflora,
ni se traban en cruz más infernales leños
y cada nuevo día rivaliza en aurora.

La presión de tu mano la sentiré en mi palma;
música en mis oídos, el tono de tu acento;
caricia de la tierra, el temblor de tu alma;

todo como un reproche, amoroso reclamo,
hasta el confín remoto ha de llevarme el viento;
porque ha sido mi pena mayor a lo que amo.




        LA PORTEÑA EN EL TEMPLO

Sobre el negro del traje y el oscuro del manto
dibuja su perfil clásico la porteña;
la luz de un ventanal que la ilumina un tanto
es nimbo para el rostro de fina piel sedeña.

De una estampa de época, respírase el encanto;
más que abstraída en rezo, diríase que sueña,
y detrás de la alfombra de mullido amaranto
está quien la trajera, esclavo de su dueña.

La joven de rodillas reposa así en el suelo;
contrastan con el fondo sombrío de la falda
las dos manos pequeñas, reteniendo un pañuelo.

La galera en la diestra hasta que el rezo acabe,
el negrito de pie, mantiénese a su espalda.
Hay un aire dorado en la paz de la nave.



           MANUELITA ROSAS

Muéstrase Manuelita en vestido encarnado.
Es la alfombra punzó, el sillón carmesí,
y, en conjunto de sangre, rojo es el cortinado
y las flores de fuego, una no y otra sí.

Vibra todo el ambiente en matiz colorado
y las mismas alhajas arden con su rubí;
excepto el escarpín que se asoma dorado
y que gracioso extraña tal vez al verse allí.

Apoyada en la mesa levemente la mano,
en pálido contraste con tanto intenso emblema,
así quiso pintarla Pueyrredon -Prilidiano.

Qué enigma, sin embargo, ése de Manuelita:
el moño bermellón cediendo a la diadema.
¿Es que responde al sueño real de su Tatita?



         BAILE DE PEINETONES

Baile de peinetones.
—Ay, por Dios, mi peluca...
exclama un caballero, saltando movedizo,
mientras un peinetón, que casi lo desnuca,
al rozarle imprudente, le lleva su postizo.

La que fuera culpable, discreta, ni retruca,
atenta a mantener cada armonioso rizo,
y luce presumida la despejada nuca
al inclinarse apenas con ademán huidizo.

La reunión continúa con moño y miriñaque.
Contradanzas al piano. Son de cera las luces
sin que el suceso al baile por lo demás aplaque.

Flor y rayas el piso muéstrase decorado;
las paredes sembradas de simétricas cruces
y por los peinetones el ambiente ocupado.



     EL CRISTO DE VELÁZQUEZ

Sobre un fondo infinito de negrura,
vése Nuestro Señor, que ya ha expirado;
sobresale perfecta la figura:
parece Cristo el Hombre ajusticiado.

Recia la Cruz, y muéstrase en su altura
el cartel que Pilatos ha dictado;
la corona de espinas asegura
los cabellos, del rostro hacia un costado.

Está muerto Jesús. Ya sobre el mundo
la tristeza del crimen se derrama
y un silencio fatal en todo vela.

Está solo Jesús. En un profundo
piélago de tinieblas, fin del drama.
Y la serena faz nos desconsuela.



    LA PIEDAD DE AVIGNON

Entre marco de oro, silencio absoluto.
La Virgen sentada, las manos unidas,
con Jesús, el hijo de espíritu fruto,
que exánime yace, frescas las heridas.

El cuerpo estirado, bárbaro tributo,
muestra las costillas ya sobresalidas,
y, sobre la falda de la madre en luto,
se estiran las piernas en arco caídas.

Agrietan el pecho rastros del azote,
doradas agujas brotan de la testa,
cabellos y barbas de tono rojizo.

Con la Magdalena, Juan y un sacerdote
se consuma el cuadro. Asoman su cresta
por el fondo, cúpulas -detalle impreciso.



