Quijotesco
Rigoberto
Cuando en 1988 Mario Vargas
Llosa (Arequipa, 1936) publicó El elogio de la madrastra, pocos pudieron
advertir que tras esa breve novela se ocultaba una interesante propuesta
narrativa. Con la aparición de Los cuadernos de don Rigoberto (Alfaguara,
1997), mucho más ambiciosa y compleja que su predecesora, esta propuesta alcanza
su cabal desarrollo y podemos finalmente entender esta lúdica conjunción de
erotismo, fantasía, arte y prosa esmeradamente trabajada.
Los sucesos narrados en estos
Cuadernos... son muy simples. Después de la ruptura entre Rigoberto y
Lucrecia (narrada en Elogio... ) Fonchito comienza a visitar a su madrastra y
simultáneamente se inicia una extraña correspondencia amorosa entre los esposos,
la que sustenta la reconciliación de la pareja. Junto con estos acontecimientos,
el autor nos presenta abundante material proveniente de los cuadernos en los que
Rigoberto, en la soledad de su hogar, hace diversas anotaciones: comentarios a
libros y pinturas, reflexiones y teorías personales sobre los más variados
temas, relatos de sus fantasías eróticas, etc.
El contraste entre la anodina
vida diaria de Rigoberto, ejecutivo de una compañía de seguros, y el riquísimo
mundo de su fantasía nos remite al antecedente literario de Alonso Quijano. MVLL
juega con este referente ya desde los nombres de los personajes: don Quijote-don
Rigoberto, Dulcinea-Lucrecia, Sancho-Foncho. Las novelas de caballería han sido
reemplazadas aquí por literatura y pintura moderna., pero la dinámica es la
misma. El amor sigue siendo el elemento central; la mujer debe ser trasladada al
universo ficticio para ser amada. Y también Sancho-Foncho es el encargado de
poner la cuota de realidad necesaria para que se concrete esa
relación.
El paralelismo también se da en
aspectos estructurales, formales y hasta en el tono humorístico dominante. Como
don Quijote, Rigoberto reflexiona con mucha originalidad e ironía sobre una gran
variedad de temas (arquitectura, deporte, patriotismo). Ambas novelas, además,
incluyen material de muy diversa índole (narraciones, cartas, ensayos) y ponen
especial énfasis en las parodias y las sátiras. Pero en lo que más se acerca
MVLL a Cervantes es en el juego entre los diversos niveles de la ficción(entre
la fantasía pura y la realidad), al punto que muchas veces no sabemos si lo que
leemos pasó realmente o sólo es otro texto sacado de los cuaderno de
Rigoberto.
El origen de esta novela puede
encontrarse en la vieja admiración de MVLL por una cierta "literatura
literaria", que estaría representada por las obras de Borges, Nabokov y algunos
otros autores. Una literatura "enteramente construida a partir de las
literaturas preexistentes y de un exquisito refinamiento intelectual y verbal",
según nos explica en La verdad de las mentiras, y que exige un lector
"que considere sus misterios, trate de resolver sus acertijos, desentrañe sus
alusiones y reconozca las parodias y pastiches de su hechura". En ese mismo
texto –un comentario a Lolita de Nabokov- encontramos otros elementos que
MVLL retomaría para su novela: "una burla incesante de instituciones,
profesiones y quehaceres... una crítica feroz de la clase media, una sátira de
su mal gusto, de la ingenuidad de sus ritos y de la inconsistencia de sus
valores". Todo esto está presente en Los cuadernos... aunque no con la
consistencia o la resolución que el autor hubiera deseado.
Es largo el recorrido que ha
llevado a este escritor desde su inicial propuesta de una "novela total"
-término de estirpe flaubertiana con evidentes resonancias sociológicas, pero
tomado seguramente de Lukacs- hasta la "literatura literaria", escrita con
"ironía y distanciamiento, desde un refugio de ideas, libros y fantasías". Un
recorrido paralelo al que lo llevó de ser un marxista pro-cubano a convertirse
en uno de los más radicales intelectuales liberales del mundo de habla hispana.
No es extraño que Rigoberto resulte finalmente la encarnación más pura del
liberalismo y la individualidad, incluso en sus problemas personales: su soledad
raigal, su falta de solidaridad y de comunicación hasta con sus parientes más
cercanos. Problemas apenas compensados por una libertad y un hedonismo que
muchas veces resultan contradictorios.
Extraña mezcla de Cervantes y
Nabokov, Los cuadernos de don Rigoberto es, antes que nada, un complejo y
ambicioso ejercicio de estilo, una muestra más del peculiar sentido del humor y
del dominio de la prosa de su autor. Una novela que, sin llegar a estar entre lo
mejor que ha escrito MVLL, no desentona en absoluto dentro de su notable
trayectoria literaria.
