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Pedro Campos

 

Ejemplo cubano de socialización: la producción cooperativa cañera 1960-62
(Segunda parte)
*

Algunas de las consecuencias económicas y sociales de la desactivación del Sistema de Cooperativas Cañeras.

Si fuera posible organizar alguna vez las informaciones sobre los costos, inversiones y producciones de las “granjas del pueblo” en que fueron convertidas las originales cooperativas cañeras, y compararlas con los pocos pero suficientes datos existentes de aquella experiencia genuinamente socialista, difícilmente podrían acercarse siquiera en forma positiva a aquella productividad.

Baste señalar que la zafra de 1960-61 de 6,8 millones de toneladas de Azúcar, la segunda más grande en la Historia de Cuba hasta ese momento, fue apenas rebasada en 2 millones de toneladas cuando todo el país, todos los recursos, todos sus medios y fuerzas productivas fueron puestos en tensión en 1970, para la fracasada zafra de los “10 millones”.

El sistema de Cooperativas Cañeras fue altamente rentable económicamente y muy beneficioso desde el punto de vista político y social para los trabajadores y la Revolución. Como parte de aquel sistema funcionaron las primeras 867 tiendas de pueblo, que fueron las primeras manifestaciones de verdaderas cooperativas de créditos y comercio ligadas a la distribución sin un ánimo específico de lucro, allí casi desaparecía el sentido mercantil de la producción, fue la forma más cercana que hemos tenido en Cuba a un intercambio de equivalentes, la esencia teórica del llamado Socialismo del Siglo XXI.

En Cuba se estimuló, pero no se forzó la cooperativización de los campesinos dueños de tierra. Con diversos métodos persuasivos se presionó a los campesinos en esa dirección y ocasionalmente se les obligó a realizar siembras específicas en interés del Estado; pero nunca se obligó a ningún campesino, a la colectivización como erróneamente se hizo en la URSS. 

La tierra distribuida individualmente a los campesinos fue relativamente poca en comparación con las nacionalizadas, pero la entrega en usufructo de 70 mil caballerías de las mejores tierras productivas al sistema de cooperativas cañeras, significó un alto grado de socialización de la tierra. Su desactivación cercenó el gran avance socialista logrado en tan poco tiempo. Después de la II Ley de Reforma Agraria, desaparecidas ya las cooperativas cañeras, solo quedó en manos no estatales el 10 % de la tierra.

Parte de este 10 % de las tierras se integró en cooperativas por voluntad propia de muchos campesinos. En la práctica, en los primeros dos años del proceso revolucionario llegaron a funcionar dos tipos de cooperativas fundamentales: las cañeras, ideadas por el líder de la Revolución y las cooperativas tradicionales, en las cuales los campesinos aportaban la tierra y los medios y ganaban según estos aportes con total nivel de autogestión. Las cooperativas superiores, enunciadas en el Programa del PSP, en las cuales la tierra se entregaría en usufructo al colectivo, las explotarían autogestionadamente, los cooperativistas elegirían a sus dirigentes, y ganarían según sus aportes en fuerza de trabajo, nunca llegaron a extenderse más allá de sus parientes cercanas: las cooperativas cañeras.

La planificación, la diversificación agrícola y la introducción de la técnica, debieron contribuir al desarrollo de las cooperativas y de la producción agrícola en general de los campesinos y ser precondición de nuevas formas de organización de la producción y no al revés como se hizo: La “granjización” de las cooperativas, se puso como condición para la tecnificación de la agricultura. Como diría un carretero cañero: “la carreta fue puesta delante de los bueyes”. 

A partir de 1962 y con más fuerza luego de la 2da Ley de Reforma Agraria en 1963, la política oficial fue convertir todas las tierras nacionalizas en granjas estatales y conminar a los campesinos individuales a desarrollar cultivos impuestos por la “planificación estatal”. Resultados: baste señalar la disminución y el súper encarecimiento de la producción cañera, que prácticamente ha arruinado nuestra primera industria, la reducción de la masa ganadera de 6 a 3 millones de cabezas, de un promedio de una cabeza de ganado por persona al triunfo de la Revolución, a un promedio de una cabeza de ganado cada 4 personas en la actualidad, y el desabastecimiento de granos, viandas, vegetales, frutas, huevos y carnes en el mercado, sus altos precios y las necesidades de importación de alimentos, de un país que antes los exportaba. Esta situación llega hasta nuestros días.

