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Boletín Digital. /Junio 2006/
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Contribuciones al debate sobre actualidad nacional

"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes
de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces.
Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa".
Karl Marx. "El 18 brumario de Luis Bonaparte".

Tragedia

El gobierno de Kirchner aparece hoy con el ropaje del viejo peronismo. Toda una simbología conocida ha reaparecido en virtud de la "vuelta" que el "Peronismo de Perón" habría hecho en los últimos años en el Estado. Sin embargo, aquello que había terminado como tragedia en 1955, se aparece en estos días como una verdadera farsa. Tomemos algunos aspectos del primer gobierno de Perón y tratemos de analizar y comparar, después, el modelo económico llevado adelante por la presente gestión de gobierno.
El modelo socioeconómico de Perón tuvo en sus comienzos un marco internacional altamente favorable. Los primeros años de post-guerra trajeron como consecuencia un aumento considerable de la demanda mundial de productos agrarios (produciendo la suba de de los precios internacionales de las materias primas) que favoreció la entrada de los productos agropecuarios argentinos en Europa; mercancías que desde siempre, fueron el motor de la economía argentina. Dicha ganancia (producida por la extraordinaria renta de la tierra, dadas las condiciones de fertilidad naturales del suelo argentino) era redistribuída directamente por el Estado a través de una institución, el IAPI, que derivaba ingresos hacia los sectores industriales urbanos; los cuales, además, debían importar insumos y bienes de capital como combustibles y maquinarias. Este modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) fácil dependía de una fuerte intervención del Estado que aseguraba la ampliación del mercado interno, las mencionadas subvenciones a la industria, la planificación estatal de los planes quinquenales y la nacionalización de las empresas estratégicas en la producción como las energéticas y de transportes.
La alianza que mantuvo este modelo fue muy amplia y abarcó a casi todos los sectores de la burguesía nacional; sin embargo, los nuevos beneficiados con esta política fueron las pequeñas y medianas empresas y los sectores trabajadores. Su política económica de tipo Keynesiana (aunque con disidencias ante los ciclos económicos), que partía de una ampliación de la demanda efectiva, necesitaba de un mercado interno expansivo y, por tanto, de un poder adquisitivo mayor. Con una sociedad con pleno empleo, los números de la década (1945-1955) informan que el salario real subió un 56%, y que el nivel de vida subió considerablemente. La clase trabajadora vio cumplirse muchísimas de sus reivindicaciones históricas y avanzó en múltiples cuestiones.
Sin embargo, el destino trágico del período mostró en 1955 la traición de Perón con su renuncia a pelear por no ser destituido y su alejamiento de la política nacional, dándole la espalda a la masa de los trabajadores que hubieran puesto el cuerpo por un gobierno que consideraban popular. Cuando las opciones de la alianza policlasista que representó el Peronismo se debatían entre profundizar la importancia de la clase obrera como sustento principal de un proyecto político -en un momento particular en el que los apoyos de las clases burguesas eran cada vez más tibios- o, por otro lado, dejar al Peronismo a merced de los designios de la gran burguesía que finalmente optó por derribarlo, ahí quedó claro que la esencia del Peronismo no era revolucionaria ni tampoco buscaba desprenderse de la tutela burguesa para convertirse en un proyecto netamente de la clase obrera. Cuando las opciones eran las mencionadas la salida fue la resignación ante el golpe de Estado.
Sin embargo -y aquí reside una de las complejidades del Peronismo como fenómeno político- con todas sus limitaciones, el Peronismo constituyó un avance de los trabajadores en materia salarial, laboral y social.

