John Maxwell Coetzee (Sudafrica, 1940). Nació en Ciudad del Cabo y se licenció en matemáticas e inglés en la Universidad de esa ciudad. A comienzos de los años 60 se desplazó a Londres (Inglaterra), donde trabajó durante algún tiempo como programador informático. Más tarde realizó estudios de postgrado en literatura en la Universidad de Texas (EE UU), tras lo que dio clases de lengua y literatura inglesas en la Universidad de Búfalo (EE UU). En la actualidad se desempeña como investigador en el Departamento de inglés de la Universidad de Adelaida (Australia). Ganó el premio Booker por Vida y época de Michael K (1983) y 16 años después lo volvió a ganar por su novela Desgracia (1999). En el año 2003 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.

 

Libros de J. M. Coetzee comentados por Javier Agreda en esta página: Foe, El maestro de Petersburgo, Elizabeth Costello, Costas extrañas y Hombre lento.

 

 

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Foe

 

Cuando en 1719 el inglés Daniel Defoe publicó, tras un largo peregrinaje editorial, su novela Las aventuras de Robinson Crusoe dio origen a un vigoroso y complejo mito en el que se reunían la religiosidad y el colonialismo de la época con el elogio del individualismo y la capacidad de trabajo. Como todo mito, el de Robinson ha sido interpretado y actualizado por las siguientes generaciones de escritores, intelectuales y filósofos, incluyendo al propio Marx. Una de las más originales y polémicas versiones de esta vieja historia es la novela Foe (1986) del escritor sudafricano J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), libro que recién ha sido traducido y publicado en nuestro idioma por la editorial Mondadori.

 

Coetzee -Premio Nobel de literatura 2003- respeta la época y los lugares del original, pero introduce algunas novedades, como el personaje de Susan Barton, quien es abandonada en la isla, aparentemente desierta, en que viven un casi senil Robinson Cruso (sin la e final) y Viernes, su esclavo mudo. Después de un año de la llegada de Susan el trío es rescatado por un buque mercante inglés y Robinson muere durante el viaje. Ya en Londres, Susan se hace cargo de Viernes y busca al escritor Daniel Foe para que convierta la aventura en la isla en una narración literaria. Pero Foe (palabra que en inglés significa “enemigo”) no parece tener tiempo para escribir el libro, pues vive tan agobiado por las deudas como el verdadero Defoe.

 

Casi toda la novela está constituida por las cartas que Susan le escribe a Foe. En la primera parte, las cartas cuentan las peripecias en la isla; en la segunda, estas cartas adquieren un carácter metaliterario. Susan se convierte en un personaje en búsqueda desesperada de su autor: “Señor Foe, hágame recobrar el ser que he perdido: esta es mi súplica”. Sólo en la tercera y última parte (hay una cuarta parte que es un colofón poético) Foe habla directamente con Susan, en una conversación enigmática y rica en ideas. En ese extenso diálogo uno de los temas recurrentes es Viernes, su condición de esclavo y su imposibilidad de acceder al lenguaje; detalle que parece aludir a las reflexiones de G.Spivak sobre los sujetos "subalternos". En la ficción de Coetzee no se afirma ni se descarta que Cruso le haya cortado la lengua a Viernes.

 

Las diferencias entre este relato y su prestigioso modelo están marcadas por los temas de debate cultural de nuestro tiempo: la importancia del personaje femenino (en el original no hay mujeres), la apatía y falta de religiosidad de Robinson, la problemática derivada del origen y destino de Viernes. Y así como Cruso es más un hombre del siglo XXI que del XVIII, Foe es también un escritor con una muy posmoderna falta de certezas: “... en mi vida de escritor a menudo me he visto perdido en el laberinto de la duda”, “¿hasta qué punto el escribir no es sino mera divagación?”. Son estas dudas la verdadera causa de su reticencia a escribir el seguramente exitoso libro sobre esa isla desconocida.

