La historia literaria del narrador Juan Morillo Ganoza (Pataz, 1939) es sumamente peculiar. Formó parte de los grupos Trilce de Trujillo y Narración de Lima y en 1964 publicó el libro de cuentos Los arrieros, que fue bien recibido por la crítica. A pesar de eso, se alejó de las publicaciones por su labor como docente universitario primero en Ayacucho, después en Lima (San Marcos y la UNI) y por último en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín. En 1999, después de 35 años de silencio, comenzó a dar a conocer su obra más reciente, la de madurez (la que aquí comentamos), con el libro de cuentos Las trampas diablo, al que seguirían tres novelas que el autor afirmaba tener ya completas y que han convertido a Morillo en uno de los más valiosos narradores peruanos de la actualidad.

Libros de Juan Morillo comentados por Javier Agreda en esta página:

 

- Las trampas del diablo (1999)

 

- El río que te ha de llevar (2000)

 

- Fábula del animal que no tiene paradero (2003)

 

- Indigenismo y picaresca (Ensayo)

 
- Aroma de gloria (2005)
 
 
 
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Las trampas del diablo

 

Los ocho relatos de Las trampas del diablo (San Marcos, 1999) están ambientados en un pequeño pueblo de nuestra sierra y mantienen muchas de las características de la narrativa indigenista en general: temática centrada en el injusto trato social que reciben los “indios”; descripciones detalladas de paisajes, ambientes y costumbres; interés en el imaginario popular regional, por los mitos y leyendas locales.En el cuento “Los Esdras”, por ejemplo, un poderoso y cruel terrateniente quema la choza que unos campesinos han levantado dentro de su propiedad. Y también encierra a los invasores, negándose hasta a alimentarlos. El final del relato, lleno de sucesos fantásticos (el terrateniente y sus servidores envejecen de un momento a otro), le da un cierto carácter de leyenda popular.

 

Pero lo que más llama la atención en estos textos es el realismo crudo y directo que abandona completamente tanto la mirada paternalista y condescendiente de los primeros indigenistas como las idealizaciones y excesos líricos de los más recientes. Los habitantes de este pueblo serrano viven en la mayor pobreza e inmersos en un catolicismo retrógrado que sólo los hace sentirse culpables de su propia miseria y desgracias. Los personajes de “Día de fiesta” resultan sumamente expresivos al respecto: un arriero que después de un accidente de trabajo queda “tullido de cuerpo y voluntad” (p. 98); su hijo tonto e inútil, “ciego y sordo a todo”; y su esposa, andrajosa y llena de piojos, que invoca constantemente a Dios y hace penitencia en las procesiones.

 

Tanto la rudeza de las descripciones como las contradicciones entre este catolicismo culposo y las emociones naturales encuentran su mejor expresión en “Las trampas del diablo”, cuento que da título al libro. Se trata de un largo monólogo interior de una joven disfrazada de la Virgen María en una representación humana del nacimiento de Jesús: “La mañana no avanza y me estoy cansando de ser virgen y es el aburrimiento y es el dolor de espaldas y de rodillas y las ganas de mear lo que me quita la devoción” (p. 126). A través de este fluido e irónico monólogo de más de 50 páginas, el autor nos ofrece un completo retrato de esta adolescente que vive constantemente amenazada por su madre, una mujer lujuriosa que intenta redimir sus pecados haciendo de su hija una santa.

 

Otros textos de este libro se aproximan más a la atmósfera de los relatos orales andinos, especialmente a través del personaje de la Achacay (protagonista de dos cuentos), cruel y con poderes sobrenaturales. También aquí se conjugan la religiosidad con los mitos populares, el buen manejo de la tensión narrativa con la complejidad y riqueza de los personajes femeninos.  Y aunque en algunas páginas se sienta un poco el abuso de ciertos recursos literarios (el polisíndeton para acelerar el ritmo del relato, expresiones populares que se repiten), Las trampas del diablo es un buen libro de cuentos, un feliz reencuentro con lo mejor de la narrativa de Juan Morillo.