       
EL CAMBISTA Y SU MUJER

El cambista sostiene minúscula balanza
con que pesa, prolijo, los objetos preciosos:
monedas, joyas, dijes, que forman la esperanza
del próspero comercio de los cautos esposos.

La mujer, en los ojos, acusa desconfianza,
mientras hojea un libro con dedos despaciosos;
la otra mano, que muestra una fina alianza,
reposa sobre un libro de ornamentos piadosos.

Trajes rojo y azul; las tocas blanca y negra
se funden con la tabla de color verde, lisa,
y el dorado, disperso, todo el ambiente integra.

Un espejo ovoidal, en la mesa dispuesto,
refleja una ventana y a un hombre que pesquisa
—apoyado en el marco—, desde un lugar opuesto.



            LA ENCAJERA

La joven encajera -acaso Catalina,
la mujer de Vermeer, el artista holandés-,
absorta en su tarea. La cabeza se inclina
con semblante en escorzo para más interés.

Bien que no sea menuda, es sin embargo fina;
los tonos de la tela la transfiguran, pues
el amarillo de oro, que todo lo ilumina,
con el azul etéreo, refulgen a la vez.

El cuadro es muy pequeño. Mide sólo veintiún
centímetros de ancho, veinticuatro de altura,
pero su maestría es tan poco común


que, con entendimiento raramente profundo,
Renoir lo conceptuaba, dentro de la pintura,
como la obra de arte "más hermosa del mundo".



   RETRATO DE VIEJO Y NIETO

El niño mira inmóvil la cara del abuelo,
del todo indiferente al punzó de su traje
o al reflejo plateado del bien peinado pelo
o al fondo con azul del lejano paisaje.

Es la nariz violenta, ridículo modelo,
lo que el nieto no ha visto en ningún personaje
y que atrae la mirada de inquisitivo anhelo,
mientras posa la mano sobre el rico ropaje.

Delicioso perfil en su inocencia grato.
Delicadas facciones en brusca diferencia-
se han querido acentuar con uno, otro retrato-:

el del anciano, exento de mayores arrugas,
quizá para mostrar más la cruel excrecencia
de la nariz, asiento de vinosas verrugas.



                     EL PERDÓN

Hacerme perdonar, en mi humildad pretendo,
de aquellos que herir pude, o, también, olvidado,
de los que de algún modo, sin querer o queriendo,
provoqué con molestias o, tal vez, agraviado.

De los que nada tienen y a los que acaso ofendo
con lo poco o lo mucho que por Dios me fue dado;
de los que en un instante desazono o sorprendo,
por no ser advertidos al cruzar a mi lado.

Hacerse perdonar es principio rector:
no alimentar rencores, fastidios, menos odio,
dejar a nuestro paso aunque sea una flor;

dar cuanto está en nosotros, querer al semejante,
porque la caridad sea nuestro custodio:
que la falta de amor nunca tendrá atenuante.



              INCOMPRENSIÓN

No comprendes, amor, cuál es mi sentimiento;
en vano lo traduzco y en vano te lo explico.
A veces me parece que ha llegado el momento
de aclarártelo igual que obramos con un chico.

No comprendes, amor, que todo lo que siento
-y en esto, ya lo sabes, ni dudo ni claudico-
es amor, todo amor, el dulce pensamiento
que instante por instante, por siempre te dedico.

Y... ¿comprendes ahora? Te quiero simplemente,
como si mi destino ya lo hubiese dispuesto
que nuestros corazones palpitaran iguales.

Es toda mi alegría el reposar la frente
sobre tu hombro, amor mío, ya que sólo con esto,
feliz, siento el resguardo de peligros y males.



                    CONSOLACIÓN

¿Quién habló de que un día hubiera de perderte?
¿Quién dijo que tu sombra, al fin, quedará quieta?
¿Es que ignoras acaso lo que aprendió a quererte
el alma ennoblecida de ternura secreta?

