Periodista con más de veinte años de experiencia como reportero de guerra, el español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) incursionó en la literatura con las novelas El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988) y La tabla de Flandes (1990). El éxito fue tal que se convirtió en el escritor hispano que más libros vende, y desde 1994 abandonó su profesión para dedicarse únicamente a la literatura. Desde entonces ha seguido publicando novelas de aventuras tanto históricas, las de su exitosa saga del Capitán Alatriste, como contemporáneas.

Libros de Arturo Pérez-Reverte comentados por Javier Agreda en esta página:

 

 

 

- El sol de Breda (1999)

 

- La carta esférica (2000)

 

- El oro del rey (2000)

 

- La Reina del Sur (2002)

 

- El caballero del jubón amarillo (2004)

 
- Cabo Trafalgar (2004)
 
- El pintor de batallas (2006)
 
 

 

 

El sol de Breda

 

Actualmente el mayor best-seller español, traducido a 19 idiomas y con numerosos premios otorgados a sus novelas (tanto en Europa como en América), Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) inició con El capitán Alatriste (1996) una nueva etapa de su obra, en la que trataba de conjugar sus indiscutidas cualidades para la narrativa y para la recreación histórica con su experiencia de 21 años como reportero de guerra. El éxito ha sido tal que recientemente ha publicado El sol de Breda (Alfaguara, 1999), tercera novela del ciclo de las aventuras del capitán Alatriste y su ayudante Íñigo de Balboa, guerreros pertenecientes al invencible ejército español de la primera mitad del siglo XVII.

 

Esta vez el relato está centrado en la guerra de Flandes, especialmente el largo y penoso asedio, y posterior caída, de la ciudad de Breda, suceso que motivara uno de los cuadros más famosos de Velázquez (según esta ficción, el pintor fue asesorado por Balboa para realizar el cuadro). El narrador es nuevamente Íñigo, joven aprendiz de soldado bajo la tutela de Alatriste, y de escritor bajo la de Francisco de Quevedo. Se cuentan también la caída de la ciudad de Oudkerk, en la que Íñigo desempeñó un papel importante, el triunfo del ejército español en los campos de Flandes contra un contingente muy superior de soldados holandeses e ingleses, las incursiones nocturnas de pequeños grupos de soldados ibéricos dentro de las líneas enemigas (“encamisadas”). Y, por supuesto, todo tipo de avatares bélicos como duelos, ejecuciones y motines.

 

Pérez-Reverte centra el relato en las aventuras de estos soldados, en su arrojo y heroísmo; pero también nos da una visión humana y realista de los sucesos históricos. Presenta, sin escatimar detalles, todas las penalidades y privaciones que sufren sus protagonistas en un territorio hostil, rodeados de enemigos y demasiado lejos de su propia patria. Lo mismo hace con las difíciles condiciones del sitio de Breda, durante el cual los soldados tuvieron que vivir sumergidos en el barro y la sangre de las trincheras, alternando las jornadas gloriosas con otras dedicadas a la construcción de túneles bajo cementerios o basurales. Hasta las descripciones del capitán Alatriste tienen este doble aspecto: por un lado resaltan la nobleza de sus gestos o su mirada, y por otro dan énfasis a las cicatrices de su rostro, a los remiendos de su ropa o a sus agujereadas botas.

 

Esta perspectiva crítica e irónica con respecto a la guerra se vuelve dominante en el texto: las tropas están siempre a punto de amotinarse por los meses de paga que la corona española les adeuda; mientras que los muertos, heridos y mutilados, además del hambre y el frío, hacen cundir el desánimo y el pesimismo entre ellas. Y cuando los jefes de los ejércitos enemigos deciden hacer -para disipar el aburrimiento del inacabable sitio- un duelo entre sus mejores soldados, el capitán Alatriste se niega a participar en semejante frivolidad, sabiendo que eso podría costarle la honra y hasta la vida.

 

Acaso se le puedan hacer algunos reparos al libro, en especial la excesiva simpleza de ciertas

técnicas narrativas o de la reconstrucción del lenguaje de una época que es también la del Siglo de Oro de la literatura española. Pero eso no desmerece una novela como El sol de Breda, ejemplo concreto de que las grandes cifras de ventas no están necesariamente reñidas con la calidad literaria, y de que los libros de aventuras no son sólo lectura para adolescentes. Los seguidores de la saga del capitán Alatriste pueden estar seguros que habrá más episodios, pues Pérez-Reverte ha prometido por lo menos tres nuevas entregas. Y que el protagonista no ha de morir en ninguna de ellas.