Cartas a un novelista
A poco tiempo de la polémica
desatada por su libro La utopía arcaica, Mario Vargas Llosa (Arequipa,
1936) vuelve a incursionar en el ensayo literario con Cartas a un
novelista (Ariel, 1997), un texto breve y en el que a través de la ficción
de una serie de cartas, con las que el autor responde a las inquietudes de un
joven aspirante a novelista, se pasa revista a las diversas instancias de la
creación literaria –más específicamente de la narrativa-, desde el origen de la
vocación del escritor hasta aspectos estrictamente técnicos.
No son ideas nuevas las que
expone aquí el novelista (el primer capítulo es bastante similar al texto que
leyó en un reciente encuentro de narradores realizado en Lima); por el
contrario, este libro es una especie de resumen de algunas conclusiones a las
que ha llegado a lo largo de su también importante labor como crítico. Pero esta
vez en lugar de los acuciosos y controversiales estudios sobre autores
específicos (Flaubert, García Márquez o José María Arguedas) nos entrega
reflexiones mucho más generales y en una forma bastante más cercana a la
creación literaria tanto por su carácter ficcional como por el estilo
empleado(similar al de El elogio de la madrastra) o el frecuente empleo
de parábolas -la de la solitaria, la del catoblepas- para graficar sus puntos de
vista.
Así, aparece desde el principio
toda la terminología acuñada por Vargas Llosa para describir el fenómeno de la
creación literaria: la predisposición a fantasear (ya sea personas, situaciones
o anécdotas) la elección personal y su insatisfacción con el mundo, la teoría de
los demonios, el poder de persuasión de las ficciones, la coherencia y el
carácter necesario del estilo. En el extremo opuesto, los capítulos finales
están dedicados a tres de las técnicas narrativas predilectas del autor, que él
mismo ha contribuido a desarrollar con sus novelas: el dato escondido, las cajas
chinas y los vasos comunicantes.
La parte central del libro, y
también la más extensa, está constituida por cuatro capítulos dedicados a los
aspectos estructurales de la novela, "esa artesanía que sostiene como un todo
armónico y viviente las ficciones que nos deslumbran" (p. 61). En "El narrador
(El espacio)" se revisan las diversas alternativas que se presentan al escoger
narrador (primera, segunda y tercera persona) y las relaciones de estos
narradores con el espacio creado por la novela. El siguiente capítulo se ocupa
de lo relacionado con el tiempo en la ficción (el punto de vista temporal y el
tiempo como construcción narrativa). Estas reflexiones se complementan con otras
dedicadas a "El nivel de realidad" –los múltiples grados intermedios entre la
realidad y la fantasía- y a "las mudas y los saltos cualitativos, una visión de
las infinitas combinaciones y transformaciones que se pueden dar en los tres
aspectos anteriores.
No sorprende este interés en
los elementos estructurales de la novela, algo notorio en toda la obra de Vargas
Llosa; ni tampoco la importancia concedida a los saltos y mudas entre los
diversos niveles de realidad, característica patente en libros como La
historia de Mayta o Los cuadernos de Don Rigoberto. En esta última
novela, los continuos saltos entre estos niveles adoptan un carácter análogo al
de los laberintos literarios propios del manierismo y del barroco. Esto, sumado
a las citas implícitas y las parodias, nos llevó a calificar a Los cuadernos...
de literatura "literaria" y completamente opuesta a la propuesta de "novela
total" de sus primeras obras. Algo que se confiesa abiertamente en Cartas a
un novelista, en donde se afirma "el carácter inevitablemente parcial de
todo discurso narrativo" (p. 169).
El filósofo David Sobrevilla ha
señalado que esta reformulación de las ideas de Vargas Llosa sobre la novela se
inicia en la década del 70, pero sólo a partir de los 80 es dominante en su
obra. Si las primeras novelas se caracterizan por su realismo, por su pretensión
de totalidad y por la imparcialidad e impasibilidad del autor al momento de
escribirlas; en la segunda etapa –que se iniciaría con La guerra del fin del
mundo- lo que importa es el carácter autónomo de la novela, su calidad de
"mentira verdadera" y la presencia cada vez más fuerte de las opiniones y puntos
de vista del autor dentro de la obra. Todos estos rasgos son determinantes en
Cartas a un novelista, que por eso se convierte en una especie de arte
poética de la novelística reciente de Vargas Llosa.
