Es peculiar el caso del escritor Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933), pues a pesar de tener textos publicados desde la década del 60 (su libro de cuentos El unicornio es de 1964), recién a finales de los 70 comienza a ser reconocido como uno de los narradores más originales de la literatura peruana. La novela País de Jauja (1993) es su obra más importante y fue finalista en el prestigioso Premio Rómulo Gallegos, además de haber sido elegida, en una reciente encuesta entre críticos y escritores, como la obra narrativa peruana más importante de la última década del siglo XX.

Libros de Rivera Martínez comentados por Javier Agreda en esta página:

 

 

- Cuentos Completos (1999)

 

- Libro del amor y de las profecías  (1999)

 

- Ciudad de fuego (2000)

 

- Danzantes de la noche y de la muerte (2006)

 
 
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Cuentos Completos

 

Reconocido como uno de nuestros más importantes narradores de la actualidad, Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933) fue durante muchos años un escritor apreciado y celebrado sólo por una minoría pues sus primeros libros (conjuntos de cuentos en su mayor parte) fueron publicados en ediciones limitadas y de escasa circulación. Eso cambiaría a partir de la década del ochenta –con Angel de Ocongate y otros cuentos (1986)- y recientemente su novela País de Jauja (1993) resultó elegida en una encuesta de Debate como “el libro de narrativa más importante de la década del noventa”. A este reconocimiento se suma ahora la publicación de Rivera Martínez. Cuentos Completos (Alfaguara, 1999), libro que forma parte de una prestigiosa colección que incluye títulos similares de cuentistas de la categoría de Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti o Julio Ramón Ribeyro.

 

Este volumen reúne cuarenta relatos, fruto de una larga y constante dedicación a este difícil género literario, que abarcan desde los publicados en el primer libro de Rivera Martínez -El unicornio (1963)- hasta una importante serie de textos recientes e inéditos. Y en todos ellos destaca el delicado trabajo con el ritmo y la musicalidad del lenguaje, que atrapa al lector y lo mantiene cautivo desde el inicio hasta el final de cada cuento. Una característica que ya ha sido señalada por los críticos, entre los primeros Ricardo González Vigil quien ya en 1978 elogiaba “la prosa rítmicamente elaborada y  la magia musical de la frase” de Rivera Martínez. Pero a partir de este rasgo común podemos encontrar evidentes diferencias entre estos relatos, ordenados acertadamente de acuerdo a los escenarios y a ciertas afinidades temáticas entre los textos.

 

En primer lugar figuran los cuentos “andinos” que nos muestran a un narrador realista, dotado de un especial lirismo y tratando de retratar la terrible miseria en que viven la mayoría de los pobladores de nuestra sierra. En “Vilcas”, un extenso cuento fechado en 1956, el peregrinaje de un niño huérfano le permite al autor hacer una desgarradora descripción de la pobreza, aridez e inclemencia de nuestros andes; una descripción que nos hace recordar las que hizo Rulfo de la geografía mexicana. Poco a poco los relatos de Rivera Martínez van ampliando el universo de sus personajes solitarios (dominantes en toda su obra) el que comienza a abarcar el entorno social: la familia andina heredera de los ayllus incaicos (en “Adrián”), las protestas de los campesinos y mineros (en “Marayrasu”), y hasta los mitos vigentes, extraña fusión de elementos prehispánicos y occidentales (“Amaru”, “Angel de Ocongate”). Así los textos se van enriqueciendo hasta alcanzar características muy similares a las de los mejores relatos de José María Arguedas no sólo por la compleja diversidad de niveles de lectura sino también por estar basados en el conocimiento personal y directo (una honesta y emotiva empatía) de nuestra cultura andina.

 

Paralelamente con esta evolución se va dando otra, seguramente relacionada con la experiencia vital del autor, con sus estudios y sus viajes. Por un lado aparece abiertamente la temática urbana, tratada de una manera también realista (como en “Historia de Cifar y de Camilo”); y por otro ciertos elementos fantásticos y mágicos, que habían aparecido incipientemente en textos anteriores, logran por fin desarrollarse plenamente e integrarse a los relatos. Así nos puede entregar una serie de muy buenos relatos fantásticos netamente urbanos (“Una flor en la Buena Muerte”, “Flavio Josefo”, “A lo mejor soy Julio”); y hasta ciertos cuentos basados en juegos metatextuales, en los que el tema parece ser el mismo proceso de escritura o la relación entre el lenguaje, la ficción y la realidad: “Lectura al atardecer” (1997) o “Un hombre sin pies ni cabeza” (1997).

