Perfil de Miguel Ildefonso.

 

Nacimiento: Lima, 1970

Es uno de los más importantes poetas peruanos de la generación del 90.También ha incursionado en la narrativa con libros de cuentos y novelas. Su poemario Las ciudades fantasmas resultó Ganador del Premio Bienal Copé de Poesía (2002).

Libros de Miguel Ildefonso comentados por Javier Ágreda en esta página:

 

- Vestigios (1999)

 

- Canciones de un bar en la frontera (2001)

 

- Las ciudades fantasmas (2002)

 

- Hotel Lima (2006)

 
 
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Vestigios

 

En los años 60 y 70 la crítica solía estar atenta a la aparición de poetas jóvenes y hasta los apoyaba otorgándoles importantes premios, como en el caso de Antonio Cisneros, quien ganó el Premio Nacional de Poesía a los 23 años y el Casa de las Américas a los 26. Pero esa interesante y fructífera relación entre crítica y poetas jóvenes se ha perdido (¿culpa de los críticos o de la falta de calidad de los textos de los nuevos autores?) y hoy son pocos los jóvenes que logran atraer la atención del público lector. Entre esos pocos está Miguel Ildefonso (Lima, 1970) quien ha llegado a publicar en importantes revistas (Hueso húmero, por ejemplo) y que ahora nos presenta su primer libro: Vestigios (Gonzalo Pastor, 1999).

 

Ildefonso ha dividido su poemario en tres partes. La primera es “Hotel Lima”, título que alude al famoso hotel (ubicado en “La Parada”) en el que vivió por mucho tiempo el pintor Víctor Humareda. Pero no se trata de poesía urbana a la manera de los 70’s, sino de reflexionar, a partir de las difíciles experiencias vitales de Humareda y Martín Adán, acerca de la posición y el rol social que les corresponde a los poetas y a los artistas en una ciudad y una época como las nuestras: “Caminarás bordeando el cielo derruido/sobre la orina de las palabras/.../Hacia el infierno putrefacto irás continuamente/Como un condenado” (p.9). Así, el Hotel Lima del título es en realidad esta enorme ciudad que difícilmente podemos sentir como nuestra.

 

En la segunda parte “Envíos/Extravíos”, el tema es más bien la capacidad del mismo poema como instrumento de conocimiento o trascendencia. Es una serie de 14 textos con títulos como “Nirvana de papel”, “Sueño de la arcadia” o “Perpetuidad de los símbolos” en el que el “yo poético” intenta poner un poco de orden en la caótica experiencia cotidiana (“es la palabra la que pone las cosas en su lugar:/la muerte aquí/la vida allá” p. 40) y recuperar la perdida armonía con la naturaleza (“los hombres queriendo encontrar el arcano lenguaje del tigre” p. 50). Sin embargo estas tentativas terminan en el fracaso y el poema inevitablemente miente, como concluye el poema “Muerte ideal” (p.56).

Estas dos primeras partes, a pesar de las diferencias temáticas guardan una evidente unidad formal con versos largos y de ritmo irregular y permanentes alusiones a personajes y textos literarios. La característica más peculiar y notoria de estos poemas es que el autor (como muchos poetas jóvenes) parte de la acelerada y violenta experiencia de la vida urbana pero sólo para abandonarla casi inmediatamente y entrar en su propio mundo poético, en el que animales, plantas y todo tipo de elementos naturales cumplen (como ha sucedido siempre en la tradición literaria) funciones simbólicas muy específicas.

 

La tercera parte del libro, “La palabra volada de la sien”, está formada por treinta poemas numerados (además de tener título) en los que la reflexión ya no es sobre el poeta o el poema sino sobre la poesía en abstracto. Para este propósito el autor se vale del símbolo de la flor –como hiciera Martín Adán en La rosa de la espinela (1939)-, que aparece en todos los textos. En esta sección los versos son más cortos y las imágenes más sencillas y directas (“Todas las palabras/de este papel/dejarían de ser el Paraíso/por la ausencia de la flor”). El libro concluye apropiadamente con un “Arte de la poesía”.