50 años más tarde: la crisis

A fines del 2001 el modelo de Convertibilidad estaba agotado. El constante flujo de divisas que hacía posible mantener la ficticia paridad cambiaria se agotó: uno a uno fueron mermando los recursos que proveían los dólares necesarios. Se había intensificado por un lado la constante fuga de capitales que años antes habían realizado fabulosos negocios gracias a las cuantiosas ganancias que la Convertibilidad les hacía posible; asimismo, la privatización de empresas del Estado era ya un recurso acabado para el suministro de divisas dado que, simplemente, ya no había más empresas que privatizar; por otra parte los mercados financieros mundiales, observando la evidente imposibilidad de las arcas del tesoro nacional de hacer frente a sus compromisos externos, optaron por dejar de proveer a la Argentina de dólares (ya sea en forma de préstamos -que engrosaron enormemente durante toda la década la deuda externa- o inversiones). Finalmente, el último de los factores proveedores de divisas durante los '90 -las exportaciones de origen agrario- no podía abastecer por sí solo el caudal necesario para sostener la paridad cambiaria. A fines del 2001 el modelo de Convertibilidad ya no ofrecía más posibilidades de acumulación para ninguna de las fracciones de la burguesía que tan enfáticamente lo habían sostenido. A fines del 2001 el modelo de acumulación y el sistema político todo fue jaqueado desde abajo por un estallido social que recordó a las clases dominantes la urgencia de una reestructuración profunda que recompusiese las bases de legitimidad de un sistema en crisis.

Frente al objetivo agotamiento del modelo de Convertibilidad -hostigado "por abajo" desde el estallido social de diciembre del 2001 y "por arriba" por las distintas fracciones de la burguesía- se avizoraban dos salidas posibles defendidas cada una por un sector de la burguesía: la dolarización de la economía argentina y la devaluación. Por la primera de las dos -la que hubiera mantenido el esquema de ganadores y perdedores de la década del '90- se pronunciaban el sector financiero y las empresas privatizadas; por la segunda el autodenominado "empresariado productivo", compuesto por aquellos sectores que componen el núcleo de la oferta exportadora del país: los grupos económicos -tanto nacionales como extranjeros- vinculados al sector primario de la economía (agro, petróleo y derivados, minería), así como aquellos relacionados con los sectores más poderosos de la industria manufacturera. A este último se le hace muy difícil competir en los mercados internacionales si el precio de los productos que oferta está dolarizado. La relación de fuerzas en aquel momento fue favorable a "los sectores de la producción" y el peso fue devaluado.

Farsa

"Mi gobierno pondrá fin a la alianza del poder político con el poder financiero, que perjudicó al país, para sustituirla por una alianza con la comunidad productiva" afirmó Duhalde el 5 de enero del 2002, tres días después de haber asumido como presidente. El 7 fue el fin de la Convertibilidad: el dólar oficial pasó a valer $1.40 para comenzar su escalada durante los meses siguientes. El modelo del "dólar alto" produjo una reestructuración al interior de las clases dominantes: el "empresariado productivo" desplazó del centro de la hegemonía al sector financiero y a las empresas privatizadas.
A partir de aquí un nuevo modelo económico se fue configurando a partir de múltiples factores. Como en 1945, el precio de los productos agropecuarios está en niveles altos: la explosión demográfica del lejano oriente y el boom de la economía china que necesitan alimentos, y cuestiones que hacen al cambio en los hábitos alimenticios (como el auge de la soja que, además es muy efectiva para alimentar al ganado) confluyeron para que los beneficios de los sectores del campo sean verdaderamente extraordinarios.
Argentina, una vez más, tiene cuantiosos ingresos provenientes de las pampas fértiles, y el Estado se apropia una parte de esos ingresos mediante las retenciones a las exportaciones. La histórica pregunta ante eso es y ha sido ¿Qué hacer con el excedente del agro?
Como señalan analistas económicos, Argentina posee un doble superávit: superávit comercial, ya que las exportaciones superan a las importaciones, y superávit fiscal primario, proveniente de las retenciones a las exportaciones al campo y del aumento en la recaudación del IVA, impuesto al consumo, por la creciente inflación (recordemos que la base impositiva del IVA está conformada por los precios a consumidor final), y por el ajuste nacional y provincial producido por un congelamiento del gasto fiscal que no ha aumentado su presupuesto para salarios, salud, educación, etc; o los ha aumentado en una proporción bastante menor a la inflación.
¿Qué hacer con el excedente del agro? ¿Qué hacer con el superávit fiscal? Ya vimos cuál fue la respuesta del primer Peronismo a esa pregunta, veamos cuál es la respuesta de nuestro presidente.