 

 

 

El río que te ha de llevar

 

La familia Ponte, avecindada en la sierra del departamento de la Libertad, a las orillas del río Marañón, es la protagonista de El río que te ha de llevar (San Marcos, 2000), novela cuyas acciones transcurren entre finales del siglo XIX y la mitad del XX, período que abarca sucesos importantes de  nuestra historia como la guerra con Chile (la invasión de los chilenos y los movimientos de resistencia) o la sublevación de Atusparia. Pero además de los Ponte, encabezados por Adán, Morillo nos entrega una rica y variada galería de personajes que a su vez se desplazan por gran parte de la geografía peruana, desde la selva hasta la propia Lima. Así, El río que te ha de llevar se convierte en un amplio y ambicioso retrato 50 años de la historia del Perú, pero vista siempre desde la perspectiva de los pobladores de la sierra y su cultura.

 

Esta particular perspectiva se logra gracias al empleo de narradores-personajes quienes a través de extensos y bien elaborados monólogos son los encargados de contar las diversas historias que componen el libro. Entre estos narradores destaca Zoila,  una contadora de historias anciana y ciega, conocedora de la vida de toda la gente de la región. El discurso de esta anciana, caudaloso e inagotable como el río Marañón, atraviesa todo el relato, desde las primeras páginas hasta las últimas. La gran cantidad de historias narradas por Zoila y los otros “habladores” (como Adela, esposa de Amadeo Ponte), son una demostración de la capacidad de fabulación del autor; a la que hay que agregar la diversidad de registros de lenguaje que maneja y la complejidad psicológica de sus personajes principales.

 

El empleo de los monólogos le permite a Morillo tomar una saludable distancia de los modelos más prestigiosos de novelas “nativistas” latinoamericanas. Los personajes, interesados en contar sus historias, personales o de gente muy cercana a ellos, casi no se detienen a describir la naturaleza o el paisaje (práctica dominante en los escritores indigenistas de la generación de Ciro Alegría); tampoco hay un narrador omnisciente y paternal que se indigne ante los abusos que sufren los campesinos. Además Morillo prefiere narrar los sucesos de la manera más directa y objetiva, sin apelar a elementos fantásticos ni mitos populares -como solía suceder en el realismo mágico de García Márquez y epígonos- ni a la búsqueda de elementos simbólicos o la “poetización” del habla de los personajes, recursos característicos de los indigenistas más recientes.

 

Y aunque entendemos que todas estas renuncias son parte de una propuesta narrativa sumamente personal, de una rigurosa depuración literaria, terminan por empobrecer un poco el relato, que en algunos pasajes llega a depender demasiado de las aventuras y peripecias de los personajes, de sus continuos viajes y desplazamientos. Pero ello no puede restar mérito a una novela tan notable como El río que te ha de llevar, una cautivante saga familiar y epopeya regional comparable con La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez, y  que sin duda resultará una agradable sorpresa para los lectores.

 

 

 

 

Fábula del animal que no tiene paradero

 

En Fábula del animal que no tiene paradero (San Marcos, 2003) el escritor Juan Morillo Ganoza (Taurija, 1939) vuelve a las serranías del norte del departamento de La Libertad para completar el vasto ciclo narrativo con el que dejó atrás 35 años de silencio literario y que lo ha convertido en uno de los narradores peruanos más importantes de la actualidad.

 

La historia del poblado de Ultocoche es contada en esta novela través de las palabras de varios narradores orales, caminantes pobres cuyas única posesiones son su memoria y su habilidad para atrapar a los oyentes con sus relatos. Estos personajes, básicamente tres, van alternando sus voces a lo largo de las más de 900 páginas del libro, para elaborar un retrato (siempre desde la perspectiva de la miseria y desamparo de los narradores) de la vida en Ultocoche que abarca tanto las costumbres y situaciones cotidianas, como las festividades y sucesos extraordinarios. Y hasta las creencias de sus habitantes.

 

Son evidentes las semejanzas temáticas y formales con la anterior “gran” novela de Morillo, El río que te ha de llevar (2000); pero si en ese libro el río era una metáfora a la vez del fluir de las palabras de la protagonista y del devenir histórico, Fábula... se remonta más bien al tiempo mítico (las novelas han sido escritas en orden inverso al de su publicación) por la “circularidad” de los sucesos, la falta de referentes históricos (aunque se trate de las primeras décadas del siglo XX) y el carácter de los relatos, que los personajes mismos califican de “ejemplos”, usando el término que en la Edad Media se empleaba para las historias religiosas y didácticas. El libro se inicia y se cierra precisamente con dos de esos “ejemplos”, dos peculiares “cosmogonías” que intentan explicar, a través de la reelaboración de historias bíblicas las peculiaridades geográficas y las injusticias sociales imperantes en esa región.

