El alma
tiene sus ventanas: por ellas se asoma y pasa revista al mundo.
Las ventanas del alma se abren y se cierran como todas.
El pestillo que las sujeta se corre por las noches y se descorre por las
mañanas.
Este pestillo, tiene un nombre especial: se llama
sueño.
Las ventanas del alma unas son chicas y otras de gran
tamaño: a veces les falta un postigo, y entonces quedan reducidas a la mitad.
A veces también los dos postigos se cierran para no
poderse abrir.
¡Desgraciada el alma que no puede abrir sus postigos!
Las ventanas de que nos ocupamos tienen sus celosías,
mas largas o mas cortas, pero que impiden les entre polvo.
Si por casualidad penetra, al momento se bejan.
Lo que empolva el alma se llama rubor. Cuando el alma
se empolva, se empaña el rostro: el rostro es el espejo del alma.
Un artista sublime, mas gran que Rafael y Murillo, de
mas genio que Alonso Cano y el inmortal Velázquez, se complace en pintar las
ventanas del alma. Ese artista es Dios.
Los ojos, pues no otra cosa son aquellas, nacen negros
o azules, según es negro o azul el color de su pincel. Los ojos negros arrebatan
(hablo por supuesto, de los ojos negros de una mujer). Los ojos azules
magnetizan. Los primeros enloquecen. Los segundos producen éxtasis. Los unos
hacen latir con fuerza el corazón. Los otros se llenan de una tierna melancolía.
Los ojos negros son vivos, impetuosos; pudiéramos
decir: valientes.
Los ojos azules son fijos, expresivos, tristes;
pudiéramos decir: modestos.
Unos ojos negros, pueden mover la guerra de Troya.
Unos azules pueden llevar al descubrimiento de un nuevo
mundo.
Colón debió de estar enamorado de unos ojos azules.
Los ojos en materias de amores poseen un lenguaje
especial, mas elocuente que los discursos de Demóstenes.
La primera declaración de amor es siempre una mirada.
Unos ojos que encuentran otros ojos dicen todo lo que
quieren, y muchas veces mas de lo que quieren.
Ahora bien: el fuego del amor lo poseen los ojos
negros.
Aquellos dicen siempre... "te amo".
Estos expresan... "te amaré siempre". Para dos
enamorados mirarse y no hablar es una felicidad inmensa.
He dicho no hablar, y he dicho mal: debo decir mirarse
y no despegar los labios, pues mirarse es hablar.
¡Cuántos se habrán perdido por una mirada!
¡Y cuántos también se habrán ganado!
Por una mirada manchó el gran César su gloria en
Alejandría.
Una mirada de Ana Bolena bastó para destruir la
autoridad del Papa Clemente VII, que por tanto tiempo poseyó en Inglaterra.
Y sin embargo, otra mirada de Juana Seymour, hizo rodar
la cabeza de la infortunada Ana.
Por una mirada, se perdieron Salomón, Aníbal, Tolomeo,
el rey godo don Rodrigo, Camoens, Espronceda y otros infinitos que sería prolijo
enumerar.
De aquí deduzco, que los ojos han sido en todos los
tiempos los mas grandes trastornadores del universo.
Esas ligeras ráfagas que se desprende de una pupila y
penetran en lo íntimo del corazón, producen mayores estragos que el tifus o el
cólera morbo.
¿Quién resiste sereno los brillantes destellos de unos
ojos negros?
¿Y quién no se conmueve ante los puros y amorosos de
otros azules?
Ahí se estrella el talento, la riqueza, el poder, la
ambición... todo.
Ahí somos iguales, el desvalido y el poderoso, el
fuerte y el débil, el mas grande y el mas chico.
¡Ah! Vosotros que no habéis palpitado de emoción
delante de unos rasgados ojos, bien podéis asegurar que tenéis un corazón de
nieve.
Nunca el alma de la mujer aparece tan grande, tan
bella, tan sublime, como cuando concentra en una mirada todo su amor. Los niños,
esos ángeles de la tierra, sonríen con la mirada de sus madres.
El hombre mas cruel y depravado cree en una mirada.
Una mirada nos eleva hasta el cielo o nos arroja en las
tinieblas del abismo.
Los ojos negros y los azules pueden salvar al hombre o
condenarle.
Si alguna de mis lectoras tiene interés en averiguar
cual es el color de mi devoción, le diré en confianza que yo no distingo de
colores. |