Si la Zafra 60-61 fue de 6,8 millones de TM y la del 61-62 fue de 4,8 millones, la del 62-63 fue de 3,8 millones de toneladas de azúcar. La caña fue cultivada y cosechada en granjas del pueblo, ahora también con las tierras que habían pertenecido a las cooperativistas y con los trabajadores que antes eran cooperativistas pero convertidos en asalariados bajo el Sistema Presupuestario de Financiamiento.

Desde luego que hay otros factores naturales y organizativos que incidieron en aquellos resultados, no sólo en la producción de caña, que también tuvieron que ver con esa disminución de la producción azucarera, pero oficialmente nada se dijo entonces, ni nunca, de los efectos concretos provocados en la producción por la eliminación de las cooperativas cañeras y la integración de aquellas tierras a los complejos agrícolas industriales, que implicaron el desplazamiento de las formas autogestionadas naturales surgidas al principio de la Revolución por las primeras versiones del Cálculo Económico y el nuevo Sistema Presupuestario altamente centralizados ambos.

Puede aseverarse que esos cambios reales realizados en la organización y el control de las formas de propiedad, producción, distribución y consumo, en la producción de caña, jugaron un papel determinante en aquella baja económica a partir de 1963.

La práctica demostró, que con esa supuesta transformación “hacia formas superiores socialistas estatales”, los cooperativistas perdieron muchos incentivos y la condición de cuasi propietarios que les estaba creando conciencia colectiva de dueños de aquellas tierras y medios e instrumentos de trabajo. Se perdió la atención directa, cuidadosa e interesada de la tierra, de las cepas de caña, del ganado y las yuntas de bueyes. Las tierras y demás medios perdieron la protección de los milicianos armados. Resultado: comenzó el éxodo masivo de aquellos trabajadores hacia las ciudades y empezó a escasear la mano de obra para el cultivo y cosecha de la caña. 

Entonces fue necesario acelerar la aplicación de la técnica en gran escala, la introducción del tractor, la alzadora, las combinadas cortadoras de caña, los camiones, los centros de acopio, las siembras todos los años con sus respectivas roturaciones, el riego, el abono, los insecticidas. Se hicieron imprescindibles las movilizaciones masivas de trabajadores de la ciudad para sembrar, cultivar y cortar caña, sin experiencia para ello y sin apego a la tierra. El costo de la producción cañera se elevó considerablemente por la introducción masiva de la técnica y uso y abuso del combustible. Sólo fue posible su continuación gracias al cuantioso e invalorable subsidio de la URSS.

Un simple cálculo indicaría cuánto hubiera ahorrado el país en petróleo, maquinaria, insumos, etc., en los años posteriores y cuánto más se hubiera podido producir, de haber seguido funcionando el sistema de cooperativas cañeras, que aportó casi el 50 % de la caña para una zafra de 6,8 millones de TM en 1960-61 y hacía la mayor parte del trabajo a mano y con bueyes. Lo que hoy llaman agricultura ecológica, altamente cotizada. 

En verdad la decisión de convertir aquellas “cooperativas cañeras proletarias socialistas” en granjas del pueblo incorporadas a los CAI, fue el principio del desastre en que está actualmente la industria azucarera cubana, que se hizo más evidente en los años 90 cuando desaparecieron el petróleo y las subvenciones soviéticas. Entonces le echamos la culpa a la desaparición de la URSS

“Aquellos vientos, trajeron estas tempestades”: En el 2003 con los altos precios del petróleo y los bajos precios del azúcar, la dirección central estatal de la economía, tomó la decisión de desactivar 71 de sus 156 ingenios, y destinar el 60 por ciento de las tierras cañeras a otros cultivos. Las consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales de todo lo que ha significado para Cuba este largo proceso de desmonte azucarero, será tema de un libro por escribir.

