Pedro Campos |
Lo revolucionario en el
socialismo
Algunas consideraciones sobre la lucha de clases y sus alianzas.
Prolongar la estatización del trabajo asalariado lleva a la
restauración capitalista. La esencia de la revolución proletaria,
es el cambio en las relaciones de producción. Los contrapuestos
imaginarios sociales en el capitalismo y el socialismo.
A mis amigos Orlando
Hernández, crítico de arte, quien me pidió escribiera sobre el
tema y al Dr. Humberto Miranda, del Instituto de Filosofía que
acaba de defender su Doctorado sobre la Autogestión Socialista.
En toda época, lo revolucionario ha sido promover cambios
económicos, políticos y sociales a favor de las nuevas relaciones
sociales de producción, contrariamente a la vulgar creencia de que
es actuar con métodos violentos.
La historia ha sido pródiga en mostrar cómo acciones violentas, no
siempre han sido precisamente revolucionarias, pues en lugar de
favorecer el avance a nuevas relaciones sociales, han pretendido y
provocado todo lo contrario. De manera que lo revolucionario no
está en el método usado para actuar, sino en el fin que se
persigue, si se realiza o no en función de los intereses de la
clase revolucionaria de la época, del nuevo imaginario social, el
cual, a su vez determina el medio para alcanzarlo, lo que no
implica que se justifique cualquier método para alcanzar cualquier
fin, por justo que sea.
La burguesía fue revolucionaria, mientras luchó por transformar
las relaciones feudales de producción en capitalistas, pero se fue
convirtiendo en contrarrevolucionaria en la medida en que,
defendiendo sus intereses, enfrentaba a las clases trabajadoras
que intentaban cambiar las viejas relaciones capitalistas de
producción por otras nuevas, las socialistas.
Así lo revolucionario en la época del capitalismo no está en usar
o no la violencia, la lucha de masas, o la parlamentaria, sino en
aplicar el método que las circunstancias demanden para dejar atrás
las viejas relaciones capitalistas, asalariadas, de producción y
hacer avanzar cambios económicos, políticos y sociales que tiendan
o favorezcan el avance a las nuevas relaciones socialistas de
producción, las que -por mucho tiempo- no han estado totalmente
claras para muchos revolucionarios, algunos de los cuales han
creído, por ejemplo, que socialismo es estatismo asalariado, o una
mejor distribución del excedente desde el gobierno (al estilo del
estado de bienestar burgués), o una política igualitarista o
caritativa hacia los más pobres y necesitados, o más agua,
caminos, hospitales y escuelas, el “socialismo vulgar”, según Marx.
La clarificación del significado del “socialismo marxista”, sigue
siendo una tarea vigente.
Durante muchas épocas, un lenguaje populista, “benefactor de los
pobres”, fue confundido con programas socialistas y muchos
revolucionarios que deseaban contribuir a mejorar las condiciones
de vida de los humildes, se unían o apoyaban a viejos lacayos
camaleones de las clases dominantes quienes, una vez instalados en
el poder, tendían naturalmente a favorecer los intereses de las
oligarquías nacionales y las empresas capitalistas extranjeras. En
realidad todos esos “buenos propósitos”, sólo podrán lograrse en
forma estable y definitiva a través de cambios en el sistema de
relaciones de producción. Aquellas alianzas eran explicables
-muchas veces- por la debilidad del movimiento obrero
revolucionario, la falta de claridad en el programa de la
revolución socialista y por el oportunismo político de dirigentes
espurios infiltrados en la izquierda. Ocurría, también, por seguir
la forma oportunista de hacer política: “el arte de lo posible”,
no la revolucionaria: hacer lo necesario en cada momento, como
enseñó Martí.
