Reconocido como uno de los mayores narradores peruanos de la actualidad, Alfredo Bryce (Lima, 1939) ha hecho de Lima, los limeños y sus peculiares convenciones sociales el tema principal de toda su obra. Y si bien en sus libros, siempre escritos con un manejo del lenguaje y sentido del humor sumamente personales, podemos encontrar personajes de toda extracción social, los protagonistas han pertenecido casi siempre a la vieja aristocracia, como en su primera novela Un mundo para Julius (1970) que fue elegida en una reciente encuesta entre escritores e intelectuales como la novela peruana más importante de todos los tiempos.

Una parte importante de la obra de Bryce está constituida por novelas como La vida exagerada de Martín Romaña (1981) o El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz (1985), en las que la trama gira en torno a las divertidas e insólitas peripecias europeas de un escritor o profesor limeño, un evidente alter ego del autor. A ese ciclo pertenecen la mayoría de los libros que aquí se comentan, a los que se suman  algunos de sus también valiosos libros de crónicas.

Libros de Alfredo Bryce comentados por Javier Agreda en esta página:

- Cuentos Completos (Alfaguara, 1995)

- Reo de nocturnidad (Peisa, 1997)

- La amigdalitis de Tarzán (Peisa, 1998)

- Guía triste de París. (Alfaguara, 1999)

- Crónicas perdidas (Peisa, 2001)

- El huerto de mi amada (Planeta, 2002)

- Doce cartas a dos amigos (Peisa, 2003)

- Permiso para sentir (Peisa, 2005)

- Entre la soledad y el amor (Peisa, 2005)

 
 
 
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Cuentos Completos

El creciente interés que en toda Latinoamérica y España vienen suscitando las novelas de Alfredo Bryce (lima, 1939) ha hecho que su también importante labor como cuentista (él mismo considera ser un autor de “libros de cuentos” y no sólo de cuentos ocasionales) quede relegada a un injusto segundo plano, tanto por la crítica como por el público. A remediar esta injusticia puede contribuir la reciente publicación de Cuentos Completos (Alfaguara, 1995) que reúnelos tres libros de cuentos publicados por Alfredo Bryce, además de cuatro relatos inéditos y un prólogo del crítico Julio Ortega.

Precisamente el primer libro publicado por Bryce fue Huerto cerrado, un conjunto de cuentos que llegó a finalista en el concurso Casa de las Américas en 1968. Escrito, según reconoce el autor, bajo la influencia de los cuentos de Julio Cortázar, el libro está estructurado en base a un personaje común a todos los cuentos: Manolo, un muchacho de clase alta al que le toca vivir el triste proceso de la decadencia familiar. Los relatos nos muestran a Manolo en las diversas etapas de su aprendizaje social (su primer amor, su iniciación sexual, por ejemplo), aprendizaje lleno de frustraciones y de fracasos.

Bryce aplica en estos relatos, con una maestría poco usual en un escritor debutante, la “regla de oro” del cuento, según Cortázar. Para este escritor argentino el cuento, como la fotografía debe “recortar un fragmento de la realidad fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia”. Y eso es precisamente lo que logran los mejores cuentos de Huerto cerrado (“Con Jimmy en Paracas”, “Yo soy el rey”, “Dos indios”) en los que tras las desventuras de Manolo el autor nos muestra toda la hipocresía y la complejidad de la sociedad limeña de los años 60.

El segundo libro de cuentos, La felicidad ja, ja (1974) nos trae a un escritor más maduro y diestro en el manejo de su propio arsenal de recursos expresivos. El humor, la exageración y la tendencia a la oralidad, que aparecen tímidamente en los primeros relatos, se han vuelto aquí elementos importantes que ayuden a mostrar aún mejor toda la sensibilidad y vulnerabilidad de los personajes bryceanos.

El predominio de los recursos mencionados, además de un mejor manejo del “tempo” narrativo, hace que estos cuentos resulten mucho más extensos que los anteriores –pero sin perder cohesión- profundizando y ampliando así las preocupaciones temáticas de Huerto cerrado. En este libro el mayor dominio del arte narrativo en general, y del cuento en particular, da como resultado algunos de los mejores relatos escritos por Bryce: “Eisenhower y la Tiqui-tiqui-tin”, “Muerte de Sevilla en Madrid”, “Antes de la cita con los Linares” y, por supuesto “Baby Schiaffino”.

Pasarían doce años antes hasta la aparición del tercer libro de cuentos. Bryce acababa de publicar La vida exagerada de Martín Romaña y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, dos extensas novelas en las que “el humor anecdótico, la autoironía emotiva, y la comedia de las equivocaciones del sujeto antiheroico” (al decir de Julio Ortega) llegaron a convertirse en las marcas más características de un escritor que comenzaba a disfrutar de fama mundial. Los cuentos de Magdalena Peruana (1986) pertenecen a la estética “Martín Romaña” y por eso participan de todas las características de las novelas mencionadas, lo que incluye además abundante digresiones, repeticiones formulares (típicas de la oralidad) relatos dentro de los relatos, etc.