Si en momentos determinados de nuestra historia fue errado hacer depender todas nuestras posibilidades del azúcar, eliminarla como importante componente alternativo para salir adelante, también era equívoco. De exportadores pasamos a importadores.

En el 2006 el azúcar llegó a cotizarse a 500 dólares la tonelada, por la utilización del etanol como alternativa al petróleo que ha rebasado los 70 dólares el barril, pero hoy el gobierno-empresa a penas puede producir 1,2 millones de toneladas, por lo que acelera la recomposición de la industria y la agricultura cañera. Se han hecho planes para la producción de etanol en coordinación con Venezuela, pero no ha quedado clara públicamente cuál es la política respecto a producir determinados volúmenes de etanol.

Esta sería una buena oportunidad para retomar lo mejor de aquella experiencia y reorganizar la producción azucarera en base al cooperativismo y la autogestión, tanto en la agricultura como en la industria, de manera que sea más rentable, productiva y ecológica, y donde el papel de Estado sea de apoyo y no factor de inestabilidad y obstáculo.

Alguien dijo en el Capitalismo: “Sin azúcar no hay país”. El músico cubano Pablo Angarica, dijo en Venezuela el 9 de Octubre del 2006: “Si no hay caña, no hay ron y si no hay ron, no hay son”. Pocas imágenes son tan elocuentes para mostrar la indentidad entre economía y cultura. Jamás debe olvidarse que Cuba, por siglos ha sido esencialmente caña, ingenio, azúcar, aguardiente, música y cultura de pueblo mestizo surgido de esa industria; todo lo otro vino como complemento. Y si perdiéramos el son, a donde irían a parar nuestra nacionalidad y nuestra idiosincrasia como pueblo.

Lo cierto es que nuestra primera industria estuvo íntimamente ligada a la historia de la formación de nuestra nacionalidad y sus peores años (los del periodo especial), coincidieron también con los perores años para Cuba. Ahora se le quiere reactivar. Es probable que el florecimiento económico de Cuba en los próximos años esté relacionado con el renacer de nuestra primera industria y los derivados de la caña, sin que tengamos que volver al monocultivo.

El capitalismo enfrentaba los precios fluctuantes del mercado mundial, no desactivando ingenios o plantaciones, sino haciendo zafras grandes o chiquitas según conviniera, manteniendo bajos los costos de producción y dejando campos de caña sin cortar para tiempos mejores y desde luego, quienes más dejaban de ganar eran los trabajadores eventuales y los colonos. Pero la preservación de los medios y la materia prima eran posibles porque aunque parezca absurdo, increíble y hasta pecado expresarlo, la producción azucarera y cañera antes del triunfo de la Revolución estaba más socializada que hoy en todos los sentidos por estar en manos de muchos capitalistas, pequeños propietarios y colonos, contrario a la actualidad, en manos de un solo dueño: el Estado. 

Nadie duda de que el Estado actual pretenda representar al pueblo, pero la realidad objetiva de su estructura productiva y todo su sistema de gestión y distribución centralizados, está muy distante de lograrlo. Ya ha sido explicado en otros artículos, la contradicción flagrante entre medios y fines que encierra el Socialismo de Estado neocapitalista, predominante también en nuestro país.

Si la producción cañera hubiera seguido siendo cooperativa y la industrial azucarera se hubiera convertido en auto y cogestionada, nunca hubiera sido necesario desactivarlas como se hizo. Las iniciativas de los cooperativistas hubieran posibilitado otras alternativas productivas, adecuaciones de la industria, diversificación agrícola y pecuaria, y otras que solo la práctica podría mostrar. Ahora se habla del etanol. Muy probablemente los trabajadores de la industria, si se hubieran sentido dueños, hubieran dado con esa y otras alternativas mucho antes del desastre. Hacía años que en Cuba se conocía que Brasil mezclaba gasolina con etanol. Muchas veces se habló de desarrollar una fuerte industria de los derivados. Los esfuerzos se hicieron pero siempre centralizadamente y cuando el “centro” perdía el interés, se perdían los esfuerzos.

