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Francisco Umbral
La reina no va a los toros
[El Mundo, Miércoles, 18 de abril de 2001
A mi querido colega y viejo amigo Antonio Burgos le tiene muy cabreado eso de
que la reina no vaya a los toros, ni en Sevilla ni en Madrid ni en ningún sitio.
Y hasta se permite Antonio dudar de la profesionalidad de la reina Sofía como
tal, que es fama, porque la considera obligada a ir a los toros como una especie
de Isabel II, que es sin duda el modelo nostálgico del cronista. Ni a los toros
ni a otras fiestas de varilargueros, donde solía doña Isabel, va nuestra reina
europea, civilizada, anticastiza, española y sensible.
Es lo que tiene la provincia. Que convierte a un buen cronista en un señor
oracular, en un paisa que reina en la plaza y en la platina. Burgos es
monárquico, pero monárquico casta, y no entiende que doña Sofía consume su
magisterio, lo que precisamente la hace «una gran profesional», no yendo a los
toros, nunca. El rey está obligado a muchas cosas, tiene un protocolo, y sobre
todo tiene una intuición, o sea que les ha cogido el punto flaco a los españoles
y la postura a este país. El rey Juan Carlos tiene que tragar toros, y el
príncipe a medias, pero la reina es libre de no ir a los toros, y los nacionales
aún no nos hemos enterado de la gran lección que nos está dando con su repudio
callado del crimen quíntuple, el magisterio de europeidad, de civilidad, de
sensibilidad que la reina difunde desde la grada vacía.
Pasa además que estos Borbones se lo montan muy bien. Una infanta castiza y la
otra como un jugador/a de balonmano o eso. Un príncipe prudente. Un rey que va a
los toros, a esquiar, al balandro, y una reina que sólo sale con poetas y
músicos. He aquí una familia que se reparte entre la pluralidad de los
españoles, haciéndose así soluble en la realidad cambiante de España.
La cuestión no es estar o no estar con ellos, porque son
ellos quienes se nos han adelantado y están siempre con nosotros. Ni siquiera te
haría falta ser monárquico, Antoñito, para entender este juego y para respetar
la «gran profesionalidad» de la reina, frase que es ya un tópico periodístico, y
del que ella se ha distanciado reticente hace unos días, como diciendo: «Pero si
yo no hago nada...» Y en ese «nada» entra el no ir ni siquiera a los toros, que
tampoco valen las gafas negras para no ver la sangre, como sugiere AB, porque la
sangre se huele antes que nada, Antonio, y tú, que eres tan sangriento de
domingo, debieras saberlo. Sevilla, capital de la cosa, se siente menospreciada
por doña Sofía, o eso quiere creer el columnista. Madrid, donde viven cuatro
monárquicos rojos, sí aprecia y valora la promiscuidad de la reina entre las
artes y las letras.
La mujer del Borbón no sólo ha de ser culta, sino parecerlo, y el redondel de
los toros es el gran embalse de toda la incultura nacional. Pero entre nosotros
hay una mujer gris perla que no, que no quiere verlo, mas nadie escribe un
artículo para hablar del callado magisterio de esa señora que no va nunca a los
toros. Son las lecciones del silencio, las presencias de la ausencia, de las
que debemos aprender. Doña Carmen Polo iba mucho y de mantilla. Ella sí
soportaba muy bien la sangre. Era también una gran profesional. De la sangre.
http://www.conciencia-animal.cl/paginas/temas/temas.php?d=738
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