ateología

El Opinón ::

Contra la guerra

20 de marzo de 2002

Si, soy ateo - ¿Querés saber por qué?

 

Éste es un alegato en contra de la guerra. No de una guerra en particular, sino del concepto de guerra, con todo lo que ello acarrea.

La guerra existe desde que el hombre encontró los medios para organizarse en grupos armados jerarquizados, y motivos para querer defender violentamente sus propios intereses, o más frecuentemente, los intereses de la clase dirigente (política, religiosa, o de cualquier matiz ideológico) proyectados sobre los individuos. Se ha hecho la guerra por territorio, por recursos naturales como el agua o el suelo, por venganza, por defensa, e incluso "para terminar con todas las guerras". Es mi creencia que toda guerra se hace para el beneficio de unos pocos, y que sus resultados finales no pueden ser buenos, sin importar el bando al que uno pertenezca.

Me apoyo en las ideas expresadas por Aldous Huxley en su libro "El fin y los medios". Huxley menciona aquí un principio iluminador: "Los fines no se pueden separar de los medios, porque la naturaleza de los medios determina la de los fines". En particular, los medios malos (violentos o crueles) no pueden lograr fines buenos; la guerra no puede llevar a la paz, y es intrínsecamente mala, aunque exista una justificación en términos legales.

¿Cómo es eso? Si nos atacan, ¿no tenemos derecho a defendernos? Bueno, eso depende de quiénes seamos "nosotros". En la guerra, un enemigo no ataca a las familias de uno. Ataca a un país, y su objetivo son los medios de control de ese país: instalaciones militares, edificios gubernamentales, servicios públicos vitales, etc. Incluso cuando los civiles son atacados deliberada y alevosamente, existe un propósito implícito de derribar el gobierno o las leyes que éstos mantienen, por medio del caos y la inestabilidad social. Cuando un país se defiende, defiende estas instituciones, y defiende los ideales de nación y soberanía, no a los civiles per se.

Esta caracterización no es una crítica, sino una descripción. ¿Cómo podría defender un país a sus civiles sin defender primero la estructura que los sostiene? ¿Cómo no racionalizar la pérdida de vidas en pos de una causa mayor? La guerra obliga a tales decisiones. ¿O no?

¿Cuál es el objetivo primordial de un contraataque de guerra? Si el objetivo es la supresión del enemigo (presumiblemente para que no pueda volver a hacernos daño), entonces verdaderamente la mejor defensa es un ataque. Si el objetivo es la preservación de la infraestructura militar e industrial del país, o incluso de su régimen político, entonces la pérdida de vidas queda justificada (legalmente, no éticamente). En cambio, si el objetivo es preservar la vida de la mayor cantidad posible de seres humanos (sin importar puntos sutiles de soberanía, nacionalidad o ideología), entonces hay un sólo camino: la resistencia no violenta.

(Alguno podrá decir aquí que existe un camino alternativo aún más seguro, que es el abandono del campo, es decir, la huida. Estaría de acuerdo, de no ser porque es impracticable; no hay manera en que puedan mudarse muchos habitantes de un país a territorios vecinos, como hemos comprobado tristemente al contemplar la pesadilla humanitaria de los campos de refugiados en varios lugares del mundo.)

Desgraciadamente, la resistencia no violenta requiere de una visión del mundo, de una educación y de una formación que no están al alcance de la mayoría; en gran medida, no lo está debido a que el Estado nacional no las promueve. Un Estado no puede hacer propaganda en contra de la violencia, porque todo Estado se reserva siempre el derecho a la violencia con argumentos que apelan a la soberanía, al control territorial, a la seguridad nacional: los conceptos que lo sostienen. Ningún político dirá en tiempos de guerra: "Resistamos sin matar, porque ya bastantes muertos hay de nuestro lado y no podemos ganar". Tampoco dirá: "Resistamos sin matar, porque muchos han muerto y sólo podemos ganar haciendo una carcinería de todos nuestros enemigos". Mucho menos dirá: "Preservemos la mayor cantidad de vidas, aunque nos cueste la soberanía". Más bien dirá: "Alistémonos a matar a nuestros enemigos bajo la bandera de nuestra patria", lo cual puede significar en la práctica "Exterminemos a todo el que nos moleste" o "Aunque perdamos, nos llevaremos a muchos de ellos con nosotros".

El revanchismo es un arma política poderosísima, al igual que el aislacionismo y el fomento de la paranoia, como estamos siendo testigos los que seguimos el progreso del nuevo fascismo en Estados Unidos y su vástago más furioso, Israel. De más está decir que el uso de la retórica belicista no está confinado a los gobiernos legales de Estados Unidos e Israel. Evidentemente los terroristas son los culpables de iniciar la reacción. Pero no podemos esperar que los terroristas, fanáticos religiosos dispuestos literalmente a perderlo todo, tengan respeto por la vida de nadie, como para reflexionar sobre el posible uso de la resistencia no violenta. La iniciativa debería provenir de las naciones soberanas.

¿Cómo se lucha contra el terrorismo por medio de la resistencia no violenta? Los ciudadanos norteamericanos probablemente se defenderían mejor contra los fundamentalistas árabes si el dinero de los Estados Unidos se invirtiera en ayuda humanitaria hacia los países que alimentan los grupos terroristas. El poder de presión de los grandes países podría usarse para obligar a los países islámicos a liberalizar sus leyes, y fundar escuelas que eduquen a los niños en la ética y el respeto a toda vida humana, en vez de lavarles el cerebro con propaganda de una cruel religión tribal. Es evidente que los Estados Unidos prefieren comprar más armas antes que exportar educación, lo cual es entendible dado que el gobierno de Estados Unidos está prácticamente bajo el control de los fabricantes de armamento y la economía del país del norte florece gracias a las armas. El interés mayor de países como Estados Unidos o Israel no es defender las vidas humanas, ni siquiera las de sus ciudadanos, sino su propia preeminencia soberana y el statu quo de sus ricos y poderosos.

Es una característica lamentablemente frecuente en muchos grupos que la supervivencia del grupo y el mantenimiento de su poder se vuelvan más importantes que la supervivencia de sus miembros y el mantenimiento de los derechos de esos miembros. Y sin embargo, la vida de un ser humano vale infinitamente más que un país o un sistema de gobierno o la posición de un establishment. No cabe el cálculo costo-beneficio cuando de un lado hay una entidad abstracta y del otro una vida. Vale decir que si las empresas multinacionales de armamento deben perder 90% de sus ganancias para que un solo ciudadano (norteamericano, afgano, iraquí o israelí) viva en vez de morir, entonces los billones de dólares perdidos no tienen la menor importancia.

 

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