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Pedro Campos

 

La cohesión revolucionaria, la cultura del debate y su ética

La crítica constructiva sobre deficiencias y políticas equivocadas, para hacer avanzar el Socialismo es bienvenida. La pretensión de debilitar los argumentos de quienes difieren, con diatribas personales sobre actitudes negativas supuestas o reales, son métodos ajenos a la esencia humanista del socialismo y nada tienen que ver con su ética y la cultura del debate revolucionario.

Desde que Fidel en noviembre del 2005, dijo en la Universidad de La Habana , que la revolución podríamos destruirla los revolucionarios si no poníamos orden en casa, en el seno de la sociedad cubana han ido apareciendo diversos análisis y críticas a la forma en que se han estado conduciendo en Cuba la economía y la política, la sociedad. Muchas contienen elementos positivos, otras generalmente venidas del campo históricamente contrario a la Revolución , han abundado en falsedades y en diatribas. Es comprensible: unas tienen propósitos constructivas, otras destructivas.

En estos análisis también han intervenido desde la izquierda algunos extranjeros atrevidos, como el sociólogo alemán Heinz Dieterich, quien conociendo el nacionalismo acérrimo de los cubanos, poco dados a aceptar críticas foráneas por tradición, idiosincrasia y nuestra propia historia forjada en la lucha contra el intervencionismo externo, ha publicado algunos escritos sobre el Socialismo del Siglo XXI y Cuba, con elementos que no han sido del agrado de algunos compañeros cubanos que laboran en el campo de las Ciencias Sociales.

La mayoría de nuestros tradicionales amigos en la izquierda internacional han preferido mantener distancia de este debate, asumiendo que es un problema interno de los cubanos y han decidido continuar su apoyo incondicional -como siempre- a nuestro proceso revolucionario, en la creencia de que tal actitud es mejor que cualquier opinión crítica. 

Respetando todas las opiniones, en realidad esta Revolución no solo pertenece a los originarios de este archipiélago que hemos entregado nuestras vidas a este gran esfuerzo creativo que es construir el Socialismo, es también patrimonio de todos los revolucionarios y comunistas que en el mundo entero nos han apoyado, ya sea con su trabajo directo en Cuba, como con su diversa actividad solidaria internacionalmente, en la cual les ha ido la vida misma en no pocas ocasiones. En consecuencia no hay nada extraño en que revolucionarios internacionalistas que han mantenido históricamente una posición solidaria con nuestra Revolución, opinen en este debate con toda libertad como cualquier cubano, aunque puedan expresar opiniones que no compartamos.

Ya en los últimos tiempos, en la medida en que se ha ido acrecentando la necesidad del debate revolucionario, las críticas han ido en aumento y en el propio seno de la dirección revolucionaria aparecen claras señales de que existe comprensión sobre la situación, como el claro llamado de Raúl a enfrentar críticamente la forma en que hemos estado construyendo el socialismo hasta el presente y la más reciente reflexión del Comandante en Jefe, La llama eterna, donde acaba de expresar: “La lucha debe ser implacable, contra nuestras propias deficiencias…”. Paralelamente, han empezado a aparecer señalamiento y criticas personales desde el mismo campo de la izquierda a algunos compañeros cubanos y a extranjeros que han estado exponiendo sus posiciones en torno a la situación actual en Cuba, más que de discutir los argumentos presentados por ellos. Esa es una forma de desviar la atención de los problemas fundamentales y una muestra de deficiente cultura del debate revolucionario.

Tradicionalmente en el seno de las sociedades capitalistas, cuando no se tienen argumentos con que rebatir las posiciones de las personas que piensan distinto y aún teniéndolos, se ha acudido a características de personalidad, buscarles o inventarles puntos flacos. Estos métodos son evidentes en las campañas electorales en los países del Imperialismo, entre los rapiñeros que tratan de apropiarse los despojos de los pueblos y en los usos de la prensa burguesa en su tratamiento a figuras representativas de la izquierda. Tales estilos, ajenos a las mejores tradiciones revolucionarias, traspasados al campo de la izquierda son nocivos, y por su sello de origen capitalista tienen olores extraños.