El consenso

Luego del enérgico apoyo brindado por los sectores exportadores a los cambios implementados desde principios de 2002, la tarea para la alianza política en el gobierno consistía en conseguir el visto bueno de los sectores de la burguesía que en un principio aparecían como los principales opositores al nuevo modelo económico. Para la consecución de tal fin varios de los "perdedores" del modelo del dólar alto fueron debidamente compensados y así fueron recuperando terreno desde principios del 2002. La lucha entre las distintas fracciones de la burguesía se halla hoy en niveles sumamente tolerables -sobre todo si comparamos el período actual con otros períodos históricos- y se enmarca en conflictos dentro del bloque hegemónico y no en la conformación o en el intento de conformación de alianzas alternativas a la hoy dominante.
El gobierno de Kirchner ha recibido y recibe un sinfín de críticas, pero al analizar puntillosamente el foco de las mismas deducimos ciertas características del bloque hegemónico y de su estado de situación hoy día. El gobierno recibe fuertes cuestionamientos en lo que respecta a su reacción frente a la protesta social (muchas veces se le achaca falta de dureza); en lo que respecta a la política de derechos humanos (se lo acusa de tener "memoria parcial" o de "setentismo" -extraña palabra hoy tan de moda-); en lo que respecta a la tendencia a la centralización del poder y al y la intolerancia frente a la disidencia, y también en lo que tiene que ver con la postura del gobierno frente a los organismos de crédito, entre tantas otras cosas. Pero es al menos llamativo que el modelo económico que el gobierno de Kirchner lleva adelante (exactamente el mismo que comenzó por aplicar Duhalde) no sea objeto prácticamente de críticas que lo cuestionen en sus fundamentos más básicos: los distintos sectores económicos así como los medios de comunicación no realizan ninguna crítica sustancial a la política económica del gobierno.
En efecto, el cambio de modelo recompuso la legitimidad del dominio burgués luego de la crisis del 2001; la burguesía necesitaba una pronta respuesta frente al fuerte cuestionamiento -que pudo ser más o menos conciente, más o menos profundo- a la estructura social por parte de los sectores populares de diciembre de 2001. En ese sentido, dicha reestructuración fue funcional a todas las fracciones de la burguesía. Pero por otro lado, si bien hemos dicho que la implementación del nuevo modelo produjo un desplazamiento de aquellos sectores que más se habían beneficiado con las políticas del menemismo (sector financiero y empresas privatizadas) para ser suplantados en la posición hegemónica por el "empresariado productivo" (la elite exportadora), debe aclararse que luego del shock devaluatorio, los primeros recuperaron parte del terreno perdido: el doble superávit con el que hoy cuenta el país (del que hablábamos en el comienzo) fue y es utilizado en función de ese objetivo. El superávit no sirve únicamente a los efectos de sostener el dólar a $3, sino también para solventar la generosa compensación recibida por los bancos por la "pesificación asimétrica" y para los igualmente generosos subsidios distribuídos a las empresas privatizadas, quienes además recuperaron parte de la rentabilidad perdida al caer los costos laborales ("pesificación" de los salarios -el costo laboral desde enero del 2002 cayó en un 9.2%-), al disminuir el monto de ciertas obligaciones contractuales ("pesificación" de las mismas) y de la inversión y al recomponerse la demanda (no la de los sectores populares sino la del llamado "consumo productivo"). Asimismo, el superávit fiscal sostiene la devolución de favores a las provincias (que le han otorgado al gobierno la mayoría en ambas cámaras) mediante el otorgamiento de partidas presupuestarias para obras públicas y, por último -y sobre todo- garantiza el pago de la deuda externa, reestructurada con los organismos internacionales, asegurando de esta manera el crédito internacional a los grandes empresarios y manteniendo la conformidad de ambos sectores.
Además ciertas ramas de la producción industrial que producen para el mercado interno se vieron beneficiadas por una tibia sustitución de importaciones y, desde ya, al igual que las empresas privatizadas, por la "pesificación" de los salarios.
Entonces, tanto por haber reestructurado y otorgado una nueva legitimidad al sistema de dominación, como por el hecho de que los sectores que en los '90 ocupaban el centro de la hegemonía luego de ser desplazados recuperaron finalmente parte del terreno perdido, podemos afirmar que, más allá de ciertas fisuras que todavía no han tomado la forma necesaria como para esbozar un análisis del todo preciso (como por ejemplo el actual conflicto con el campo por las retenciones a las exportaciones o por el precio de la carne), el actual modelo económico goza de un amplio consenso al interior de las clases dominantes.