La práctica demuestra que en época de revolución socialista para
los trabajadores son insuficientes mejoras en las condiciones de
vida, más salud y educación y más democracia formal indirecta;
precisan de democracia decisoria y participación efectiva en la
propiedad y el control del excedente. Lo revolucionario es -por
tanto- promover “cambios estructurales” en las relaciones
sociales, especialmente en la organización productiva de la
sociedad, hacia el predominio de las nuevas relaciones socialistas
de producción, que no son otras que las basadas en 1) la propiedad
o el usufructo del colectivo de trabajadores, 2) la gestión
democrática y 3) la repartición equitativa del excedente
(relaciones cooperativistas o autogestionarias) a costa de las
viejas relaciones de producción basadas en la propiedad
capitalista y el trabajo asalariado, que caracterizan el viejo
sistema del capitalismo, mientras que todo lo que se oponga a
tales cambios va contra los intereses de los trabajadores, la
Revolución y el socialismo.
No es ocioso recordar que el cooperativismo o autogestión es la
forma genérica de organización del trabajo para la producción en
las empresas socialistas, mientras que las cooperativas y las
empresas autogestionadas y cogestionadas (propiedad del estado y
gestión en manos de los trabajadores y otras combinaciones) son
formas genéricas de propiedad socialista para la producción bajo
control obrero (*), ni que –desde luego- estas relaciones de
producción y formas de propiedad genéricas del socialismo, sean
las únicas presentes en la etapa de tránsito. Tampoco ello supone
el maniqueísmo absurdo de calificar como contrarrevolucionario
todo lo que no sea propender a nuevas relaciones socialistas.
El socialismo no se establece por decreto, pero la clase
trabajadora hace su revolución para imponer sus derechos y sus
leyes. Y desde luego, no se trata de hacerlo a tontas y a locas,
sin respetar la alianza obrero-campesina, ni a otros aliados de la
pequeña burguesía además de la agraria, la producción mercantil
simple, una forma autogestionaria no capitalista; tampoco de
actuar sin tener en cuenta el desarrollo concreto de las diversas
fuerzas productivas y sus peculiaridades nacionales, como las
relaciones comunales indígenas; ni sólo de impulsar la creación de
cooperativas primarias a partir de las propiedades y esfuerzos de
unos pocos campesinos o artesanos dueños de algunos medios de
producción que se relacionen aislada y libremente. Se trata, sí,
de entregar paulatina, progresiva y lo más ordenadamente posible
en propiedad o en usufructo -según la importancia estratégica- los
medios de producción ya expropiados, a los trabajadores para que
se haga efectivo el “control obrero” soñado por los comunistas de
todas las épocas, esencia de la revolución proletaria, lo cual
debe hacerse con apoyo crediticio del estado y creando la
legislación correspondiente. Esto posibilitará que los
trabajadores organicen la producción en función de los intereses
de la sociedad, la región, el colectivo de trabajadores y ellos
mismos, a partir de la planificación democrática, en formas
asociativas cooperativistas o autogestionarias y sus uniones, que
funcionen integradamente en el sistema de autogestión socialista
que –naturalmente- tenderá a extenderse a todas las esferas de la
actividad social y productiva de la sociedad.
La historia de los que han intentado la construcción de la nueva
sociedad, hasta el presente, según la experiencia de la Nueva
Política Económica (NEP) en la Rusia de los años 20, partió de
promover el capitalismo de estado como una primera etapa de
fortalecimiento del “estado proletario bajo la dirección de la
clase trabajadora y su partido de vanguardia”, pero no siempre
quedó clara la necesidad de avanzar posteriormente a las nuevas
relaciones socialistas de producción, pues para unos “las
cooperativas eran otras formas capitalistas de producción” y para
otros, socialismo era sinónimo de estatismo. Sin embargo, en tales
circunstancias, aun bajo el supuesto control del partido que
históricamente ha representado los intereses de las clases
trabajadoras, una vez expropiados los expropiadores, lo
revolucionario era avanzar en la nueva fase social de la
revolución y transformar paulatinamente las relaciones de
propiedad y producción de aquel capitalismo de estado asalariado
en las nuevas relaciones de propiedad y producción socialistas,
para hacer realidad el socialismo participativo, democrático y
autogestionario: el plan cooperativista de Lenin, que sus
sucesores no apoyaron, la unión de cooperativas en el plan único
de Marx, la concepción cooperativista marxista-leninista del
socialismo que fue secuestrada por el socialismo “real”, pero que
está siendo rescatada y ha ido retomado fuerza y vigencia, luego
de su desastre a fines del siglo pasado.
