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Contribuciones
al debate sobre actualidad nacional
"Hegel dice en alguna parte que todos los grandes
hechos y personajes
de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces.
Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa".
Karl Marx. "El 18 brumario de Luis Bonaparte".
Tragedia
El gobierno de Kirchner aparece hoy con el ropaje del viejo peronismo.
Toda una simbología conocida ha reaparecido en virtud de la "vuelta"
que el "Peronismo de Perón" habría hecho en los
últimos años en el Estado. Sin embargo, aquello que había
terminado como tragedia en 1955, se aparece en estos días como
una verdadera farsa. Tomemos algunos aspectos del primer gobierno de Perón
y tratemos de analizar y comparar, después, el modelo económico
llevado adelante por la presente gestión de gobierno.
El modelo socioeconómico de Perón tuvo en sus comienzos
un marco internacional altamente favorable. Los primeros años de
post-guerra trajeron como consecuencia un aumento considerable de la demanda
mundial de productos agrarios (produciendo la suba de de los precios internacionales
de las materias primas) que favoreció la entrada de los productos
agropecuarios argentinos en Europa; mercancías que desde siempre,
fueron el motor de la economía argentina. Dicha ganancia (producida
por la extraordinaria renta de la tierra, dadas las condiciones de fertilidad
naturales del suelo argentino) era redistribuída directamente por
el Estado a través de una institución, el IAPI, que derivaba
ingresos hacia los sectores industriales urbanos; los cuales, además,
debían importar insumos y bienes de capital como combustibles y
maquinarias. Este modelo de industrialización por sustitución
de importaciones (ISI) fácil dependía de una fuerte intervención
del Estado que aseguraba la ampliación del mercado interno, las
mencionadas subvenciones a la industria, la planificación estatal
de los planes quinquenales y la nacionalización de las empresas
estratégicas en la producción como las energéticas
y de transportes.
La alianza que mantuvo este modelo fue muy amplia y abarcó a casi
todos los sectores de la burguesía nacional; sin embargo, los nuevos
beneficiados con esta política fueron las pequeñas y medianas
empresas y los sectores trabajadores. Su política económica
de tipo Keynesiana (aunque con disidencias ante los ciclos económicos),
que partía de una ampliación de la demanda efectiva, necesitaba
de un mercado interno expansivo y, por tanto, de un poder adquisitivo
mayor. Con una sociedad con pleno empleo, los números de la década
(1945-1955) informan que el salario real subió un 56%, y que el
nivel de vida subió considerablemente. La clase trabajadora vio
cumplirse muchísimas de sus reivindicaciones históricas
y avanzó en múltiples cuestiones.
Sin embargo, el destino trágico del período mostró
en 1955 la traición de Perón con su renuncia a pelear por
no ser destituido y su alejamiento de la política nacional, dándole
la espalda a la masa de los trabajadores que hubieran puesto el cuerpo
por un gobierno que consideraban popular. Cuando las opciones de la alianza
policlasista que representó el Peronismo se debatían entre
profundizar la importancia de la clase obrera como sustento principal
de un proyecto político -en un momento particular en el que los
apoyos de las clases burguesas eran cada vez más tibios- o, por
otro lado, dejar al Peronismo a merced de los designios de la gran burguesía
que finalmente optó por derribarlo, ahí quedó claro
que la esencia del Peronismo no era revolucionaria ni tampoco buscaba
desprenderse de la tutela burguesa para convertirse en un proyecto netamente
de la clase obrera. Cuando las opciones eran las mencionadas la salida
fue la resignación ante el golpe de Estado.
Sin embargo -y aquí reside una de las complejidades del Peronismo
como fenómeno político- con todas sus limitaciones, el Peronismo
constituyó un avance de los trabajadores en materia salarial, laboral
y social.
