Planificación
en el socialismo, ¿centralizada o democrática?
Pedro Campos Santos.
La
superproducción, contra la cual se concibió la planificación
centralizada, es una consecuencia del sistema de producción
capitalista. El Socialismo hasta ahora solo ha tenido déficit
de producción y su “planificación centralizada” ha tenido
como principales resultados reales el estancamiento económico,
la corrupción y el burocratismo. La planificación en el
socialismo debe asumirse democráticamente.
Se ha
considerado que en la planificación centralizada de la producción
radica la manera de evitar las crisis de superproducción en el
capitalismo, por lo cual hubo de establecerse como supuesta
necesidad en el socialismo. Sin embargo, la superproducción
aludida se refiere a un fenómeno típico del capitalismo, no
del socialismo. Fue una discordancia flagrante el tratar de
solucionar ese fenómeno del capitalismo ─originado en sus
relaciones de producción específicas─, con la
planificación socialista centralizada, sin cambiar las
relaciones de producción que generan la base de la contradicción.
En este
continuado embrollo, algunos teóricos marxistas consideran que
la ley principal del socialismo es la planificación
centralizada. En todo caso, tal sería una condición, un método
para resolver los problemas del capitalismo, algo así como lo
que intentó el “New Deal” de Roosevelt con sus políticas
keynesianas después de la gran depresión de 1929, pues la
superproducción es el problema capital de ese sistema que
produce para la ganancia en el mercado, no para la racionalidad
ni las necesidades.
La llamada
“superproducción” en el capitalismo siempre ha sido falsa
socialmente. No es cierto que ese sistema haya resuelto las
necesidades de las grandes mayorías, que han sido siempre las más
afectadas por esas crisis. La superproducción no parece que
pudiera ser nunca un problema del socialismo, pues en la medida
en que se vayan generalizando las formas de propiedad y producción
socialistas, cada vez más la producción será para las
necesidades racionales, (no consumistas) y no para obtener
ganancias en un mercado de demanda siempre incontrolable.
La
contradicción fundamental del sistema capitalista radica en el
carácter cada vez más social de su producción unido al carácter
cada vez más privado de su apropiación y no, en la
superproducción que es una consecuencia del sistema de producción
que busca la ganancia. Es de suponer que solventando las
contradicciones fundamentales del sistema, debieran resolverse
sus efectos.
La solución
de esta y de todas las contradicciones esenciales del
capitalismo -incluidas las existentes entre el trabajo y el
capital, y entre la superproducción y el consumo- pasan por la
socialización de la apropiación, que convierte la propiedad y
el excedente en más colectivos y no concentrados en pocas
manos, sean privadas o estatales.
La
socialización plena de la apropiación solo es posible por el
establecimiento de las nuevas relaciones socialistas en el
proceso de producción, que incluyen nuevos tipos de propiedad
colectiva y de relaciones entre los productores: el nuevo
sistema de producción basado en el cooperativismo y la
autogestión que elimina, porque une y supera, la división
entre los medios de producción y los productores.
Hasta ahora
ningún intento de sociedad socialista ha tenido superproducción,
en todo caso lo que ha existido es déficit de producción. Se
pretendió en el socialismo resolver con la planificación
centralizada una superproducción que nunca existió en el nuevo
sistema.
Enfrascar la
naciente sociedad socialista en la solución de un problema del
capitalismo, cuando ni siquiera el socialismo había resuelto
las necesidades fundamentales de la mayoría de la población,
sirvió más para estancar la economía, frenar el desarrollo de
las fuerzas productivas imponiéndoles camisas de fuerzas y
consolidar las concepciones partidarias de la centralización
del poder, la propiedad, las decisiones y el excedente, en
detrimento de la esencia participativa del nuevo sistema
emergente, que para desarrollar nuevas relaciones socialistas.
Ese fue el
resultado final fundamental de la “planificación
centralizada” en el socialismo soviético, sin negar
ocasionales logros de la acumulación, la Ciencia y la Técnica
obtenidos al costo de enormes sacrificios de aquellos pueblos,
bajo determinadas circunstancias históricas-concretas como la
colectivización forzosa, la guerra y el entusiasmo de los
trabajadores por las perspectivas que ofrecía la nueva sociedad
en las primeras décadas.
En la base
de la “planificación centralizada” subyacía la concepción
estatista de la propiedad, y todas las modificaciones que se
hicieron a los modelos de acumulación en el “socialismo soviético”,
desde la NEP hasta la desaparición de la URSS, se sustentaron
en esa noción errática, concebida como la forma genérica de
la propiedad socialista, en contraposición a la concepción
cooperativista del socialismo de Marx.
