Sin estudios universitarios y con una obra escrita casi en su totalidad a partir de los 50 años de edad, José Saramago (Portugal, 1922) es considerado uno de los más importantes narradores de nuestro tiempo. Tras ejercer los más diversos oficios, publicó en 1947 su primera novela Tierra de pecado, pero dejaría este género literario, en sus propias palabras porque “no tenía nada que contar aún”, para retomarlo 30 años después con Manual de pintura y caligrafía (1977) y Levantado del suelo (1980), libros que obtuvieron diversos premios literarios en su país. Fue el inicio de una serie de los reconocimientos que culminarían con el Premio Nóbel de literatura en 1998.

Libros de Saramago comentados por Javier Agreda en esta página:

 

- Levantado del suelo (1980)

 

- Memorial del convento (1982)

 

- La balsa de Piedra (1986)

 

- Historia del cerco de Lisboa (1989)

 

- La caverna (2000)

 

- El hombre duplicado (2002)

 

- Ensayo sobre la lucidez (2004)

 
 
Volver a la página principal Archivo de huellas digitales

Artículos recientes en: Libros

 
 
Hosted by www.Geocities.ws

 

 

Levantado del suelo

 

Esta es un libro decisiva en la obra de Saramago , pues con él obtuvo el premio de la ciudad de Lisboa (1980), además de ser, según propia confesión del autor, “con el que nació mi manera personal de narrar”. Cuenta la historia de tres generaciones de una familia de campesinos portugueses, abarcando los gobiernos más autoritarios que ha tenido ese país durante el siglo XX y que concluyeron en la década del 70 con la llamada Revolución de los Claveles. La mirada del narrador se centra en la miseria, sacrificios e injusticias que sufre esta familia en su condición de casi esclavos de los latifundistas de Alentejo, región agrícola al sur de Portugal. Domingo Maltiempo -ocioso, alcohólico y suicida- está en el inicio de esta saga que abarca a sus hijos, nietos y bisnietos, hasta llegar a la bella María Adelaida, quien finalmente sale a las calles a celebrar la caída de la larga dictadura.

 

El tono del relato es el de una fuerte denuncia social, que alterna el lirismo de las descripciones del paisaje y las emociones de los personajes con el carácter épico del proceso de organización política de los campesinos. Las escenas cotidianas de la vida campestre comparten estas páginas con las luchas por el establecimiento de la jornada de ocho horas, las violentas represalias policiales, las torturas a que son sometidos los sospechosos de organizar las protestas y las venganzas de los terratenientes.

 

Las más duras críticas del autor están dirigidas contra estos latifundistas, el estado y la Iglesia Católica, esta última en su doble papel de cómplice y beneficiaria de la opresión. El ubicuo y casi eterno padre Agamedes no sólo predica en sus sermones la resignación y la obediencia a las autoridades, llega incluso a participar en los interrogatorios policiales, presionando a los prisioneros para que delaten a sus compañeros. Los problemas ocasionados por estos cuestionamientos al rol histórico de la Iglesia terminarían llevando al autor, después de la publicación de El evangelio según Jesucristo (1991), a abandonar su país y vivir en España.

 

Todas estas denuncias se hacen sin caer en el panfleto ni el esquematismo didáctico. Para conocer bien el mundo que describe, el autor contó con el modelo de sus propios abuelos, Jerónimo y Josefa, y convivió durante varios meses con los campesinos de la Unión Cooperativa de Producción Buena esperanza. De ahí la calidad humana de sus personajes (incluyendo a algunos policías como José Calmedo) y la empatía con el paisaje, los animales y plantas del medio ambiente. Y también el realismo con que se describen sensaciones como el hambre, el frío, la soledad y el desamparo.

 

A esta meticulosa “documentación” se suma el personalísimo empleo de las técnicas literarias. Se descubre en este libro al peculiar narrador omnisciente que el autor utilizará en todos sus libros posteriores, un narrador que se caracteriza por su mirada lúdica e irónica y que puede encarnarse momentáneamente en algunos de los personajes. Hay otros elementos estilísticos que se volverían constantes de esta literatura, pero lo más notable es el fino y riguroso trabajo con el lenguaje, que en algunos pasajes alcanza niveles de verdadera poesía.

 

Saramago ha dicho que Levantado del suelo es “un libro simple: gente, conflictos, algunos amores, muchos sacrificios, victorias y desastres”. Con esos elementos, simples y universales, logró escribir una gran novela.