50 años más tarde: la crisis
A fines del 2001 el modelo de Convertibilidad estaba agotado. El constante
flujo de divisas que hacía posible mantener la ficticia paridad
cambiaria se agotó: uno a uno fueron mermando los recursos que
proveían los dólares necesarios. Se había intensificado
por un lado la constante fuga de capitales que años antes habían
realizado fabulosos negocios gracias a las cuantiosas ganancias que la
Convertibilidad les hacía posible; asimismo, la privatización
de empresas del Estado era ya un recurso acabado para el suministro de
divisas dado que, simplemente, ya no había más empresas
que privatizar; por otra parte los mercados financieros mundiales, observando
la evidente imposibilidad de las arcas del tesoro nacional de hacer frente
a sus compromisos externos, optaron por dejar de proveer a la Argentina
de dólares (ya sea en forma de préstamos -que engrosaron
enormemente durante toda la década la deuda externa- o inversiones).
Finalmente, el último de los factores proveedores de divisas durante
los '90 -las exportaciones de origen agrario- no podía abastecer
por sí solo el caudal necesario para sostener la paridad cambiaria.
A fines del 2001 el modelo de Convertibilidad ya no ofrecía más
posibilidades de acumulación para ninguna de las fracciones de
la burguesía que tan enfáticamente lo habían sostenido.
A fines del 2001 el modelo de acumulación y el sistema político
todo fue jaqueado desde abajo por un estallido social que recordó
a las clases dominantes la urgencia de una reestructuración profunda
que recompusiese las bases de legitimidad de un sistema en crisis.
Frente al objetivo agotamiento del modelo de Convertibilidad -hostigado
"por abajo" desde el estallido social de diciembre del 2001
y "por arriba" por las distintas fracciones de la burguesía-
se avizoraban dos salidas posibles defendidas cada una por un sector de
la burguesía: la dolarización de la economía argentina
y la devaluación. Por la primera de las dos -la que hubiera mantenido
el esquema de ganadores y perdedores de la década del '90- se pronunciaban
el sector financiero y las empresas privatizadas; por la segunda el autodenominado
"empresariado productivo", compuesto por aquellos sectores que
componen el núcleo de la oferta exportadora del país: los
grupos económicos -tanto nacionales como extranjeros- vinculados
al sector primario de la economía (agro, petróleo y derivados,
minería), así como aquellos relacionados con los sectores
más poderosos de la industria manufacturera. A este último
se le hace muy difícil competir en los mercados internacionales
si el precio de los productos que oferta está dolarizado. La relación
de fuerzas en aquel momento fue favorable a "los sectores de la producción"
y el peso fue devaluado.
Farsa
"Mi gobierno pondrá fin a la alianza del poder político
con el poder financiero, que perjudicó al país, para sustituirla
por una alianza con la comunidad productiva" afirmó Duhalde
el 5 de enero del 2002, tres días después de haber asumido
como presidente. El 7 fue el fin de la Convertibilidad: el dólar
oficial pasó a valer $1.40 para comenzar su escalada durante los
meses siguientes. El modelo del "dólar alto" produjo
una reestructuración al interior de las clases dominantes: el "empresariado
productivo" desplazó del centro de la hegemonía al
sector financiero y a las empresas privatizadas.
A partir de aquí un nuevo modelo económico se fue configurando
a partir de múltiples factores. Como en 1945, el precio de los
productos agropecuarios está en niveles altos: la explosión
demográfica del lejano oriente y el boom de la economía
china que necesitan alimentos, y cuestiones que hacen al cambio en los
hábitos alimenticios (como el auge de la soja que, además
es muy efectiva para alimentar al ganado) confluyeron para que los beneficios
de los sectores del campo sean verdaderamente extraordinarios.
Argentina, una vez más, tiene cuantiosos ingresos provenientes
de las pampas fértiles, y el Estado se apropia una parte de esos
ingresos mediante las retenciones a las exportaciones. La histórica
pregunta ante eso es y ha sido ¿Qué hacer con el excedente
del agro?