 

 

 

La carta esférica

 

Tras su exitosa incursión en la novela histórica, a través de la saga del Capitán Alatriste, el escritor Arturo Pérez-Reverte (España, 1951) ha regresado a la novela de aventuras en su vertiente más tradicional con La carta esférica (Alfaguara, 2000), el relato de la búsqueda de un tesoro oculto en el mar, dentro de un barco hundido por piratas a mediados del siglo XVIII. Un libro que, como era de esperarse, resultó el más vendido en la reciente Feria del Libro de Madrid, superando a títulos tan prestigiosos como La fiesta del Chivo o La ignorancia (Milan Kundera) y que confirma Pérez-Reverte como el escritor español más leído de la actualidad.

 

Coy, un marino maduro, peleador y de modales torpes (en varios pasajes se imagina a sí mismo como Popeye el marino) y la bella historiadora Tánger Soto, funcionaria del Museo Naval de Madrid son los protagonistas de esta historia. Tánger tiene toda la información acerca del Dei Gloria, una embarcación que los jesuitas, que entonces atravesaban serios problemas, enviaron a España en 1767 con un valioso cargamento de esmeraldas; pero necesita de la ayuda de Coy para hacer el rescate. Además, como suele suceder en este tipo de relatos, hay otras personas tras la pista de este tesoro: el comerciante Nino Palermo y su guardaespaldas Kískoros, un exmilitar y torturador argentino.

 

Con elementos tan simples y previsibles (que incluyen hasta un romance entre Coy y Tánger) Pérez-Reverte construye una narración fascinante y bien escrita, de esas que mantienen atrapados a los lectores desde la primera hasta la última página. Esta es una característica de toda su narrativa, desde sus primeras novelas como El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988) o La tabla de Flandes (1990); y que según el autor sería la principal razón de su éxito entre los lectores: “Sospecho que me leen porque cuento historias como siempre se contaron, con planteamiento, nudo y desenlace, con las comas en su sitio y porque cuento historias donde ocurren cosas”.

 

Detrás de esa aparente simpleza hay bastante trabajo literario y una indudable vocación histórica (constante en el autor), un afán por describir detalladamente otras épocas y ambientes. En esta oportunidad se trata de la navegación en el siglo XVIII: costumbres, instrumentos, cartas, tipos de barcos y todo lo relacionado con las técnicas que entonces se empleaban para determinar la ubicación de un barco en medio del océano. A esto se suman las abundantes referencias culturales que dan mayor diversidad al relato y riqueza a los personajes. Coy deviene por eso en una especie de Popeye ilustrado: ha leído casi toda la literatura que tiene como tema el mar (Homero, Stevenson, Melville, Conrad), además de ser un fanático del jazz. Y sus vivencias son descritas utilizando el  lenguaje de los marinos o apoyándose en citas prestigiosas y solos de Charlie Parker.

 

Pero también encontramos en este libro algunos detalles que parecen indicar un cierto agotamiento en el autor, acaso debido al ritmo de trabajo que se ha impuesto (su novela El sol de Breda fue publicada hace exactamente un año) y que hacen que esta eficiente máquina narrativa comience a rechinar un poco. El más notorio es un injustificado cambio, casi al final del libro, del narrador en tercera persona de la novela a un narrador personaje. El cambio, decisivo para el texto,  es mantenido apenas unas cuantas páginas: sólo había sido una forma de hacer más interesante uno de los momentos claves de la historia.

 

La carta esférica, con sus 600 páginas resulta una experiencia cautivante  tanto para aquellos lectores que sólo buscan emociones y sorpresas como para aquellos interesados en virtudes más literarias. Pérez-Reverte parece haber encontrado, combinando las novelas de aventuras clásicas y el pastiche cultural posmoderno, la fórmula narrativa más eficaz en nuestros tiempos. Esperemos que sepa enriquecerla y renovarla en sus próximas entregas.

 

 

 

El oro del rey

 

Considerado desde hace años como el escritor español que más libros vende, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) publicó en 1996 El capitán Alatriste, novela pensada inicialmente para público juvenil y que se convirtió en la primera de una serie basada en este personaje. El éxito que la acompaña se debe en gran parte a que el autor logra conjugar sus indiscutidas aptitudes para la narrativa histórica con su experiencia de 21 años como reportero de guerra. Recientemente ha publicado El oro del rey (Alfaguara, 2000), cuarta entrega del ciclo de aventuras del Capitán Alatriste y su ayudante Iñigo de Balboa, guerreros del invencible ejército español de la primera mitad del siglo XVII.