 

Pero sean realistas, “neo-indigenistas” o fantásticos, los cuentos de Rivera Martínez tienen siempre un altísimo nivel literario, tanto por el manejo de las técnicas narrativas, por la riqueza de contenidos y, por supuesto, por la calidad de la prosa. En el prólogo de este libro el mismo autor compara el cuento con un cristal de roca: “ambos, mineral y obra en prosa fijados ya en su forma definitiva, van adquiriendo nueva y particular vida, el uno con los rayos de la luz y la mirada, y el otro con cada lectura” (p. 14). Publicado por una de las más importantes editoriales del mundo de habla hispana, Rivera Martínez. Cuentos Completos representa una merecida consagración internacional para este escritor peruano. Y un buen motivo para aproximarnos a algunas de las facetas menos conocidas de su valiosa obra narrativa.

 

 

 

 

Libro del amor y de las profecías

 

A pesar de tener libros publicados desde la década del 60, el escritor Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933) comenzó a ser reconocido como uno de los narradores más originales de la literatura peruana a partir de Angel de Ocongate y otros cuentos (1986). Su obra más destacada es la novela País de Jauja (1993)  que llegó a ser finalista en el prestigioso Premio Rómulo Gallegos, además de haber sido elegida, en una encuesta entre críticos y escritores, como la obra narrativa peruana más importante de la última década. Con una temática muy similar, Rivera Martínez acaba de publicar Libro del amor y de las profecías (Peisa/Arango, 1999) otra extensa novela también ambientada en su querida Jauja.

 

El relato es presentado como el diario de Juan Esteban Uscamayta, un empleado de la Municipalidad de Jauja, escrito entre junio de 1963 y enero de 1964. Pero es un diario muy especial, pues Uscamayta, de 30 años de edad, no sólo escribe sobre sus vivencias, reflexiones y sentimientos; también lo hace, y en forma extensa, sobre  su pasado, sus lecturas, sus fantasías y sus sueños. Así, el libro es una detallada crónica de sucesos como la fundación del primer prostíbulo en Jauja, pero además un testimonio del amor de Uscamayta por tres mujeres completamente diferentes: la misteriosa Urganda, la angelical Celeste y Justina, su verdadera pareja.

 

Como en País de Jauja, Rivera Martínez ha intentado hacer el retrato de una sociedad en la que el mestizaje cultural, la unión de lo occidental y lo propiamente andino, se ha dado de la manera más pacífica y armoniosa posible. Esta peculiar síntesis se muestra en el personaje de Uscamayta, un voraz lector que entiende varios idiomas pero que en sus momentos de alegría o de tristeza recuerda versos de canciones en quechua. Sus reflexiones, en esencia racionales y realistas, dan cabida a elementos más propios de la magia o la leyenda. Y hasta sus amores tienen esa doble tendencia: Justina es una bella campesina de la sierra, mientras que Urganda (nombre de un personaje del Amadís de Gaula) es de origen europeo.

 

Con la intención de resaltar este mestizaje feliz, el autor ha privilegiado lo divertido y festivo sobre lo problemático o trágico. Hay mucho humor en estas páginas, tanto en el lenguaje (juegos de palabras, chistes) como en los sucesos narrados: los cuernos del alcalde, las discusiones de Uscamayta con doña Leovigilda. Y también de celebración colectiva y parodia. No podemos dejar de relacionar la historia del prostíbulo “jaujense” (un relato típicamente carnavalesco, en el que la fundadora termina convertida en casi una santa para los pobres) con historias similares relatadas en las novelas de Vargas Llosa. Y no es ese el único elemento en el que encontramos una intención paródica con respecto a otros textos.

