Mario Bellatín nació en México en 1960, aunque sus padres son peruanos. A temprana edad se radicó con su familia en el Perú, país en el que Bellatín se formó como escritor e hizo estudios de Teología y Ciencias de la Comunicación. También en el Perú publicó sus primeras novelas: Mujeres de sal (1986), Efecto invernadero (1992), Canon perpetuo (1993), Salón de Belleza (1994) y Damas chinas (1995). Hasta llegó a actuar en una obra de teatro, Blackout, que él mismo escribió. Después de eso viajó a México, donde actualmente dirige la Escuela Dinámica de Escritores. Hoy es considerado uno de los narradores más interesantes y originales de toda Hispanoamérica.

Salón de belleza fue finalista del Premio Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia en el 2000. Otra novela de Bellatín, Flores (Peisa, 2002), obtuvo en México el Premio Xavier Villaurrutia, una distinción que antes habían recibido autores como Rulfo, Fuentes y Octavio Paz.

Libros de Mario Bellatin comentados por Javier Agreda en esta página:

Poeta ciego (Tusquets/Peisa, 1998)

El jardín de la señora Murakami (PUC, 2001)

Flores (Peisa, 2002)

Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción (PUC, 2002)

Jacobo el mutante (Alfaguara, 2002)

 
 
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Poeta ciego (Tusquets/Peisa, 1998)

Los ambientes cerrados y opresivos a que nos tiene acostumbrados Bellatin se conjugan con sus estudios de teología para ofrecernos la historia de una oscura secta, fundada por el Poeta Ciego, en la que la fe religiosa está estrechamente vinculada con las perversiones sexuales. Como la de todos los fundadores de religiones, la vida del Poeta Ciego se presenta mezclada de mito y leyenda. Abandonado en la playa por sus padres, fue recogido por una familia de pescadores y a pesar de su ceguera demostró desde la niñez una gran sabiduría. A los nueve años emprendió un largo peregrinaje después del cual escribiría los textos considerados sagrados por la Hermandad, como "El cuadernillo de las cosas difíciles". Pero Bellatín está más interesado en resaltar las tensas relaciones entre los principales discípulos del Poeta Ciego (El Pedagogo Boris, El Hermano de las Gafas de Cristales Gruesos, La extranjera Anna) y el cisma y enfrentamientos que se producen entre ellos a la muerte del fundador de la secta.

El carácter alegórico de la novela es más que evidente. No se contextualizan los sucesos –ni geográfica ni temporalmente-; los personajes no llegan a tener una psicología propia pues están definidos a partir de su función en le relato; los acontecimientos y ambientes están siempre cargados de contenido simbólico al punto que parecen sueños objetivados. Acentúan esta atmósfera irreal y abstracta las numerosas alusiones a teorías y libros tan variados como Tolstoi, Jaeger, Mann, Steiner, San Agustín, Vian, Gurdieff. Y todo esto es presentado a través de un lenguaje que ya es una marca personal de Bellatín, un lenguaje sobrio y preciso que evita cualquier asomo de retórica o de emotividad. La unión de estos elementos crea un universo bastante semejante al de lagunas de las parábolas de Kafka, sólo que visto desde una perspectiva más racional e intelectual.

Poeta ciego es de manera explícita una reflexión acerca de la fe religiosa, de sus condicionantes y contradicciones. Es una feroz crítica a la autoridad religiosa y a través de ella a todo tipo de autoridad, incluida la paterna (por eso no es extraño que los personajes principales sean huérfanos o estén en búsqueda de sus padres). Pero es una crítica que pretende abordar los dos extremos del problema, tanto a aquellos que se creen portadores de la voluntad divina como a aquellos que los siguen; los excesos de autoritarismo de unos y la sumisión y fanatismo de los otros.

Des esta manera, la novela casi resulta un resumen de temas y motivos presentes en la obra anterior de Bellatín. Son numerosos los puntos de contacto con Salón de belleza, como "La Ciudadela Final" –lugar donde se recluye a los enfermos incurables- o la afición del poeta ciego por las revistas de belleza. Lamentablemente se confirman también ciertas tendencias que ya se manifestaban en Damas chinas: la poca densidad de los personajes o, como señaló el crítico Camilo Fernández, "la ausencia de una plena situación vital que engarce la acción de los personajes".