 

Todos estos mecanismos, que resultaban tan eficaces en las novelas, comenzaron a atentar contra la intensidad necesaria al cuento. Esta intensidad es, según Cortázar, lo que diferencia al cuento de la novela: “la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige”. Por eso los cuentos de Magdalena peruana parecen menos logrados que los anteriores, porque abandonan la forma cerrada y fotográfica propia del cuento contaminándose con lo abierto y cinematográfico de la novela. Pero de todas maneras hay en este libro algunos buenos relatos: “Anorexia y tijerita”, “El breve retorno de Florence este año”, “Magdalena Peruana”.

 

Después de este libro la cuentística de Bryce enfrentaba una disyuntiva: volver a la práctica cortazariana del cuento denso y compacto, o permanecer fiel a la propia retórica personal de la acumulación y el exceso. Los cuatro relatos inéditos que presenta el libro que reseñamos demuestran que el autor ha escogido la primera opción. “Feliz viaje hermano Antonio” y “Tiempo y contratiempo” parecen ser una vuelta a los temas y a las formas de Huerto cerrado y La felicidad ja, ja, respectivamente. En “Pasalacqua y la libertad” y “Sinatra y violetas para tus pieles”, las atajadas de un arquero del club Ciclista Lima (Víctor Pasalacqua) y las canciones de amor que interpretaba Frank Sinatra son los elementos que desencadenan series de evocaciones que Bryce maneja mesuradamente.

 

En suma, Cuentos Completos de Bryce Echenique nos trae por fin reunidos los 37 cuentos del autor, en una excelente edición y como parte de una colección que ya incluye a otros maestros del género como Cortázar, Onetti y Julio Ramón Ribeyro.

 

 

Bryce, reo de posmodernidad

Favorecido con la fama y el prestigio internacional, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1930) ha logrado que cada título suyo sea recibido con gran expectativa en el Perú, España y toda Latinoamérica. En su más reciente novela, Reo de nocturnidad (Peisa, 1997) recrea ciertas dolorosas experiencias personales a través del personaje de Max Gutiérrez –como Bryce un profesor universitario radicado en Francia-, quien debido a una traumática relación amorosa padece un severo insomnio que lo obliga a recorrer, noche tras noche, las calles y los bares de Montpellier.

Todo el humor, la exageración y la oralidad, características esenciales en nuestro narrador, aparecen en estas páginas que Gutiérrez dicta a Claire, una joven alumna suya, en su habitación de una clínica psiquiátrica y como parte de la terapia para librarlo del insomnio. Poco a poco se reconstruye la historia del protagonista (un anti-héroe bryceano típico) y también las de sus acompañantes en extrañas aventuras nocturnas: Pierrot el monstruo, Francois el estudiante, Passepartout el iraní, etc. Además cada capítulo está centrado en algunos de los tormentosos romances que Gutiérrez sostuvo durante su tormentosa experiencia europea, desde Ornella Manuzio, la culpable de su insomnio pues no sólo lo traicionó sino que le robó todo su dinero, hasta la beatífica Claire, "el personaje más entrañable, sano y bueno que he creado", según confiesa el autor.

Presentada a la manera de una terapia psicoanalítica (una persona que reelabora sus recuerdos ayudada por otra), Reo de nocturnidad es una novela psicológica, aunque ubicada en las antípodas de lo que tradicionalmente se entiende con este término, las novelas de Dostoievski, por ejemplo. Pero más que en los recuerdos mismos, Bryce está interesado en su representación verbal y en su estructuración en discursos organizados; discursos que muchas veces tomas su propio rumbo, impulsados por las necesidades emotivas del rememorante, y se alejan bastante de los acontecimientos reales.

Todos los personajes apelan a discursos autojustificatorios, llenos de estereotipos y lugares comunes. Max, un aburrido profesor universitario, narra constantemente sus aventuras como espía internacional. Nieves Solórzano, profesora chilena que vive de los privilegios del exilio, se inventa un pasado de activista izquierdista. Y Nadine Auriol añora ficticias grandezas familiares abandonadas en la exótica Casablanca. Hasta los personajes más pequeños de la novela se construyen a partir de frases que los caracterizan.