Algunos
historiadores señalan que gracias a la planificación
centralizada y al modelo de acumulación estalinista, fueron
posibles el desarrollo acelerado de la industrialización en los
años de preguerra y, a la larga, la derrota militar del
fascismo. Si hubieran primado en Rusia las ideas
expuestas por Lenin en 1923 en su artículo “Sobre la
Cooperación” (léase cooperativismo), quién sabe cuál
hubiera sido el curso posterior de la historia en Rusia y en la
propia Europa. Las tropas prusianas unidas a las inglesas
derrotaron a Napoleón en Waterloo en 1815, más de cien años
atrás, cuando no bahía intentos de socialismos, ni
planificaciones centralizadas.
El modelo de
acumulación del socialismo de Estado, se basaba pues en el
manejo centralizado del excedente a partir de controlar la
propiedad en forma estatal. Por eso, la acumulación para el
desarrollo económico no contó con las potencialidades
que le hubieran proporcionado las iniciativas de los colectivos
de trabajadores y sociales y otras que se perdieron con el
desinterés de los trabajadores en una producción de la cual no
se sentían dueños directos y donde sólo participaban como
un objeto más del proceso.
Un modelo de
acumulación en el socialismo, deberá estar basado en el interés
directo de los colectivos laborales y sociales, en garantías
para la auto reproducción ampliada de las uniones de
cooperativas y empresas de cogestión, en una recaudación de
impuestos progresivos sobre los ingresos y en una distribución
coherente y equitativa del presupuesto nacional, democráticamente
aprobada. Este nuevo modelo debe ser capaz de utilizar
mucho más integralmente los excedentes que genera la sociedad,
puesto que habrá de satisfacer las necesidades básicas de la
producción y la reproducción, de los colectivos laborales y de
los trabajadores individuales, que son las base, principio y
fin, del desarrollo de toda la sociedad.
La única
forma efectiva de lograr los objetivos de un plan de producción,
es por medio del interés directo de los que tienen que
realizarlo. El capitalismo lo consigue con la amenaza de despido
y las necesidades de los trabajadores manuales e intelectuales
de tener un empleo para vivir. El Socialismo deberá conseguirlo
a través del auto-convencimiento de que cumplirlo es
conveniente para la sociedad, el colectivo de trabajadores y el
trabajador mismo, lo cual sólo puede lograrse a través del
sistema cooperativo o autogestionario.
Los
celadores de la fe en el “Plan central” y declarados
“enemigos de la anarquía en la producción” no se dieron
cuenta de que ellos mismos se amarraron al barco capitalista
haciendo agua, al querer salvar el sistema asalariado de
producción para el mercado, cuando lo que había que hacer era
todo lo contrario: hundirlo completamente y desechar todas sus
armas melladas, especialmente el trabajo asalariado y la
concentración de la propiedad, que son las formas naturales de
la existencia del capitalismo en un proceso paulatino hacia las
formas autogestionarias y cooperativas.
Lo que
lograron fue precisamente lo opuesto a sus propósitos: un gran
descontrol social sobre la producción, la verdadera anarquía y
la corrupción en que degeneró todo ese sistema de socialismo
de Estado neocapitalista. Un viejo dicho popular hizo acto de
presencia: “el que mucho abarca, poco aprieta”.
La aplicación
mecánica del concepto de planificación centralizada llevó en
el “socialismo” a sobreestimar el papel del aparato central
en detrimento de una concepción participativa real de la
planificación democrática en una sociedad que para ser nueva y
distinta, debía ser más socializada en cuanto a la propiedad,
y poseer un sistema de apropiación más desconcentrado y, a la
vez, más compartido.
Para
potenciar las fuerzas de una posición militar, se usan, se
concentran armas y divisiones que pertenecen a distintos mandos.
La coordinación de las acciones militares en gran escala
unifica las fuerzas para las acciones específicas, pero éstas
no dejan de responder a su mando que se unifica y se concentran,
desconcentran o reconcentran, según las necesidades del
combate. En forma parecida debe ocurrir en el campo de la economía,
donde no es necesario concentrar la propiedad, sino los
esfuerzos de los distintos medios y recursos que pertenecen a
colectivos de trabajadores y sociales distintos. A eso se refería
Marx cuando escribió sobre el Plan Común y no ha
concentrar la propiedad en un aparato central estatal.
Una cosa es
la concentración de la propiedad y otra la concentración de
los recursos y los medios para potenciar las fuerzas
productivas. Una sociedad organizada para solventar las
necesidades con fines distintos al lucro, se verá urgida de
leyes y medios distintos para su desarrollo.
