Soneto XXII y Carta de amor de Elizabeth Barrett Browning
Cuando nuestras dos almas se endurecen, erguidas y fuertes cara a cara, silenciosas, acercándose y próximas
hasta que las alas alargándose rompen en fuego
en cualquier punta curva, qué amargo mal
puede la tierra hacernos, que podríamos no mucho más
estar aquí satisfechos? Piensa. En el más alto ascenso
los ángeles presionarían sobre nosotros y aspiraría
a caer algún lucero dorado de la canción perfecta
en nuestro profundo, querido silencio. Permanezcamos
preferentemente en la tierra, amado, donde los impropios
humores contrarios de los hombres retrocedan lejos
y aíslen los espíritus puros, y permitan
un lugar para estar y amar por un día,
con la oscuridad y la hora de la muerte rondando.
Y una carta a Robert Browning:
"Y ahora escuchame tú. Me has tocado más profundamente de lo que yo incluso pensaba habrías podido tocarme.
Mi corazón estaba lleno cuando viniste aquí hoy.
De aquí en más soy tuya para todo..."
cara a cara, silenciosas, acercándose y próximas