 

Mientras ese libro no se escribe, todos los personajes viven en un extraño limbo, un mundo irreal en el que aparecen y desaparecen personajes como una fantasmal y absurda hija de Susan. Esos detalles y lo vago e impreciso de muchas de las reflexiones de los protagonistas hacen que se pierda bastante de la tensión narrativa. De todas maneras, Foe resulta una interesante actualización del viejo mito, además de ser la primera de la serie de novelas metaliterarias de Coetzee. Una serie que llega hasta la reciente Hombre lento (2005) y tiene su mejor expresión en El maestro de Petersburgo (1994), basada en la vida y obra de Dostoievski.

 

 

 

El maestro de Petersburgo

 

La narrativa de J. M. Coetzee -Premio Nobel de Literatura 2003- nos remite casi siempre a sociedades problemáticas, como la propia Sudáfrica de la época del apartheid en la que el escritor creció. Sus protagonistas parecen encarnar las contradictorias tendencias, hacia el bien y hacia el mal, del contexto, como sucede con el anciano profesor de Desgracia (1999), su novela más celebrada. A ello hay que sumar la constante reflexión de Coetzee, acerca de la representación literaria de esos conflictos. Una de las novelas en que esas tres instancias se integran mejor es El maestro de Petersburgo (1994), ficción en torno a la vida del escritor ruso Fedor Dostoievski que acaba de ser reeditada en nuestro idioma.

 

El maestro... nos presenta a Dostoievski (1821-1881) llegando a la ciudad de Petersburgo en 1869 para averiguar acerca de las circunstancias de la muerte de su hijastro Pavel -estudiante universitario-, aparentemente un suicidio. Acongojado y con sentimientos de culpa por su ausencia (las deudas de juego lo obligaban a vivir en el exilio), reconstruye los últimos días de Pavel gracias a los testimonios de Ana y Matryona, madre e hija dueñas de la casa en la que se alojaba el estudiante. Y también del comisario Maximov y Nechaev, líder de una agrupación política terrorista (de la que Pavel formaba parte), quienes se acusan mutuamente del asesinato del joven.

 

Paralelamente a esta trama, se produce una metamorfosis en el protagonista, quien va haciendo suyos los sentimientos y emociones de su hijastro. Se establece en la habitación de Pavel, duerme en su cama y usa sus ropas. A pesar de estar casado, D (el personaje) inicia un romance con Ana y una problemática relación con Matryona (casi una adolescente), ambas confidentes y hasta cierto punto enamoradas de Pavel. El tortuoso proceso de identificación, descrito por Coetzee con intensidad y economía literaria, llega al punto crítico cuando D recupera, tras muchas discusiones con Maximov, unos manuscritos de Pavel que muestran su secreta vocación literaria y el odio que sentía hacia su padrastro.

 

Por estar centrada en un personaje histórico y remitirnos a un contexto tan específico como la Rusia previa al triunfo de la revolución, se podría pensar que estamos ante una novela histórica; pero el escritor ruso no estuvo en Petersburgo en 1869 y su hijastro verdadero murió después que él. Coetzee no parte de la historia sino de la narrativa de Dostoievski; de ahí proceden casi todos los personajes (Maximov, Nechaev, Ana) y buena parte de las situaciones y de las reflexiones del protagonista. El texto se convierte por eso en una original recreación del universo dostoievskiano, en la que es posible encontrar elementos propios de la narrativa de Coetzee, como su compleja visión del erotismo.

 

El eje principal de tan elaborado palimpsesto es el asedio al acto de creación literaria misma. En las primeras páginas encontramos a D enfrentando un bloqueo literario ("pasa la mañana sentado ante el escueto escritorio de su cuarto, pero no escribe ni una palabra"), el que recién será superado en el último capítulo, cuando "toma el diario de Pavel y vuelve las páginas hasta la primera que está vacía..." y escribe un relato, titulado La vivienda, en el que aparecen ficcionalizados Pavel, Matryona y Ana. Las experiencias y emociones han sido por fin asimiladas, y el escritor puede transformarlas en literatura, aunque por ello sienta que "ha traicionado a todos".