 

Un verdadero logro de Morillo es haberse acercado a lo mítico sin perder su vocación realista y sin caer en los estereotipos propios del realismo mágico o del “utopismo arcaico”. Los eventos sobrenaturales se presentan a través de las palabras de los personajes y buscan, más que la belleza de las imágenes, alguna forma de justicia social (el pobre que orina en la cabeza del hacendado, p.e.); y la visión del mundo de los personajes debe más a la mitología cristiana que a la propiamente andina. Más que esos referentes, son evidentes en este libro, y en toda la obra de madurez de Morillo, las huellas de Faulkner (el uso de monólogos, la diversidad de puntos de vista) y de la picaresca europea del siglo XVI, aunque ésta última resulte más notoria y explícita en El río...

 

Pero sin lugar a dudas el mayor mérito de Fábula... es el constituirse en un retrato detallado y minucioso, con vocación de totalidad, de una sociedad pobre y marginal de nuestra serranía. Los personajes son presentados en su miserable contexto, mal vestidos y piojosos, pero siempre con una actitud vital y positiva. Abundan, por eso, las anécdotas festivas y de carácter erótico, narradas en ese lenguaje tan personal de Morillo en el que se conjugan la oralidad (entonación y vocabulario) con el buen manejo de la gramática y la retórica. Como los campesinos de Rulfo o los compadritos borgianos, los habitantes de Ultocoche se expresan de una manera que, sin dejar de remitirnos al habla de los referentes reales, muestra antes que nada la creatividad literaria del autor.

 

Hay muchos otros aspectos interesantes dentro de esta amplia y ambiciosa novela, entre los que hay que destacar las recurrentes reflexiones de los personajes acerca de su propia actividad de narradores orales, tanto en lo formal (“redondear los ejemplos”) como en lo temático. Fábula del animal que no tiene paradero es, por todo lo dicho, una gran novela, y junto con El río... representan una original y valiosa opción para el desarrollo de la narrativa indigenista peruana.

 

 

 

 

Indigenismo y picaresca: El río que te ha de llevar

 

 

La vigencia y continuidad de los temas y problemas más característicos de la narrativa indigenista (hoy denominada “andina”) ha permitido que, al menos en nuestro país, el género siga despertando interés tanto entre los creadores como entre los lectores, al punto que se haya llegado a hablar, a partir de la década del 80, de un cierto ‘boom’ en la narrativa andina.  Dos tendencias aparecen actualmente como dominantes dentro de esta narrativa: una que se centra en las consecuencias del mestizaje cultural en la formación de la subjetividad de los protagonistas (como en las novelas País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez y Ximena de dos caminos de Laura Riesco); y otra más interesada en lo referente a la violencia generada por los movimientos subversivos. La novela El río que te ha de llevar de Juan Morillo Ganoza, es una interesante propuesta en este contexto, pues logra unir estas dos tendencias en un texto que asume sin reparos una buena parte de los componentes propios de la narrativa indigenista tradicional, la de las primeras décadas del siglo XX, y de la novela picaresca europea del siglo XVI.

 

La historia contada en esta novela es la de la familia Ponte -abarcando tres generaciones y casi cincuenta años- y también la de Uchos, un pequeño poblado a orillas del río Marañón (como el Calemar de La serpiente de oro), con escasos vínculos con las ciudades más importantes de la costa o de la sierra. La vieja oposición centro-periferia, entre el avance de una modernidad transnacional y las ambiciones de las clases medias regionales (característica del indigenismo tradicional) se encarna mejor que nunca en Uchos, poblado en el que los sucesos de la historia oficial peruana (como la guerra con Chile o las luchas políticas por el poder) sólo se sienten a través de oleadas de violencia que sus pobladores padecen sin llegar a entender. Uno de los episodios más intensos se produce cuando Adán Ponte (primogénito de la familia más importante de Uchos) es apresado, vejado y casi ajusticiado por militares que lo tomaron por un  "civilista" fugitivo.