Y ese es precisamente el
principal atractivo de este libro, el presentarnos con un lenguaje agradable y
didáctico las reflexiones acerca del arte de la narración realizadas por uno de
los principales novelistas latinoamericanos de los últimos tiempos. Cartas a
un novelista es, aun cuando discrepemos con algunos de sus planteamientos,
un valioso e importante ensayo literario, y además un libro imprescindible para
todos aquellos que quieran iniciarse como cuentistas o
novelistas.
La
fiesta del Chivo
Después de los experimentos
narrativos que representaron El pez en el agua (1993) y Los cuadernos
de Don Rigoberto (1997), Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) vuelve a la
novela tradicional con La fiesta del Chivo (Alfaguara, 2000), un extenso
relato ambientado en República Dominicana durante el largo gobierno de Leonidas
Trujillo. El retrato de la fase final de esta dictadura, que concluyó con el
asesinato de Trujillo en 1961, y sus funestas consecuencias en la sociedad
dominicana son los temas de esta interesante novela recibida con muchas
expectativas en todo el mundo de habla hispana.
Tres relatos se entretejen
alternándose ordenadamente en los 24 capítulos de la novela. El primero de estos
relatos corresponde al reencuentro de Urania Cabral con su patria, con su
familia y con su padre (uno de los más leales colaboradores de Trujillo) después
de más de treinta años de exilio. La segunda historia es la de los últimos días
en la vida del dictador, su decadencia física y política; y la tercera es la de
los preparativos realizados por el grupo de conspiradores que finalmente
lograrían acabar con la dictadura. Cada una de estas historias da origen a
muchas otras a partir los recuerdos y relatos de los personajes que abarcan una
gran diversidad de sucesos y ambientes dando una mayor amplitud al retrato
histórico.
Pero esa amplitud dista mucho
del afán de "totalidad" de las primeras novelas de Vargas Llosa. En La casa
verde o Conversación en la catedral, había una evidente intención de
incluir en el texto la mayor cantidad de ámbitos geográficos, de estratos
sociales y hasta de mitos y formas de ver el mundo. En La fiesta... no
sucede lo mismo, pues todos los personajes, hasta los conspiradores, pertenecen
al círculo del poder, al entorno de Trujillo. Y eso se debe a que la intención
principal del autor –según él mismo ha declarado- es mostrarnos hasta que punto
"las dictaduras nos envilecen y encanallan a todos, incluso a los opositores y a
los neutrales".
Así, vemos en estas páginas
como el poder del dictador hace que se desarrollen los aspectos más oscuros y
negativos de cada uno de los personajes. Johnny Abes, un joven aficionado a
libros extraños, se convierte en el principal asesor de Trujillo y jefe del SIM
(Servicio de Inteligencia Militar), responsable de las torturas y asesinatos de
los opositores del régimen. Henry Chirinos, brillante abogado con una gran
debilidad por el alcohol, desperdicia su talento en darle un cierto marco legal
a los caprichos del presidente. A ellos se suman el teniente García Guerrero,
Agustín Cabral, Pupo Román, Pedro Livio Cedeño, todos ellos capaces de las
peores vilezas cuando son presionados por la dictadura.
Se trata de un tema que siempre
ha estado presente en la narrativa vargallosiana, el cuestionamiento del poder y
de las autoridades de todo tipo. Ese es precisamente el motivo de las
problemáticas relaciones que tienen sus protagonistas con sus padres, también de
sus cuestionamientos a la institución militar (La ciudad y los perros,
Pantaleón y las visitadoras) o su ya manifestado interés por los
gobiernos dictatoriales (Conversación en la catedral). Del
cuestionamiento a la autoridad, el narrador ha pasado a la apología de una
libertad –según el filósofo David Sobrevilla, bajo la influencia de pensadores
como Isaiah Berlin- que podría definirse como "la falta de trabas impuestas por
la autoridad (política, religiosa, social, moral) para que el individuo pueda
realizarse".
En los últimos años la libertad
ha sido vehementemente defendida por el narrador en numerosos ensayos,
conferencias, y hasta fue el nombre del partido político que fundara a fines de
los 80. En La fiesta... los personajes afirman varias veces que su
degradación es motivada precisamente por la falta de libertad: "Desde que se dio
cuenta en qué régimen vivía, a qué gobierno había servido desde joven y seguía
sirviendo aún se sentía un prisionero. Tal vez fue para librarse de la sensación
de tener todos los pasos controlados, todas las trayectorias y movimientos
trazados que la idea de eliminar a Trujillo prendió con tanta fuerza en su
cabeza" (p. 185)
El énfasis en estos temas hace
de ésta una "novela de tesis" y aunque simpaticemos con las ideas del autor, no
podemos dejar de recordar al Vargas Llosa de los primeros libros, el que
aspiraba a una objetividad narrativa "flaubertiana". O a aquel de novelas más
recientes como La guerra del fin del mundo (1981), que cuando introducía
sus opiniones y puntos de vista en las ficciones también cuestionaba la función
del narrador y la validez de las representaciones literarias. Cuestionamientos
característicos de gran parte de la narrativa latinoamericana a partir del
"boom" y especialmente de las novelas históricas, como ya ha señalado la
crítica. Sin estos aspectos críticos y autorreflexivos, la novela adquiere por
momentos un tono demasiado demostrativo y pedagógico.