Lo que se dice sustituye a quien lo dice, se emplean modelos simplistas, los personajes son individualidades puras sin contexto social... Estamos, sin duda, ante aquel conjunto de características que suelen englobarse bajo el término de posmodernidad. Bryce pertenece –junto a Manuel Puig y Fernando del Paso, entre otros- a una generación de narradores latinoamericanos que desde los años 70 ha venido desarrollando obras que pueden ser consideradas pioneras en este campo. Para el crítico Julio Ortega, Bryce se ha convertido en todo un paradigma de posmodernidad: "Su palabra autobiográfica contradice la normatividad burguesa con la hipérbole del derroche vital y la digresión oral capaces de hacer de la comunicación un campo de revelación".

Pero casi treinta años después de Un mundo para Julius, lo que en principio fue una propuesta narrativa original y provocadora (en aquellos años aún se pretendía lograr la "novela total") ha ido perdiendo fuerza y convirtiéndose en una retórica que tiende a repetirse a sí misma. Reo de nocturnidad no sólo trata de un tema ya tocado en otra novela del autor sino que pudo haberse titulado "El hombre que hablaba de Ornella Manuzio".

Por otra parte, las críticas que siempre se han hecho a esta narrativa (frivolidad, renuncia a buscar significados, omisión de los procesos históricos) se mantienen vigentes. Tal vez por eso en esta última novela se incluye una justificación de esta poética a través de la figura de Rabelais: "lo suyo en la literatura fue el humor, la risa con que se curaba y curaba a la gente de los males de su tiempo, del oscurantismo, de la intolerancia" (p. 23).

Reo de nocturnidad mantiene la calidad literaria a que nos tiene acostumbrados su autor, mostrando incluso una composición más rigurosa y un mejor manejo de los personajes que en algunas de sus novelas anteriores. Es, en suma, un libro que llenará las expectativas de los seguidores de Bryce.

 

 

La amigdalitis de Tarzán

Sin lugar a dudas uno de los escritores más exitosos de la narrativa hispanoamericana actual, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) está dividiendo a la crítica literaria en dos grupos opuestos: por un lado aquellos que continúan entusiasmados con su irreverencia literaria y su peculiar sentido del humor; por el otro los que piensan que sus últimas novelas no hacen sino repetir una retórica efectista y ya desgastada. Una polémica que seguramente se reavivará con la publicación de La amigdalitis de Tarzán (Peisa, 1998), enésima versión de la historia del peruano residente en Europa, desafortunado en el amor y en casi todo, pero siempre dispuesto a ironizar sobre su situación y sobre él mismo.

El protagonista y narrador es esta vez Juan Manuel Carpio, cantautor peruano abandonado por su esposa en París y que pronto se enamora de Fernanda María del Monte Montes, una aristocrática Salvadoreña. Debido a diversas circunstancias, sólo comparte con esta nueva pareja breves períodos de felicidad, además de una abundante correspondencia, la que le da a la novela un cierto carácter epistolar. Fernanda es el Tarzán a que hace alusión el título, apelativo que le otorga Juan Manuel por su entusiasmo para nadar los ríos más turbulentos, tanto emocionales (su fracasado matrimonio con un chileno) como políticos (las difíciles situaciones de Chile y El Salvador a principio de los 80) y hasta económicos. Y no faltan las acostumbrados alusiones a la realidad: Juan Manuel y Fernanda publican juntos una obra para niños, exactamente igual que Bryce y la escritora salvadoreña Ana María Dueñas hicieron con el libro Goig.

Pero si bien La amigdalitis de Tarzán no presenta grandes cambios en esta narrativa, hay ciertos elementos que la podrían convertir en algo así como un punto de inflexión, una señal de que el autor quisiera orientar su obra hacia otros rumbos. Al reproducir las cartas de Fernanda en su integridad y sólo fragmentos de las de Juan Manuel, poco a poco la subjetividad de ella va ganando el protagonismo, imponiéndose a la del personaje narrador. Y ese podría ser un buen primer paso para desprenderse de aquel "personaje modelo" (Juan Manuel, Max Gutiérrez, Martín Romaña y todos los demás) siempre central en sus novelas. Otro cambio resaltable es la importancia que tienen en las decisiones de Fernanda -que afectan la vida sentimental de Juan Manuel- los sucesos políticos de su patria y la de su esposo. Después de muchos años el anti-héroe bryceano vuelve a aproximarse, aunque sea indirectamente, a nuestra historia.

Volviendo a la polémica dentro de la crítica, hay que recordar que mientras la anterior novela de Bryce, Reo de nocturnidad, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de España de 1997, aquí los especialistas estaban de acuerdo en que se trataba de una novela fluida y amena pero fallida, "tan concienzudamente divertida que termina por aburrir", y demasiado cercana a las propuestas de los teóricos de la posmodernidad, comentarios todos aplicables también a su más reciente obra. Acaso en respuesta a estas opiniones, el reconocido crítico Julio Ortega, uno de los más entusiastas defensores de lo posmoderno, incluyó a La vida exagerada de Martín Romaña en una lista de las diez mejores novelas latinoamericanas del siglo, dejando fuera otras de valiosos autores "modernos" como Vargas Llosa.

