Fernando Vallejo nació en Medellín, Colombia, el 24 de octubre de 1942. Es biólogo de profesión, pero su vocación es más la de un humanista: escritor, músico, director de cine y especialista en ciencias y en gramática. Desde hace más de 30 años vive en México, donde ha dirigido varias películas, aunque en su narrativa vuelve a su problemática y violenta Colombia natal.

 

Obra: Ha publicado El mensajero (1991) y Chapolas negras (1995), biografías de los poetas colombianos Porfirio Barba-Jacob y José Asunción Silva, respectivamente. También una extensa saga autobiográfica en seis libros titulada El río del tiempo (1986-1993). Pero es recién con su novela La Virgen de los sicarios (1998), fundadora de la llamada "sicaresca colombiana" que alcanza el reconocimiento general como escritor. A ese libro siguieron las novelas El desbarrancadero (2001), ganadora de la última edición del premio Rómulo Gallegos, La Rambla paralela (2002) y Mi hermano el alcalde (2004) .

 

Otros libros: Logoi, Una gramática del lenguaje literario (1983), La tautología darwinista (biología, 2002) en el que refuta las tesis del evolucionismo, y La puta de Babilonia (2007) sobre la iglesia Católica.

 

Libros de Fernando Vallejo comentados por Javier {Ágreda en esta página:

 

-La Virgen de los Sicarios

 

-El desbarrancadero

 

-Mi hermano el alcalde

 

- La puta de Babilonia

 

 

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La Virgen de los Sicarios

 

Como en toda Latinoamérica, en Colombia las principales ciudades han ido creciendo desordenadamente, rodeándose de extensas periferias de barrios pobres cuyos habitantes son en su mayor parte emigrados del campo. Pero enese país, aquejado desde hace décadas por olas de violencia de todo tipo, ciudades como Medellín han llegado a verdaderos extremos de miseria y criminalidad. La narrativa colombiana más reciente está reflejando este clima de violencia urbana, en una serie de novelas denominadas en conjunto "la sicaresca antioqueña".  De estas novelas, la más importante es La Virgen de los Sicarios (Alfaguara, 1998), de Fernando Vallejo.

 

Biólogo de profesión (es autor de un libro titulado Tautología darwinista y otros ensayos de biología) Fernando Vallejo nació en Medellín pero vive desde hace muchos años en México, país en el que ha escrito la totalidad de sus libros y también filmado tres películas. En su narrativa se destaca El río del tiempo, una serie de seis novelas autobiográficas que relatan su infancia y juventud pasadas en Medellín. La Virgen de los Sicarios es un retrato alucinado de la violencia y la degeneración social de esa ciudad durante la década pasada; un extenso monólogo, sin divisiones en capítulos, de un personaje maduro -un homosexual que dice ser gramático de profesión- quien cuenta su relación amorosa con Alexis, uno de los muchos adolescentes convertidos en asesinos a sueldo.

 

El protagonista se sumerge en el mundo de su amante: su devoción por la Virgen (Alexis, como todos los sicarios lleva siempre tres escapularios deMaría Auxiliadora), sus aficiones sencillas (escuchar radio, ver televisión), pero también las guerras entre las pandillas de las diversas comunas (barrios pobres) de Medellín, y los numerosos asesinatos cometidos por Alexis. Las similitudes entre la descripción de esta ciudad, con las montañas tugurizadas que la rodean, y ciertos paisajes de la Divina Comedia ya han sido señaladas por la crítica.

 

Pero aún más que las peculiares leyes de esta sociedad (en la que alguien puede morir simplemente por silbar en la calle), o sus extraños personajes, lo que atrapa al lector es el discurso del protagonista, en el que Vallejo ha sabido reproducir el humor y la peculiar ironía del habla de la región. Ese es el mayor logro de la novela, el presentar una Medellín en la que todo gira alrededor de los asesinatos y en la que hasta los vivos parecen estar muertos ("Los muertos vivos pasaban a mi lado hablando solos, desvariando" p. 120) a través de un discurso sumamente vital y por momentos hasta festivo, que pasa de la narración a la descripción, de los recuerdos a las reflexiones, sin perder su carácter oral y coloquial.

 

Las críticas del autor al desorden social y la violencia imperante se hacen a través de una serie de mordaces diatribas contra los olvidados principios religiosos, morales y éticos: "Cristo es el gran introductor de la impunidad y el desorden de este mundo. Cuando tú vuelves en Colombia la otra mejilla de un segundo trancazo te acaban de desprender la retina" (p. 73). El escepticismo del personaje -o la ironía del autor- lo lleva a hacer suyos, a pesar de su condición de intelectual, algunos de los lugares comunes más burdos y grotescos: "los pobres producen más pobres y la miseria más miseria... Mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esa roña" (p. 96).

 

Estas y otras afirmaciones similares no son otra cosa que fuertes denuncias contra aquellas instituciones (la iglesia, el ejército, los políticos, los intelectuales) que permitieron que Medellín llegue a tales extremos de corrupción y violencia. Al dar voz a estas ideas, al expresarlas con las palabras propias de la región (mediante localismos que el narrador explica con celo profesional), Vallejo ha logrado en La Virgen de los sicarios realizar un antiguo anhelo de muchos escritores latinoamericanos: hacer hablar a la propia ciudad.

