A casi diez años de su irrupción en la escena literaria latinoamericana, los autores de la generación de Mc. Ondo (nombre de la antología de cuentos que los reunió) están siguiendo caminos muy distintos. Mientras que unos se aferran a la fórmula light que les dio fama fácil en su momento (el caso más notorio es Bayly), otros han seguido formándose como escritores para darle mayor calidad y profundidad a sus obras. Ese es el caso de Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967), quien paralelamente a sus actividades académicas (es doctor en Literatura Hispanoamericana y docente en la Universidad de Cornell) ha publicado libros de cuentos y novelas que incluso lo han llevado a ser candidato al premio Rómulo Gallegos.

Libros de Edmundo Paz Soldán comentados por Javier Agreda en esta página:

 

 

 

- Amores imperfectos (1998)

 

- Sueños digitales (2000)

 

- La materia del deseo (2001)

 

- El delirio de Turing (2003)

 
 
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Amores imperfectos

 

Aparecidos en diversos países de América Latina a principios de la década del 90, los narradores “light” representan ya toda una generación literaria que el tiempo, el mejor antologador a decir de Borges, se está encargando de depurar. De este discutido grupo de escritores uno de los más reconocidos es Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967), autor de dos libros de cuentos y dos novelas –Días de papel (1982) y Río fugitivo (1998)-, además de ganador del prestigioso Premio de Cuento “Juan Rulfo 1997” con el relato “Dochera”. Este cuento y otros 22 forman parte de Amores imperfectos (Alfaguara, 1998), su más reciente publicación.

 

Dividido en dos secciones (de acuerdo a la extensión de los relatos), el libro presenta textos en los que lo más importante parece ser el efecto final, el afán de sorprender al lector. En “Romeo y Julieta”, cuento brevísimo, dos adolescentes enamorados deciden suicidarse. El lo hace primero, cortándose las venas con un cuchillo, pero ella en lugar de hacer lo mismo simplemente da media vuelta y se va. Igual de imprevisto pretende ser el final de “La puerta cerrada”: el personaje narrador ve a su hermana asesinar al padre que abusaba sexualmente de ella. En el último párrafo nos dice que no revelará lo que sabe para que ella “no decida, como lo hizo antes con papá, cerrarme la puerta de su cuarto” (p.25).

 

Sin grandes ambiciones intelectuales o artísticas, los relatos de Paz Soldán y sus compañeros de generación son de alguna manera una respuesta a la complejidad y pretensiones de totalidad de las novelas de Cortázar, Fuentes o Vargas Llosa, sumamente cargadas de reflexiones y referentes culturales y por lo mismo poco accesibles para la mayoría de lectores. Una primera reacción a esta “elitización” fueron autores como Bryce o Puig, que sin dejar de lado el rigor formal apelaban a referentes más populares y a una temática más personal y emotiva. La generación light continuó en esta línea y la llevó al extremo, simplificando al máximo las técnicas literarias y utilizando un lenguaje lo más transparente y cotidiano posible.

 

No es la primera vez que un movimiento artístico o literario que parece alcanzar una cima de creatividad produce este tipo de reacción (ocurrió también con el jazz, que en su mejor momento comenzó a ser reemplazado por el simple y repetitivo rock and roll); y siempre a lo radical del enfrentamiento inicial sigue una segunda etapa más conciliadora con la tradición y la calidad artística. Mucho de eso tiene Amores imperfectos, libro en el que versos de canciones populares y personajes de televisión están al lado de guiños y alusiones literarias. El cuento “Continuidad de los parques” es un “remake” del relato homónimo de Cortázar, sólo que narrado por el mayordomo, ausente en el texto original. También hay un cuento titulado “El informe de los ciegos”, además del ya mencionado “Romeo y Julieta”. Y “La escena del crimen” es un típico cuento policial, hasta con un personaje apodado Sherlock.

