Al
publicar por segunda vez El Lenguaje de las flores, tuvimos siempre el deseo de
acompañarle un Diccionario de las frutas, con el origen de sus significados, que
sirviese de complemento a la obra. Nos faltó entonces un tratado perfecto de
donde pudiésemos hacer los extractos convenientes. Al fin, después de constantes
solicitudes, hemos encontrado alguno que, aunque incompleto, da algunas ideas
sobre las frutas, su origen y sus significados, y es del que hemos tomado los
siguientes apuntes.
Almendro. -- Ligereza. El almendro, emblema de la
ligereza, es el primero que responde al llamamiento de la primavera. Los tardíos
hielos destruyen con frecuencia los gérmenes demasiado precoces de sus frutas;
pero por un efecto singular, lejos de marchitar estas flores, parece que les dan
un nuevo brillo: he visto una calle de almendros (dice Aimè-Martin)
perfectamente blanca en la víspera, y trabajada durante toda la noche por el
frío, apareció al día siguiente color de rosa y conservó este nuevo adorno hasta
que el árbol se cubrió todo de verdor.
La fábula asigna al almendro un origen interesante.
Refiere que Demofón, hijo de Teseo y de Fedra, al volver del sitio de Troya, fue
arrojado por una tempestad sobre las costas de Tracia, donde reinaba entonces la
bella Filis. Esta joven reina acogió muy bien al príncipe, se enamoró de él y al
fin se le unió con los lazos del himeneo. Llamado Demofón a Atenas por la muerte
de su padre, prometió a Filis volver al cabo de un mes: la tierna Filis contó
uno por uno todos los minutos de la ausencia, llegó por fin el tan deseado día;
y Filis recorrió la costa por nueve veces; mas habiendo perdido toda esperanza,
sucumbió al dolor y se convirtió en almendro. Sin embargo, Demofón volvió tres
meses después, e íntimamente afligido, hizo un sacrificio a las orillas del mar
con el fin de aplacar los males de su amante, la que pareció mostrarse sensible
al arrepentimiento y vuelta de aquel, porque el almendro que la aprisionaba bajo
su corteza floreció de repente; queriendo acaso probarle con este último
esfuerzo que ni la misma muerte había podido mudarla.
Albaricoque. -- Infidelidad. Un médico de Luis XI
llamado Cotier hizo una fortuna extraordinaria, por haber entrado en mil
intrigas de Corte. Cuando murió el rey, se encontró enredado en una mala causa,
cuyos resultados supo evitar, desprendiéndose de una parte de sus copiosas
riquezas, siéndole permitido salir de la Corte a un lejano aunque agradable
retiro, para gozar allí de lo que pudo escapar del reciente naufragio. Tan
satisfecho se encontraba del desenlace de una causa que le probaba nada menos,
que había abusado de la confianza del difunto rey, cometiendo horrorosas
dilapidaciones, que a la entrada principal de su quinta hizo esculpir un
albaricoque y grabar a su alrededor estas palabras: A l'abri Cotier (A la sombra
de Cotier), nombre que él tenía y que desde aquella fecha ha conservado la
planta entre los franceses.
Apio. -- Duelo. El dolor de un padre hizo del apio
una de las plantas consagradas al duelo entre los antiguos. Muerto el hijo de
Nemeo de la picada de una serpiente que salió de entre unas plantas de apio, se
instituyeron los juegos nemeos en su honor, coronándose los vencedores en estos
fúnebres aniversarios con apio. Sin duda se originó de esto, la costumbre de
adornar con dicha planta los sepulcros; costumbre que se hizo tan popular, que
motivó el proverbio siguiente, respecto de los enfermos que ya no daban
esperanzas de vida: Lo único que necesita es apio.