 

Hay muchos otros temas en esta compleja novela, entre ellos el de la problemática relación entre padres e hijos, que en el contexto del relato se convierte en el enfrentamiento entre los defensores del orden establecido y los revolucionarios. Acaso la densidad de contenidos, las alusiones intertextuales no tan evidentes y el carácter simbólico de algunos sucesos entorpezcan hasta cierto punto la dinámica narrativa. Pero ese desafío a las expectativas del lector es también parte de los cuestionamientos metaliterarios de El maestro de Petersburgo, una de las mejores novelas de J. M. Coetzee.

 

 

Elizabeth Costello

 

Además de reconocido narrador y ensayista, John M. Coetzee (Sudáfrica, 1940) es un polémico conferencista que suele apelar a personajes de ficción para expresar con mayor libertad sus opiniones. Así creó a Elizabeth Costello, una anciana escritora australiana con la que se permite llevar hasta el extremo algunas de sus propuestas más originales y controversiales. Después de usar este recurso durante años, Coetzee decidió cerrar el ciclo dándole vida a su personaje en Elizabeth Costello (Mondadori, 2004), un libro entre la novela y el ensayo que es el primero que publica desde que se le concediera el Premio Nobel de Literatura del 2003.

 

La narración nos presenta a Elizabeth como una novelista nacida en Melbourne, en 1928. La vemos, a sus 66 años, recorrer el mundo para dar conferencias (por eso los ocho capítulos en que está dividido el libro se denominan Lecciones) en muy diferentes ambientes, desde universidades hasta lujosos cruceros en alta mar. Frágil y tímida, Elizabeth -cuyos sueños y recuerdos personales van apareciendo a lo largo del relato- no soporta las incomodidades de los viajes, las formalidades ni los protocolos, por lo que siempre busca el apoyo de algún familiar o amigo. No obstante, en el aspecto intelectual resulta implacable, especialmente cuando tiene que refutar aquellas ideas y prejuicios que se consideran lo "políticamente correcto" en los ámbitos académicos.

 

La mayor parte de sus reflexiones (casi siempre discusiones con otros personajes) están relacionadas con la literatura, más específicamente con ciertas constantes de la narrativa del propio Coetzee. Las "lecciones" van iluminando aspectos temáticos de novelas como El maestro de Petersburgo (1994) y Desgracia (1999), consideradas por la crítica como la más obras importantes del escritor sudafricano. Se van estableciendo, de ese modo, los principios básicos de su poética personal: la mímesis o capacidad del autor para identificarse con los personajes; el respeto y aprovechamiento de la tradición literaria (abundan las citas y alusiones a Joyce, Kafka, Swift); la preocupación por las pasiones humanas y también por la caritas (caridad) a la que dedica todo un capítulo.

 

Con coherencia y rigor lógico, Elizabeth radicaliza estas opciones llegando a conclusiones insospechadas. La mímesis la lleva a experimentar el sufrimiento de todos los seres vivos, incluyendo los animales. Por eso compara a los camales con los centros de exterminio nazi, una afirmación polémica, sin lugar a dudas. Sobre el problema de la representación literaria del mal, condena a un escritor por haber narrado crueldades muy parecidas a las cometidas por Johnny Abes en los capítulos finales de La fiesta del Chivo (2000) de Mario Vargas Llosa. El novelista peruano Llosa respondió por eso a estos cuestionamientos con un ensayo, titulado ¡Cuidado con Elizabeth Costello!, en el que elogia "la astucia de ese soberbio fabulador que es John Coetzee", pero toma distancia con respecto a los límites y normas que ese escritor parece querer establecer para la creación literaria.

 

De especial interés para nosotros, peruanos e hispanoamericanos en general, resultan sus reflexiones acerca de La novela en Africa por las semejanzas (pasado colonial, heterogeneidad cultural) con el caso de la literatura en nuestro continente. Elizabeth discute acerca de conceptos como identidad, oralidad y el "error" de ciertos escritores nativos por querer parecer más occidentales. Con mucha ironía, refuta cada uno de estos puntos, y critica que hasta los escritores africanos más fieles a su raíces se empeñen en hacer de su país algo exótico, echando a perder sus libros. "¿Cómo se puede explorar un mundo con plena profundidad si al mismo tiempo se lo tienes que explicar a unos forasteros?", se pregunta.