 

Pero no son esos los mejores relatos del libro (las alusiones son siempre demasiado obvias y directas), sino aquellos pocos en los que el autor se aproxima a la problemática relación entre el lenguaje y la realidad, uno de los temas predilectos de los narradores del “boom”. Eso sucede en “Epitafios” y en “Dochera”, que cuenta la historia de Benjamín Laredo, encargado de hacer los crucigramas de un importante diario, quien desconcierta a sus lectores cuando comienza a inventar palabras y a cambiar el nombre de las cosas para llamar la atención de su amada. Así, Amores imperfectos de Edmundo Paz Soldán resulta un conjunto de relatos disparejo pero interesante; y una prueba de la continuidad de la narrativa latinoamericana, a pesar de las diferencias generacionales.

 

 

 

Sueños digitales

 

Proveniente de la llamada generación Mc Ondo, Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967) es un autor en permanente superación literaria. Ha publicado libros de cuentos – desde Las máscaras de la nada (1990) hasta Amores imperfectos (1998)- y novelas –Días de papel (1991) y Río fugitivo (1998)- que incluso lo han llevado a ser candidato al premio Rómulo Gallegos. Su más reciente novela, Sueños digitales (Alfaguara, 2000) confirma esta constante superación.

 

Sebastián, un diseñador gráfico que trabaja en un periódico boliviano, es el protagonista de Sueños digitales. Debido a su talento en el manejo de las computadoras, el gobierno lo contrata para manipular las fotografías que atestiguan el oscuro pasado del presidente, un dictador corrupto. El carácter secreto y los problemas morales que representan estas actividades realizadas en la misteriosa “Ciudadela”, sede del Ministerio de Información, hacen que Sebastián se aleje de sus amigos, labores normales y hasta de su esposa Nikki. Pero cuando intenta  abandonar ese trabajo sucio comienza a ser perseguido y vigilado todo el tiempo, Nikki lo abandona y sus amigos se ven envueltos en una serie de desgracias.

 

Estamos ante lo que podríamos denominar un thriller tecnológico, un género sumamente actual tanto en la novela como en el cine. La manipulación de las fotografías que realiza Sebastián intenta modificar el pasado, pero otras personas en la Ciudadela están manipulando el presente, el futuro y todo lo que los demás consideran parte de la realidad. Con esta trama y temas, Paz Soldán ha reunido dos constantes de su obra: el interés por el género policial, ya manifestada en Río fugitivo; y también ciertas reflexiones acerca de la co-existencia de varios niveles de realidad, las que han sido planteadas en dos de sus mejores cuentos: Epitafios y Dochera, con el que obtuvo el premio Juan Rulfo en 1997.

 

Las dudas y confusiones de Sebastián al volver de sus elaboraciones virtuales a la realidad, sirven para plantear toda una serie de problemas de otro orden: soledad, inseguridad, marginación, búsqueda de identidad. Los personajes secundarios son los encargados de desarrollar estas líneas temáticas que van dándole densidad y complejidad al relato. Píxel, amigo y colega del protagonista, está empeñado en recrear digitalmente imágenes del pasado de su padre, mientras que se va aislando del mundo y pasando cada vez más tiempo en juegos de computadoras. Braudel -otro amigo-, el tío Jurgen, Nikki, Inés y casi todos en esta ciudad tienen secretos y cosas que ocultar en su pasado.

 

A pesar de describir situaciones casi kafkianas y abordar temas tan oscuros (el suicidio ocupa un lugar importante y decisivo en esta obra), Paz Soldán mantiene la claridad narrativa gracias al empleo de un lenguaje siempre sencillo, la limpieza en el manejo de las técnicas y el uso de elementos y  referentes cotidianos (como las canciones de Miguel Bosé). Así, de la mano de una prosa aparentemente light, el lector es guiado por las diferentes etapas de la evolución de Sebastián, inicialmente un joven arrogante y optimista, quien terminará convertido en temeroso e indeciso, incapaz de confiar en nadie.