Caña. -- Música, indiscreción. Pan, que amaba a la
bella Siringa, la persiguió un día a las orillas del río Ladón, en Arcadia; la
ninfa imploró el socorro de este río, el cual la recibió en sus ondas y la
transformó en cañaverales. Pan cortó de ellos muchos tallos de diferentes
tamaños, e hizo de uno la primera flauta de los pastores.
Habiendo preferido Midas, rey, el canto del satírico
Marsias al de Apolo, este dios, airado, le hizo crecer orejas de asno. El
barbero del rey vio estas orejas, y como éste pensase que ya sería imposible que
aquel guardar el secreto, lo mandó matar y enterrar al pie de un grupo de cañas.
Estos cañaverales agitados por el viento, murmuran sin cesar: ¡El rey Midas
tiene orejas de asno!
Castaño. -- Hacedme justicia. Las frutas del
castaño están encerradas en un cáliz común que se forma dentro de una cáscara
verde llena de numerosas espinas. Los que no conocen este árbol desprecian sus
frutos al verlos bajo tan tosca apariencia.
Cereza. -- Buena educación. Se creyó generalmente
que el cerezo, oriundo de Cerasonta, ciudad del reino de ponto, fue conducido a
Roma por Lúculo. Esta planta sólo exige una buena educación para cambiar sus
frutos secos y amargos en bayas encantadoras que hacen el adorno de los campos,
de los desiertos, y sobretodo la alegría del pueblo y de los niños.
Ciruela. -- Cumplid vuestras promesas. Las ciruelas
se cubren anualmente de una multitud de flores; pero si la mano de un hábil
jardinero no destruye una parte de este lujo inútil y pernicioso, aquellos
árboles sólo producen frutos una vez cada tres años.
Fresas. -- Bondad perfecta. Uno de los mas ilustres
escritores concibió el proyecto de escribir una historia general de la
naturaleza, a imitación de las antiguas y muchas de las modernas; y ¡cosa
increíble! un fresal que por casualidad creció en la ventana de su habitación,
le disuadió de tan vasto designio: habiéndole observado muy detenidamente,
descubrió en el tantas maravillas, que no titubeó un momento en persuadirse de
que el estudio de una sola planta y de sus habitantes, era bastante a ocupar la
vida de muchos sabios: abandonó, pues, su proyecto y renunció a dar un título
ambicioso a su obra, contentándose con titularla modestamente: Estudios de la
Naturaleza. En este libro, digno de Plinio y Platón, es donde debe formarse el
gusto de la observación, de la buena literatura y especialmente donde debe
leerse la historia del fresal: humilde planta que parece solicita nuestros
bosques, cuyas orillas cubre de frutas deliciosas y realengas; don precioso que
la naturaleza sustrajo del derecho exclusivo de la propiedad, complaciéndose en
hacerlo común a todos sus hijos: sus flores forman lindos ramilletes, pero ¿qué
mano inconsiderada se atrevería a robar sus frutos al porvenir? Particularmente
en medio de los ventisqueros de los Alpes es donde mas se congratula uno al
encontrar tan bellas flores, cualquiera que sea la estación del año: cuando el
viajero quemado del sol, abatido por la fatiga en estas rocas tan antiguas como
el mundo, en medio de las florestas de alerces un tanto inclinados al peso de
los témpanos de nieve, solicita inútilmente una cabaña donde descansar, una
fuente donde refrigerarse, ve salir al punto de las rocas, multitud de jóvenes
que hacia él se adelantan con cestos llenos de fresas perfumadas. Como estas
jóvenes aparecen en todas direcciones, ya en las alturas como en la cima de
precipicios, parece que cada rosa, que cada árbol está custiodiado por una de
estas ninfas que el Tasso colocó a la entrada del jardín de Armida, tan
seductoras como ellas, si bien menos peligrosas, las jóvenes paisanas de la
Suiza, ofreciendo sus lindas cestas al viajero, lejos de detener sus pasos, le
comunican nuevas fuerzas para que de ellas se aleje.
