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Su asombro ante su único hijo, por Karol Wojtyla


La luz penetra, gradualmente, el diario acontecer; 
los ojos de una mujer, las manos
acostumbrada a ellos desde la niñez.
entonces el brillo estalla, demasiado enorme para los días simples,
y las manos se juntan cuando las palabras pierden su espacio.
 
En esa pequeña ciudad, mi hijo, donde nos conocían juntos,
me llamaste madre; pero nadie tenía ojos para ver
los asombrosos acontecimientos como ocurrieron día por día.
Tu vida se convirtió en la vida de los pobres
en tu deseo de estar con ellos a través del trabajo de tus manos.

Sabía: la luz que persiste en cosas ordinarias,
como una chispa abrigada debajo de la piel de nuestros días
la luz eras tú; 
no vino de mí.

Y tenía más de tí en ese silencio luminoso
que lo que tenía de tí como la fruta de mi cuerpo, mi sangre.

Poema de 1950, traducido del inglés, basado en el translate de Jerzy Peterkiewicz


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