Vargas Llosa vuelve a apelar a
su gran arsenal de recursos técnicos (vasos comunicantes, cajas chinas,
elementos escondidos...) pero los emplea de una manera mucho más mesurada,
tratando de no perder en ningún momento la atención del lector. A esto se suma
la prosa fluida y con una tendencia a la simpleza, y el que los acontecimientos
más truculentos y efectistas del relato (las inhumanas torturas y el asesinato
de los conspiradores, el sacrificio de la adolescente Urania para reivindicar a
su padre ante Trujillo) son dejados para los últimos capítulos. El resultado es
un libro que, con más de 500 páginas, pueda llegar a leerse de un solo
tirón.
La fiesta del
Chivo es, a pesar de lo enfático y
efectista, una muy buena novela, el esperado retorno de Vargas Llosa a las
grandes narraciones, a sus documentadas y bien elaboradas reconstrucciones
históricas. Puede significar el inicio de una nueva etapa en la obra de este
escritor, un reencuentro con las grandes mayorías de lectores, aquellos que no
pudieron seguir las sutilezas y complejidades de libros como La historia de
Mayta o Lituma en los Andes.
El Paraíso
en la otra esquina
Tres años después de la
publicación de La fiesta del Chivo, libro que lo llevó hasta la antesala
del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) vuelve a la novela con
El Paraíso en la otra esquina (Alfaguara, 2003), una ficción basada en
las vidas de la escritora francesa Flora Tristán -autora de Peregrinaciones
de una paria (1838) y otros libros- y su nieto el pintor Paul Gauguin. Dos
personajes que le permiten al narrador hacer un balance de los proyectos
utópicos del siglo XIX, sociales y artísticos, además de terminar de configurar
su nueva propuesta novelística, la de la plena madurez personal y
literaria.
Apelando a una estructura
narrativa ya empleada en otras de sus obras –La tía Julia y el escribidor
(1977), El hablador (1987), El pez en el agua (1990)- MVLL cuenta
las historias de sus dos protagonistas alternadamente: la de Flora Tristán
(1803-1844) en los capítulos impares y la de Gauguin (1848-1903) en los pares.
Los capítulos, todos fechados, abarcan sólo el último año de la vida de Tristán
y la década que el pintor pasó en la Polinesia; sin embargo, siguiendo el
principio estructurador binario, muchos episodios del pasado de los
protagonistas son "rememorados" paralelamente al presente de la narración. Así,
la estadía de Flora en Arequipa en 1833, aparece en el capítulo dedicado a su
visita a Marsella en julio de 1844. Lo mismo sucede con el conocido incidente
entre Gauguin y Van Gogh, ocurrido en Arles en 1888 pero aquí "enmarcado" en
julio de 1902.
Mediante este recurso, los
protagonistas son mostrados siempre en aquellos momentos en que lucharon con
mayor empeño y arriesgaron más para hacer realidad sus proyectos. El de Tristán
está dentro de los denominados socialismos utópicos (como los de Fourier y
Saint-Simon): la fundación de una sociedad en la que todos los seres humanos
disfruten de paz, justicia y libertad. Para lograrlo, ella viaja por todas
Francia e Inglaterra (donde conoce al propio Marx) buscando ganar la confianza y
el apoyo de los obreros y las mujeres, los más oprimidos. El proyecto de Gauguin
es de carácter estético y menos ambicioso, pues se limita a la búsqueda de
sociedades más primitivas que las europeas (occidentales en general), en las que
el arte aún mantenga el vínculo con la naturaleza y la religión. Esa búsqueda
lleva al pintor a pasar sus últimos años en Tahití y las islas Marquesas,
enfermo y pobre pero produciendo lo mejor de su obra artística.
Los proyectos de estos dos
personajes no sólo resultan opuestos complementarios (colectivo-individual,
futuro-pasado, político-estético) sino que también nos remiten a dos de los más
frecuentes blancos de las críticas vargasllosianas, tanto en su narrativa como
su ensayística: el revolucionarismo ingenuo y las utopías arcaicas. De ahí que
esta Flora Tristán resulte tan próxima al Mayta de La historia de Mayta
(1984) y que la trayectoria vital y "artística" de Gauguin tenga tantas
coincidencias con la de Raúl Zuratas, el protagonista de El hablador. Del
acartonamiento y esquematismo de sus antecesores se salvan los protagonistas del
El paraíso... por el hecho de ser personas reales, con un mayor grado de
humanidad y complejidad psicológica, además de una rica historia personal; pero
también por una actitud literaria diferente de parte del autor.