El sabio Linneo logró curarse de frecuentes ataques de
gota con el uso de las fresas; y muchas veces esta fruta ha devuelto la salud a
enfermos ya desahuciados: de ellas se componen mil sabrosos sorbetes que forman
las delicias de los mejores banquetes, y todo el lujo de las comidas campestres.
Estas bellas bayas que disputan su frescura y perfumes al botón de la flor más
linda, se presentan por doquiera lisonjeando la vista, el gusto y el olfato. Sin
embargo, seres hay harto desgraciados que aborrecen las fresas y se alucinan a
la vista de una rosa; mas esto no es de admirar si notamos que ciertas personas
palidecen al oír referir una buena acción, como probando que la inspiración de
la virtud es para ellos una reconvención. Afortunadamente tan tristes
excepciones nada quitan al encanto de la virtud, nada a la belleza de la rosa,
nada a la perfecta bondad de la fruta mas preciosa.
Granada. -- Estrecha unión. Una joven fue seducida
por Baco con la promesa de una corona, que los adivinos inspirados por este dios
le habían hecho esperar. Ella no tardó en arrepentirse de su credulidad y
entregándose a la desesperación por la fuga de su inmortal amante, fue
convertida en Granada; entonces el dios, deseando, aunque tarde, cumplir su
promesa, añadió a la flor del granado una corona, que hasta allí no había
tenido.
Aludiendo a esta parte de la fruta se le propuso a la reina Ana de Austria, por
divisa, con estas palabras: Yo no valgo únicamente por mi corona. La modestia de
la señora le impidió aprobar este elogio, y la divisa no fue aceptada.
Preguntándose a Dario, rey de Persia, el acto de abrir
una granada, que preferiría hacer de los granos de aquella fruta si pudiese
cambiarlos a su placer. Otros tantos Megabises, respondió. Megabise era su
confidente e íntimo amigo.
Higo. -- Pudor. De los árboles conocidos por los
antiguos, pocos hay que no se hayan empleado para coronas. El higo como uno de
ellos, tuvo sus ceremonias, acercándose rara vez los sacerdotes a los altares
del viejo Saturno sin tener sus cabezas ceñidas con las ramas de este árbol. En
los misterios de Iris, los iniciados que debían llevar durante la procesión los
vasos llenos de agua o las cestas consagradas, se tejían espesas coronas de
hojas de higo que les ayudaban a llevar sus ofrendas por todo el camino en una
perfecta inmovilidad.
En fin, la higuera ha representado siempre el pudor, y fue con sus hojas que
nuestro primer padre Adán se cubrió, al encontrarse avergonzado ante la
presencia del Señor.
Limón. -- Dolor. En el Holstein las jóvenes
llevaban en los funerales una corona de limón, como señal de duelo. En la India
esta fruta está consagrada al dolor; las mujeres que se queman en la muerte de
sus esposos se dirigen a la hoguera con limones en sus manos.
Manzana. -- Preferencia, discordia. Según la
opinión recibida generalmente, el árbol de la vida y de la muerte, del bien y
del mal, de que habla la sagrada escritura, era un manzano y hoy se llama
vulgarmente manzana la protuberancia del cuello con la traquearteria.
La manzana ha sido siempre un presente de discordia, como también el símbolo de
la preferencia. Se sabe que las dos diosas a quienes fue preferida Venus por
Paris concibieron un desprecio grandísimo por el juez y de ningún modo
consideraron que su sentencia fuera una prueba de la inferioridad de su
hermosura. Reuniendo Atalante algunas manzanas de oro cogidas en el jardín de
las Hespérides, fue como se dejó convencer en la carrera, y de esto llegó a ser
la manzana el premio de la victoria.
En los últimos días ha recobrado la manzana un mérito especial sobre las demás
frutas, considerándose acaso como la primera de ellas, y siendo el verdadero
emblema de la preferencia, motivo frecuente de la discordia.