Como señalan analistas económicos, Argentina posee un doble
superávit: superávit comercial, ya que las exportaciones
superan a las importaciones, y superávit fiscal primario, proveniente
de las retenciones a las exportaciones al campo y del aumento en la recaudación
del IVA, impuesto al consumo, por la creciente inflación (recordemos
que la base impositiva del IVA está conformada por los precios
a consumidor final), y por el ajuste nacional y provincial producido por
un congelamiento del gasto fiscal que no ha aumentado su presupuesto para
salarios, salud, educación, etc; o los ha aumentado en una proporción
bastante menor a la inflación.
¿Qué hacer con el excedente del agro? ¿Qué
hacer con el superávit fiscal? Ya vimos cuál fue la respuesta
del primer Peronismo a esa pregunta, veamos cuál es la respuesta
de nuestro presidente.
El consenso
Luego del enérgico apoyo brindado por los sectores exportadores
a los cambios implementados desde principios de 2002, la tarea para la
alianza política en el gobierno consistía en conseguir el
visto bueno de los sectores de la burguesía que en un principio
aparecían como los principales opositores al nuevo modelo económico.
Para la consecución de tal fin varios de los "perdedores"
del modelo del dólar alto fueron debidamente compensados y así
fueron recuperando terreno desde principios del 2002. La lucha entre las
distintas fracciones de la burguesía se halla hoy en niveles sumamente
tolerables -sobre todo si comparamos el período actual con otros
períodos históricos- y se enmarca en conflictos dentro del
bloque hegemónico y no en la conformación o en el intento
de conformación de alianzas alternativas a la hoy dominante.
El gobierno de Kirchner ha recibido y recibe un sinfín de críticas,
pero al analizar puntillosamente el foco de las mismas deducimos ciertas
características del bloque hegemónico y de su estado de
situación hoy día. El gobierno recibe fuertes cuestionamientos
en lo que respecta a su reacción frente a la protesta social (muchas
veces se le achaca falta de dureza); en lo que respecta a la política
de derechos humanos (se lo acusa de tener "memoria parcial"
o de "setentismo" -extraña palabra hoy tan de moda-);
en lo que respecta a la tendencia a la centralización del poder
y al y la intolerancia frente a la disidencia, y también en lo
que tiene que ver con la postura del gobierno frente a los organismos
de crédito, entre tantas otras cosas. Pero es al menos llamativo
que el modelo económico que el gobierno de Kirchner lleva adelante
(exactamente el mismo que comenzó por aplicar Duhalde) no sea objeto
prácticamente de críticas que lo cuestionen en sus fundamentos
más básicos: los distintos sectores económicos así
como los medios de comunicación no realizan ninguna crítica
sustancial a la política económica del gobierno.
En efecto, el cambio de modelo recompuso la legitimidad del dominio burgués
luego de la crisis del 2001; la burguesía necesitaba una pronta
respuesta frente al fuerte cuestionamiento -que pudo ser más o
menos conciente, más o menos profundo- a la estructura social por
parte de los sectores populares de diciembre de 2001. En ese sentido,
dicha reestructuración fue funcional a todas las fracciones de
la burguesía. Pero por otro lado, si bien hemos dicho que la implementación
del nuevo modelo produjo un desplazamiento de aquellos sectores que más
se habían beneficiado con las políticas del menemismo (sector
financiero y empresas privatizadas) para ser suplantados en la posición
hegemónica por el "empresariado productivo" (la elite
exportadora), debe aclararse que luego del shock devaluatorio, los primeros
recuperaron parte del terreno perdido: el doble superávit con el
que hoy cuenta el país (del que hablábamos en el comienzo)
fue y es utilizado en función de ese objetivo. El superávit
no sirve únicamente a los efectos de sostener el dólar a
$3, sino también para solventar la generosa compensación
recibida por los bancos por la "pesificación asimétrica"
y para los igualmente generosos subsidios distribuídos a las empresas
privatizadas, quienes además recuperaron parte de la rentabilidad
perdida al caer los costos laborales ("pesificación"
de los salarios -el costo laboral desde enero del 2002 cayó en
un 9.2%-), al disminuir el monto de ciertas obligaciones contractuales
("pesificación" de las mismas) y de la inversión
y al recomponerse la demanda (no la de los sectores populares sino la
del llamado "consumo productivo"). Asimismo, el superávit
fiscal sostiene la devolución de favores a las provincias (que
le han otorgado al gobierno la mayoría en ambas cámaras)
mediante el otorgamiento de partidas presupuestarias para obras públicas
y, por último -y sobre todo- garantiza el pago de la deuda externa,
reestructurada con los organismos internacionales, asegurando de esta
manera el crédito internacional a los grandes empresarios y manteniendo
la conformidad de ambos sectores.