 

Pero tanto lo demostrativo como lo carnavalesco van restándole verosimilitud a las situaciones, personajes y diálogos. Urganda, Celeste y Justina, por ejemplo, están tan cargadas de significados dentro del esquema de la novela que no logran ser más que alegorías literarias. Las conversaciones que con ellas sostiene Uscamayta tienen un tono didáctico y ejemplar que se va convirtiendo en dominante a lo largo del libro, y que sumado a ciertos símbolos demasiado recurrentes y explícitos impiden que el texto alcance el nivel de País de Jauja o de los mejores cuentos del autor.

 

Lectura optimista de la siempre problemática heterogeneidad cultural peruana, este Libro del amor y de las profecías resulta, a pesar de nuestros reparos, una novela sumamente interesante, especialmente por la calidad de la prosa y por la belleza y armonía del mundo que describe. Rivera Martínez confirma con este libro su privilegiado lugar dentro de la narrativa peruana actual.

 

 

 

Ciudad de fuego

 

Si bien la ciudad de Jauja y el mestizaje cultural han sido elementos centrales en la narrativa de Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933) ñespecialmente en sus novelas País de Jauja (1993) y El libro del amor y de las profecías (1999), también hay una parte de esta obra ambientada en Lima y con una temática que va del realismo urbano hasta lo fantástico. Son relatos que el autor ha ido publicando desde los años 60 y que en su mayor parte fueron recogidos en sus Cuentos completos (1999). Tres textos no incluidos en ese libro, demasido extensos para ser considerados cuentos, han sido reunidos por Rivera en Ciudad de fuego (Alfaguara 2000), libro que destaca nítidamente entre la narrativa publicada recientemente en el Perú.

 

Estas tres nouvelles tienen en común la original utilización de conocidos mitos, una atmósfera irreal y poética ("no se puede negar que tengo ribetes de poeta, aunque no escribo versos sino cuentos" confesaba Claudio, el protagonista de País de Jauja) y el delicado trabajo con el ritmo y la musicalidad del lenguaje. En "Ciudad de fuego", el primero de estos relatos, un solitario empleado de una biblioteca está a punto de realizar el proyecto de su vida: abandonarlo todo y mudarse a una ciudad perfecta en la que podrá desarrollarse armónicamente. Pero esta ciudad sólo existe en su imaginación, y la ha diseñado a partir de los libros de Platón, Moro, Bacon y Campanella.

 

"Un viejo señor en la neblina", la segunda nouvelle, es una actualización del mito de Icaro y Dédalo. Juan Clodoveo es un aristócrata alemán venido a menos que vive en la azotea de una casa tugurizada (un verdadero laberinto) de Barrios Altos. A su nobleza y soledad suma una gran inventiva y habilidad manual que lo identifican con Dédalo. Al final Clodoveo levanta vuelo con las alas que él mismo ha inventado y construido, "disolviéndose en la bruma para ir a descansar en el océano" (p.84). Rivera da verosimilitud e interés al relato gracias a la acertada elección como narrador de un joven vecino de Clodoveo, un Icaro en cierne.

 

En el tercer relato, "El visitante", Rivera trata ñcomo en su conocido cuento "Angel de Ocongate"ñ el tema del ángel caído y condenado a vagar por el mundo. Una pareja de esposos, Fernando y Lena, se encuentra con este extraño visitante, "de una belleza singular, con algo de andrógino y con una antigua y desusada gentileza", y se establece entre los tres una compleja y difícil relación. En los sucesivos encuentros, ni el racionalismo de Fernando ni la intuición de Lena logran descubrir algo de los secretos y misterios del ángel. Las interrogantes y expectativas de la pareja, y no la naturaleza sobrenatural del visitante, se constituyen en el verdadero centro de la narración.

 

La crítica ya ha señalado el carácter poético de la narrativa de Rivera. Sobre uno de sus cuentos escribió en 1978 Ricardo González Vigil: "No se trata de un cuento, sino de una partitura poética en prosa, de un discurso lírico narrativo de fascinante factura verbal". Y Edgar OíHara afirmó que "lo lírico correspondería más bien a la creación de una atmósfera" o al uso de mitos "que devuelven al relato la esencia poética que tuvo en tiempos antiguos". Los textos de este libro muestran que lo poético está también relacionado con la rica vida interior de sus protagonistas, capaces de elaborar mundos complejos y coherentes ñcomo la ciudad de fuegoñ a partir de su propia imaginación. Una cualidad que está mucho más cerca del idealismo poético que de la mímesis narrativa.