 

 

 

El desbarrancadero

 

El escritor colombiano Fernando Vallejo parece estar empeñado en los últimos tiempos en hacer un retrato narrativo, lo más directo y realista posible, de los extremos de miseria y criminalidad a que ha llegado su país por las sucesivas olas de violencia, la corrupción de los políticos y el poder de los narcotraficantes. Biólogo de profesión y también director cinematográfico, se acercó en la novela La virgen de los sicarios (1998) al mundo de los adolescentes de la ciudad de Medellín, que de pandilleros de barrio pasan a convertirse en asesinos a sueldo. Tres años después nos entrega la novela El desbarrancadero (Alfaguara, 2001), que continúa la línea de la anterior y cuyas principales críticas están dirigidas contra dos de las instituciones más respetadas en su país: la familia y la Iglesia católica.

 

Narrada casi en su totalidad en primera persona, por un personaje fácilmente identificable con el propio autor, la novela nos cuenta la decadencia y desintegración de una familia de Medellín. Fernando, el narrador y mayor de nueve hermanos, regresa al hogar, después de años de vivir en México, para asistir a su hermano Darío quien está muriendo de Sida, y a su padre también enfermo. De poco sirven sus esfuerzos y sus conocimientos de medicina, pues los dos mueren tras penosas agonías, pero el reencuentro al menos le permite recuperar, a través de largas conversaciones, los buenos momentos vividos con ambos: la infancia al lado del padre y las aventuras de juventud con Darío, en las que los hermanos (los dos homosexuales) incurrían en excesos de todo tipo.

 

Fernando culpa de todos los problemas y desgracias familiares a su propia madre, a la que denomina "la Loca": "con sus manos de caos, con su espíritu anárquico, con su genio endemoniado, la Loca boicoteaba todo intento de orden de parte nuestra". Nunca trabajó y obligó a su esposo a mantener una familia demasiado numerosa (los niños dormían en habitaciones improvisadas) y complacerla en todos sus caprichos. Las diatribas de Fernando están dirigidas también contra el menor de los hermanos (el ambicioso "Cristoloco"), los políticos colombianos casi sin excepción y, especialmente, contra el Papa Juan  Pablo II: "Juana Pabla Segunda la travesti duerme bien, come bien, coge bien... Alí Agcka, hijueputa, ¿por qué no le apuntaste bien'" (p. 102)

 

Por supuesto, la intención del autor es presentarnos a esta familia como una metáfora de todo un país que parece ir rumbo al desbarrancadero sin que los políticos, la iglesia o los propios padres de familia hagan nada para salvar al menos a los más jóvenes. Y si bien la perspectiva es sumamente pesimista y las críticas llegan a los más duros insultos, el mayor logro literario de Vallejo es transformar todos estos elementos, a través de las palabras del personaje narrador, en un discurso sumamente vital y por momentos hasta de carácter festivo, en el que se reproduce el humor y la peculiar ironía del habla de la región. Así como en la casa familiar conviven la fértil madre y la muerte (casi un personaje más), las diatribas de Fernando llegan a unir lo doloroso y lo cómico en una novedosa versión de lo grotesco.

 

Otro aspecto polémico de El desbarrancadero es su carácter autobiográfico. El Fernando del libro es el propio autor (quien también ha publicado una extensa autobiografía titulada El río del tiempo), así como Darío es el nombre de su verdadero hermano muerto de Sida hace cinco años, en circunstancias similares a las aquí narradas. "Para mí ficción es sinónimo de mentira, y yo odio la mentira", ha declarado ante las aclaraciones y desmentidos hechos por su madre de 80 años de edad. Aclaraciones innecesarias, pues los lectores pueden  darse cuenta que la narrativa de Vallejo se inscribe dentro de esa tradición literaria que va del Satiricón hasta El otoño del patriarca, en la que el humor y las exageraciones se convierten en las más certeras críticas ante problemas verdaderos.

 

 

 

Mi hermano el alcalde

 

Hasta el pequeño pueblo colombiano de Támesis, cercano a la ciudad de Medellín, nos lleva Fernando Vallejo en su más reciente libro Mi hermano el alcalde (Alfaguara, 2004) para contarnos la "aventura" política de su hermano Carlos, un prestigioso abogado y diplomático. La historia se inicia con Carlos, en medio de unas fiebres tropicales, decidiendo lanzarse como candidato a la alcaldía y está centrada en la descripción, irónica pero siempre festiva, de los folklóricos rituales electorales sudamericanos: promesas irrealizables, votos comprados, electores "fantasmas", compadrazgos y negociados. Carlos es elegido alcalde (a pesar de su honradez) y su gestión, plagada de problemas económicos y judiciales, significa un gran progreso para la ciudad.