Manzanilla. -- Peligro. El jugo de la manzanilla es
el más peligroso de todos los venenos vegetales. Se ha creído, aunque con
exageración, que el sueño que se tuviera bajo sus hojas sería mortal. No hay
duda de que si el jugo que destilan sus retoños, atraído por las gotas de rocío,
cayera sobre la cara del viajero dormido bajo el árbol, le trazaría en su rostro
huecos y surcos tan profundos, y de tanta duración como los que produce la
viruela. El mismo jugo introducido en una herida, o bebido, produce horrorosas
agonías y una muerte inevitable. La manzanilla crece en las Antillas; es el
hipómone de los antiguos. Su follaje es bastante bello y sus frutas pequeñas y
muy coloridas, parecidas a las manzanas.
Mora. -- Yo no os sobreviviré. Todos han leído en
Lafontaine la dolorosa historia de Píramo y Tisbe. Creyendo Píramo que su cara
Tisbe había sido devorada por una leona enfurecida, desesperado se quitó la
vida. Tisbe, alejada por el temor, vuelve y ve expirar a su querido Píramo; ella
no pudo sobrevivirle y el mismo puñal acabó con los dos amantes.
Concluyó su existencia desgraciada,
Y con ella sus penas y dolores,
Habitando al presente la morada
En que vive la paz con los amores;
Y sus cuerpos reposan blandamente
Debajo del moral junto a la fuente.
El árbol cuyo tronco está regado
Con la sangre vertida por ternura,
Trasformado su fruto en encarnado,
Aumenta de las moras la dulzura,
Y ofrecen al mortal con arrogancia
El símbolo de amor y de constancia. Demóstones.
Naranja. -- Generosidad. El naranjo, cuya educación
se interrumpe por un brusco cambiamiento de temperatura, o por algunas
circunstancias en el riego, se nos presenta, aunque tenga mas de trescientos
años, lleno constantemente de flores, frutas y verdura. Es un amigo generoso que
sin cesar nos prodiga sus favores.
Nuez. -- Intriga. Los españoles llamados a Francia
por los Liguistas, se hicieron dueños de la ciudad de Amiens por medio de unas
nueces. Algunos soldados, disfrazados de aldeanos, pidieron licencia para entrar
a la ciudad con sus cargas, y desamarrando un saco de nueces, lo abrieron con
intención y al pasar por las puertas, lo vaciaron enteramente. El posta llamado
por el centinela salió, y cuando estaba ocupado en recoger las nueces, sin
armas, sin desconfianza, y abierta la puerta, un cuerpo de españoles apareció
repentinamente, penetrando en la ciudad sin la menor resistencia. Enrique IV,
que jamás dejaba dormir al enemigo bajo la sombra de sus laureles, no tardó en
recobrar a Amiens, no por la intriga, sino con guerra franca, desplegadas las
banderas y la espada en la mano.
Piña. -- Perfección. El fruto de la piña, rodeado
de sus bellas hojas y adornado con una corona que sirve para su reproducción, se
asemeja a una manzana de pino, esculpida sobre un fondo de oro pálido; tan
bello, que parece criado para encantar la vista; tan delicioso, que reúne los
sabores mas agradables de las mejores frutas, y de olor tan fragante que se
podría cultivar por solo gozar de su aroma; es el verdadero símbolo de la
perfección.
Uva blanca. -- Alegría. Noé sembró la uva, la
cultivó y fue el primero que enseñó a los hombres el arte de hacer el vino. El
salvó del diluvio una cepa, que recibió la tierra a su salida del arca. Sin duda
que semejante beneficio ha debido hacernos indulgentes con su intemperancia.
El asesino de Philipo, padre de Alejandro el Grande y
rey de Macedonia, se enredó en las ramas de una parra en el momento que escapaba
de los guardias que le perseguían. En memoria de esta circunstancia se rindieron
gracias a Baco, por haber ayudado a aprisionar al culpable y se sembró una viña
cerca del sepulcro de Philipo. |