Un amor que es amor no termina en la muerte,
pues no tiene principio ni término ni meta;
sometido al don mágico que todo lo convierte,
y todo lo transforma, y todo lo interpreta.

Teniéndote a mi lado, la vida es vida-vida,
pero sin ti transcurre en tiempo de amarguras;
mi lámpara no arde, ¿a qué estar encendida?

y en el balcón el viento siempre gime por triste,
que a tientas tras tu imagen, por voluntad a oscuras,
en tu recuerdo sólo, el corazón subsiste.

A veces también la desesperanza nos puede.



             EL NIÑO DORMIDO

No levantes la voz; el niño está dormido.
Contén el paso, espera, aguarda en cauto acecho;
que no se mueva el aire, ni se oiga el menor ruido,
para que en tierna paz, te aproximes al lecho.

Mírale sonriente al almohadón asido,
el oso de su vida apretándole el pecho,
en la mano, seguro, tiene un hilo prendido
del globo de colores que oscila bajo el techo.

Alrededor su mundo -juegos de construcciones,
trompos, libros, muñecos, autos, trenes, camiones-;
todo goza en el cuarto sueño de maravilla

salvo el tic-tac cadente del reloj de la abuela.
Déjale que descanse: mañana irá a la escuela,
cuanto más con los labios rózale la mejilla.

Mientras el niño duerme, su ángel descansa.



         UN POQUITO DE CIELO

Buenas noches, Señor. Escucha mi llamado,
sin reparar, siquiera, en mis yerros del día,
ésos que hasta pudieran parecernos pecado:
quiero que me perdones-, otra vez, todavía.

Que te sienta, Señor, en la sombra, a mi lado,
para que en sueños logre segura compañía;
como cuando pequeña, me creeré a tu cuidado,
tal cual la voz de Madre siempre lo repetía.

Perdona mis palabras-, si de perdón soy digna,
cómplices como somos de tu cruento suplicio-;
pero la pobre alma ante Ti se persigna

ansiosa de obtener tu divino consuelo.
Escúchame, Señor, para serme propicio-
y alcanzaré esta noche un poquito de cielo.

La ansiedad divina nos eleva hasta Dios.




         EL MUÑECO ROTO

En el entusiasmo del dulce embeleco,
nunca imaginara que tal vez un día,
con peluca suelta quedara el muñeco,
los ojos ausentes, la testa vacía.

Sin fondo, un abismo, semejaba el hueco
del cráneo desierto, y en esa agonía,
a pesar de todo, resonaba el eco
del tierno 'Mamá', que se repetía.

La imagen, por siempre, del pequeño exánime
viva en mi memoria subsistió obstinada
-era yo tan tierna y tan pusilánime-,

pero, temerosa de algún alboroto,
le pedí a mi madre no dijera nada;
y nunca nombramos el muñeco roto.



             PRIMER GRADO

Colegio del Estado. Primer Grado Inferior.
Niñitas y varones con delantales blancos.
Las niñas con su moño, en mariposa o flor.
Los niños, ya se sabe, desbordando los bancos.

La Señorita Elisa, al frente de la clase,
con su dulce mirada, redondas las mejillas:
-El que se porte mal, solía decir, que pase.
Y era la penitencia, sentarlo en sus rodillas.

Entre vivos recuerdos, evoco un compañero
mayor y pelirrojo, que me enseñaba el puño
al salir a la calle, con gesto de camorra;

y que, al verme en la plaza, se acercaba ligero,
me tomaba la mano con loco refunfuño,
lanzando alegremente a los aires la gorra.



          EL CRISTO DE DALÍ

Siempre desde abajo pudimos mirarle
y aun de nuestra altura miramos a Cristo,
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.

Pero así el artista consiguió pintarle,
en tremendo escorzo con genio imprevisto,
mirando de arriba, y supo evocarle
de terreno ambiente al fin desprovisto.