Esperamos que los pequeños cambios señalados en La amigdalitis de Tarzán sean el anuncio de una renovación en la obra de Bryce, a la que nadie puede restar méritos o importancia pero que desde hace algún tiempo está notoriamente estancada, tanto temática como formalmente. De todas maneras se trata de una novela divertida (dedicada, entre otras personas, a Julio Ortega) y escrita con el rigor literario que caracteriza a su autor. Una novela que volverá a dejar satisfechos a los seguidores de esta narrativa y contrariados a sus detractores, iniciando un nuevo asalto en esta ya vieja disputa entre críticos modernos y posmodernos.

 

 

Guía triste de París

París fue una fiesta para Hemingway y los escritores norteamericanos de la generación perdida, y lo seguiría siendo hasta llegar a la apoteosis revolucionaria de mayo del 68. Pero, como en toda fiesta, siempre hay quienes no logran integrarse a la celebración y permanecen solitarios y melancólicos en medio de la alegría general. Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1930) ha reunido en Guía triste de París (Alfaguara/Peisa, 1999) las historias de algunos latinoamericanos que estuvieron en París durante la década del sesenta, como él mismo, aunque no participaron en la gran fiesta.

Basados en su mayor parte en sucesos reales, Bryce reúne en este libro catorce relatos que podríamos catalogar como cuentos y que van desde la crónica periodística hasta la novela corta. Son evidentemente crónicas textos como "La muerte más bella del 68" o "Las porteras nuestras de cada dia", por más que el autor haya pretendido darles finales "literarios". Y "Debbie Lágrimas, Madame Salomon y la ingratitud del alemán" es una nouvelle en la que el protagonista narrador es un inverosímil anciano, peruano y de raza negra, monologando al más puro estilo de Martín Romaña o Max Gutiérrez mientras muere en un asilo parisino.

Entre estos dos extremos encontramos una serie de cuentos que confirman la excelencia alcanzada por el autor en este género, conjugando su peculiar sentido del humor con una ácida crítica a ciertos estereotipos sociales ya superados. En "Machos caducos y lamentables" se narra la historia de Remigio González, un joven que viaja a París con la intención de convertirse en un verdadero "latin lover made in Perú" y al que ni los más escandalosos fracasos le hacen renunciar a "su andar de torero matón en prostíbulo barato o de esbirro de dictadura banana republic en vacaciones, sin que una sola muchacha se dignara pegarle una miradita siquiera" (p. 20).

Esta crítica parece hacerse más dura cuando se trata de personajes provenientes de las denominadas "clases altas". Todas las ínfulas de nobleza colonial de Enriqueta Taboada y Manso de Velasco -la protagonista de "La gorda y un flaco"-, que tienen alguna validez en Lima, terminan cuando llega a París y se convierte en la Gorda Queta, promotora de ruidosas fiestas para estudiantes pobres. Algo similar sucede con Alfredo, un pintor peruano que disfruta de una beca y una cómodo atelier, proporcionados por la ciudad de París, quien es confundido ("de puro feo, barbudo y peludo" p. 83) con un asesino a sueldo en "El carísimo asesinato de Juan Domingo Perón".

Es la problemática relación con su entorno lo que impulsa a estos personajes a cambiar las ciudades latinoamericanas en las que viven por París, lugar en el que creen poder hacer realidad todos sus deseos artísticos, aristocráticos, económicos o sexuales (la mayoría de los relatos son historias de amores frustrados). Pero el París imaginado por ellos (a la medida de sus fantasías, prejuicios y obsesiones) poco tiene que ver con el París real y por eso se producen las situaciones más ridículas y grotescas. La tristeza y nostalgia de estos personajes son los evidentes síntomas de la crisis de identidad que les ocasiona el comprobar que su visión del mundo no sólo estaba fuera de lugar en su patria, sino que resulta absolutamente anacrónica. Aunque sus decepcionantes experiencias fueran indicios de que la fiesta parisina ya estaba por terminar.

El crítico Julio Ortega ha afirmado que Bryce "es capaz de contar casi cualquier cosa, desde lo más insólito hasta lo más trivial, y sostener la atención del relato y la complicidad del lector". Guía triste de París lo confirma plenamente y es, además, un feliz reencuentro con algunas de las mayores virtudes literarias de su autor.