Vestigios es un buen primer poemario tanto por la calidad de los textos como por el nivel de las meditaciones del autor (poco comunes en poetas jóvenes de nuestros días). Y aunque aún se notan ciertos problemas, especialmente en lo que respecta al uso del lenguaje, consagra a Miguel Ildefonso como un escritor del que podemos esperar mucho en el futuro.

 

 

 

Canciones de un bar en la frontera

 

Más allá del buen manejo de la retórica y las figuras literarias (al alcance de cualquier versificador) ha habido siempre en los poetas más interesantes una actitud de desconfianza y cuestionamiento de sus propio lenguajes y medios expresivos, actitud que ha hecho que sus obras estén en permanente cambio y evolución. El escritor Miguel Ildefonso (Lima, 1970) parece haber asumido esa aventura y sus riesgos en Canciones de un bar en la frontera (santo Oficio, 2001) poemario en el que aborda temas diferentes a los de su primer libro, Vestigios (1999) y se muestra como un autor sumamente crítico con respecto al discurso literario en general

 

Partiendo de su experiencia personal en El Paso (Texas), y su juventud limeña, Ildefonso dedica la primera mitad de su libro a describir esos dos mundos tan diferentes entre sí. En la sección “Cuaderno del desierto de El Paso” su atención se centra en las duras experiencias de los latinos que intentan pasar ilegalmente de México a Estados Unidos. En “Cuaderno del invierno de Lima”, la segunda sección, se muestra esta ciudad a través de sus bares, mendigos y poetas marginales. En conjunto, se trata de textos muy diversos que van desde la brevedad y efectismo de unos -que nos hacen pensar en las canciones que anuncia el título del libro- hasta lo extenso y complejo de un poema como “Épica de las tribus”, aunque en este último se note demasiado la deuda con el Verástegui de En los extramuros del mundo.

 

Además de la variedad de registros poéticos, lo heterogéneo del conjunto se debe a la búsqueda de un cierto equilibrio entre opuestos como lo poético y lo narrativo, las referencias librescas y las experiencias de la vida cotidiana, el lenguaje simbólico de la lírica y la peculiar oralidad de los personajes. Los resultados de esta búsqueda no siempre son del todo afortunados pues hay muchas cacofonías y rimas pobres, (“me como mi sed/ me como mi hambre/ me como mi risa/ me como mi Visa”), a las que hay que sumar una ambigua presencia de elementos provenientes de la cultura popular urbana (“Cristo usaba barba/ era flaco como John Lennon/ Y jamás entraba en las iglesias”), y del más descarado kitsch (“Perfect day”, “La neblina es Dios que no dice nada”).

 

Pero esos detalles, que pueden parecer imperfecciones que malogran los poemas, adquieren otra dimensión con la lectura de la segunda mitad del libro. En la sección “Cuaderno de los mitos muertos”, Ildefonso, ya sin el referente urbano y contemporáneo, aborda temas como el amor, la muerte y la soledad con un discurso mucho más apegado a la tradición lírica. El manejo del ritmo, el diálogo entre mitos europeos y autóctonos, el elevado y hasta rebuscado lenguaje (especialmente de los adjetivos) llegan al extremo en el poema “Pachakamak”:  “exangüe la celaja de los domos en las almenas y las tiorbas/ azales de clámides la soporosa luna de barro y quincha” (p. 58). No es necesario resaltar el carácter irónico de estos textos “muertos”.

 

Sólo en la última sección, “Cuaderno de las palabras muertas”, el autor nos confiesa las dudas y problemas poéticos que lo han hecho desconfiar del orden y la belleza formal y también de los grandes temas, para optar por una mayor presencia de lo vital y cotidiano. Los ocho poemas de esta sección son, además de una explicación de todos los anteriores, los mejores del libro pues en ellos el autor deja de lado las concesiones, populistas o cultistas, para escribir con honestidad y vehemencia sobre el que parece ser su gran tema: la poesía misma.