 

Las acciones se inician exactamente donde concluyó el libro anterior. A su regreso de la campaña de Flandes ónarrada en El sol de Breda (1999)ó Alatriste es convocado a Sevilla por su amigo Francisco de Quevedo para encomendarle una nueva misión al servicio del Rey: acabar con una red de contrabandistas que se está apropiando del oro proveniente de América. Se narra el proceso de reclutamiento de soldados, el asalto al barco que transporta el oro y también el reencuentro de los protagonistas con viejos amigos y enemigos, como Gualterio Malatesta, el rey Felipe IV y la menina Angélica de Alquézar, amada por Iñigo.

 

Aunque parece repetirse la fórmula de las anteriores novelas (batallas, duelos, presencia de personajes históricos), los seguidores de la serie podrán notar cambios importantes ya desde el primer capítulo, dedicado a describir la arquitectura y la historia de las ciudades y puertos por los que pasan los personajes. Las conversaciones entre nobles y plebeyos, entre escritores y delincuentes tienen un papel también más relevante y ocupan muchas páginas, mientras que las acciones centrales, como el asalto al galeón, sólo abarcan los últimos capítulos.

 

Estos cambios en las prioridades narrativas están relacionados con el mayor cuidado puesto en la reconstrucción del lenguaje de época, nada menos que la del Siglo de Oro español. El autor ha trabajado más la documentación, especialmente en lo que respecta al vocabulario y giros expresivos, los que, adaptados de manera que puedan ser entendidos por los lectores de hoy, han sido empleados generosamente en las descripciones y los diálogos. La esmerada y rigurosa labor con el lenguaje se manifiesta también en la serie de poemas atribuidos a Quevedo y que celebran los sucesos narrados en la novela, poemas en los que el autor ha refundido y adaptado versos conocidos del autor de El buscón.

 

El ritmo más lento y sosegado de la narración se corresponde con una nueva actitud personal del protagonista, aun más callado y pensativo que antes. Alatriste llega incluso a cuestionar su lealtad al Rey, uno de los principios básicos de su ética, o lo implacable del código de guerra, como cuando tiene que matar a uno de sus subordinados por desobedecer órdenes. Contribuye a acentuar el pesimismo y la desilusión una descripción de la muerte de Alatriste óel detalle que más ha sorprendido a los seguidores de la serieó, aunque sólo sucede 20 años después de los sucesos narrados en esta novela.

 

Pérez-Reverte está haciendo evolucionar las aventuras del capitán Alatriste, trabajando más los aspectos artísticos y la personalidad de sus héroes, pero sin olvidar que se trata básicamente de novelas de aventuras, de libros que tienen la obligación de atrapar y mantener cautiva la atención de sus lectores. El oro del rey es uno de los mayores aciertos del autor en su afán por demostrar que las grandes cifras de ventas no están necesariamente reñidas con la calidad literaria.

 

 

 

La Reina del Sur

 

Después de una larga incursión en la narrativa histórica, con tres novelas dedicadas a las aventuras del capitán Alatriste (ambientadas en el siglo XVIII), el escritor español vuelve al presente y a la investigación periodística en su nueva novela La Reina del Sur (Alfaguara, 2002) la historia de una mexicana que se convierte en la reina del tráfico de drogas en el sur de España.

 

La vida de Teresa Mendoza es narrada en dos partes. La primera cuenta su  humilde origen en Sinaloa, su relación con el Güero Dávila, piloto de avioneta de una red de narcotraficantes mexicanos. Cuando éste cae en desgracia con sus jefes, Teresa apenas logra salvar la vida y huir a España, donde se involucra con Santiago Fisterra, narcotraficante que opera en el Mediterráneo, hasta terminar encerrada en una cárcel española. La segunda parte cuenta el ascenso social de Teresa, cómo se sofisticando a medida que sus negocios ilegales van creciendo e involucrando a personalidades de más alto nivel. Así llega a ser una de las mujeres más importantes de España, dueña de grandes empresas con las que blanquea sus ganancias provenientes de las drogas.