Donde se nota más este cambio
es en la propia posición del narrador en las novelas. En El hablador el
narrador era un personaje más (incluso se identificaba con el autor) y dentro de
la estructura del relato era el elemento opuesto al propio Zuratas. En El
paraíso... el narrador, en tercera persona, no participa en las acciones,
aunque se puede sentir su admiración por el entusiasmo y la valentía con que
tanto Tristán como Gauguin defienden sus proyectos utópicos. Incluso, en algunos
de los pasajes más intensos, el narrador adopta la segunda persona dirigiéndose
a los protagonistas como si fueran viejos amigos suyos: "¿Te habías arrepentido,
Florita, en estos once años...". Y esa es una de las pocas audacias que MVLL se
permite en esta novela signada por la mesura en el empleo de los recursos
técnicos y lo explícito de las ideas y propuestas del autor.
Si La fiesta del Chivo
anunciaba una nueva etapa en la obra de MVLL, un intento de reencontrarse con
aquellos lectores que no pudieron seguir las sutilezas y complejidades de
novelas como La historia de Mayta o Lituma en los Andes, El
paraíso... confirma esa tendencia y hasta la proclama a través de un
encendido elogio que hace Gauguin de Los miserables, la novela de Víctor
Hugo, "esa voluminosa historia que conmovía a toda Francia, de las porteras a
los duques, de las modistillas a los intelectuales, de los artistas a los
banqueros". El escritor peruano parece haber dejado de lado a sus queridos y
admirados Faulkner y Flaubert, que tan determinantes resultaron en buena parte
de su novelística, para asumir la narrativa de Víctor Hugo como nuevo paradigma
literario. Precisamente el proyecto en el que actualmente está trabajando MVLL
es un libro de ensayos sobre Los miserables.
Poniendo un mayor cuidado en
los elementos más visibles de la narración (la fluidez de la prosa y de la
trama, la psicología de los personajes), y dejando abierto el debate de los
temas de fondo (acerca de la vigencia de los proyectos utópicos del siglo XIX)
MVLL logra acercarse bastante a ese ideal de novela que pueda ser disfrutada por
igual por todo tipo de lectores. Los seguidores de su obra seguramente echarán
de menos el deslumbrante despliegue técnico de las primeras novelas, las
reflexiones metaliterarias que añadían interesantes niveles de lectura a libros
como La guerra del fin del mundo, o lo polémico de Lituma en los
andes. Eso no resta méritos ni interés a El paraíso en la otra
esquina, una muy buena novela que equilibra la calidad artística y la
capacidad comunicativa del texto, ratificando a su autor como uno de los
escritores de mayor vigencia e importancia de la actualidad.
Ceguera intelectual
A una Bagdag arrasada por los
bombardeos y el vandalismo llegó, en junio del 2003, Mario Vargas Llosa
(Arequipa, 1936) con la finalidad de escribir una serie de crónicas para El País
de España y otros importantes diarios. La visita duró dos semanas y dio origen a
ocho polémicas crónicas que el autor reunió en el libro Diario de Irak
(Aguilar, 2003) junto con otros artículos suyos sobre el tema. A un año de su
publicación, y a la luz de las verdades que hoy conocemos acerca de la invasión
de los norteamericanos y sus aliados a Irak, el libro se ha convertido en un
innegable caso de "ceguera intelectual", ese peculiar síndrome de algunos
escritores y pensadores cuyos rígidos esquemas mentales no les permiten ver las
verdades más evidentes.
Lo primero que describe MVLl de Bagdag es el
"activo comercio callejero" que ha convertido las calles de la capital iraquí en
"un pletórico bazar... en el que los bagdadíes compran con avidez..." Sólo seis
páginas más adelante el narrador se atreve a mencionar las huellas de la guerra:
"Los ministerios y entes estatales lucen sus fauces abiertas y sus vientres
vaciados por el impacto de las bombas estadounidenses... y por doquier aparecen
las viviendas, locales y edificios saqueados y quemados en el gran aquelarre
delictivo". La inversión del orden en que cualquier otro cronista hubiera
presentado esos dos aspectos se debe a que la prioridad de MVLl en este libro
era demostrar que la intervención militar fue, como se dice ya en el título del
prólogo, "El mal menor" ante los graves problemas que atravesaba
Irak.