 

Pero el mayor logro del autor es entregarnos ese elaborado y complejo debate intelectual sin perder el espesor narrativo propio de la novela. El relato se inicia y concluye con dos puertas alegóricas: la de la habitación de la protagonista, que la separa de la bulliciosa vida familiar; y una puerta "onírica", similar a la de la conocida parábola kafkiana Ante la ley. Entre esos extremos transcurre la historia de Elizabeth Costello, un valioso libro que reafirma el consenso aprobatorio que mereció el Premio Nobel otorgado a John M. Coetzee.

 

 

Costas extrañas

 

Escritor de origen sudafricano pero integrado a la gran tradición literaria en lengua inglesa, J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) ha reunido en Costas extrañas (Debate, 2005) una serie de ensayos que son, en su mayor parte, aproximaciones de un escritor occidental periférico (o "excéntrico", según se autodefinía Borges) hacia otros autores, clásicos o contemporáneos, que comparten esa condición. Por eso estos 26 textos críticos abordan las obras de autores como los rusos Dostoievski y Turgueniev, los holandeses Emants y Noteboom, la sudafricana Nadine Gordimer (Nobel 1991), el egipcio Neguib Mahfuz (Nobel 1998) y el propio Borges.

 

En su condición de profesor de literatura e investigador universitario, Coetzee se aproxima a esas obras de una manera rigurosa y sistemática, tomando siempre en cuenta las complejas sociedades "poscoloniales", tan similares a la nuestra, de las que provienen. Recurre por eso a términos como identidad, transculturación, oralidad, pero sin caer en sociologismos o efectismos. El ensayo sobre Rushdie –centrado en su novela El último suspiro del moro (1995)- explica precisamente como un excesivo esquematismo al abordar el problema de la identidad termina afectando la construcción de algunos de los personajes ("Abraham es poco más que un villano de cómic") o la composición novelística ("la estructura es cualquier cosa menos sólida").

 

La severidad de esas afirmaciones se apoya en la objetividad y firmeza de las apreciaciones literarias de Coetzee; especialmente cuando se trata de novelas, género de su especialidad. Sus observaciones, casi siempre inteligentes y precisas, suelen unir reflexiones temáticas con aspectos técnicos y formales. En Las montañas de Holanda de Noteboom encuentra, por ejemplo; "un cierto fracaso en la historia-marco, en ... la búsqueda del significado en que el escritor-héroe está comprometido". Con la misma objetividad aborda los aspectos alegóricos de la narrativa de Mahfuz o la peculiar conjunción de historia doméstica y política en las memorias de Lessing.

 

La poética implícita en estos comentarios es sumamente racional y poco concesiva con los pastiches, juegos metatextuales ("tan frecuentes en la ficción posrealista") y todo aquello que suele calificarse como posmoderno. Coetzee enfatiza esta posición al iniciar el libro con el ensayo ¿Qué es un clásico?, que refuta el famoso discurso de T. S. Eliot sobre el mismo tema, aquí interpretado como muestra del afán "compulsivo" de un intelectual periférico (norteamericano) por integrarse a la gran tradición cultural europea. Negando cualquier definición idealista o esencialista, las reflexiones sobre los clásicos pasan a convertirse en una afirmación de principios de su práctica como crítico literario.

 

Esa práctica nos entrega sus mejores resultados cuando aborda obras difíciles, como El hombre sin atributos de Musil, o cuando hace relecturas de clásicos como Robinson Crusoe de Defoe o Clarissa de Samuel Richardson. En esa línea está el ensayo Dostoievski, los años milagrosos, uno de los más importantes del libro y que además explica algunos aspectos un tanto oscuros de la novela El maestro de Petersburgo de Coetzee, basada en la vida y obra del escritor ruso. Para los lectores latinoamericanos son de especial interés los textos Traducir a Kafka y J. L. Borges Collected Fictions, aproximación al universo borgiano a partir de una traducción al inglés de esta obra.