 

 

Memorial del convento

 

La consagración internacional de Saramago se produjo con Memorial del convento (1982), una ambiciosa novela histórica ambientada en el Portugal de inicios del siglo XVIII que ceunta dos historias muy diferentes. Una es la de la construcción de un convento que el Rey Juan V ordena en cumplimiento de una promesa religiosa. El deseo del Rey de que este obra sea un testimonio de su grandeza, conduce a sucesivas ampliaciones del proyecto y con ello también del número de trabajadores, que llega a 50 mil obreros, lo que le da a la obra el carácter de una epopeya popular. La segunda historia está centrada en la relación de Baltasar y Blimunda (él, a pesar de tener sólo una mano, es uno más de esos obreros; ella tiene la facultad de ver el interior de las personas y las cosas), dos aldeanos de la región que se ven envueltos en la empresa del padre Bartolomeu Lourenco de crear una máquina voladora.

 

Ambos relatos, imbricados dentro de una misma narración, se complementan para producir un completo retrato de época: en una está todo lo “real”, los trabajos cotidianos, el esfuerzo colectivo; en la otra los sentimientos más íntimos, los ideales y mitos, la fuerza de voluntad que mantiene vivo a cada ser humano. El realismo con que se cuenta lo relacionado al convento no omite detalles como la presencia de chinches en el lujoso lecho de los reyes o las huellas de viruela en el rostro de la princesa, alcanzando su mejor momento en el episodio del traslado de un enorme bloque de mármol de un extremo a otro del país. En cambio, en la historia de Baltasar y Blimunda priman lo mágico y sobrenatural, lo alegórico y poético, al punto que la máquina voladora llega a elevarse impulsada por esferas de cristal que contienen almas humanas.

 

Resultan evidentes las semejanzas con una serie de novelas históricas latinoamericanas como El reino de este mundo, Yo el supremo o Noticias del imperio (un conjunto al que la crítica ha denominado “Nueva novela histórica latinoamericana”) y especialmente con el barroquismo y lo real maravilloso de Carpentier, una influencia que el propio Saramago ha reconocido. Pero mientras el escritor cubano apelaba a un lenguaje libresco y erudito, muchas veces difícil de entender, el portugués tiende más a un tono oral, con apelaciones al lector, juegos de palabras y frecuentes digresiones humorísticas, irónicas o piadosas. El pleno dominio de estos y otros elementos de la técnica narrativa hace que el lector llegue a sentir el entusiasmo y hasta el placer del autor al describir ambientes y emociones, o al inventar historias para cada uno de sus personajes.

 

Esa “complacencia narrativa”, que nos remite a los grandes novelistas de todos los tiempos (desde Cervantes hasta García Márquez), es característica de la primera etapa de la obra de Saramago, constituida en su mayor parte por novelas históricas sumamente críticas y abocadas a rescatar los casi siempre olvidados sacrificios y trabajos, sueños y esperanzas, de la gente más pobre. En sus novelas más recientes - Todos los nombres (1997) o La caverna (2000)-, ambientadas en nuestro tiempo, lo ideológico y el peso de las tesis a demostrar, han relegado sustancialmente aquel placer de la narración misma. Por eso esta reedición de Memorial del convento es una buena oportunidad para reencontrarnos con lo mejor de la narrativa de Saramago.

 

 

La balsa de piedra

 

Novela alegórica o parábola de largo aliento, La balsa de piedra (1986) cuenta lo que podría suceder si la península Ibérica se separara del continente europeo para convertirse en una isla flotante. Tan extraordinarios acontecimientos son narrados a partir de un grupo de personajes comunes y corrientes cuyas vidas han sido tocadas por lo misterioso: Pedro Orce es el único que siente la tierra temblar, Joaquim Sassa en algún momento tuvo una fuerza sobrenatural, Joana Carda trazó sobre la tierra una línea imposible de borrar, José Anaico es seguido a todas partes por una multitud de pájaros. Todos ellos viajan juntos por la península convencidos de ser los elegidos para solucionar el problema, aunque no saben cómo lo harán.