Uno de los elementos que se utilizó en 1962 para justificar la reconcentración de la tierra cañera fue que era necesaria para la utilización de la técnica, la cual humanizaría el proceso de producción agrícola. En verdad lo inhumano no es el trabajo agrícola, arar, sembrar, guataquear, cultivar, cortar o alzar caña, sino la explotación y el mal pago del trabajo en el campo, sea en la caña o en cualquier otro cultivo. 

Otros factores que en aquel periodo produjeron cambios significativos en la organización de las formas de producción fue la 2da Ley de Reforma Agraria de 1963 que llevó la reconcentración de la tierra hasta el 90 % en manos del Estado, y eliminó la mediana burguesía rural que en buena parte había apoyado a las bandas de alzados contrarrevolucionarios que proliferaron después de Playa Girón. 

Aquellas tierras y los medios confiscados, quedaron organizados también en “granjas del pueblo”, bajo un sistema de “propiedad estatal de todo el pueblo” altamente centralizado que llevó a la posterior y paulatina desactivación de las bases de la producción lechera y ganadera que se hacía en esas medianas extensiones de terreno. En verdad fue la estatización, la gran culpable de la disminución de la producción agrícola y pecuaria en aquellos primeros años.

De haberse convertido aquellas grandes fincas ganaderas en “cooperativas agrícolas proletarias socialistas”, cooperativas superiores autogestionadas, como correspondía a los enunciados fines socialistas de la economía cubana de ese momento, muy probablemente sería hoy otra la situación de la ganadería cubana, como sería otra la de la agricultura cañera y no cañera y de la propia industria azucarera.

El error no estuvo en confiscar aquellas tierras en la 2da Reforma Agraria, ni en eliminar las bases económicas de la mediana burguesía rural contrarrevolucionaria, sino en organizar con la tierra y los medios de producción confiscados las “granjas del pueblo estatales”, en vez de “cooperativas agrícolas proletarias socialistas”, basadas en la propiedad combinada (cogestionada) estatal y usufructuaria de los trabajadores.

Los cambios organizativos y estructurales que se realizaron entre 1962 y 1963, provocaron desajustes y un claro estancamiento de la economía. En 1963 se registró una disminución del 9 % del producto social global y una caída del 43 % de la producción azucarera respecto a la primera zafra del pueblo. La causa fue achacada a problemas estructurales y a la diversificación agrícola e industrial intentada en los años previos. 

De entonces acá, realmente la agricultura -de conjunto- en Cuba nunca ha funcionado eficientemente, a pesar de todas las grandes inversiones en técnicas, medios, ganado sofisticado y demás recursos invertidos en gran escala. La causa del mal funcionamiento no fue la falta de atención de los dirigentes, de recursos, ni de planificación, sino porque los cambios que se hicieron en la organización de la producción, no fueron los más convenientes. 

Sólo más recientemente con el desarrollo -aun con limitaciones- de las UBPC (Unidades Básicas de Producción Cooperativa) y de los agropónicos citadinos, se ha visto el resurgir de una todavía insuficiente producción agropecuaria. Urge liberar a las UBPC de todas las actuales trabas burocráticas que impiden a sus trabajadores tomar libres decisiones sobre producción, inversiones, comercio, intercambio y demás actividades y, además son necesarios sistemas efectivos de crédito y acceso a recursos y medios técnicos específicamente para el pleno desarrollo de estas entidades.

No lograremos avanzar firmemente en el desarrollo de la producción de alimentos ni organizar la autosuficiencia alimentaria en nuestro país, hasta que el cooperativismo, la autogestión y la cogestión obrero-estatal se afirmen plenamente en la estructura productiva de nuestros campos.


* Resumen extraído del acápite referido a las relaciones de producción en los primeros años de la Revolución, obtenido del libro del autor “La Autogestión empresarial y social: camino al socialismo del siglo XXI”

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