Esa perspectiva más argumentativa que descriptiva rige estas
crónicas en las el autor vuelve a apelar a la estructura dual de muchas de sus
novelas para enfrentar aquellos elementos culturales que él considera negativos
(tradicionales, pasatistas) con aquellos otros positivos que anuncian la
"modernidad liberal". Así, a una fuerte crítica a la religiosidad musulmana
("Los creyentes") sigue una crónica en que se elogia, con un entusiasmo poco
verosímil, las actividades académicas en la Universidad Nacional de Bagdag; al
testimonio de un hombre torturado por los sicarios de la dictadura le sigue el
de un escritor amante de la literatura occidental, autor de una obra inspirada
en Shakespeare Y, por último, a la crónica dedicada a "Los Kurdos" le sigue una
entrevista con Paul Bremer, "El Virrey" (así lo llama el escritor)
norteamericano en Irak.
La alternancia entre lo malo y lo bueno es un
recurso discursivo tan lícito como cualquier otro; pero el paso de un extremo
valorativo a otro va acompañado en este caso de sospechosos cambios en los
criterios de validez de la información. Sobre los excesos de los militares
norteamericanos se dice: "hay rumores de que irrumpen en las casas y cometen
tropelías con el pretexto de buscar armas. Intenté comprobar algunos de estos
cargos, y siempre resultaron infundados". No se dice cómo realizó el escritor
tan eficiente labor detectivesca; la que no juzga necesaria cuando se trata de,
por ejemplo, la cifra de muertos y desaparecidos durante el gobierno de Hussein,
más de seis millones de personas: "...me parece improbable. Pero no importa,
estas exageraciones son más locuaces que los datos objetivos".
Hay muchos
ejemplos de falta de imparcialidad en el libro, como cuando a Morgana Vargas
Llosa, quien acompañó a su padre en este viaje en calidad de fotógrafa, le
impiden hacer tomas de un lugar sagrado musulmán (en el que éstas están
prohibidas), lo que para MVLl es una muestra de "fanatismo e incultura". Pero la
mejor prueba de la poca objetividad del autor es que ha preferido acompañar las
fotos de su hija no por las historias reales de los personajes y lugares
retratados sino por ficciones que repiten los prejuicios del narrador y apelan
de una manera demasiado evidente al sentimentalismo de los lectores. El rostro
de una niña da pie a una historia en la que tres niños mueren por la explosión
de una bomba casera fabricada por los terroristas.
Hoy sabemos que esas
denuncias de abusos de los militares norteamericanos, que en este libro tan
alegremente se desecharon, no sólo eran válidas sino que representaban apenas la
punta de un iceberg de excesos y crímenes. Estemos o no de acuerdo con las ideas
de su autor, con su fe ciega en las bondades de la democracia liberal, estas
crónicas resultan de una superficialidad y maniqueísmo que difícilmente podemos
encontrar en el resto de la amplia obra narrativa y ensayística vargasllosiana.
Diario de Irak es por eso un libro que seguramente será más apreciado
por los detractores y enemigos de MVLl que por sus admiradores y
seguidores.
La tentación
de Vargas Llosa
En paralelo a su valiosa obra
narrativa, Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) ha incursionado también en el
periodismo, el teatro y el ensayo. Entre estos géneros alternativos, el escritor
ha destacado especialmente en el campo del ensayo literario con libros como
García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua.
Flaubert y Madame Bovary (1975) y La verdad de las mentiras
(1990). Son obras que se alejan del discurso crítico vigente, de los métodos
interpretativos y la terminología especializada, para retomar la antigua
tradición del ensayo humanista. En esa línea se encuentra también La
tentación de lo imposible (Alfaguara, 2004) su recién publicado libro sobre
Los miserables (1862) de Víctor Hugo, el monumental retrato novelesco
de la sociedad francesa de principios del siglo XIX.
Vargas Llosa hace su
interpretación de esa novela, que leyó por primera vez en la adolescencia (y
sobre la que hasta ha dictado cursos universitarios), partiendo de sus conocidas
propuestas personales acerca de la creación literaria. Según ellas, el escritor
es un inconforme con el mundo en el que vive, y por eso crea otro
ficticio y hecho sólo con palabras. Pero por más realista que sea la
vocación del escritor, su mundo ficticio inevitablemente se diferencia
del real en algunas características sustanciales. Esas características son los
elementos añadidos, rasgos distintivos de cada autor, pues en ellos se
expresan sus demonios personales, sus más íntimas preocupaciones y
obsesiones.