De manera que no debiera haber ruptura, sino continuidad de la
fase política de la revolución socialista -la toma del poder y la
expropiación de los expropiadores- a la fase social: el
establecimiento de nuevas relaciones socialistas de propiedad y
producción, en la cual los medios de producción deben ir pasando a
manos directas o usufructuarias de los trabajadores.
Pero hasta hoy, en el capitalismo de estado, también llamado
socialismo de estado, las nuevas relaciones de producción fueron
desarrolladas limitadamente, nunca lograron avanzar hasta hacerse
predominantes. El aparato estatal se resistió siempre a entregar
los medios de producción a los trabajadores, solo lo hizo
limitadamente con la tierra y donde quiera que surgieran los
partidarios de la descentralización de la propiedad estatal eran
acusados de diversionistas o revisionistas, cuando no abiertamente
de contrarrevolucionarios. En ello han sido determinantes la
confusión sobre los medios y fines del socialismo y el surgimiento
de una nueva clase, autoerigida dueña real de los medios de
producción que ha tendido -por propia naturaleza explotadora del
trabajo asalariado- al estancamiento y a la restauración
capitalista y que en todas partes, han obstaculizado el pase a la
fase social de la Revolución, autogestionaria y descentralizadora
de la propiedad y el poder. Generalmente han justificado la
oposición al control obrero, léase de los trabajadores manuales e
intelectuales, aduciendo que éstos están “carentes de cultura, de
conocimientos económicos para administrar y de preparación general
para el socialismo”. Tales han sido los criterios de los que han
creído que la emancipación de los trabajadores no es obra de ellos
mismos, como reza en el Manifiesto Comunista, sino de un grupo de
revolucionarios iluminados que, de dirigente de la organización
vanguardia de la clase trabajadora, pasó a confundirse con el
poder, el estado y el propietario absoluto de los medios de
producción.
La nueva clase se formó, a partir de esos conceptos dirigistas,
por sectores de la burocracia ligados a la explotación asalariada
del trabajo para un mercado lucrativo, en asociación ocasional con
viejos reductos de la burguesía y los terratenientes y apoyada en
el capitalismo internacional, alianza que se fragua en múltiples
formas de relaciones sociales de interdependencia, comerciales,
monetarias, bancarias, legales, institucionales, orgánicas,
familiares y otras.
Las diversas acciones de los trabajadores por descomponer el
capitalismo de estado y apropiarse de los medios de producción y
el excedente es lo que viene después marcando el camino, indicando
lo revolucionario, no importa lo desordenado del método ni la
violación de las leyes establecidas que tendrán que ser
reformuladas, yendo, en cambio contra el avance socialista, todo
lo que la nueva clase haga por conservar su poder, el estatus quo,
y las leyes y regulaciones que logra imponer al estado para
mantener a las clases trabajadoras sometidas a las relaciones
asalariadas de producción, apoyándose en sus vínculos con el
capitalismo internacional que generalmente la ayudan a mantener la
situación y a brindar migajas a los trabajadores para que no
protesten ni se lancen a realizar el control obrero sobre los
medios de producción -la fase social de la revolución socialista
que tanto teme el capitalismo- y así garantizarse su participación
de conjunto con el “estado socialista” en la explotación de esa
mano de obra y de los recursos naturales, como bien se aprecia en
China y existe en Cuba como tendencia. El imperialismo tiene muy
claro que mientras no se realice la fase social de la revolución,
ésta es reversible.
En este complicado período, los lindes entre revolución y
contrarrevolución se tienden a confundir, como pasó en Rusia,
luego URSS y con importantes movimientos sociopolíticos de los
países del llamado campo socialista (Alemania, Hungría, Polonia y
Checoslovaquia) donde se mezclaron tirios y troyanos en ambos
campos contendientes, lo que llevó a muchos a perder de vista el
carácter revolucionario de aquellos movimientos, volviendo a ser
estrictamente necesario identificar lo revolucionario no en el
método, no en quién o a qué se ataca, sino en los fines que se
persiguen. Como parte de esa complejidad, puede estarse luchando
por cambiar el capitalismo de estado y ser revolucionario o
contrarrevolucionario, según el fin que se pretende; y puede
estarse defendiendo el capitalismo de estado y ser revolucionario
o contrarrevolucionario si desde allí lo que se hace es para más
socialismo o por el contrario: para consolidar y ampliar las
relaciones capitalistas (asalariadas) de producción que el propio
capitalismo de estado (“socialista”) ha preservado.