Brazos y cabeza en un primer plano
provocan sorpresa por su recio encuadre
y el extraordinario grandor del proyecto.

El cuerpo en su fuga termina lejano-
el estar arriba nos acerca al Padre
y de arriba vemos el terrible aspecto.



   
               LA MÚSICA

Dan ritmo a la faena los trozos musicales;
combate la tristeza la suave melodía;
cuando preocupaciones asedian, habituales,
cantares apaciguan la mente, todavía.

La música es así, remedio de los males,
inagotable fuente a escanciar cada día;
sosiego de palacios, templanza de arrabales,
y placidez del alma, armonizante guía.

Si acaso preguntaras, qué en la hora postrera
ansío oír de nuevo, mi gusto no vacila:
Aurora, de Panizza -Canción a la Bandera-,

y la muerte de Isolda, el aria de Dalila,
también de Mefistófeles el dantesco monólogo
o el Coro de los Angeles, divinizando el Prólogo.



                      EL MUÑECO

¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.

Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
salvando las alturas en pos del infinito,
desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
acento de mandato para aquel ser bendito.

Sólo que a su momento la voz se pierde en eco;
el sonido se expande con angustia de ausencia,
y recuerdo, de pronto, el ¡mamá! del muñeco.

Yo también lo repito, como él lo repetía,
y me siento el muñeco de trágica presencia
ya que nadie responde, mi dulce madre mía.



                      ANSIEDAD

Ansia de estar un día en un puente de mando,
recibir en el rostro el castigo del viento;
sin ninguna arribada, por siempre navegando,
sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.

Y no saber siquiera, en qué forma, ni cuándo,
ha de concluir el viaje -en milagro de cuento-;
ni cuándo retornar a éste mi lecho blando,
ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.

Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
perdido el horizonte, sin destino la nave,
sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,

mecida por las olas, columpiada en la cresta,
apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.



                  DESENCANTO

Yo quisiera quererte como antes te quería,
y sentirte, como antes, en todo consecuente,
yo quisiera decirte: te quiero todavía...
y recibirte, al fin, con ánimo sonriente.

Yo quisiera tomar tu mano con la mía,
y llevarlas fraternas, como antes, a mi frente,
guardándote a mi lado, junto a mí todo el día,
saber que estás conmigo, aunque te halles ausente.

Pero ya no es posible que esta dicha suceda,
desde que el desencanto se apoderó del alma,
y pienso que vivir así, tampoco pueda...

porque quiero querer y mi amor se resiste,
porque quiero esperar, cuando no tengo calma,
porque quiero reír y por siempre estoy triste.




                ALEJAMIENTO

Resultará forzoso el cruel alejamiento
y habrá que decidirse, como lo inevitable,
lo mismo que aceptamos la violencia del viento,
el rugido del mar o el tiempo inexorable.

Habrá que tener ánimo en el fatal momento
para abdicar de todo lo que nos fue agradable,
y saber resignarnos en el recogimiento
con el gesto tranquilo ante lo inapelable.

Los ojos en el cielo, frente al azul del día,
serán dulce consuelo las venturas de otrora
-el hogar de la infancia, juventud, poesía-,

y al alumbrar la luna, al filo de la sombra,
tendré la paz ansiada, y llegará la hora
en que cerca de Dios, tan sólo a Dios se nombra.



             EL DESCANSO

No podría decir: ¡No quiero la muerte!
puesto que el Señor todo lo decide;
mas, llegado el tiempo, habré de ser fuerte
porque nadie llore lo que nadie impide.

Tal vez mi sonrisa animosa acierte
para que la fiera sombra no trepide,
y me guarde el gesto en el rostro inerte
como flor que brinda el que se despide.

No ha de ser difícil para mí el descanso,
ni el secar los ojos de lágrimas vanas;
no opondrá defensa mi espíritu manso,

rendirá la vida de dulce manera
por borrar ayeres, para los mañanas
pasarlos en paz, tal como Dios quiera.

 

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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