 

Sueños digitales es una buena novela en la que Paz Soldán ha logrado articular sus preferencias narrativas personales con una serie de problemas sumamente actuales (políticos, tecnológicos y humanos) confirmando ser uno de los mejores escritores latinoamericanos de su generación.

 

 

 

La materia del deseo

 

El boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) es autor de una interesante obra narrativa –tres libros de cuentos y cuatro novelas- que lo ha alejado bastante de la literatura “light” dominante entre los autores de la llamada generación Mc. Ondo (la de Fuguet y Bayly), con la que se inició hace una década. Sus dos últimas novelas, Río fugitivo (1998) y Sueños digitales (2000), nos mostraron a un escritor que además de saber manejar bien el suspenso narrativo y la precisión de la trama, se atrevía a abordar una serie de problemas (políticos, tecnológicos y humanos) muy propios de nuestro tiempo. Actualmente profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell (USA), Paz Soldán acaba de publicar la novela La materia del deseo (Alfaguara, 2001), un thriller también ambientado en la ficticia ciudad de Río fugitivo.

 

Dos historias contadas simultáneamente forman esta novela. La primera es la de Pedro, un joven profesor universitario en Berkeley, quien regresa a su Bolivia natal huyendo de la problemática relación sentimental que mantenía con Ashley, su alumna y también una mujer casada. La otra historia es la de David, tío de Pedro, un intelectual solitario y dedicado a elaborar crucigramas para un diario local, pero que en su juventud fue parte -junto con el padre de Pedro y sus esposas- del MAS, un grupo de izquierdistas radicales. Las peripecias y dudas sentimentales de Pedro (al llegar a Río Fugitivo reinicia sus relaciones con una antigua enamorada) se suman a sus investigaciones acerca de la verdad del trágico final del MAS (hubo un traidor) en el que murió su padre, quien dejó una novela titulada Berkeley, llena de claves y secretos ocultos que Pedro trata de descifrar.

 

Podemos reconocer en esta novela muchos elementos que ya se han vuelto constantes en la narrativa de Paz Soldán: la ciudad de Río Fugitivo (que ya es para él lo que Santa María fue para  Onetti), el interés por los crucigramas y las personas que los elaboran (tema del cuento “Dochera”, con el que ganó el Premio Juan Rulfo en 1997), la figura del dictador que queriendo transformarse en demócrata, tiene que borrar las huellas de su pasado. Como en sus dos anteriores entregas, nos encontramos con un protagonista buscando la verdad oculta tras las diversas versiones de sucesos pasados (la muerte de su padre, la relación con Ashley) y que hace confluir en esas búsquedas sus problemas más personales: soledad, inseguridad, falta de identidad.

 

Los materiales son los mismos, pero Paz Soldán ha privilegiado esta vez el interés de la trama, entregándole al lector de manera dosificada una serie de sorpresas que cambian completamente la interpretación de las historias y la valoración de las personas involucradas. Así, David pasa de ser inicialmente casi un héroe a convertirse después en la persona que traicionó al MAS y, finalmente, en una víctima más de la intriga urdida por el verdadero traidor. Lo mismo sucede con Ashley en el terreno de lo sentimental. Con estos recursos el autor mantiene cautivo el interés del lector a lo largo de toda la narración, pero lo hace sacrificando la verosimilitud de los personajes secundarios (que parecen estar permanentemente cambiando de máscaras) y la evolución de los protagonistas, una de las mayores virtudes de Sueños digitales.

 

También en lo que respecta al lenguaje notamos una actitud menos rigurosa y más concesiva. Si hasta ahora Paz Soldán había evitado los regionalismos y anglicismos en sus libros, aquí emplea no sólo expresiones coloquiales del habla de su país, hay además un verdadero abuso de palabras y hasta párrafos en idioma inglés. Una combinación extraña, que intenta “sintonizar” con el idioma que hablan actualmente los jóvenes latinoamericanos. Aunque ese interés por complacer a los posibles lectores, de hacer un poco más “light” su narración, haga de La materia del deseo un libro mucho menos logrado que sus dos novelas anteriores.