Además ciertas ramas de la producción industrial que producen
para el mercado interno se vieron beneficiadas por una tibia sustitución
de importaciones y, desde ya, al igual que las empresas privatizadas,
por la "pesificación" de los salarios.
Entonces, tanto por haber reestructurado y otorgado una nueva legitimidad
al sistema de dominación, como por el hecho de que los sectores
que en los '90 ocupaban el centro de la hegemonía luego de ser
desplazados recuperaron finalmente parte del terreno perdido, podemos
afirmar que, más allá de ciertas fisuras que todavía
no han tomado la forma necesaria como para esbozar un análisis
del todo preciso (como por ejemplo el actual conflicto con el campo por
las retenciones a las exportaciones o por el precio de la carne), el actual
modelo económico goza de un amplio consenso al interior de las
clases dominantes.
Opacidades de la legitimidad
El nuevo modelo económico es sostenido en el plano discursivo
apelando, entre otras cosas, al formidable crecimiento de la economía
argentina, crecimiento que alcanza la cifra del 9% anual, y que supera
el 5 o 6% por el que rondan las economías más poderosas
del planeta. Sin embargo este crecimiento no ha sido suficiente para recomponer
el tan deteriorado ingreso de los sectores populares, la idea de que las
riquezas acumuladas por los sectores que se hallan en la cúspide
de la pirámide social se derramarán hacia el resto de la
sociedad se muestra nuevamente como un imposible. Asimismo, tampoco se
ha avanzado hasta aquí en un proceso de industrialización
de la economía; muy por el contrario, la tibieza de la actual etapa
de sustitución de importaciones y de recuperación de la
actividad industrial se ha basado en una mayor utilización de la
capacidad ociosa ya instalada -capacidad relegada durante el modelo desindustrializador
de los '90 y ahora, con el peso devaluado, con mayores posibilidades de
rentabilidad.
Por otra parte, el auge de las exportaciones que siguió a la implementación
del "modelo de dólar alto" contiene una importante limitación:
las líderes exportadoras del país (muchas de las cuales
son propiedad de grandes grupos económicos de capital nacional
y extranjero fuertemente transnacionalizados en términos productivos,
comerciales y financieros -no obstante lo cual, se presentan como la "burguesía
nacional"-) pasaron de explicar casi el 69% de las exportaciones
totales en 2001 a más del 82% en 2003; y esta tendencia no se ha
revertido. Las ganancias de las 100 empresas más importantes aumentaron
en un 53% entre 2004 y fines del 2005, y esas riquezas no se derraman
-ni siquiera gotean- sobre el resto de la sociedad.
Aquello que se presenta como el "modelo de la producción y
el trabajo" no parece adecuarse tanto a su pomposa nominación:
porque no se ha avanzado en una política real de industrialización
sino que simplemente volvió a ser utilizada parte de la capacidad
que había quedado en desuso durante el menemismo, y porque el sector
más dinámico de la economía argentina, aquel que
en gran medida explica el crecimiento de la misma -el vinculado con la
exportación de productos primarios, sobre todo de soja- es un sector
en el que pocas empresas concentran la mayor parte del ingreso y además
es poco generador de empleo.