 

Con un epígrafe del cubano Alejo Carpentier (“Todo futuro es fabuloso”), Saramago parece reconocer las múltiples coincidencias de este relato con lo real-maravilloso latinoamericano. No sólo por lo inverosímil de los sucesos narrados, también por el empleo de un lenguaje barroco, lleno de oraciones subordinadas y elementos explicativos. Y hasta por un cierto carácter autoreferencial del texto, pues el narrador está constantemente cuestionando su discurso, al punto de llegar a corregirse a sí mismo: “Pasando lo escrito a palabras menos barrocas y construcciones más ventiladas...” (p. 151)

 

Esta aproximación a la literatura y a la cultura latinoamericana es un elemento central en esta novela escrita en el contexto de los debates que hubo, tanto en Portugal como en España, con motivo de la integración de estos países a la Comunidad Económica Europea. En propias palabras del autor, se trata de “una novela profundamente ibérica relativa a Portugal y al conjunto de los pueblos españoles que comparten una cultura común, una cultura que no es rigurosamente europea”. En la narración la península se aleja de Europa hasta llegar a la mitad del Atlántico, para después dirigirse al sur, hacia algún punto entre Sudamérica y África, cerca de las antiguas colonias españolas y portuguesas.

 

A pesar de lo polémico y coyuntural del tema, Saramago no descuida la calidad literaria. En lo formal podemos encontrar su conocido estilo, deslumbrante y sumamente musical; el personalísimo empleo de los adjetivos y de los diálogos (sin guiones ni comas para señalarlos); la destreza en el manejo de las técnicas narrativas. También están presentes su irónico sentido del humor, el interés por los pobres y desvalidos (aquí representados por esa masa que toma por asalto los hoteles vacíos), y su preocupación por temas como el amor, la muerte o el destino.

 

Son estos últimos aspectos los que terminan imponiéndose en el relato. No hay una solución mágica a los problemas, y el peregrinar de los protagonistas concluye cuando las relaciones entre ellos (vínculos de pareja, rencores y rivalidades) se hacen imposibles de manejar. Lo personal y lo colectivo se unen en el extraño final del libro: “La península se detuvo, los viajeros descansarán aquí este día... Los hombres y las mujeres seguirán su camino, qué futuro, qué tiempo, qué destino” (p. 412)

 

 

Historia del cerco de Lisboa

 

Buena parte de la obra de José Saramago (Portugal, 1922), Premio Nobel de Literatura 1998, está conformada por novelas históricas, un género narrativo que ha adquirido una sorprendente preponderancia en las últimas décadas. Pero sus novelas históricas –entre ellas Levantado del suelo (1980), Memorial del convento (1982) o El evangelio según Jesucristo (1991)- no son simples reconstrucciones de época sino ficciones bastante libres con las que se interroga al pasado acerca de problemas e inquietudes muy propios de nuestro tiempo. Narrador esencial, Saramago hizo a partir de sus reflexiones acerca de la novela histórica una excelente novela, Historia del cerco de Lisboa (1989) que la editorial Alfaguara acaba de reeditar como parte de su Biblioteca José Saramago.

 

Raimundo Silva, el protagonista de esta novela, es un corrector de una editorial que trabajando en un libro sobre la toma de Lisboa por Afonso Henriques (con la que concluyeron siglos de dominio moro en la ciudad) introduce una palabra -un simple “no”- en el texto original, cambiando con ella toda la historia. El escándalo producido en la editorial por este cambio concluye de la mejor manera: Raimundo inicia una relación sentimental con su jefa María Sara, quien además le encarga escribir su propia versión del cerco de Lisboa, con los cambios históricos que él quiera. Ambas narraciones se presentan en paralelo, y el relato “histórico” de Raimundo deviene en una novela de amor dependiente en gran medida del desarrollo de su relación con María Sara.

 

En diversos textos, entre ellos su diario Cuadernos de Lanzarote, Saramago ha manifestado sus opciones personales con respecto a la novela histórica; afirmando que ante la imposibilidad de reconstruir plenamente el pasado, él como escritor no ha podido evitar caer en la tentación de corregirlo, aunque sea ligeramente. Estas correcciones las define como “pequeños cartuchos” que hacen explotar las verdades históricas y le permiten sustituir lo que fue por lo que pudo haber sido. En el caso del cerco de Lisboa, el cartucho es ese “no” que Silva introduce en la oración “Los cruzados NO ayudaron a los portugueses a conquistar Lisboa”. Una negativa que lleva a Silva a crear una ficción centrada en la religiosidad de aquellos cruzados y también en las relaciones y jerarquías existentes entre la nobleza europea de esa época.