 

También podemos encontrar un fuerte tono de denuncia social, otro elemento central en toda la narrativa indigenista, no sólo en los sucesos que se presentan al lector (por ejemplo los campesinos que trabajan sin recibir un jornal, sólo para pagar los impuestos que adeudan); además cobra vida a través del heroico personaje de Adela, esposa de Amadeo Ponte. La vida y la muerte de esta mujer, hija de hacendados, que (como Arguedas) aprendió a amar a los pobres a través del cariño que recibió de parte de los sirvientes de su familia, están signadas por la lucha contra estas injusticias: lidera a los campesinos para que defiendan sus derechos y hasta participa en luchas armadas que buscan reivindicarlos. En general, el discurso social es bastante explícito y reiterativo y se pueden encontrar muchos pasajes como éste:

 

"¿Cómo puede ser justo, me digo, que montones de gente arrastren hasta el mismo día de su muerte los males de la carencia y la aflicción y sólo les sea permitido engañarse con el sueño de que algún día podrán librarse de esas penosas cargas? ¿Cómo puede ser justo que mientras así se afea el mundo unos cuantos vayan en son de jolgorio por la vida aliviados de todo menos de la abundancia... (p. 111)

 

Lo esquemático y simplista de este tipo de discurso social fue siempre uno de los aspectos más débiles del indigenismo; y la polarización pobres-buenos contra ricos-malos dio lugar a personajes planos, en los que no había la menor ambigüedad ni profundidad psicológica. Morillo intenta superar este problema haciendo que sean sus personajes, y no un narrador omnisciente, los encargados de denunciar las injusticias que ven y padecen. En realidad toda la novela se presenta como un extenso monólogo -realizado en doce jornadas- de un personaje narrador, la ciega Zoila, que intercala episodios de su propia y azarosa vida en la narración de los sucesos de la familia Ponte. Zoila fue desde muy joven aficionada a todo tipo de lecturas, por lo que aspiraba a ser nombrada maestra de la escuela del pueblo:

 

 "Alentada por esta fe... me puse a esperar... repasando mis libritos de historia, de geografía, leyendo el Tesoro Escolar y otros, como uno llamado Lazarillo o algo así y otro, Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. Cómo gozaba con esos libros, Dios mío, aunque a ratos, al pensar lo triste que es estar desamparado por el mundo me ponía tan triste que acababa llorando. Pero lo bueno que tenían ambos, tanto Lazarillo como Bertoldo, estaba en que eran lo que eran y sacaban adelante su vida con lo que habían aprendido a fuerza de sufrir..." (p. 99)

 

La novela es, pues, el monólogo de un personaje especial, educado en una tradición literaria muy específica, la de la novela picaresca en la que los protagonistas (como Lázaro o el Buscón, por citar a los dos más conocidos de la tradición hispana) pasan por un proceso de aprendizaje basado en el sufrimiento. La visión del mundo andino en esta narración, aparentemente hiper-realista, pasa por el filtro de la picaresca y la sociedad de la que ésta surgió: una sociedad en transición de la Edad Media a la Moderna, en la que el orden antiguo y tradicional había perdido vigencia y estabilidad y estaba siendo reemplazado por otro aún más injusto. Al menos así lo describían los protagonistas de aquellas novelas.

 

Acorde con esta perspectiva, Morillo deja de lado la oposición modernidad-tradición, otro elemento característico de toda la narrativa indigenista y que a partir de autores como Arguedas se convirtió en un enfrentamiento entre cultura occidental y cultura andina. En Uchos no parece haber un vínculo con el gran pasado prehispánico, ni siquiera hay un legado rico en tradiciones. Los Ponte descienden de una familia de abigeos conocida como los "Carniceros de Gasajiaco", dedicados al robo y al pillaje de las haciendas de la zona. Ni las leyes modernas ni las ancestrales alcanzan a poner algún orden en esta región; y por eso se trata de una sociedad casi caótica, también en proceso de transición. Ese es el motivo por el que Zoila, como los personajes de la picaresca, deba definirse a sí misma por lo que es: "Soy la que soy" o "Soy la que es hoy". También hay coincidencias en su carácter anti-heroico, pues en la narración de Zoila, quien ya es una anciana un poco loca, cuenta sucesos de todo tipo, incluso sus amores clandestinos con José Gordo, llenos de detalles escabrosos: "Dios mío, debería tener vergüenza de contarles esto pero que le voy a hacer, es parte de mi vida y con eso soy la que soy y no me avergüenzo de decirles" (p. 351)