 

Bajo la forma de una investigación periodística (hay un narrador que entrevista a amigos y conocidos de Teresa) Pérez-Reverte ensaya en este  libro una combinación de novela de aventuras tradicional (cuyo principal referente parece ser la obra de Dumas) con temas y personajes propios de los narco-corridos mexicanos, canciones populares de carácter épico. La fórmula funciona bastante bien en la primera mitad, en que las acciones en aviones y lanchas atrapan y mantienen la atención del lector; pero en la segunda el ritmo decae ostensiblemente, pues priman los ambientes cerrados y las intrigas de escritorio. Hay, además, un especial énfasis en los pensamientos y emociones de la protagonista. Y si bien el autor sale bien librado (no más que eso) en este su primer intento por narrar desde un punto de vista femenino, el libro pierde bastante en unidad e interés.

 

Algo similar ocurre con el lenguaje. Pérez-Reverte procura, en muchas páginas de este libro, reproducir la peculiar forma de hablar de sus personajes, la mayoría de ellos delincuentes provenientes de los estratos más bajos de la sociedad mexicana o española. Como resultado, los lectores encontrarán junto al correcto y castizo español del narrador, una abundante recopilación de localismos y términos propios de la jerga de los narcotraficantes que si bien resultan coherentes en el habla de los personajes, no dejan de tener un cierto carácter artificial e impostado. Especialmente si tenemos en cuenta que incluso aquellos que se muestran más irreverentes y transgresores en el manejo del léxico, siguen de la manera más escrupulosa y estricta las normas gramaticales tradicionales.

 

Es evidente que Pérez-Reverte ha intentado con este libro ampliar los temas y recursos de su narrativa, hasta ahora ligada mayormente a lo más canónico de la narrativa: relatos de aventuras, con protagonistas masculinos y escritos con un lenguaje limpio y transparente. Cambios con los que el autor pretende superar los síntomas de agotamiento que ya había comenzado a mostrar su obra en libros como La carta esférica (2002). Y también convocar a nuevos lectores, y especialmente lectoras, en Latinoamérica. A pesar de la renovación que representa y la laboriosa documentación en que está basada, La Reina del sur no es una de las mejores novelas de Pérez-Reverte, pero sí es un libro entretenido y escrito con el mayor oficio literario.

 

 

 

 

El caballero del jubón amarillo

 

El español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) incursionó en la literatura actualizando exitosamente la antigua tradición de novela de aventuras con El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988) y La tabla de Flandes (1990). Desde entonces se ha convertido en uno de los escritores con mayores ventas en todo el mundo, destacándose en el conjunto de su obra, tanto por la calidad formal como por su manejo del material histórico, el ciclo de novelas del capitán Alatriste, ambientadas en la España del siglo XVII. Pérez-Reverte acaba de publicar El caballero del jubón amarillo (Alfaguara, 2004) quinta entrega de esta interesante serie.

 

La pareja conformada por el capitán Diego Alatriste y su joven ayudante Íñigo de Balboa vuelve a enfrentar situaciones llenas de riesgo y acción, pero esta vez sus aventuras son más propias de las llamadas comedias de “capa y espada”: traiciones, amores prohibidos, rivalidades cortesanas. Alatriste tiene la mala suerte de que su amante, la actriz María de Castro, es deseada nada menos que por el propio Rey; lo que es aprovechado para una intriga palaciega con el propósito de matar al monarca. El propio Íñigo, manipulado por Angélica de Alquézar, el gran amor de su vida, cae en el juego. Con la ayuda de su viejo amigo Francisco de Quevedo, y en un final efectivo y muy bien narrado, los protagonistas derrotan a sus enemigos.

 

Cada libro de esta serie ha abordado aspectos específicos de la sociedad española del XVII: la guerra de Flandes en El sol de Breda o el tráfico de las riquezas provenientes de Indias en El oro del Rey. El caballero... nos introduce al activo mundo teatral del siglo de Oro, un arte que entonces atraía tanto a las masas como a la nobleza. Aparecen por eso conocidos autores (Lope, Tirso, Calderón), y la mayor parte de las acciones están ambientadas en corrales de comedias y lugares en los que se reunían los actores y la gente del medio. Pérez-Reverte se ha documentado bien y describe todo eso con acierto, empleando siempre un lenguaje que evoca el vocabulario y los giros expresivos de aquella época, pero que resulta fácilmente entendible por los lectores actuales.