 

La intención de los “cartuchos” explosivos, y también del tono irónico de estas narraciones, es evitar que el lector se instale cómodamente en el pasado y obligarlo a “oscilar” constantemente entre éste y el tiempo actual. “Toda historia es historia contemporánea” afirma Saramago, citando a Croce; y también que sus novelas “porfían en buscar, en la impalpable niebla del tiempo, un pasado que constantemente se les escapa y que querrían integrar al presente”. La integración del pasado y el presente se da a través del paralelismo de la relación entre Raimundo y María Sara, y la del soldado Mogueime y la bella Ouroana, personajes pertenecientes a la novela del corrector. Similares vínculos laborales y diferencias de clases parecen unir y separar a ambas parejas.

 

Otros muchos elementos se suman al relato otorgándole variados niveles de lectura, ya que puede ser interpretada como la novela histórica anunciada en el título, dos hermosas historias de amor contadas casi simultáneamente, o la reflexión metaliteraria que hemos intentado seguir líneas arriba. El autor ha trabajado todos estos niveles con igual rigor y maestría: las detalladas descripciones de la Lisboa mora y sus pobladores; los entusiasmos, inseguridades y emociones de los amantes; las opciones del escritor al elaborar ficciones de carácter histórico. La reconocida calidad literaria de Saramago, su siempre acertado manejo del lenguaje y amplio dominio de las técnicas narrativas, le ha permitido integrar todos esos elementos y hacer de Historia del cerco de Lisboa una de sus mejores novelas.

 

 

 

 

La caverna

 

Cuando José Saramago (Portugal, 1922) recibió el Premio Nobel de Literatura de 1998, se encontraba trabajando en una novela con la que culminaría la que él ha denominado su “trilogía involuntaria”, un ambicioso proyecto de análisis de la sociedad del siglo XX del cual se habían publicado ya dos libros: Ensayo sobre la Ceguera (1995) y Todos los nombres (1997). Los compromisos y homenajes que el Nobel suele acarrear, fueron postergando la culminación de esa novela. Justo antes del final oficial del siglo, Saramago está presentando en estos días -y simultáneamente en versiones en portugués, español, inglés e italiano- su más reciente libro, La caverna (Alfaguara, 2000), la tan anunciada parte final de esa trilogía.

 

La novela cuenta la historia de Cipriano Algor y su familia, su hija Marta y su yerno Marcial. Es una familia que durante generaciones se ha dedicado a la alfarería, la fabricación de platos y vasijas de barro cocido. Si lo tradicional está representado por los Algor, la modernidad lo está por el Centro, un conjunto urbano que es a la vez una poderosa empresa y un centro habitacional. Todas las actividades económicas y laborales parecen estar regidas por ese Centro: Marcial trabaja como guardián ahí y hasta Cipriano le vende la totalidad de su producción. Los problemas para los Algor comienzan cuando el Centro decide dejar de comprar los platos de barro. Los inútiles esfuerzos de Cipriano para encontrar otro producto que pueda vender al Centro, especialmente piezas artísticas con figuras humanas, son el eje de la narración.

 

Como casi todas las de Saramago, ésta también puede ser considerada una novela alegórica o parábola de largo aliento. La caverna del título aparece sólo al final y es, por supuesto, una alusión al mito con el que Platón explicaba el carácter irreal del mundo en el que vivimos. La enseñanza de la parábola de Saramago es que el hombre moderno está en la misma situación que aquellos personajes de Platón: pasa la mayor parte de su tiempo encerrado en pequeñas habitaciones, observando imágenes en pantallas y alejado del contacto real con la naturaleza o con sus semejantes. Por eso, ante la perspectiva de dejar la alfarería y mudarse a vivir al Centro, la familia Algor opta por abandonarlo todo y salir en “un viaje que no tenía destino conocido y que no se sabe ni cómo ni dónde terminará” (p. 452).

 

A partir de esta simple historia el autor ha desarrollado una extensa novela apelando a sus reconocidas cualidades literarias. La abierta denuncia social, una constante en su obra, se une a la sutileza con que se presentan las emociones de los personajes y la riqueza de las descripciones de las situaciones cotidianas, a las que siempre se les da un cierto carácter mágico, ya sea el soplar las figuras humanas recién salidas del horno para sacarles el hollín o la llegada de un perro vagabundo (infaltable en las novelas del autor) para integrarse a la familia. La madurez y maestría literaria alcanzadas por Saramago se notan especialmente en su particular manejo de las técnicas narrativas, con recursos que ya son toda una marca propia: diálogos sin elementos indicadores, cambios constantes de punto de vista, autoreferencialidad del discurso.