Así, en la primera mitad de La tentación de lo
imposible se rastrean, de manera minuciosa y en cada uno de los estratos de
la novela (estructura, técnicas, personajes, constantes temáticas), esos
elementos añadidos por Víctor Hugo al universo de Los miserables. El
primero que se encuentra es la incontinencia verbal tanto del narrador,
"omnisciente, exuberante y ególatra", como de los personajes, que hacen extensos
discursos en cualquier ocasión y en desmedro de los diálogos y la verdadera
comunicación entre ellos: "El de Los miserables es un mundo de personas
confinadas en sus discursos, seres a quienes el frenesí oratorio ha vuelto
solipsistas", concluye Vargas Llosa.
Otros elementos añadidos encontrados
en el meticuloso examen son el transcurrir pausado del tiempo, el carácter
arquetípico de la mayoría de los personajes (el santo, el justo, el fanático),
el hecho de que casi ninguno tenga trabajo ni relaciones sexuales ("parecen
vacunados contra el sexo"), y la recurrente denuncia de los errores del poder
judicial y el sistema penitenciario, "los mayores responsables de las
iniquidades sociales" en esta ficción. Además, hay una serie de detalles y
recursos tomados del teatro: uso de disfraces, decorados aparatosos, gestos y
desplantes, el empleo escenográfico de luces y sombras.
Con esos datos
tan disímiles (algunos no pasan de ser "defectos" o simples modas literarias de
la época) era de esperarse un esfuerzo final de síntesis que concluya con una
interpretación original y novedosa del libro. Pero Vargas Llosa no llega a esa
síntesis, y en su lugar ha preferido hacer un análisis del extenso y pretencioso
Prefacio filosófico que Víctor Hugo escribió para la novela (pero que
no llegó a publicarse) en el que el escritor francés reflexiona sobre temas
abstractos como Dios, el universo, el bien y el mal. Un texto que le permite al
ensayista volver a sus ideas del escritor como un deicida y del
carácter subversivo de toda buena novela (porque hace a los lectores vivir lo
aparentemente imposible. Y también volver a contarnos la historia de las
prohibiciones que ha sufrido este género literario bajo los gobiernos
autoritarios y dictatoriales.
Ya encaminadas en esa dirección, las
conclusiones repiten casi punto por punto las del prólogo de La verdad de
las mentiras. Como sucedió en su anterior libro, Diario de Irak
(2003), Vargas Llosa deja de lado todas las observaciones hechas al objeto de
estudio (las consecuencias de la toma de Bagdag por las fuerzas aliadas, los
elementos añadidos en la novela de Víctor Hugo), para caer en la tentación de
sus propios prejuicios. Su lectura de Los miserables se convierte por
eso en un pretexto para continuar su obsesiva cruzada personal por la democracia
y el liberalismo: "(Los miserables no es) un libro anarquista ni socialista sino
liberal y socialdemócrata" remarca triunfante, pero sin llegar a
convencernos.
Sin dejar de ser un libro de interés, La tentación de
lo imposible no llega a estar a la altura de los ensayos literarios
publicados anteriormente por Vargas Llosa, quien esta vez ha dejado que el
compromiso político y la propaganda ideológica se antepongan al espíritu crítico
y la verdadera libertad intelectual.
LA
AVENTURERA Y EL INTELECTUAL
La nueva novela de Mario
Vargas Llosa, Travesuras de la
niña mala (Alfaguara, 2006), es básicamente una historia de amor que abarca
casi toda la vida de Ricardo Somocurcio y la “niña mala” (Lily, Madame Arnoux,
Otilia, etc.). Él está perdidamente enamorado de ella desde la adolescencia que
compartieron en el distrito limeño de Miraflores (“aquel verano fabuloso de
1950”); pero ella –menos emocional, más egoísta- sólo acepta ese amor
eventualmente, hasta que abandona a Ricardo por otro hombre con más dinero. Los
encuentros y desencuentros de la pareja, siempre bajo la misma dinámica, se
repiten a lo largo de 40 años y en diversos países, en los que ella se presenta
siempre con diferente nombre y nacionalidad.
Los desplazamientos
geográficos y las insólitas peripecias de la protagonista aproximan el relato a
la novela de aventuras. Después de todo, la “niña mala” es una aventurera que
pasa de un amante a otro: un líder revolucionario en la Cuba de Fidel, un
frívolo millonario en el “swinging London” de fines de los 60’s, un siniestro
mafioso en Tokio, etc. Ricardo, por el contrario, es un anodino hombre de letras
(escritor y traductor), radicado definitivamente en París, que siguiendo las
huellas de su amada descubre ambientes y personajes singulares a los que dedica,
en su condición de narrador, cada uno de los capítulos de la novela: El
guerrillero, El niño sin voz, Arquímedes, constructor de
rompeolas.