 

 

Crónicas perdidas

El género periodístico preferido tradicionalmente por los escritores ha sido la crónica, una tradición que ha llevado a identificar como crónica a todo texto periodístico que, superando lo meramente informativa, llegue a tener ciertas pretensiones literarias. A influencia de los escritores, las crónicas han ido diversificándose siguiendo tendencias acordes con los géneros literarios: crónicas narrativas, crónicas poéticas, ensayísticas y, forzando un poco las cosas, hasta dramáticas. No faltan los escritores que aprovechan las crónicas para experimentar con géneros literarios con los que no se les suele asociar. Este es el caso de dos de nuestros autores más apreciados, Alfredo Bryce Echenique y Antonio Cisneros, quienes acaban de publicar, respectivamente, Crónicas perdidas y Ciudades en el tiempo, libros que recopilan sus trabajos como cronistas.

Poeta admirado e imitado por muchos, Cisneros ya ha publicado dos libros de crónicas: El arte de envolver pescado y El libro del buen salvaje. Ciudades en el tiempo (Fondo Editorial del Congreso, 2001) es una recopilación de crónicas de viaje, en las que relata sus experiencias en sus recorridos por casi todo el mundo y su residencia por largas temporadas en ciudades como Londres, Berlín o Budapest. Se trata de narraciones hechas en primera persona y en las que, curiosamente, el poeta se presenta a sí mismo como si fuera uno de los protagonistas de las novelas de Bryce: un intelectual irónico y con mucho sentido del humor, que intenta adaptarse, tratando de molestar lo menos posible, a las costumbres de los países que visita.

Más voluminoso y diverso es Crónicas perdidas (PEISA, 2001) recopilación de textos que Bryce escribió, entre 1972 y 1999, para diarios peruanos y españoles como ABC y El País, y que no fueron incluidas en la anterior recopilación titulada A trancas y barrancas. No se trata, como podría esperarse, de textos narrativos sino de pequeños ensayos dedicados a la actualidad política (peruana o internacional) o a temas literarios (escritores y obras específicas). Bryce opina, con la mayor seriedad y documentación, sobre "La crisis de Sendero Luminoso" (1990), "El golpe de Fujimori" (1992), "Anacronismo y posmodernidad en la Guerra del Golfo" (1991) o "La Iglesia Católica latinoamericana y el TLC" (1994). En el campo de la literatura, un poco más informal pero con la misma corrección, escribe sobre Ribeyro, Monterroso, Onetti, Cortázar y un largo etcétera.

A primera "lectura" es Cisneros el que resulta menos afectado con estos cruces genéricos, después de todo en su poesía lo narrativo y lo autobiográfico han sido siempre elementos primordiales. En Ciudades... nos reencontramos con muchos de los recursos retóricos y del lenguaje (el uso de los símiles, las combinaciones de oraciones largas y cortas) de Comentarios Reales o Canto ceremonial... dos de sus poemarios más conocidos; pero no con el espíritu crítico ni la preocupación social que los regían. Sin esos ingredientes los textos, a pesar de estar muy bien escritos, se aproximan demasiado a la simple descripción de costumbres y al comentario frívolo.

Todo lo contrario ocurre con las crónicas de Bryce. Los admiradores de La vida exagerada de Martín Romaña o de la recientemente premiada La amigdalitis de Tarzán echarán de menos el humor y la aparente espontaneidad de esos libros, sacrificados para darle al lector, una visión lo más amplia e imparcial posible de los temas tratados. Resulta extraño, por ejemplo, leer sus encendidas diatribas "contra esa política neoliberal que está matando de hambre a una buena parte de los peruanos"; pero Bryce sabe que la seriedad y aparente pesadez de sus crónicas (aliviada en gran parte por la ligereza de la prosa) son el complemento necesario a su imagen pública de escritor hedonista y bohemio. Definitivamente, estas Crónicas perdidas resultan menos divertidas pero más ambiciosas y significativas que las de Ciudades en el tiempo.

 

 

El huerto de mi amada

Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1938) es uno de los narradores hispanoamericanos más exitosos de la actualidad y también uno de los más queridos por los lectores peruanos. Y aunque aquí la crítica no ha mostrado mucho entusiasmo ante sus últimos libros, en España parece suceder lo contrario. La novela Reo de nocturnidad (1997) que recibió en el Perú duros comentarios, allá obtuvo el prestigioso Premio Nacional (Bryce tiene doble nacionalidad desde 1988) de Narrativa. Pero ni ese antecedente podía hacernos esperar que este año un jurado de escritores españoles otorgue a Bryce nada menos que el importante Premio Planeta por su novela El huerto de mi amada (Planeta, 2002), libro que acaba de llegar a nuestras librerías en medio de grandes expectativas.