 

Sin embargo, no podemos dejar de sentir que estamos ante una repetición, un libro que se debe más al oficio y la constancia que a la originalidad y necesidad expresiva. No hay ninguna novedad ni cambio notable, nada que no esté ya, y mejor realizado, en alguno de los libros anteriores. Incluso la idea central (Saramago se ha definido a sí mismo como un ensayista que escribe novelas), el símil entre el hombre actual y los personajes del texto de Platón, es poco original y no se ha desarrollado lo suficiente. Por todo eso, La caverna resulta una novela menor dentro del conjunto de la obra de su autor; pero tratándose de Saramago, uno de los mejores escritores de nuestro tiempo, no deja de ser un libro interesante y valioso.

 

 

 

El hombre duplicado

 

Dentro de la extensa y valiosa obra narrativa de José Saramago (Portugal, 1922) hay básicamente dos etapas. La primera es la de las novelas históricas, sumamente críticas y centradas en lo colectivo: Levantado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), El evangelio según Jesucristo (1991), entre otras. La segunda etapa está conformada por narraciones más próximas al ensayo, ambientadas en nuestro tiempo y que tratan problemas del individuo, como el destino personal o la identidad: Ensayo sobre la Ceguera (1995), Todos los nombres (1997), o La caverna (2000). En esta línea se encuentra su más reciente novela, El hombre duplicado (Alfaguara, 2002), la historia de un hombre que descubre accidentalmente, viendo una película, que existe en su propia ciudad una persona exactamente igual a él.

 

Tertuliano Máximo, un profesor de 38 años, es el protagonista y hace ese descubrimiento justo en un momento de crisis personal: acaba de terminar con María Paz, su novia, y se ha dado cuenta de que ya no tiene mayores expectativas profesionales. Buscar a su duplicado, un actor secundario que no es identificado en los créditos de la película, se convierte por eso casi en una obsesión para él. Recién hacia la mitad del libro lo consigue, y aunque la experiencia resulta decepcionante, al menos lo ayuda a superar su crisis y a retomar con renovado entusiasmo su relación con María Paz. Pero las consecuencias del encuentro entre los “duplicados” resultan finalmente trágicas para ellos y todas las personas de su entorno.

 

Por supuesto, el tema es el de la identidad, la pregunta acerca de qué es aquello que nos define como personas.  A pesar de su semejanza física, Tertuliano y su doble son completamente opuestos -uno es un intelectual tímido y el otro un actor mujeriego-, lo que no impide que hasta sus respectivas parejas lleguen en a confundirlos. La tesis, infaltable en las novelas de Saramago, es que si resulta difícil saber quienes somos, lo es aun más conocer y comprender a los demás. A recalcarlo contribuye un narrador omnisciente que continuamente está cuestionando a los personajes, sus acciones, palabras, gestos y hasta “subgestos”, esos pequeños detalles que suelen añadirse a las expresiones básicas y que, según Saramago: “son como las letritas pequeñas del contrato, que cuesta trabajo descifrar, pero están ahí”.

 

Con los comentarios irónicos y directos de ese narrador, Saramago sale del tono grave y demostrativo de sus últimos libros y de su tendencia a la complejidad estilística. Él mismo ha reconocido que este libro marca una ruptura en su obra, “sobre todo por la economía narrativa que me propuse. Este es probablemente el menos adornado de mis libros, menos barroco en lo relativo al lenguaje”. Como consecuencia de esas opciones, la intriga pasa a un primer plano y el autor tiene que apelar a recursos propios de la narrativa policial para mantener el interés en las peripecias de la trama. Ahí comienzan los problemas, pues Saramago no maneja bien estos recursos y los lectores estamos siempre un paso

adelante de las especulaciones del narrador y de los giros supuestamente sorpresivos de la historia.

 

Con un final que remite al episodio mítico de Zeus, Anfitrión y Alcmena, El hombre duplicado nos vuelve a mostrar a Saramago como un gran escritor que, a pesar de los cambios, mantiene ese tono narrativo tan propio suyo “duro y piadoso a un tiempo, con algo de letanía bíblica y de nana infantil” (Luis Landero). Pero, como sucedió con La caverna, esta novela, con la que el autor afirma estar saliendo de un “período de falta de inspiración”, nos deja la impresión de ser un libro menor, una repetición de ideas y propuestas que ya han sido mejor expresadas en otras obras del portugués. A los 80 años de edad y con todos los reconocimientos obtenidos, incluido el Premio Nobel de Literatura, Saramago no debería sentirse presionado a seguir escribiendo y publicando nuevos libros de ficción.