 

Como en sus anteriores novelas, Vallejo parte de personajes y sucesos reales (su hermano Carlos fue alcalde por 3 años), añadiéndoles o simplemente exagerando determinados detalles, con los que Támesis termina convirtiéndose en algo muy parecido al Macondo de García Márquez: muertos que se levantan para votar, autoridades que recorren la región cargadas en hombros, ríos en los que los más pobres pescan los cuerpos de las víctimas de la violencia. También están presentes el acertado manejo del lenguaje, que reproduce literariamente el sentido del humor y la oralidad de los personajes; y la visión desencantada del mundo (ironías y diatribas) que se han vuelto las marcas más características y originales de esta narrativa.

 

Lo más interesante del libro es precisamente el contraste que se establece entre la mirada sombría y pesimista del personaje narrador (el propio Fernando Vallejo) y el optimismo y vitalidad del alcalde: "Carlos quiere a los pobres; yo no. Carlos hace la caridad; yo no. Carlos tiene fe en la vida; yo no". Así, mientras el narrador se define varias veces como un hombre ya muerto, el protagonista y la gente de su entorno viven en una colorida y permanente fiesta, disfrutando a plenitud del sexo. Contraste que se expresa acertadamente en una serie de detalles, como ese grupo de loros que vuelan insultando a los narcotraficantes y diciendo "con la concisión de Cioran verdades eternas"; o en las irónicas normas de conducta que propone el narrador para los que quieran incursionar en la política.

 

Esas son las mejores páginas de un libro cuyos temas y personajes se agotan pronto. No hay una trama novelesca ni enfrentamientos de caracteres, simplemente se trata de una descripción de lugares naturales, formas de vivir y prácticas electorales en uno de nuestros muchos pueblos que todavía viven casi al margen de la modernidad. En realidad, estamos ante una especie de cuadro de costumbres ampliado y muy bien escrito. Vallejo ya había anunciado que La rambla paralela (2002) sería su última novela, pues pensaba abandonar la literatura para dedicarse a la música, que él considera una forma artística muy superior.

 

Cumpliendo su palabra, Mi hermano el alcalde no es en una novela sino un testimonio apenas "ficcionalizado", que el autor escribió hace ya algunos años, pero que recién hoy se da a conocer. Un testimonio valioso por la descarnada descripción de los problemas y vicios, aparentemente insuperables, de la democracia en nuestro continente; y también por devolvernos al original universo narrativo de Fernando Vallejo, peculiar conjunción de escepticismo lúcido, realismo descritivo y creatividad literaria.

 

 

 

El lado oscuro de la religión

 

El escritor colombiano Fernando Vallejo (Medellín, 1942) no sólo es autor de una original obra narrativa –con novelas como La Virgen de los sicarios (1998) y El desbarrancadero (Premio Rómulo Gallegos 2003) –, también lo es de una serie de libros de ensayos sumamente polémicos: Logoi. Una gramática del lenguaje literario (1983), La tautología darwinista (1992), entre otros. En esa línea del ensayo controversial se inscribe su más reciente libro, el recién publicado La puta de Babilonia (Planeta, 2007), una mordaz pero bien fundamentada revisión de la historia de la iglesia Católica, desde sus inicios hasta la actualidad.

 

Con su conocida irreverencia, ácido sentido del humor y abundante apoyo documental, Vallejo rememora los grandes errores de la iglesia Católica y sus consecuencias: los miles de torturados y asesinados por la Inquisición, el exterminio de los albigenses en el siglo XIII, los saqueos y matanzas durante las cruzadas, las persecuciones a judíos y protestantes, y muchos otros más. A ello suma una interminable galería de personajes (en su opinión) corruptos e inmorales dentro de la Iglesia, incluyendo entre los contemporáneos a los sacerdotes pedófilos de Boston y a “los nuevos grandes cazadores de herencias del Opus Dei”.

 

De las más de 300 páginas del libro, seguramente las más rigurosas son las dedicadas al análisis de los textos bíblicos, especialmente los evangelios. Vallejo afirma (confrontado citas y traducciones del griego, latín y arameo) que estos últimos fueron escritos recién en el siglo II y que a lo largo del tiempo han tenido múltiples correcciones y añadidos, por lo que su valor “histórico” es nulo. Por los errores y contradicciones que les encuentra, cuestiona el origen divino de los evangelios (de la Biblia en general) y hasta llega a afirmar que “Jesús no existió. Ni en cuerpo y alma según pretenden los evangelistas, ni como espíritu no encarnado…”.

 

Vallejo hace también críticas similares a Lutero y al protestantismo; y a Mahoma, el Corán y el islamismo. Su conclusión, respecto a todas las religiones mencionadas es que “No hay razón para que estos fanatismos monstruosos… perduren un día más. Ha llegado la hora de decirles basta”. La puta de Babilonia (nombre que los albigenses daban a la iglesia Romana, como testimonia el Apocalipsis) es un ensayo ameno y provocador cuya lectura solo disfrutarán plenamente aquellas personas de mente abierta y que valoren más la verdad y la razón que la fe religiosa.

 

 

 

 

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