Pero si no se ha avanzado en una mayor distribución del ingreso
desde la aplicación del nuevo modelo (son conocidos las nefastas
consecuencias de la devaluación, que produjo una caída del
25% en los salarios reales, el deterioro más grande de los últimos
25 años, mientras que la población bajo la línea
de pobreza pasó del 38% en octubre de 2001 a 53% en mayo de 2002)
las raíces de tal estado de situación deben buscarse en
la composición y los intereses de la alianza de clases que sostienen
al actual gobierno. A la cabeza del bloque hegemónico encontramos
a la élite exportadora relegando, como hemos mencionado, al sector
financiero y a las empresas privatizadas, y confinando a una posición
de subordinación absoluta al muy golpeado sector de pequeñas
y medianas empresas. A diferencia de lo que sucedía en el primer
Peronismo, el fomento del mercado interno no es una política que
tenga que ver con los intereses de la fracción de clase que lidera
el bloque hegemónico; y al respecto es muy claro un estudio de
la Fundación Mediterránea (uno de los think tanks que en
los '90 apoyó el modelo de Convertibilidad y hoy se encuentra entre
los adherentes del modelo del dólar alto): "La diferencia
entre los efectos pro-inversión de impulsar las exportaciones antes
que priorizar la sustitución de importaciones son claros. En el
último caso se generarían inversiones para servir un mercado
de 37 millones de personas, la mitad de las cuales dispone de ingresos
inferiores a $ 250 por mes. El incentivo en este caso sería desarrollar
inversiones de pequeña escala, que redundarían en una baja
productividad laboral y bajos salarios reales, condenándonos a
un círculo vicioso de baja productividad-bajos salarios-mercado
pequeño, que requeriría mantener altos niveles de protección
en el mercado doméstico sin chances de lograr una competitividad
externa genuina. Lo contrario ocurriría en el caso de incentivar
las exportaciones antes que el mercado doméstico. Las exportaciones
ofrecen una mayor rentabilidad a la inversión y esta a su vez permite
una mayor capacidad productiva y una mayor productividad para servir grandes
mercados externos más competitivos".
Son los nuevos actores sociales de esta comedia, los que lideran el modelo
"de la producción y el trabajo", quienes sostienen un
mercado interno descompuesto.
Los sectores populares
Sin embargo no dejan de ser ciertos los aumentos de los salarios nominales
anunciados con bombos y platillos por el gobierno; pero estos deben ser
evaluados en su justo término.
Antes de la última dictadura militar los trabajadores constituían
un sector sumamente homogéneo: en 1970 el 73% de los trabajadores
eran asalariados y la gran mayoría estaban en blanco. En aquel
momento una renegociación salarial mediante convenios colectivos
abarcaba a la gran mayoría de la población ocupada. Pero
la dictadura y los gobiernos subsiguientes intensificaron un proceso que
había comenzado años atrás: el proceso de heterogeneización
de la clase trabajadora. Hoy en día encontramos una gran variedad
de categorías dentro del sector trabajador: los trabajadores en
blanco incluyen a trabajadores autónomos, a trabajadores estatales,
a trabajadores tercerizados y a trabajadores plenamente reconocidos por
la empresa; los trabajadores en negro incluyen a los asalariados que no
realizan aportes (que constituyen una fracción muy pequeña)
y a aquellos que no tienen ninguna continuidad en su actividad (que viven
de "changas"). De todas las categorías mencionadas, el
aumento salarial incluye únicamente a los trabajadores en blanco
plenamente reconocidos por la empresa (que constituyen el 20.6% de la
masa de trabajadores dentro del mercado laboral). Es decir, aquello que
en las tapas de los diarios aparece como un avance en el mejoramiento
del nivel de vida de los sectores populares en realidad tiene un alcance
sumamente limitado. Asimismo, la suba del empleo formal no se debe a la
creación de nuevos empleos sino principalmente al blanqueo de personal
en negro y, dicho sea de paso, este no es tampoco un blanqueo general
sino que únicamente abarca a algunos pocos sectores (el blanqueo
de trabajadores de la construcción explica buena parte de esto,
y tiene que ver con que las empresas de construcción fueron contratadas
por el Estado para llevar a cabo obras públicas y para dicho fin
debieron blanquear buena parte de sus trabajadores).