Opacidades de la legitimidad

El nuevo modelo económico es sostenido en el plano discursivo apelando, entre otras cosas, al formidable crecimiento de la economía argentina, crecimiento que alcanza la cifra del 9% anual, y que supera el 5 o 6% por el que rondan las economías más poderosas del planeta. Sin embargo este crecimiento no ha sido suficiente para recomponer el tan deteriorado ingreso de los sectores populares, la idea de que las riquezas acumuladas por los sectores que se hallan en la cúspide de la pirámide social se derramarán hacia el resto de la sociedad se muestra nuevamente como un imposible. Asimismo, tampoco se ha avanzado hasta aquí en un proceso de industrialización de la economía; muy por el contrario, la tibieza de la actual etapa de sustitución de importaciones y de recuperación de la actividad industrial se ha basado en una mayor utilización de la capacidad ociosa ya instalada -capacidad relegada durante el modelo desindustrializador de los '90 y ahora, con el peso devaluado, con mayores posibilidades de rentabilidad.
Por otra parte, el auge de las exportaciones que siguió a la implementación del "modelo de dólar alto" contiene una importante limitación: las líderes exportadoras del país (muchas de las cuales son propiedad de grandes grupos económicos de capital nacional y extranjero fuertemente transnacionalizados en términos productivos, comerciales y financieros -no obstante lo cual, se presentan como la "burguesía nacional"-) pasaron de explicar casi el 69% de las exportaciones totales en 2001 a más del 82% en 2003; y esta tendencia no se ha revertido. Las ganancias de las 100 empresas más importantes aumentaron en un 53% entre 2004 y fines del 2005, y esas riquezas no se derraman -ni siquiera gotean- sobre el resto de la sociedad.
Aquello que se presenta como el "modelo de la producción y el trabajo" no parece adecuarse tanto a su pomposa nominación: porque no se ha avanzado en una política real de industrialización sino que simplemente volvió a ser utilizada parte de la capacidad que había quedado en desuso durante el menemismo, y porque el sector más dinámico de la economía argentina, aquel que en gran medida explica el crecimiento de la misma -el vinculado con la exportación de productos primarios, sobre todo de soja- es un sector en el que pocas empresas concentran la mayor parte del ingreso y además es poco generador de empleo.
Pero si no se ha avanzado en una mayor distribución del ingreso desde la aplicación del nuevo modelo (son conocidos las nefastas consecuencias de la devaluación, que produjo una caída del 25% en los salarios reales, el deterioro más grande de los últimos 25 años, mientras que la población bajo la línea de pobreza pasó del 38% en octubre de 2001 a 53% en mayo de 2002) las raíces de tal estado de situación deben buscarse en la composición y los intereses de la alianza de clases que sostienen al actual gobierno. A la cabeza del bloque hegemónico encontramos a la élite exportadora relegando, como hemos mencionado, al sector financiero y a las empresas privatizadas, y confinando a una posición de subordinación absoluta al muy golpeado sector de pequeñas y medianas empresas. A diferencia de lo que sucedía en el primer Peronismo, el fomento del mercado interno no es una política que tenga que ver con los intereses de la fracción de clase que lidera el bloque hegemónico; y al respecto es muy claro un estudio de la Fundación Mediterránea (uno de los think tanks que en los '90 apoyó el modelo de Convertibilidad y hoy se encuentra entre los adherentes del modelo del dólar alto): "La diferencia entre los efectos pro-inversión de impulsar las exportaciones antes que priorizar la sustitución de importaciones son claros. En el último caso se generarían inversiones para servir un mercado de 37 millones de personas, la mitad de las cuales dispone de ingresos inferiores a $ 250 por mes. El incentivo en este caso sería desarrollar inversiones de pequeña escala, que redundarían en una baja productividad laboral y bajos salarios reales, condenándonos a un círculo vicioso de baja productividad-bajos salarios-mercado pequeño, que requeriría mantener altos niveles de protección en el mercado doméstico sin chances de lograr una competitividad externa genuina. Lo contrario ocurriría en el caso de incentivar las exportaciones antes que el mercado doméstico. Las exportaciones ofrecen una mayor rentabilidad a la inversión y esta a su vez permite una mayor capacidad productiva y una mayor productividad para servir grandes mercados externos más competitivos".
Son los nuevos actores sociales de esta comedia, los que lideran el modelo "de la producción y el trabajo", quienes sostienen un mercado interno descompuesto.