La opción por la aventura hace que la historia de amor
llegue pocas veces a lo melodramático, y que más bien prime en ella el interés
de la trama. El lenguaje es sencillo, sin adornos retóricos, pero trabajado con
precisión; lo mismo sucede con las técnicas narrativas y con los aspectos
temáticos. Por todo ello, y como anuncia el título, Travesuras... no
pertenece al conjunto de las novelas “realistas” de MVLL (esos amplios retratos
sociales que van desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del
Chivo) sino a aquellas otras novelas que el propio autor califica de
“literarias”, hechas en base a alusiones, parodias y pastiches que el lector
debe descifrar, y cuyo más cercano antecedente en la obra vargasllosiana es la
novela Los cuadernos de Don Rigoberto (1997).
Las primeras
reseñas han señalado que algunos de los nombres ocasionales de la niña mala
aluden a obras de Flaubert, Mishima y César Vallejo. En realidad casi todos los
nombres y episodios de la novela comparten ese rasgo, y el propio Ricardo da
“pistas” al respecto al mencionar constantemente libros y autores. A eso se
suman los guiños a la propia biografía del autor (la casa en el parisino “barrio
de la École Militaire”, p.e.) y aquellos detalles que indican, con humor e
ironía, que la novela (atribuida a Ricardo) tiene más de ficción que de
realidad, como ese encuentro casual de Ricardo y su amiga Martine, cuyos esposos
acaban de huir juntos, en “l’avenue de Suffren”.
No obstante, la novela
puede leerse simplemente como una fascinante historia de amor y de aventuras,
con acciones y picos dramáticos bien dosificados. O una revisión, más
irreverente y cáustica que reflexiva o rigurosa, de temas como el exilio, la
historia peruana de las últimas décadas (desde las guerrillas de los 60’s hasta
la violencia de los 80’s), los límites entre la realidad y la ficción; y el
propio lenguaje, a partir del cual definen sus identidades ambos protagonistas:
Ricardo como traductor, la niña mala por su habilidad para imitar los acentos
característicos de cada país de habla hispana. Travesuras de la niña
mala es una muy buena novela, un divertimento literario mucho mejor logrado
que Los cuadernos... o El elogio de la
madrastra.
Diccionario del amante de América
Latina
El más reciente libro de Mario Vargas Llosa, Diccionario del amante de América
Latina (Paidós, 2006), forma parte de una colección de obras similares
(todas tituladas Diccionario del
amante de…) dirigidas a los lectores europeos, para que descubran la
geografía, historia y cultura de otras regiones del mundo. Con este fin, MVLL ha
seleccionado y ordenado alfabéticamente cerca de 150 textos (o fragmentos) de su
amplia producción periodística, narrativa y ensayística, en los que aborda una
gran diversidad de temas relacionados con nuestro
continente.
No hay en este libro novedades ni textos
inéditos, pero sí resulta una buena oportunidad para comprobar la importancia
que la reflexión sobre el Perú y América Latina tiene en la obra vargasllosiana.
Los artículos más antiguos corresponden a la década del 50 –Ima Súmac (1956), Selva (1958)– y lo más frescos llegan casi hasta la actualidad:
Chabuca Granda (2003), Panamá (2004). Así, se pueden
comprobar los cambios del autor con respecto a temas y personalidades como el
“Che” Guevara, presentado aquí en dos artículos radicalmente opuestos, uno
escrito en 1968 (la etapa “revolucionaria” de MVLL) y el otro en 1992, en el que
se compara al “Che” con “esas momias históricas arrumbadas en un lugar oscuro
del panteón”.
Por la naturaleza del libro no faltan los
artículos costumbristas (Huachafería, Radioteatros) o sobre atracciones
turísticas (Valle del Colca,
Punta Sal), pero la mayoría de
los textos tratan sobre literatura. En conjunto, constituyen una interesante y
vasta galería de escritores latinoamericanos descritos, ellos y sus obras, con
toda la pasión y el rigor con los que MVLL suele encarar sus temas más
personales. Entre estos retratos destacan claramente los de sus amigos y
compañeros del llamado “boom”: García Márquez, Fuentes, Cortázar, Donoso. Hay
además textos similares sobre Neruda, Borges, Carpentier, Rulfo, Onetti, Paz y
muchos otros.
Entre los escritores peruanos figuran el Inca
Garcilaso de la Vega, Palma, Alegría, Arguedas, Ribeyro,
Salazar Bondy, Oquendo de Amat, Moro y E. A. Westphalen. A propósito de estos
últimos, sorprende lo firme y certero de las opiniones de MVLL sobre poesía,
acaso el único género literario en el que no ha incursionado, pero del que se
muestra como un lector enterado y un crítico bastante severo. Nos quedamos con
este aspecto del Diccionario del
amante de América Latina, el testimonio literario de uno de los más
importantes escritores de este continente.