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La otra Helena de Troya



En la película Troya, de reciente factura, existen inexactitudes, como en toda adaptación para cine. Lo más criticable es la ausencia de magia, sí presente en la obra de Homero, en la que los dioses interactúan con los humanos y existen semidioses. La segunda diferencia objetable es la falta de matices, hay buenos o malos, ruines o héroes. En la obra de Homero se muestran seres reales, con fallas y virtudes, momentos de flaqueza y de valor. En la película la única "diosa" que aparece es Tetis, madre de Aquiles, pero parece una actriz de segundo orden, no una diosa.
Este fragmento de la Iliada muestra una Helena distinta a la de la pantalla, interactuando con la diosa Iris, mensajera celeste, y con Príamo, padre de Paris/Alejandro. Puedes bajarte La Iliada aquí

(...)121 Entonces la mensajera Iris fue en busca de Helena, la de níveos brazos, tomando la figura de su cuñada Laódice, mujer del rey Helicaón Antenórida, que era la más hermosa de las hijas de Príamo. Hallóla en el palacio tejiendo una gran tela doble, purpúrea, en la cual entretejía muchos trabajos que los troyanos, domadores de caballos, y los aqueos, de broncíneas corazas, habían padecido por ella por mano de Ares. Paróse Iris, la de los pies ligeros, junto a Helena, y así le dijo:
130 -Ven acá, ninfa querida, para que presencies los ad­mirables hechos de los troyanos, domadores de caballos, y de los aqueos, de broncíneas corazas. Los que antes, ávidos del funesto combate, llevaban por la llanura al luctuoso Ares unos contra otros, se sentaron -pues la batalla se ha suspendido- y permanecen silenciosos, reclinados en los es­cudos, con las luengas picas clavadas en el suelo. Alejandro y Menelao, caro a Ares, lucharán por ti con ingentes lanzas, y el que venza te llamará su amada esposa.
139 Cuando así hubo hablado, le infundió en el corazón dul­ce deseo de su anterior marido, de su ciudad y de sus pa­dres. Y Helena salió al momento de la habitación, cubierta con blanco velo, derramando tiernas lágrimas; sin que fuera sola, pues la acompañaban dos doncellas, Etra, hija de Piteo, y Clímene, la de ojos de novilla. Pronto llegaron a las puer­tas Esceas.
146 Allí, sobre las puertas Esceas, estaban Príamo, Pántoo, Timetes, Lampo, Clitio, Hicetaón, vástago de Ares, y los pru­dentes Ucalegonte y Anténor, ancianos del pueblo; los cua­les a causa de su vejez no combatían, pero eran buenos arengadores, semejantes a las cigarras que, posadas en los ár­boles de la selva, dejan oír su aguda voz. Tales próceres tro­yanos había en la torre. Cuando vieron a Helena, que hacia ellos se encaminaba, dijéronse unos a otros, hablando que­do, estas aladas palabras:
156 -No es reprensible que troyanos y aqueos, de her­mosas grebas, sufran prolijos males por una mujer como ésta, cuyo rostro tanto se parece al de las diosas inmortales. Pero, aun siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a convertirse en una plaga para nosotros y para nuestros hijos.
161 Así hablaban. Príamo llamó a Helena y le dijo:
162 -Ven acá, hija querida; siéntate a mi lado para que veas a tu anterior marido y a sus parientes y amigos -pues a ti no te considero culpable, sino a los dioses que promovieron contra nosotros la luctuosa guerra de los aqueos- (...)


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