Los sectores populares

Sin embargo no dejan de ser ciertos los aumentos de los salarios nominales anunciados con bombos y platillos por el gobierno; pero estos deben ser evaluados en su justo término.
Antes de la última dictadura militar los trabajadores constituían un sector sumamente homogéneo: en 1970 el 73% de los trabajadores eran asalariados y la gran mayoría estaban en blanco. En aquel momento una renegociación salarial mediante convenios colectivos abarcaba a la gran mayoría de la población ocupada. Pero la dictadura y los gobiernos subsiguientes intensificaron un proceso que había comenzado años atrás: el proceso de heterogeneización de la clase trabajadora. Hoy en día encontramos una gran variedad de categorías dentro del sector trabajador: los trabajadores en blanco incluyen a trabajadores autónomos, a trabajadores estatales, a trabajadores tercerizados y a trabajadores plenamente reconocidos por la empresa; los trabajadores en negro incluyen a los asalariados que no realizan aportes (que constituyen una fracción muy pequeña) y a aquellos que no tienen ninguna continuidad en su actividad (que viven de "changas"). De todas las categorías mencionadas, el aumento salarial incluye únicamente a los trabajadores en blanco plenamente reconocidos por la empresa (que constituyen el 20.6% de la masa de trabajadores dentro del mercado laboral). Es decir, aquello que en las tapas de los diarios aparece como un avance en el mejoramiento del nivel de vida de los sectores populares en realidad tiene un alcance sumamente limitado. Asimismo, la suba del empleo formal no se debe a la creación de nuevos empleos sino principalmente al blanqueo de personal en negro y, dicho sea de paso, este no es tampoco un blanqueo general sino que únicamente abarca a algunos pocos sectores (el blanqueo de trabajadores de la construcción explica buena parte de esto, y tiene que ver con que las empresas de construcción fueron contratadas por el Estado para llevar a cabo obras públicas y para dicho fin debieron blanquear buena parte de sus trabajadores).
El gobierno de Kirchner no ha reeditado la alianza de clases propia del Peronismo: sectores trabajadores y burguesía nacional que produce para el mercado interno. Aquella se dio en una particular coyuntura histórica sumamente diferente de la actual e imposible de ser recreada. La burguesía nacional productora de bienes a ser consumidos en el mercado interno es hoy un actor de muy escaso peso en la arena política. Los sectores que conforman la hoy autodenominada "burguesía nacional" -que son el principal sustento del gobierno de Kirchner- no tienen interés en el fomento del mercado interno porque sus tasas de ganancias se explican en los mercados internacionales y no en el mercado interno, es decir, no precisan de un mercado interno fuerte en términos de consumo ya que sus ganancias no se realizan ahí.
Por último el sector de los trabajadores con los que se ha aliado el gobierno está compuesto por una pequeña fracción representada por los sindicatos: trabajadores en blanco plenamente reconocidos por la empresa, quienes son beneficiados por la recomposición salarial que ofrece el gobierno nacional. El cuadro lo completan los sectores piqueteros afines al Kirchnerismo que en efecto han recibido ciertos beneficios.