El laberinto llevó y puede seguir llevando a la creación de
alianzas falsas si no se tienen claros los objetivos. Así, no es
posible una alianza revolucionaria de los que desean más
socialismo, con los que enfrentan el capitalismo de estado desde
las posiciones de la contrarrevolución y el imperialismo en busca
de privatizaciones, la restauración capitalista, el regreso al
pasado. Igual, sería falsamente revolucionaria la alianza que se
pretenda, entre todos los que defienden el capitalismo de estado,
contra todos los que quieran cambiarlo para más socialismo, puesto
que –entre aquellos- unos coinciden con este fin y otros, que se
le oponen, refuerzan sus vínculos con el capital internacional y
las tendencias internas privatizadoras, preparando el terreno,
conciente o inconcientemente, a la restauración capitalista.
En consecuencia, la lucha de clases se manifiesta tanto fuera como
dentro del propio estado, entre los partidarios de avanzar en los
cambios de las estructuras de producción, hacia más socialización
de la apropiación (de la propiedad de los medios de producción y
el excedente) y sus opositores que buscan más concentración en
menos manos, sean privadas-capitalistas o estatales. La
experiencia ha demostrado que la prolongación innecesaria de la
estatización y el trabajo asalariado, es el camino más corto hacia
la restauración capitalista. El curso definitivo de esta lucha
dependerá de las fuerzas que vayan predominando en una u otra
dirección. La garantía del avance socialista estará en realizar
los cambios necesarios hacia más socialización.
La alianza revolucionaria en esta etapa se encuentra entonces,
entre los que luchan por cambiar las estructuras del capitalismo
de estado y avanzar en la fase social de la revolución socialista,
estén dentro o fuera del estado y el partido. La alianza
contrarrevolucionaria se aprecia entre los que quieren la
restauración capitalista desde las fuerzas tradicionales de la
contrarrevolución interna y externa apoyadas por el imperialismo y
los que, desde dentro del estado se oponen a los cambios
necesarios y trabajan por el fortalecimiento de las relaciones
capitalistas asalariadas y sus sucedáneas sociales, reproduciendo
constantemente el imaginario capitalista, puesto que las
relaciones de producción de un sistema se manifiestan también
metamorfoseadamente en las esferas políticas, culturales,
institucionales y de cualquier índole.
Así, será contrarrevolucionario, todo lo que tienda a reproducir
el imaginario capitalista del consumismo, el mercantilismo, la
división en clases sociales, la apropiación del trabajo ajeno, la
corrupción, el burocratismo, el egoísmo, la banalidad, la
discriminación por raza, sexo, edad, religión, nacionalidad o
cualquier otra razón, el elitismo en cualquiera de sus formas, el
poder y control de cualquier tipo de unos seres humanos sobre
otros, el autoritarismo, el conformismo de los desposeídos y otras
muchas aberraciones socioculturales propias del capitalismo.
Como al revés, lo revolucionario será todo lo que tienda al nuevo
paradigma socialista de más participación de los trabajadores y el
pueblo en la toma de decisiones en todos los aspectos de la
sociedad, especialmente la propiedad, la gestión y el excedente,
más democracia, más colectivismo, más des-enajenación del ser
humano, más libertad de creación y realización en todos los
ordenes y más responsabilidad con la naturaleza.
La Habana, 24 diciembre de 2007
*Ver: 1) ¿Qué es socialismo? 2) La forma genérica de las
relaciones socialistas de producción es la autogestión obrera. 3)
La forma genérica de la propiedad socialista es la del colectivo
de trabajadores. Publicados en Kaosenlared, Analítica.com,
Rebelión y otros
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