El gobierno de Kirchner no ha reeditado la alianza de clases propia del
Peronismo: sectores trabajadores y burguesía nacional que produce
para el mercado interno. Aquella se dio en una particular coyuntura histórica
sumamente diferente de la actual e imposible de ser recreada. La burguesía
nacional productora de bienes a ser consumidos en el mercado interno es
hoy un actor de muy escaso peso en la arena política. Los sectores
que conforman la hoy autodenominada "burguesía nacional"
-que son el principal sustento del gobierno de Kirchner- no tienen interés
en el fomento del mercado interno porque sus tasas de ganancias se explican
en los mercados internacionales y no en el mercado interno, es decir,
no precisan de un mercado interno fuerte en términos de consumo
ya que sus ganancias no se realizan ahí.
Por último el sector de los trabajadores con los que se ha aliado
el gobierno está compuesto por una pequeña fracción
representada por los sindicatos: trabajadores en blanco plenamente reconocidos
por la empresa, quienes son beneficiados por la recomposición salarial
que ofrece el gobierno nacional. El cuadro lo completan los sectores piqueteros
afines al Kirchnerismo que en efecto han recibido ciertos beneficios.
Algunas conclusiones
Es cierto que, en términos estadísticos, hay un crecimiento
de la economía luego de la caída en el pozo en 2001; es
cierto que el mismo ha repercutido en cierta recomposición del
ingreso de los sectores populares al haber una determinada recomposición
salarial (que en realidad es menor a la inflación: si a nivel general
los salarios nominales aumentaron un 45,9% desde diciembre de 2001, los
precios lo hicieron en un 74,1%), al haber bajado el desempleo (aunque
tengamos en cuenta la distorsión en los datos que implica que las
estadísticas oficiales consideran como ocupado a quien recibe un
plan Jefes y Jefas de Hogar) y al tomar en cuenta ciertos beneficios otorgados
a un sector -minoritario, afín al Kirchnerismo- de los trabajadores
desocupados.
Sin embargo, el acentuado énfasis que se coloca en la exposición
mediática de estos "logros" busca opacar los límites
estructurales del proyecto político oficial. El mejoramiento de
la economía reside en el excepcional momento por el que atraviesan
las exportaciones -insostenible en el mediano plazo- y las mismas se concentran
en unas pocas empresas (además, la renta de esa exportación
no es redistribuída de manera progresiva).
Analizando detenidamente las estadísticas -y lo que ellas ocultan-
concluiremos que la porción de la torta que se ha repartido es
muy pequeña; no podría ser de otra manera. Las ganancias
que obtienen los sectores hegemónicos son altamente compatibles
con la existencia de una clase trabajadora con altos índices de
desocupación y subocupación, y perceptora de bajos salarios;
esas son las características del capitalismo: la privación
a cada vez un número mayor de personas de los medios necesarios
para subsistir. Hoy día el capitalismo expulsa -tal vez más
salvajemente que nunca antes en su breve historia- a un número
cada vez más grande de personas del mercado laboral (tanto aquí
como en las sociedades del llamado "primer mundo"). Y el Kirchnerismo
y el modelo de "dólar alto" no son otra cosa que la modalidad
específica que hoy toma el capitalismo en nuestro país.
En conclusión, la introducción del modelo de "dólar
alto" pudo dotar al sistema de dominación de un fundamento
para su legitimidad y así recomponer las bases de sustentación
de la hegemonía de las clases dominantes frente a los anárquicos
pero genuinos embates de los sectores subordinados de diciembre del 2001.
Diciembre de 2001 (y la pervivencia de esa grieta hasta hoy día)
marcó una voz de alerta: era necesaria una reestructuración
que pudiera poner fin a la crisis en la que la estructura social argentina
y el modelo de acumulación se encontraban inmersos. Esa reestructuración
se dio -devaluación mediante- y la hegemonía burguesa fue
recompuesta en un nuevo modelo económico (naturalmente capitalista),
pero manteniendo una misma estructura social heterogénea, desarticulada
y pauperizada -estructura con una desigualdad característica del
capitalismo-. En este contexto se inscribe el actual gobierno, que más
allá de su potente discurso poco está haciendo para revertir
esa compleja estructura de pobreza y marginación.
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