 

Por supuesto, la opción por este personaje que narra siempre en primera persona se debe también al dominio y la destreza técnica alcanzadas por Morillo en el uso de los monólogos. Ya lo había demostrado en su libro Las trampas del Diablo (1999), especialmente en el cuento del mismo nombre, extenso monólogo interior -en un cierto tono faulkneriano- de una adolescente disfrazada de la Virgen María en una representación humana del nacimiento de Jesús. Al buen manejo de esta técnica narrativa se sumó entonces un esmerado trabajo en la composición psicológica y profundización del personaje. Todas estas virtudes vuelven a aparecer, en una magnitud mucho mayor, en El río que te ha de llevar, en su meticulosa recreación de los diversos matices del castellano hablado en los andes del norte del Perú, sociolectos que nos dan una interesante información sobre la estratificación social en la región.

 

Una vez establecidos los principios rectores de la novela (provenientes del indigenismo y de la picaresca), el mayor acierto de Morillo ha sido desarrollar a partir de ellos un universo ficcional sumamente coherente y con vocación de totalidad, en el que cada elemento narrativo y opción formal están subordinados a dichos principios. Las descripciones, por ejemplo, se realizan siempre a partir de la perspectiva de un personaje y sus estados de ánimo. Esto se cumple incluso cuando se trata de situaciones que la narradora no pudo haber presenciado:

 

"... el Marañón que vio de cerca con sus propios ojos llegó a ser una fiesta ansiada y un íntimo alborozo. Más de una vez se había quedado pasmado viendo desde la orilla el paso en apariencia lento y silencioso de ese caudal tan grande... se acordó de sus sueños y de aquella impresión que le había causado verlo desde lo alto de aquel cerro y se dio cuenta de que el Marañón real, este que pasaba ahí, cerca, hinchando sus aguas, al pie de esos bordes de piedra cenicienta, era mil veces más ruidoso y feroz que una estampida de toros.  (p. 24)

 

Pero, sin lugar a dudas, lo que más llama la atención en esta novela es la sorprendente capacidad de fabulación de Morillo, una virtud cada vez más escasa entre los nuevos escritores, que le permite crear historias interesantes y significativas casi para cada uno de los personajes que se mencionan. En tiempos en que la mayor parte de narradores opta por el pastiche, la parodia de obras y géneros reconocidos, restándole a sus relatos vitalidad e intensidad dramática, es saludable las apuesta de Morillo por los relatos tradicionales, con peripecias y acontecimientos humanos, capaces de generar en los lectores sentimientos y emociones fuertes. Si a ello sumamos la diversidad de clases sociales de los personajes, y los continuos desplazamientos geográficos de muchos de ellos (otro rasgo en común con la picaresca) el resultado es un retrato sumamente amplio y variado. Y no sólo de la región en que está ubicado Uchos, pues algunas acciones suceden en ciudades como Huaraz, Trujillo y hasta Lima, con lo que se introducen en la novela temas como la integración, el centralismo o las migraciones.

 

Los relatos son sumamente variados y abundantes; y si llegan a parecer hasta cierto punto repetitivos no es por las peripecias –siempre originales y bien contadas- sino por las constantes temáticas y formales ya señaladas. Aunque habría que señalar que lo abundante y torrentoso forman parte de la propuesta narrativa del autor y se anuncia ya desde el título, que bien puede tomarse como una alusión al río Marañón, a lo inevitable y violento del proceso histórico (al final, varios miembros de la familia Ponte se ahogan en el río tratando de rescatar a la revolucionaria Adela) o al discurso inagotable de Zoila, en el que se fusionan, como ya hemos visto, la tradición oral con la literaria. Pero abundantes y excesivas han sido las grandes novelas de todos los tiempos: El Quijote, La guerra y la paz, Ulises, Cien años de soledad, etc. Al parecer, la novela es un género literario en el que la perfección formal y la composición armoniosa deben ser trascendidas por el autor para poder expresar su personal visión del mundo y sus obsesiones. El río que te ha de llevar es también una gran novela, que comprueba que la narrativa indigenista aún tiene grandes posibilidades para desarrollarse y enriquecerse.