 

La fidelidad con el material histórico (Pérez-Reverte presentó, en su ingreso como Académico de la Lengua, un trabajo sobre el habla popular española del XVII) hace que la narración deje los estereotipos de las obras de “capa y espada” y nos muestre un Madrid auténtico (con calles oscuras y delincuentes) y seres humanos reales, con debilidades,  sentimientos contradictorios y destinos trágicos. Una pareja de jóvenes amantes logra casarse superando todas las barreras, pero ella enferma y muere. “Todo se lo lleva el tiempo, y la felicidad eterna sólo existe en la imaginación de los poetas y en los escenarios”, concluye sombríamente Íñigo. Y el Rey es representado como un pusilánime que casi no merece ser rescatado de sus enemigos.

 

La humanización de los personajes abarca a los propios protagonistas. Alatriste ha sido siempre un héroe sombrío, pero esta vez sus convicciones y principios éticos parecen tambalearse, lo que lo hace más escéptico y distante en sus relaciones personales. “Es como si D´artagnan hubiera adquirido la lucidez y el cansancio existencial de Sam Spade o de Philip Marlowe” ha comentado el argentino Jorge Fernández. Y esto resulta más notorio porque Íñigo, narrador y principal “punto de vista”, también está madurando, y ya no se limita a contar deslumbrado las hazañas de su maestro; ahora duda de sus decisiones y en algún momento se le enfrenta para evitar excesos en los sangrientos duelos.

 

El caballero del jubón amarillo es una muy buena novela que confirma el especial interés y la dedicación con que Pérez-Reverte trabaja las aventuras de su Capitán Alatriste. Como para refutar los lugares comunes que hacen de los best-sellers libros de poca calidad y que pretenden que toda obra literaria de valor tiene que ser necesariamente aburrida.

 

 

 

Cabo Trafalgar

  

Nadie más indicado para contar los pormenores de la batalla de Trafalgar que el español Arturo Pérez-Reverte. A sus más de veinte años de labor como corresponsal de guerra (estuvo en Sarajevo, Etiopía y El Salvador) suma su vocación por la novela histórica, género al que pertenece lo más importante de su obra narrativa, incluyendo la famosa saga del Capitán Alatriste. Y también su afición y grandes conocimientos sobre la navegación en los siglos XVIII y XIX, plasmados en La carta esférica. Por eso las expectativas creadas en torno a Cabo Trafalgar (Alfaguara, 2004), la novela que Pérez-Reverte acaba de publicar sobre tan trascendente episodio histórico.

 

No se intenta aquí hacer el tradicional relato basado en las grandes figuras históricas o en los entretelones de las más trascendentes decisiones políticas. Todo lo contrario, Pérez-Reverte nos ubica desde el principio en el mismo campo de batalla, y elige como protagonistas a tres personajes ficticios, tripulantes de la embarcación Antilla, también ficticia, integrante de la flota hispano-francesa. A través de estos personajes, especialmente del improvisado marinero Nicolás Marrajo (un simple pueblerino levado) asistimos a todos los pormenores de la batalla de Trafalgar, en la que los 33 navíos aliados fueron derrotados, frente a la costa de Cádiz, por los 26 navíos ingleses comandados por el almirante Nelson.

 

La narración en tiempo presente, en la que priman las acciones sobre las descripciones y los diálogos, hace sentir a los lectores en medio de la batalla. A ello contribuye también el lenguaje “marinero”, tanto por los términos náuticos como por los coloquialismos y expresiones soeces (hasta en el narrador omnisciente); y un muy original uso de onomatopeyas (“Pumba, pumba, pumba”, “Craaaac”, “catacatapumba”) que ayudan a recrear el interior de la embarcación en medio del bombardeo enemigo. Un intento para alcanzar el realismo de películas como Salvando al soldado Ryan. Incluso se muestra a un marinero recogiendo su propio brazo recién arrancado, como en la película de Spielberg.

 

Estas opciones narrativas tan poco ortodoxas no dejan de tener sus riesgos. El lenguaje, por ejemplo, debe resultar verosímil en personajes de hace 200 años y a la vez ser entendible para la gran masa de lectores de hoy, a la que el libro está dirigida. Pérez-Reverte no puede evitar caer por eso en ciertos anacronismos, los que él mismo señala con mucha ironía, como cuando Marrajo cita versos de “las coplas de Rocío Jurado”. Pero, en líneas generales, el autor sale bien librado de estos problemas, y tanto los abundantes términos técnicos (nombres de velas y elementos de las embarcaciones) como los coloquialismos están casi siempre adecuadamente integrados al relato.