Tras un inusual silencio de varios años -su última novela es La amigdalitis de Tarzán (1998)- Bryce vuelve a contarnos otra de sus divertidas e hiperbólicas historias de amor, esta vez ambientada en la Lima de los años 50. Los protagonistas son Carlos Alegre, adolescente de 17 años de edad, y Natalia Larrea, una hermosa divorciada de más de 30 años. Después de conocerse en una fiesta, él abandona a sus padres y su familia para irse a vivir con ella, lo que motiva todo tipo de chismes y escándalos en la alta sociedad limeña, a la que ambos amantes pertenecen. Nada de eso afecta la felicidad y el bienestar de la pareja, que vive en un huerto en las afueras de Lima. Finalmente, cuando Carlos llega a la mayoría de edad, los amantes viajan a París, huyendo de tanta hipocresía y prejuicios.

Formalmente casi no hay novedades en este libro pues la oralidad y el humor característicos de Bryce se mantienen y por momentos son llevados hasta el límite, especialmente los retorcimientos gramaticales y digresiones del discurso del narrador. El principal cambio está en la elección del protagonista, que ya no es un evidente alter ego del autor -como venía sucediendo desde Tantas veces Pedro (1977) hasta La amigdalitis..., sino un joven ingenuo, "que nunca se fija en nada", dotado de una especie de "gracia" sobrenatural (acaso proveniente de su exagerada religiosidad), un aura de simpatía y buena suerte que lo protege siempre. Y que lo diferencia de sus más cercanos amigos, los gemelos Céspedes, torpes y manipuladores arribistas, pertenecientes a una decadente familia de clase media.

Gran parte del humor de la novela se genera en el enfrentamiento entre la "clase" y simpatía de Carlos y la huachafería y torpeza de los Céspedes. Hasta el chofer de Natalia, más blanco y con mejores modales que los hermanos, se burla constantemente de sus disparatados planes de ascenso social. Pero esta vez falta en el humor bryceano la ironía -muchas veces autoironía-, con la que el autor solía tomar saludable distancia cuando presentaba este tipo de situaciones. Ni siquiera aparece la ternura que en Un mundo para Julius (1970), su novela más celebrada, ponía al referirse a la servidumbre y a la gente más pobre. Y sin esos elementos, gravitantes en casi toda su narrativa, el humor de Bryce en esta novela puede ser fácilmente interpretado como clasista y racista.

En el reciente número de la revista Martín, dedicado íntegramente a Bryce y su obra, algunos de nuestros más importantes críticos señalan esta tendencia en el narrador limeño. Para Miguel Ángel Huamán, en los últimos libros de Bryce hay "una negación del impulso irónico a favor de un humor centrado en un universo personal y egocéntrico". Carlos Garayar, en tono elogioso, hace notar la falta en esta obra de un elemento "esencial" en toda la narrativa realista desde el Lazarillo y Cervantes: "el enfrentamiento entre el sistema de valores que practica el mundo y aquel que enarbola el protagonista". Comentarios que resultan incluso más pertinentes en el caso de El huerto de mi amada, un libro sumamente divertido y en el que se extreman tanto las virtudes como los defectos de la narrativa de Bryce.

 

 

Doce cartas a dos amigos

Entre las memorias personales y el ensayo periodístico, Doce cartas a dos amigos (Peisa, 2003) es el más reciente libro de Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) y reúne la serie de cartas del título con un conjunto de crónicas de viaje. Escritos a principios de los 90, cuando el autor estaba trabajando en sus "antimemorias" Permiso para vivir (1993), los textos de este libro se suman a las crónicas bryceanas ya publicadas en A vuelo de buen cubero (1976), Crónicas personales (1988), A trancas y barrancas (1996) y Crónicas perdidas (2001).

Como la mayor parte de sus narraciones están centradas en personajes elocuentes y memoriosos - fácilmente identificables con el propio autor- se podría esperar que estas cartas de Bryce -dirigidas todas a "Mis queridos Maruja y Ramón"- estuvieran llenas de recuerdos y confidencias personales. Todo lo contrario, el narrador parece haber evitado ese tipo de detalles para hacer de cada epístola un breve ensayo sobre temas tan diversos como los premios Nóbel, el insomnio, la delincuencia en Madrid o la actualidad política internacional. Se trata, por eso, de cartas extrañas, en las que están presentes la ironía y las interminables digresiones del autor, pero en las que el humor cede a veces su lugar a serias y sombrías reflexiones.

Con motivo de la publicación de Crónicas perdidas (cuya edición española incluyó todos los textos de estas Doce cartas...) señalamos que la seriedad de algunas crónicas representaba el lado intelectual del autor, un complemento necesario para su imagen pública de escritor hedonista y bohemio. Esa poco conocida faceta suya lo lleva aquí a mostrarnos los manejos sucios detrás de los grandes premios literarios (como cuando le ofrecen uno a cambio de ciertas condiciones que él no acepta); o a hacer eco de las opiniones de Juan Goytisolo acerca de la guerra del Golfo Pérsico: "Cuando Saddam Husseim atacó a Irán, la comunidad europea armó al agresor hasta los dientes contra el agredido. Que no hablen de moral internacional ni de nociones jurídicas. Esta es una cruzada para mantener el nivel de vida de los norteamericanos".