 

Cuesta creer que dos de estas excelentes nouvelles pasaron inadvertidas para los lectores cuando fueron publicadas hace más de veinte años. Gracias al reconocimiento alcanzado por su autor se ha podido rescatar los textos y darlos a conocer al mundo hispanohablante. Ciudad de fuego confirma la calidad y variedad de esta narrativa, y a Edgardo Rivera Martínez como uno de nuestros escritores más importantes de hoy.

 

 

 

Danzantes de la noche y de la muerte

La obra literaria de Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933) es una de las más logradas expresiones de un mestizaje feliz, de la armoniosa conjunción entre las tradiciones culturales occidentales y andinas. Entre las características más distintivas de la narrativa del autor está el marcado aliento poético, tanto por lo trabajado del lenguaje como por el tipo de personajes y ambientes descritos. La crítica ya ha destacado las cualidades poéticas de la novela País de Jauja (1993), pero resultan aún más notorias en los cuentos de este autor, como se puede comprobar en Danzantes de la noche y de la muerte y otros relatos (Alfaguara, 2006) libro que reúne lo más reciente de la producción literaria de Rivera Martínez.

La mayoría de estos once cuentos nos presentan a personajes solitarios, marginales al entorno en el que viven, y que encuentran –a veces sin buscarlo- un lugar más apropiado en algún tipo de mundo alternativo. En Una diadema de luciérnagas, el primer cuento, Elías es un orfebre limeño ya retirado, quien pasea todas las tardes por las riberas del río Rímac, cerca de la estación de Desamparados. Ahí descubre a un extraño personaje, al parecer un rey salido de un cuadro del siglo XVI, que usa la diadema del título y realiza incomprensibles rituales. Finalmente, Elías tiene que aceptar que no es sino una reencarnación de ese personaje y que debe continuar por el resto de su vida con esos rituales.

Entre los mayores aciertos del relato están el buen manejo del ritmo narrativo, el empleo de términos deliberadamente anacrónicos y el desarrollar las acciones en el gris y neblinoso y centro de Lima. Así se crea la atmósfera apropiada para el desenlace fantástico. Igual de irreales e indeterminados son los universos hacia los que buscan evadirse los protagonistas de los cuentos Juan Simón y Ese joven que te habita. Una variante interesante se da cuando los protagonistas provienen de esos mundos irreales (y por lo tanto son más fantasmas que seres humanos) y está en Lima sólo de paso, como en Jezabel ante San Marcos y El enigma de los zapatos.

Los mejores cuentos son aquellos en que el escape de los protagonistas forma parte de una búsqueda personal, un retorno a esas raíces –identidad, mitos y tradiciones- que en la narrativa de Rivera Martínez su
elen estar relacionadas con lo andino. Eso es precisamente lo que sucede en El retorno de Eliseo y también en Danzantes de la noche y der la muerte, relato que remite al conocido Ángel de Ocongate (1986), pues cuenta la historia de un grupo de danzantes que recorren la sierra yendo de una fiesta patronal a otra. Pero en realidad se trata de un grupo de fantasmas que no pueden dejar de preguntarse “¿A que se debe esta merced de la muerte que nos permite retornar a la vida para bailar esta danza?”

En el extremo opuesto se encuentran los relatos en que los mundos alternos están marcados por el simple exotismo (Ariadna, Juan Simón), por un idealismo demasiado esquemático y elemental (Ese joven que te habita); o ambos, como en Mi amigo Odysseus. Pero incluso en estos casos, la excelente prosa, el oficio y el riguroso trabajo literario, logran que los cuentos mantengan un cierto nivel de calidad y resulten de interés para los lectores. Danzantes de la noche y de la muerte es un buen libro que continúa la línea narrativa de Ciudad de fuego (2000) y reafirma a Edgardo Rivera Martínez como uno de los más importantes escritores peruanos de la actualidad.

 
 
 
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