 

El mayor acierto es el contar la historia desde el punto de vista de los héroes anónimos, aquellos que pelearon y murieron en el interior de esos barcos, y que probablemente no tenían una idea clara acerca de los intereses políticos detrás del conflicto bélico en el que se vieron envueltos. En ese sentido Marrajo resulta paradigmático y está en la línea de otros protagonistas de la narrativa de Pérez-Reverte, desde el rudo Coy de La carta esférica hasta el capitán Alatriste, "héroes cansados... hombres que no tienen esperanza en muchas cosas... pero les queda la lucidez, la dignidad, la lealtad”, según los definió el propio autor en una entrevista reciente.

 

Así, partiendo de una minuciosa documentación, técnica e histórica, y de un original trabajo con el lenguaje (el autor es miembro de la Real Academia Española) Pérez-Reverte nos entrega su versión de este episodio, en la que ha intentado acercarse a la verdad histórica sin dejar de lado los elementos más característicos de su propia narrativa. No sabemos cómo recibirán los lectores del futuro todas esas “catacatapumbas” e imprecaciones, pero Cabo Trafalgar es, sin dudas, un buen libro, novela de aventuras y relato de aliento épico además de una mirada realista y crítica al pasado español.

El pintor de batallas

 

El escritor español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se aparta de la novela de aventuras –género al que pertenecen sus libros más exitosos– para intentar hacer en El pintor de batallas (Alfaguara, 2006) una reflexión de su larga labor como corresponsal de guerra en Sarajevo, Etiopía y El Salvador. Para ello nos cuenta la historia de Faulques, fotógrafo especializado en temas bélicos que decide encerrarse en un viejo faro de la costa española para pintar un mural circular que resuma todas sus experiencias. Ahí, mientras Faulques trabaja, recibe la sorpresiva visita de Ivo Markovic –un miliciano croata al que alguna vez fotografió–, quien dice estar desde hace años buscándalo para matarlo.

 

Las conversaciones entre Faulques y Markovic, llenas de recuerdos de la guerra, establecen una peculiar relación entre ellos y son el eje de la narración. Faulques se muestra como un hombre culto, pesimista y cerebral; obsesionado con su trabajo en el mural, pero también con temas como la validez de las representaciones (pictóricas, fotográficas), las teorías científicas y el sentido de la existencia en general. Markovic representa, por el contrario, los aspectos más directos y emotivos de lo bélico. A estos dos personajes se suma el recuerdo del gran amor del protagonista, la también fotógrafa Olvido Ferrara, de cuya muerte, en pleno campo de batalla, Faulques parece sentirse culpable.

 

Con esta obra intimista, limitada –a la manera de un drama teatral–a la conversación entre dos personajes en un único ambiente, el autor seguramente ha intentado demostrar su versatilidad literaria. Pero no es tan fácil cambiar de registro, y hasta los más talentosos escritores fracasan cuando incursionan en géneros que no les son propicios. Pérez-Reverte, con bastante talento para la novela histórica y de acción, se muestra aquí torpe en la construcción de los personajes (esquemáticos y estereotipados), en las descripciones (extremadamente detallistas) y en el manejo de los diálogos, que muchas veces son largos monólogos de uno de los personajes, que otro escucha impresionado y respetuoso.

 

Casi todo el peso y la trascendencia de la historia reposa en las pesimistas reflexiones de Faulques (y Olvido) sobre la guerra y su relación con teorías y otras prácticas humanas. Esas reflexiones, que quieren ser originales y profundas, en algunos casos caen en lugares comunes simples y efectistas: “Si una mariposa mueve sus alas en Brasil se desencadena un huracán en el otro extremo del mundo”, afirma Faulques; mientras que en lo relacionado con Olvido (bella, noble y refinada) siempre hay un poco de afectación y pedantería: “vestida por los mejores modistos, le roba frases a Sasha Stone o a Feuerbach”.

 

Entre las mejores páginas del libro están aquellas en que Faulques rememora episodios de su vida como fotógrafo de guerra; episodios que en realidad remiten a experiencias reales del propio autor, como esa extraña historia del francotirador de Sarajevo. Solo ahí podemos encontrar al autor que sin discursos innecesarios nos ha mostrado en novelas como El sol de Breda (1999) y Cabo Trafalgar (2005) el dolor, crueldad, injusticias y heroísmo que acompañan a las guerras. El pintor de batallas, a pesar de los entusiastas elogios de la crítica española, es un libro menor dentro del conjunto de la obra narrativa de Pérez-Reverte.

 

 

 

 
 
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