Como contrapeso a estas cartas, el libro incluye -bajo el título de "Zapatos vagabundos"- un conjunto de crónicas de viajes escritas durante un largo recorrido del autor por toda América (Estados Unidos, México, Chile y Venezuela) para participar en presentaciones públicas y encuentros de escritores. Aquí sí reconocemos al Bryce más tradicional, al emotivo narrador lleno de anécdotas disparatadas, al personaje capaz de soportar las peores incomodidades en nombre de la amistad. Ya desde las primeras líneas nos informa que en sus viajes lo más importante no son los lugares que visita sino las personas que encuentra: "Yo nunca llego a un país ni a una ciudad... Llego a gente".

Entre las numerosas personas que desfilan por estas páginas (diplomáticos, funcionarios universitarios, escritores), hábilmente retratados por Bryce a partir de sus rasgos más característicos, destaca la figura de "Tito" Monterroso, autor de consejos tan sabios como: "si ves una silla, siéntate... y si llega el insoportable poeta que lleva una semana haciendo esperar a medio mundo, huye". Pero incluso en este contexto, amical y celebratorio, Bryce reserva algunas crónicas para su lado ‘intelectual’. En "Libros de Chile" y "Libros de Venezuela" y "Lo local y otras sandeces" comenta con verdadero entusiasmo obras que sólo por no haber sido publicadas por las grandes editoriales (a las que critica por la "idea tan estúpida" que tienen de lo local") no han logrado trascender las fronteras de sus propios países.

Doce cartas a dos amigos es buen libro que nos permite reencontrarnos con el mejor Bryce, aquel que a sus reconocidas virtudes de narrador agrega una lectura rigurosa y crítica de la actualidad, ya sea política o literaria. Precisamente aquello de lo que adolecen sus más recientes novelas y libros de cuentos.

 

 

 

Permiso para sentir

La nueva entrega de las memorias de Alfredo Bryce (Lima, 1939), Permiso para sentir. Antimemorias 2 (Peisa, 2005), está dividida en dos partes. La primera de ellas continúa en la línea de las anteriores Antimemorias. Permiso para vivir (1993), y está organizada, como aquel libro, Por orden de azar. Se trata de un conjunto de textos bastante heterogéneo y desordenado ("sarta de capítulos totalmente desabrochados" dice el propio autor), pero plenos del humor y las exageraciones, las citas y las parodias, tan característicos de Bryce; y en los que las reflexiones y los recuerdos personales se suceden en un discurso laberíntico, basado en desvíos y meandros digresivos.

 

Hay, por supuesto, algunas constantes temáticas que dan unidad al conjunto, entre las que destaca el culto a la amistad. Buena parte de estos textos son homenajes que Bryce hace a sus mejores y más fieles amigos: los compañeros de colegio (Cincuenta años de compañía), aquellos que ha ido conociendo en sus numerosos viajes (Luis, Mi amigo Conrado, Bob Davenport ha desaparecido), y escritores como Julio Ramón Ribeyro (Un amigo muerto, un domingo, un otoño). Otro tema es la nostalgia de los años felices, ya sea de la infancia (Retrato de familia con 98, Pasalacqua y la libertad) o de la bohemia parisina de los 60 y 70’s (Érase una vez en París, 68 modelo para armar).

 

La segunda parte del libro lleva el título de Che te dice la patria, tomado de un cuento homónimo de Hemingway, y está centrada en el intento de Bryce, a mediados de la década pasada, de volver a residir en su patria después de más de 30 años de exilio voluntario. Toda las frustraciones y decepciones que sufre el autor durante ese proceso, los desencuentros entre la Lima de su memoria y la del gobierno de Fujimori, son narrados en más de 200 páginas (que ocupan el tercio final del libro), en textos más homogéneos y concatenados en forma tan rigurosa que en el último párrafo de cada capítulo figura el título del siguiente.

 

El laberinto hedonístico de Por orden de azar se convierte en esta segunda parte en una sucesión de capítulos que tiene mucho de la estructura de las explicaciones y demostraciones. Es como si el autor quisiera probarnos que si no se quedó a vivir en el Perú no fue por culpa suya sino de aquellos que hicieron de esa experiencia algo verdaderamente insoportable. Entre los responsables de ese fracaso desfilan, con nombre y apellidos, conocidos personajes del ambiente cultural y político local; además de escritores, vecinos, parientes cercanos y hasta empleados bancarios. Vemos a Bryce víctima de un secuestro político y de policías corruptos que intentan "sembrarle" drogas en el aeropuerto.