 
 

Aroma de gloria

 

Con cuatro buenos libros publicados en igual número de años –desde Las trampas del diablo (1999) hasta Fábula del animal que no tiene paradero (2003)- el escritor Juan Morillo Ganoza (La Libertad, 1939), ex miembro de los grupos literarios Trilce y Narración, se ha convertido en uno de los narradores peruanos más importantes de la actualidad. Creador de un universo ficcional sumamente personal, basado en el mundo andino en el que pasó su infancia, Morillo no teme abandonarlo en su más reciente novela, Aroma de gloria (San Marcos, 2005) , la historia de un joven escritor a principios de los años 60, escindido entre la vida bohemia y la militancia revolucionaria.

 

Benito, el protagonista de la novela, forma parte de un grupo de jóvenes escritores en la ciudad de Trujillo, talentosos y aficionados a los excesos y escándalos nocturnos. Los sucesos que marcan la vida de Benito son su incorporación a un partido izquierdista (responsable de las guerrillas de entonces) y su enamoramiento de Gloria, una compañera de universidad. Ambas historias, la de las misiones clandestinas y la de sus amoríos con Gloria, se suman a las aventuras del escritor bohemio, tanto en Trujillo como en Lima. Benito cuenta las tres paralelamente en una especie de balance vital, pues su nombramiento como profesor de la Universidad de Huamanga lo obliga a romper con todo ese pasado.

 

Como en sus anteriores libros, se mantiene aquí la vocación de totalidad de Morillo. El relato va incorporando una extensa galería de personajes secundarios (jóvenes, viejos, intelectuales, campesinos) y una gran diversidad de ambientes (costa, sierra; ciudad, campo). Además, la imaginación y capacidad de fabulación del autor le permiten crear, con esos personajes y ámbitos, historias interesantes que se insertan adecuadamente dentro del flujo narrativo. El resultado es un amplio retrato de época, en el que no faltan los nombres ni los sucesos reales, especialmente los relacionados con los escritores que entonces se reunían en el bar Palermo.

 

Las guerrillas de los 60 ya fueron abordadas literariamente en El cazador ausente (1999) de Alfredo Pita, aunque en esa novela toda la trama giraba en torno a la presencia de un traidor entre esos guerrilleros. En Aroma de gloria el tema también está presente, pero subordinado a la reflexión acerca de los problemas y errores de los movimientos revolucionarios del siglo XX en el Perú. Benito y sus compañeros viven, en Trujillo, inmersos en una fe popular aprista basada en el recuerdo de los familiares que dieron sus vidas por ese partido. Benito toma distancia con respecto al Apra, y mantiene siempre una actitud crítica con respecto a los métodos y la organización de su propio partido.

 

Otro tema abordado en la novela es la disyuntiva que enfrenta el protagonista entre su felicidad personal (la relación con Gloria) y el compromiso "social" asumido. Resulta interesante que ambas líneas terminen cruzándose. Benito y Gloria suelen recorrer pueblos serranos donde la pareja se integra a las celebraciones populares; mientras que en Lima la violencia y degradación se unen al egoísmo y vanidad de la vida bohemia. Esto último queda bien expresado en la concurrida y accidentada velada limeña con motivo del encuentro entre José María Arguedas y el mexicano Carlos Fuentes.

 

Los aspectos técnicos y formales no son menos interesantes. Hay un bien lograda estructuración de las diversas historias y tiempos, de tal manera que la narración fluye sin problemas. También una muy particular elección en lo que respecta al estilo, que combina diversos registros de lenguaje, desde el literario (figuras retóricas y complejidades gramaticales), correspondiente a las memorias de un escritor, hasta el coloquial de los abundantes diálogos y narraciones orales insertas. En suma, Aroma de gloria es una muy buena novela que confirma la calidad de la obra de madurez de Juan Morillo Ganoza.

 

 
 
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