 

 

 

El delirio de Turing

 

A una Bolivia convulsionada por protestas populares –ocasionadas por la venta de los recursos naturales a empresas extranjeras- nos remite la novela El delirio de Turing (Alfaguara, 2003) la nueva entrega del narrador Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967). Un thriller tecnológico en la línea de las dos novelas anteriores de este escritor –Sueños digitales (2000) y La materia del deseo (2001)- que cobra sorprendente actualidad a la luz de los recientes sucesos en el país altiplánico.

 

Esa crisis política ficticia (pero basada en la “Guerra del agua” del año 2000, durante el gobierno de Banzer) es narrada  a partir de un grupo de criptógrafos de la “Cámara Negra”, organismo estatal encargado de descifrar mensajes en clave de la oposición. Miguel Sáenz, el más respetado de esos especialistas (conocido por el apelativo de Turing) se entera de que ha sido utilizado por sus jefes, Ramírez-Graham y el agonizante Albert, para encarcelar y condenar a inocentes. Paralelamente, Flavia la hija de Sáenz y experta en computación, colabora con Ramírez-Graham buscando al misterioso Kandinsky, un hacker que dirige las protestas y disturbios a través de internet. A los mencionados se suman otros dos protagonistas: Ruth, la esposa de Miguel, y el juez Cardona, una especie de ángel vengador.

 

Las historias de estos siete personajes se alterna en los 45 capítulos de esta novela tan bien estructurada que, a pesar de esos saltos, se mantiene siempre como una lectura interesante. Ese es uno de los varios aspectos en los que se aprecian los progresos del autor, el dominio que ha alcanzado en el manejo de las técnicas narrativas. Hay además constantes cambios del punto de vista, datos escondidos, flashbacks y anticipaciones, y una amplia variedad de recursos que aseguran la continuidad y fluidez de la trama. A ello se suma un mayor trabajo con el lenguaje, aunque a veces se llegue a algunos excesos retóricos (adjetivos e imágenes demasiado artificiosas), y la laboriosa  documentación sobre la historia de la criptografía o las más modernas técnicas de hackeo.

 

Pero el esmero puesto en la trama y documentación ha hecho que el autor descuide otros elementos igual de importantes como los personajes mismos, planos y cuyos cambios de comportamiento (el repentino enamoramiento de Flavia o el activismo político de Kandinsky) responden más a necesidades argumentales que a una evolución justificada y coherente. Algo similar sucede con la extensión de los capítulos (los hechos más importantes son contados con excesiva premura) o el material producto de la “investigación”, que el autor –sin haberlo digerido del todo- se esfuerza por incluir en la narración, dando lugar a una serie de errores y también a la creación de un personaje como Albert, supuesta personificación del espíritu y la historia de la criptografía.

 

El personaje, extrañamente alegórico, muestra también lo ambicioso de esta novela en la que Paz Soldán ha querido reunir una cierta problemática social (el rechazo a la globalización neoliberal en los países tercermundistas, lo accidentado de la historia política boliviana reciente) con aquellos temas y elementos que ya se han vuelto recurrentes en su obra: el impacto de las nuevas tecnologías (internet, medios audiovisuales, video-juegos) en nuestra vida cotidiana, el interés por los acertijos y juegos de palabras (presente ya en “Dochera”, uno de sus primeros cuentos), y la propia ciudad de Río Fugitivo, versión ficcionalizada de su Cochabamba natal. No todos estos componentes se han logrado integrar bien a la narración, y la novela no perdería nada si se eliminaran dos o tres de sus siete protagonistas.

 

A pesar de los reparos, El delirio de Turing es una buena novela, una especie de resumen y conclusión de todo un ciclo novelesco que tuvo su mejor expresión en Sueños digitales. Un libro que confirma a Paz Soldán como uno de los autores latinoamericanos más valiosos dentro de su generación.

 
 
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