 

El contraste entre ambas secciones del libro (entre el humor y la amargura, entre la amistad y la traición) se convierte también en un enfrentamiento entre dos espacios, Extranja (el país de los extranjeros) y el Perú. Y en ese enfrentamiento Bryce pone toda su capacidad de novelista para hacer más amable y grata la realidad descrita en la primera parte; y más terrible e indignante el relato de su breve retorno a la patria. Diferencias no siempre justificadas, especialmente cuando vemos que el propio Bryce es culpable de muchas de sus desventuras limeñas, como cuando elige ser profesor en la UPC ("jamás he trabajado en una universidad tan mala") y no en San Marcos, en la que él estudió, como le recomendaban sus amigos.

 

La crítica ha señalado que en la obra última de Bryce la ironía está siendo reemplazada por un sentido del humor cada vez más personal y egocéntrico. Una consecuencia sería la falta de empatía con ciertos tipos de personas y hasta amplios sectores sociales (ver comentario a El huerto de mi amada); en este caso una serie de reconocidos escritores peruanos y los nuevos pobladores de Lima en general. A pesar de ello, Permiso para sentir no deja de ser una lectura interesante (divertida y agradable en su primera parte; amarga y polémica en la segunda), que seguramente no decepcionará a los muchos seguidores de la obra de Alfredo Bryce.

 

 

Entre la soledad y el amor

Además de su reconocidas novelas, libros de cuentos y de memorias, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) tiene publicadas algunas recopilaciones de crónicas y artículos periodísticos como A trancas y barrancas (1996) y Crónicas perdidas (2001). En esos libros no faltaron algunos ensayos ni entusiastas elogios a este genero literario, El genero más misterioso del mundo según el título de uno de esos textos. No sorprende por eso la publicación de Entre la soledad y el amor (Peisa, 2005), el primer libro completamente ensayístico de Bryce y en el que aborda algunos de los temas más importantes de su narrativa, tan poblada de personajes solitarios como de enamorados no correspondidos.

Las cuatro secciones del libro están dedicadas respectivamente a la soledad, la felicidad, el amor y la depresión. Salvo la última mencionada, estas secciones están conformadas por artículos independientes entre sí, escritos en un lenguaje que comunica las reflexiones del autor de una manera directa y concisa: “Antes la sociedad le permitía al hombre olvidar su soledad”, “La pureza ideal del amor juvenil coexiste con un deseo ardiente, imperativo”. Bryce apoya sus afirmaciones en una amplia cultura libresca, con citas de escritores y pensadores de todo tipo, comenzando por los propios fundadores del ensayo francés, Pascal y Montaigne, hasta autores como Kierkegard, Víctor Hugo, Norbert Elias, etc.

Se trata, entonces, de ensayos de filiación académica pero de vocación popular, dada su brevedad y sencillez expositiva. En algunos pasajes, la prosa de Bryce se asemeja bastante a la de los textos de divulgación científica; en otros, por el contrario, al analizar sentimientos y emociones de personajes provenientes de obras literarias poco conocidas (las novelas de Jens Peter Jacobsen o André Gidé) prima lo culto y elitista. Entre esos dos extremos, opuestos irreconciliables, los seguidores de la obra de Bryce echarán de menos su brillante sentido del humor, que asoma tímidamente en apenas unas cuantas páginas del libro.

La sección correspondientes a la depresión contiene un solo texto -Del humor, del dolor y la risa (Crónica de una depresión)- el más extenso del libro y el único escrito en el estilo más característico del autor: narrador en primera persona (el acostumbrado anti-héroe bryceano) que emplea un lenguaje torrencial y lleno de digresiones. Como indica el título, no se trata de un ensayo sino de una especie de relato para ser leído públicamente, ya que en realidad es el texto de una conferencia. Su interés es más que nada testimonial, pues el autor cuenta una gran crisis depresiva que tuvo a los 30 años de edad, además de la gran amistad que hizo con el psicoanalista que lo ayudó a superarla.

En líneas generales, los textos de Entre la soledad y el amor no llegan tener el suficiente vuelo ensayístico, y nos hablan más de la literatura y las letras de hace un siglo que de la experiencia de la soledad y el amor en la sociedad globalizada y posmoderna de hoy. El mayor valor del libro es como referente obligado para el estudio de la propia obra de Bryce, pues aquí se aclaran detalles de su narrativa, además de revelarse ciertas fuentes e influencias literarias. Ensayos como La vejez no se cura ganan bastante si se leen en contrapunto con su correspondiente versión narrativa, en este caso el cuento Debbie Lágrimas, Madame Salomon y la ingratitud del alemán del libro Guía triste de París.
 
 
 
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