Desgraciadamente, después de la muerte de Marx y sobre todo después de la desaparición física de Lenin, en la izquierda y en el movimiento comunista y revolucionario mundial, muchas discusiones perdieron su carácter profundo y constructivo, por trocarse en asuntos personales y propender al establecimiento de viejos y nuevos dogmatismos que en lugar de teorizar y desarrollar el pensamiento científico y procurar la integración de las izquierdas en el gran torrente anticapitalista, sirvieron para todo lo contrario y algunas veces para justificar y tratar de “dotar” de bases epistemológicas a nuevas corrientes para más divisionismo.

Nunca podría cuantificarse el daño sufrido por las izquierdas, por estos métodos diversionistas de desviar las discusiones de los problemas a las de las personalidades y a sus actitudes. “Rasgad la piel de un extremista, y encontrareis un oportunista”, escribió Lenin, la práctica posterior le ha dado toda la razón y además ha evidenciado que si bien algunos de los que asumen tales ataques personales han acudido a ellos por falta de argumentos o sensibilidades heridas que han provocado reacciones emocionales, otros han terminado en el campo de la contrarrevolución o simplemente han sido siempre enemigos pagados tratando de dividir.

La crítica constructiva sobre nuestros problemas, nuestros errores, nuestras deficiencias, nuestros métodos equivocados, para tratar de encontrar las mejores vías de hacer avanzar la Revolución y el Socialismo es bienvenida. Las diatribas contra figuras revolucionarias y contra compañeros que exponen sus argumentos y la pretensión de debilitarlos atacando actitudes negativas presentes o pasadas, sean supuestas o reales, constituyen métodos ajenos a la esencia humanista del socialismo, nada tienen que ver con su ética ni con la cultura del debate revolucinario.

El socialismo que tenemos que construir en el Siglo XXI tiene enemigos muy poderosos que vencer. La izquierda internacional debe recuperarse del desastre que significó la caída del campo socialista, para lo cual es imprescindible identificar con toda claridad sus orígenes y causales y sacar las enseñanzas correspondientes. Esto sólo puede ser el producto de la lucha ideológica fraternal en el seno del propio movimiento comunista, socialista y revolucionario. La forma constructiva, alejada del esquematismo, del personalismo, del egocentrismo y el protagonismo en que seamos capaces de desarrollar esa batalla de ideas, a lo interno de nuestro movimiento, será determinante para lograr nuestros propósitos.

Si eso es válido a nivel internacional, para nosotros los cubanos que estamos tratando de hacer avanzar nuestro socialismo, cambiando todo lo que deba ser cambiado incluidas las estructuras que sean necesarias es -más que una necesidad- un imperativo para garantizar la cohesión de las fuerzas revolucionarias. El enemigo imperialista acecha, promueve la fractura del campo revolucionario y tiene amplia experiencia diversionista en la materia. La Revolución ha sido victima de esos métodos en tiempos pasados, ya los conocemos. El inmovilismo en cambio, usa el espantajo de la división, para tratar de perpetuarse. Ni inmovilismo, ni divisionismo: cohesión en la democrática discusión intrarrevolucionaria.

Sin mucho aspaviento, en varios sectores de la sociedad cubana continúa desarrollándose una revalorización de sus concepciones sobre la construcción socialista, sobre cuál socialismo queremos y debemos construir, a pesar de la oposición de algunos sectores de la burocracia. Dicho proceso debe ser extendido y asumido por todos los revolucionarios. El inmovilismo intenta frenarlo. Si no deseamos que estos intercambios se conviertan en una caricatura de la glassnot con iguales o peores resultados para la Revolución y sean desviados de sus objetivos constructivos, las discusiones que se desarrollen deben estar regidas por la ética revolucionaria que implica el análisis de los problemas y las políticas, sin desviarlos a juzgar actitudes y personas.

Los que no sean capaces de asumir este proceso con toda responsabilidad y de acuerdo con los principios de esa ética revolucionaria, redoblen tambores de guerra o procuren pases de cuentas personales, conciente o inconcientemente, pueden estar prestando un buen servicio a la causa de la restauración capitalista.

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