Algunas conclusiones

Es cierto que, en términos estadísticos, hay un crecimiento de la economía luego de la caída en el pozo en 2001; es cierto que el mismo ha repercutido en cierta recomposición del ingreso de los sectores populares al haber una determinada recomposición salarial (que en realidad es menor a la inflación: si a nivel general los salarios nominales aumentaron un 45,9% desde diciembre de 2001, los precios lo hicieron en un 74,1%), al haber bajado el desempleo (aunque tengamos en cuenta la distorsión en los datos que implica que las estadísticas oficiales consideran como ocupado a quien recibe un plan Jefes y Jefas de Hogar) y al tomar en cuenta ciertos beneficios otorgados a un sector -minoritario, afín al Kirchnerismo- de los trabajadores desocupados.
Sin embargo, el acentuado énfasis que se coloca en la exposición mediática de estos "logros" busca opacar los límites estructurales del proyecto político oficial. El mejoramiento de la economía reside en el excepcional momento por el que atraviesan las exportaciones -insostenible en el mediano plazo- y las mismas se concentran en unas pocas empresas (además, la renta de esa exportación no es redistribuída de manera progresiva).
Analizando detenidamente las estadísticas -y lo que ellas ocultan- concluiremos que la porción de la torta que se ha repartido es muy pequeña; no podría ser de otra manera. Las ganancias que obtienen los sectores hegemónicos son altamente compatibles con la existencia de una clase trabajadora con altos índices de desocupación y subocupación, y perceptora de bajos salarios; esas son las características del capitalismo: la privación a cada vez un número mayor de personas de los medios necesarios para subsistir. Hoy día el capitalismo expulsa -tal vez más salvajemente que nunca antes en su breve historia- a un número cada vez más grande de personas del mercado laboral (tanto aquí como en las sociedades del llamado "primer mundo"). Y el Kirchnerismo y el modelo de "dólar alto" no son otra cosa que la modalidad específica que hoy toma el capitalismo en nuestro país.
En conclusión, la introducción del modelo de "dólar alto" pudo dotar al sistema de dominación de un fundamento para su legitimidad y así recomponer las bases de sustentación de la hegemonía de las clases dominantes frente a los anárquicos pero genuinos embates de los sectores subordinados de diciembre del 2001. Diciembre de 2001 (y la pervivencia de esa grieta hasta hoy día) marcó una voz de alerta: era necesaria una reestructuración que pudiera poner fin a la crisis en la que la estructura social argentina y el modelo de acumulación se encontraban inmersos. Esa reestructuración se dio -devaluación mediante- y la hegemonía burguesa fue recompuesta en un nuevo modelo económico (naturalmente capitalista), pero manteniendo una misma estructura social heterogénea, desarticulada y pauperizada -estructura con una desigualdad característica del capitalismo-. En este contexto se inscribe el actual gobierno, que más allá de su potente discurso poco está haciendo para revertir esa compleja estructura de pobreza y marginación.




 

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