La imagen de la humanidad pervertida por la sed de sangre, inevitablemente abocada a la
destrucción, es un mito poderoso y constituye un apoyo importante al
militarismo de nuestra sociedad.
Las sociedades guerreras luchan sólo ocasionalmente, y muchas
sociedades no guerrean nunca; son las circunstancias de la vida
social las que explican esta variación.
Dado que las densidades de población de las sociedades organizadas en
bandas y aldeas simples son generalmente muy bajas, a menudo parece
como si en ellas no hubiera bases infraestructurales para la guerra.
La ausencia aparente de motivaciones materiales ha proporcionado
apoyo a ciertas teorías populares que atribuyen la guerra preestatal
a una tendencia innata a la agresividad por parte de los humanos.
Otra hipótesis sobre este tema es que tales sociedades van a la guerra, no
con el objeto de obtener ventaja material alguna, sino porque los
hombres la consideran como un deporte divertido.
Estas teorías son insatisfactorias; aunque los hombres puedan tener tendencias agresivas
no existe razón para que tales tendencias no puedan ser reprimidas,
controladas y expresadas de otros modos diferentes al combate armado. La guerra es una forma particular de actividad organizada que se ha
desarrollado durante la evolución cultural en la medida en que lo han
hecho otras características estructurales, como el comercio, la
división del trabajo y los grupos domésticos. Del mismo modo que no
existe instinto para el comercio, para la organización doméstica o para
la división del trabajo, tampoco existe para la guerra. Se lucha en la
guerra sólo en la medida en que, en algún sentido, resulta provechosa
para los combatientes.
(Fuente: Introducción a la antropología. Marvin Harris)
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