 

Ildefonso compara su práctica poética, en esos textos finales, con un pájaro que en medio del vuelo deja de mover las alas para preguntarse “¿qué hace arriba?” y “si acaso la caída también es otro vuelo”. Y aunque la caída es más real que simbólica en la mayoría de los poemas de Canciones de un bar en la frontera, el libro es un interesante testimonio de la evolución literaria de su autor.

 

 

 

 

Las ciudades fantasmas

 

En la obra de Miguel Ildefonso (Lima, 1970) -una de las voces más interesantes de nuestra tantas veces negada generación poética del 90- se pueden encontrar básicamente dos temas: la descripción de la vida urbana moderna y la reflexión sobre el propio trabajo poético. En su primer libro, Vestigios (1999) estos dos temas aparecían completamente separados en dos secciones tituladas “Hotel Lima”, en el que vivió Humareda, y “La palabra volada de la sien”, una serie de poemas a la “rosa” a la manera de Martín Adán. Lo mismo sucedió en su segundo libro, Canciones de un bar en la frontera (2001), en el que las secciones correspondientes eran “Cuaderno del invierno de Lima” y “Cuaderno de las palabras muertas”. Intentando conjugar ambos temas, Ildefonso acaba de publicar Las ciudades fantasmas (Copé, 2002), libro que obtuviera el Primer Premio en la última Bienal Copé de Poesía.

 

Mejor estructurado, a pesar de no estar dividido en secciones, Las ciudades... es un conjunto de textos en el que un hablante, el yo poético, ante la violencia de la vida urbana y “este vivir prisionero del cuerpo” decide refugiarse en la poesía. Lo dice explícitamente (“Yo buscaba un refugio en la poesía...) en el primer poema del libro, “Mi propio país”, que describe ese otro “país” como un lugar “fuera del tiempo”, en el que los árboles “se mueven conforme a las estrellas más lejanas”. Pero si en otras aventuras poéticas similares, el evadido se convertía en un solitario habitante de mundos irreales y paradisíacos, Ildefonso hace que su personaje se mantenga en la ciudad, escuchando a “las ratas que no dejan de chillar en el subterráneo”, y preguntándose vallejianamente “qué será del que no fue... qué es del que espera ver lo que aún  o tiene palabras”.

 

El refugio es también punto de encuentro con otros autores que a través de la poesía, según la lectura de Ildefonso, levantaron sus propias ciudades fantasmas. El más importante de estos autores es el propio Dante, y por eso lo encontramos acompañado de Beatriz, deambulando por calles y bares (“Dante fue al baño por tercera vez, se lavó la cara, pero no volvió a la barra”) de una ciudad que podría ser la Lima de hoy. Hasta el poema final, un emotivo reencuentro con la madre, parodia de alguna manera el Canto final de la Divina Comedia, el luminoso encuentro con la Virgen María. Además se dialoga con una extensa y ecléctica lista de autores, también invitados a nuestra Lima, que incluye a Baudelaire, Rimbaud, Rilke, Holderlin, Li Po, y otros, además de Bob Dylan, Pink Floyd y Paul Simon.

 

Ildefonso trata de buscar el punto medio entre opuestos tales como lo narrativo y lo lírico, lo autobiográfico y lo libresco, lo descriptivo y lo reflexivo, el coloquialismo y las citas literarias. Como lectores somos testigos de su constante y arriesgado ir y venir de un extremo a otro, y si en muchos casos logra mantener el equilibrio gracias a su capacidad imaginativa (poco común entre los poetas de las últimas generaciones), también lo vemos perder el paso y caer de la manera más aparatosa. Especialmente cuando intenta ser irónico con ciertos lugares comunes, o cuando ensaya juegos de palabras: “como un albatros sucio/ mismo el extraño de pelo largo”, “Yo los miro a ambos, río y hombre, y me río,/ me río porque al descubrir esto simplemente me río”.