 

 

Ensayo sobre la lucidez

 

Con más de 80 años de edad, el escritor portugués José Saramago (Azinhaga, 1922) se mantiene vital y productivo. Sigue publicando vastas novelas y generando controversias con ellas y con sus siempre polémicas declaraciones políticas, las de un “comunista libertario”, como se ha definido hace poco. Saramago, Premio Nobel de literatura 1998, acaba de publicar Ensayo sobre la lucidez (Alfaguara, 2004) novela eminentemente política, “fábula, sátira y tragedia sobre la democracia”.

 

En las elecciones municipales de la capital de un innominado país, la mayoría de los habitantes optan por el voto en blanco, obligando a que se hagan nuevas elecciones, en las que los votos en blanco aumentan, llegando al 85%. Entonces las autoridades, encabezadas por el propio presidente y sus ministros, deciden enfrentarse a lo que consideran una conspiración contra la democracia. Abandonan la ciudad, llevándose al ejército y a la policía, y declaran la emergencia y el estado de sitio. A pesar de ello, los “blanquistas” logran organizarse y vivir en paz sin autoridades; por eso éstas comienzan a perpetrar asesinatos y atentados terroristas, mientras acusan y juzgan públicamente a personas inocentes, para asegurarse que sean los mismos ciudadanos los que pidan el retorno del antiguo orden.

 

La historia se narra basándose casi exclusivamente en los diálogos entre autoridades (comisarios, ministros, presidente), en sus declaraciones y comunicados públicos. Saramago reproduce los discursos de estos personajes exagerando sus peculiaridades y vicios; para ello hace un verdadero despliegue de barroquismo verbal, humor negro y su reconocido virtuosismo técnico, que lo ha llevado a inventar una nueva y más dinámica convención para el manejo de los diálogos. Con esos recursos, la novela se convierte en una feroz sátira contra los políticos en general, la policía, los servicios de inteligencia; y también los medios de comunicación masiva (diarios, radios y TV), tanto los propietarios como quienes trabajan en ellos.

 

El énfasis en los diálogos tiene como consecuencia un cierto descuido de los otros elementos de la narración. En la propia novela se comenta algunas de estas debilidades: “la escasa atención, por no decir nula, que el narrador de esta fábula está dando a los ambientes en que la acción descrita, por otro lado bastante lenta, transcurre”. Pero el mayor problema es la falta de protagonistas, de figuras reconocibles por el lector dentro de la masa de votantes en blanco. Saramago parece darse cuenta de este defecto recién a la mitad de la novela (página 230) y entonces opta por una solución poco usual: traer a todos los protagonistas de otro libro suyo, Ensayo sobre la ceguera (1995). Así volvemos a encontrarnos aquí con ese extraño grupo de personajes sin nombre que sobrevivió a la trágica epidemia de ceguera blanca narrada en aquella novela.

 

A estos problemas estructurales se suman otros derivados de lo demasiado explícitas y reiterativas que resultan las propuestas políticas del autor, sus cuestionamientos a la democracia tal y como la conocemos hoy. Independientemente de la validez o las falacias de sus argumentos, al convertirse en lo más importante para la creación de un universo ficcional sólo generan personajes caricaturescos, situaciones maniqueamente llevadas al límite y extensos párrafos en los que el narrador omnisciente apela a una retórica que cae en lo demagógico. Características que han llevado a la crítica portuguesa a calificar a esta novela como un “malengendro político”.

 

Hace un par de años, con motivo de la publicación de la novela El hombre duplicado, Saramago afirmó estar saliendo de un largo “período de falta de inspiración”. Ensayo sobre la lucidez parece indicar lo contrario, pues no llega a sostenerse como ficción autónoma y como segunda parte de Ensayo sobre la ceguera es francamente decepcionante.

 

 
 
Volver a la página principal Archivo de huellas digitales

Artículos recientes en: Libros

 
 
Hosted by www.Geocities.ws

 

Hosted by www.Geocities.ws

Hosted by www.Geocities.ws

1