 

Buena parte de los ensayos reunidos son reseñas críticas publicadas en el prestigioso New York Review of Books entre 1993 y 1999. Ese origen se hace sentir en los a veces tediosos comentarios acerca de la traducción de ciertos términos, y registros de lenguaje, al inglés. No obstante ese detalle, Costas extrañas es un muy buen libro, una valiosa muestra de la lucidez y penetración crítica de J. M. Coetzee, uno de los escritores más reconocidos y admirados de nuestro tiempo.

 

 

 

Hombre lento

 

Las primeras líneas de Hombre lento, la más reciente novela de J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), muestran a un anciano ciclista atropellado por un automóvil en una ciudad australiana. Paul Rayment pierde en ese accidente una pierna y queda convertido en un inválido solitario –no tiene esposa, hijos ni parientes cercanos- totalmente dependiente de su enfermera personal Marijana, una madura pero aún bella inmigrante croata. Coetzee narra, con la sutileza y maestría ya mostrada en Desgracia (1999), tanto las dramáticas experiencias de Paul, fotógrafo retirado, como su inevitable pero inoportuno enamoramiento de Marijana, una mujer casada y con tres hijos.

 

Hacia la tercera parte del libro, cuando Paul le confiesa su amor a Marijana, aparece en el relato Elizabeth Costello, una escritora que Coetzee suele emplear como alter-ego –p. e. en Elizabeth Costello (2004)-, y el relato cambia radicalmente. Elizabeth fuerza a Paul –hombre lento, contemplativo y enemigo de los riesgos- a tomar decisiones radicales y enfrentar directamente sus problemas. Además, Elizabeth afirma ser la autora de la novela y encara a Paul, su personaje, por no ser un buen protagonista: “Don Quijote no se trata de un hombre que se queja de lo aburrida que es La Mancha. Trata de un hombre que se coloca un bacín en la cabeza, sube a su viejo rocín y parte a emprender grandes hazañas”.

 

Con la intervención de Costello el relato se convierte en una reflexión acerca de la propia creación literaria, pero sin caer en los excesos ni retorcimientos con que los escritores posmodernos suelen abordar este tipo de asuntos. Y aunque Coetzee ya ha dado pruebas de saber integrar sus ideas sobre la relación entre realidad y ficción a las tramas narrativas -en Foe (1986) y El maestro de Petersburgo (1994)-, buena parte de la crítica ha señalado que la intervención de Costello en Hombre lento es más bien un síntoma de agotamiento y repetición dentro de su narrativa; y que el autor echa a perder lo que hasta antes de esa intervención prometía ser una excelente novela.

 

Algo hay de cierto en esas afirmaciones, aunque no se debe olvidar que Costello es también una creación de Coetzee, una personificación de ciertas posturas literarias llevadas hasta el extremo. Las diferencias entre ambos escritores resultan evidentes si se comparan las propuestas de Elizabeth Costello y Costas extrañas (2005, ensayos), especialmente en lo que respecta a la mímesis (capacidad para identificarse con los personajes) y el tratamiento de las pasiones humanas. El quiebre que se produce en la novela es el paso de una propuesta a la otra, como se comprueba en el peculiar encuentro sexual (propiciado por Costello) entre Paul y la ciega Marianna, un reflejo deforme de Marijana.

 

Pero las cuestiones metaliterarias son sólo algunos de los múltiples temas abordados en la novela. Otros casi de la misma importancia son los problemas de identidad en las sociedades poscoloniales (ni Paul ni Marijana se sienten australianos), el paso de un etapa histórica a otra (el tema de la fotografía, en el que se siguen las propuestas de Walter Benjamin sobre la pérdida del aura), o la relación entre razón y pasión. Temas todos subordinados al eje principal de la historia, la experiencia de Paul de la soledad, la vejez y la proximidad de la muerte. Hombre lento es una buena novela, aunque seguramente no estará considerada entre lo mejor de la obra de Coetzee.

 

 

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