 

No obstante la ineptitud para el manejo del humor, un elemento prescindible dentro de su propuesta, Ildefonso ha hecho en este libro una especie de ajuste de cuentas con los autores que más lo han influenciado, además de la conclusión de toda una etapa de su obra poética. La ciudades fantasmas es un muy buen poemario, un significativo paso adelante con respecto a Vestigios y Canciones..., libros en los que lo heterogéneo de los textos afectaba demasiado la unidad y coherencia del conjunto. Y además resulta un digno ganador del Premio Copé, a pesar de las polémicas que generaron algunas decisiones del jurado de este año.

 

 

 

Hotel Lima

 

Una de las constantes en la obra literaria de Miguel Ildefonso (Lima, 1970) es la atención a aquellos personajes y ámbitos marginales, desde los escritores y artistas bohemios que aparecen en su primer poemario Vestigios (1999) hasta los latinos ilegales que viven en las ciudades estadounidenses cerca de la frontera con México, retratados en los poemas de Canciones de un bar de la frontera (2001) y en los relatos de El Paso (2005). Ese interés por la vida urbana marginal alcanza su mayor expresión en su novela Hotel Lima (Mesa Redonda, 2006), que remite al antiguo hotel de La Victoria y a su inquilino más famoso, el pintor Víctor Humareda, paradigma de marginalidad vital y artística.

 

Estamos ante un relato complejo, tanto por su estructura como por la naturaleza de sus personajes. El protagonista es Dante, joven poeta limeño de inicios de los 90, quien cuenta sus peripecias en las calles más sórdidas del centro de la ciudad, rodeado de prostitutas, delincuentes, niños de la calle y especialmente de los poetas "malditos" con los que conforma el grupo de la No Poesía. A estas aventuras se suman también recuerdos de infancia del protagonista, algunos relatos escritos por él, y hasta una dimensión fantástica en la que Humareda convive y dialoga con las imágenes recurrentes de sus pinturas: el arlequín y Marilyn Monroe, convertidos también en personajes.

 

Son entonces cuatro los niveles de "realidad" en la narración, los que convergen en el Hotel Lima, una especie de laberinto en cuyo centro se encuentra, en lugar del mítico Minotauro, Humareda y su universo artístico. Las transiciones y saltos entre esos niveles se logran a través de la subjetividad del protagonista –en gran medida identificable con el autor, pues Dante es el segundo nombre de Ildefonso–, quien narra casi siempre en primera persona y con monólogos llenos de metáforas, imágenes y símiles de predominante aliento poético. Son esos monólogos y reflexiones de Dante, a pesar de altibajos y excesos, lo más interesante y valioso del libro.

 

La propuesta de conjugar los paisajes y personajes del submundo urbano limeño con los universos artificiales de la subjetividad personal y la creación artística está presente en la obra de Ildefonso desde su poemario Las ciudades fantasmas, ámbitos entonces definidos como "fuera del tiempo", pero dentro del espacio limeño. Así se explica que todos los personajes de Hotel Lima, incluso los más vulgares, lleven nombres literarios (Beatriz, Dafne, Silvia, Laura); y también las frecuentes alusiones a escritores como Martín Adán, Luis Hernández, Juan Ojeda y Carlos Oliva. Estas menciones, uno de los lugares comunes más frecuentes entre nuestros escritores jóvenes, resultan aquí demasiado reiteradas.

 

Luego de haber obtenido el importante premio Copé de poesía 2002, Hotel Lima es la primera incursión de Ildefonso en los terrenos de la novela. Otro aspecto "marginal" de un texto que en realidad va más allá de los tradicionales límites genéricos: la novela puede ser vista también como un conjunto de relatos o de prosas poéticas. Hotel Lima no es una lectura fácil, pero sí un libro original y auténtico (a pesar de sus tropiezos en ciertos pasajes y páginas), un ajuste de cuentas con los principales temas y motivos de la obra literaria de Miguel Ildefonso.

 

 
 
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