El concepto
de planificación centralizada que eventualmente salvaría la
sociedad de la superproducción capitalista, ha demostrado ser
contraproducente para una economía con otros fines que
debe organizarse, por tanto, de otras maneras, con otros medios.
Se ha demostrado que la planificación en el socialismo, para
ser efectiva debe imbricar los intereses generales con los de
las regiones, los colectivos de trabajadores y los trabajadores
mismos y por tanto debe ser una planificación producto de la más
amplia participación social: Deberá ser, en consecuencia, una
planificación participativa, democrática, no centralizada.
Esto
implica, básicamente, que la planificación para la producción
la deben organizar los propios trabajadores de cada centro de
producción atendiendo a sus necesidades, a las demandas del
mercado -que todavía existe en el socialismo- y a los convenios
que se establezcan con instituciones del Estado.
La unión e
imbricación de estos planes y demandas, es lo que sería el Plan
Común, señalado por Marx en la Guerra Civil en Francia
cuando se refirió al plan general de producción que harían
las cooperativas. La palabra “centralizado” fue
agregada después por los partidarios del centralismo, el
capitalismo de Estado y la continuación del trabajo asalariado,
quienes, además borraron la concepción esencialmente democrática
y cooperativa del socialismo de Marx, asumida por Lenin al final
de su vida.
Que exista
un plan común de desarrollo general, que para serlo,
solo necesariamente debe ser democráticamente aprobado, no
quiere decir que te tenga que existir una planificación
establecida y decidida centralmente por decisión de un grupo de
especialistas que no tiene ni puede tener en cuenta todos los
intereses de los de abajo: costos, gastos, necesidades, vínculos
empresariales y otros muchos. Un grupo coordinador
nacional en la sociedad socialista de tránsito deberá existir
y proyectar las líneas generales de desarrollo, pero con
aprobación democrática de las bases y como guía para
contrataciones y demandas de la Comuna Nacional, Provincial o
Regional de acuerdo con los presupuestos correspondientes, los
que deberán ser discutidos y aprobados o rechazados por sus
correspondientes bases.
Los
especialistas auxiliares que en cada uno de esos niveles deberá
tener para organizar y asesorar los planes de desarrollo del
Poder Popular, no pueden tener capacidad de decisión, sino de
proposición y ejecución. La decisión debe corresponder a las
masas afectadas de los niveles respectivos a través de la
democracia participativa directa que deberá aprobar los
presupuestos correspondientes. Lo otro sólo nos ha traído
fracasos y más fracasos.
El Estado de
los trabajadores, en transición a su desaparición, no
deberá administrar la producción a todos los niveles como lo
hizo el socialismo de Estado neocapitalista fracasado, sino
apoyar el avance de las empresas socialistas cogestionadas,
autogestionadas y cooperativas, facilitándoles todo tipo de créditos
y garantizándoles las vías de comercialización internas y
externas, y ejecutar los presupuestos y proyectos generales de
desarrollo, aprobados por todos los interesados.
Los medios
de computación y comunicación actuales favorecen el desarrollo
de la democracia participativa, posibilitando que todas las
decisiones y leyes que afecten a todos, sean discutidas y
votadas por todos.
Es necesario
comprender que la construcción socialista es un fenómeno de
masas, pero no de masas acarreadas, de masas que sigan a un
dirigente a un grupo de dirigentes, sino de masas que actúan en
función de sus intereses. Las decisiones, por sabias,
producentes o inteligentes que sean, si no tienen el apoyo de
las masas, si éstas no las hacen suyas, si no responden a sus
verdaderos intereses, no van a lograr su movilización
consecuentemente: lo conseguirían solo en apariencia.
Las
decisiones que afectan a todos, deben ser compartidas por todos.
Es siempre preferible que así sea siempre, incluso aunque
lleven a error, pues el error que se comente autocráticamente
es más condenado que el compartido. El cerebro colectivo es
superior a cualquier cerebro individual.
La
planificación deberá existir en el socialismo, pero asumida
democráticamente: con la participación de todos los afectados
e interesados, con eficaz comunicación bidireccional de los
centros a las bases y viceversa, de manera que queden
entretejidos los intereses concretos de los colectivos laborales
y sociales generales de todos los niveles de la Comunidad,
garantizando una apropiación más descentralizada y
consecuentemente más compartida. Producción contra contrato y
por acuerdos colectivos. Ese sí sería un buen principio de la
planificación socialista democrática.
20 de Junio
del 2007
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