La más inquietante de estas tendencias tiene que ver con el propio lenguaje. Bellatín ha demostrado que su prosa puede llegar a ser sumamente efectiva a pesar de su austeridad. Pero el prurito de objetividad y precisión le lleva a escribir pasajes como éste: "en relación con el tema, que había quedado consignado en las memorias que había llevado el hermano de las Gafas de Cristales Gruesos mientras duró su gestión, el Pedagogo Boris en cierta ocasión le llevó al Poeta Ciego un libro con grabados de Durero" (p. 125). El gran olvidado en este libro es el lector, pues se le niega el deleite que produce una buena prosa, no se le da ningún punto de vista o de referencia, ni tampoco ninguna emoción con la que pueda sentirse identificado.

Pero es necesario señalar que estos problemas surgen por el afán de Bellatín de llevar su propuesta narrativa –una propuesta original y de innegable valor literario- hasta sus últimas consecuencias. Poeta ciego no es una gran novela, ni lo mejor que haya escrito el autor, pero sí una buena muestra del rigor y el oficio que caracterizan a este escritor, uno de los más importantes de su generación.

 

El jardín de la señora Murakami (PUC, 2001)

Esta novela parece marcar la llegada a la madurez literaria de Bellatín, un narrador riguroso y profesional como pocos en nuestro tiempo. El libro cuenta la historia de Izu, una joven estudiante de arte que en la disputa entre tendencias tradicionales y modernas toma partido por estas últimas. Una serie de equívocos y decepciones amorosas la llevan a traicionar a su causa estética y a casarse con el rico señor Murakami, poseedor de una de las más importantes colecciones de arte tradicional y a quien antes ella había criticado duramente. Muchas intrigas y secretos envuelven a ese matrimonio por conveniencia, el mayor de ellos la relación entre Etsuko (sirvienta de la familia de Izu, aunque fueron educadas casi como hermanas) y Murakami. En su lecho de muerte, y ante la sorpresa de su esposa, él pide a gritos volver a ver los pechos de Etsuko.

Bellatin narra de la manera más sintética posible, como si nos presentara sólo el resumen (se trata de una novela muy corta) de una historia mucho más compleja. Casi no hay diálogos ni descripciones, tampoco se muestran las emociones de los personajes. Y aunque estas características ya estaban presentes en sus novelas anteriores, esta vez resultan más apropiadas para la propuesta de hacer un relato "a la manera" japonesa, ya que se acercan a ciertos principios básicos del arte tradicional de ese país: sencillez, austeridad, poder evocativo. Por supuesto, no se renuncia a las técnicas narrativas más modernas, como el manejo casi cinematográfico del tiempo, con grandes elipsis (casi no hay referencias a la enfermedad de Murakami) y frecuentes flashbacks que nos permiten conocer detalles interesantes de la vida de Izu y sus padres.

Muchos de los demonios personales del autor, temas y motivos, vuelven a aparecer aquí. En primer lugar, esa extraña y mórbida combinación de muerte y sensualidad. No sólo mueren tres amantes de Izu, las pocas descripciones del libro están dedicadas a detalles como el tipo de peinado que usó una mujer en el funeral de su hijo o el hilo de saliva que cae de la boca de un agonizante. También el afán de crear mundos autónomos y descontextualizados (la novela no sucede en Japón sino en una isla innominada); y hasta elementos como la preocupación por la moda de Izu -el protagonista de Poeta ciego (1998) coleccionaba revistas de moda- o los peces dorados de su jardín, que nos remiten a los del acuario en la casa de moribundos de Salón de belleza.

También en estos aspectos, Bellatin parece haber encontrado en lo japonés soluciones a ciertos problemas de su narrativa anterior, en la que la descontextualización implicaba, como señaló el crítico Camilo Fernández, "la ausencia de una plena situación vital que engarce la acción de los personajes"; mientras que la austeridad del lenguaje, especialmente en Poeta ciego, devenía en una prosa dura y poco literaria. Si el afán experimental lo estaba llevando a escribir casi de espaldas al lector, la influencia de la narrativa japonesa parece haberlo devuelto a situaciones y emociones más humanas; y también a una prosa más artística: El jardín de la señora Murakami es una historia de pasiones, traiciones y venganzas narradas con sutileza y refinamiento

Hay además en el libro un complejo juego metatextual, de alusiones literarias, que concluye en una Addenda incluida al final del relato, con comentarios que resaltan el carácter ficcional y convencional de la historia. Un guiño a los lectores aficionados a esos juegos posmodernos, que no agrega ni quita nada sustancial a esta muy buena novela.

 

Flores (Peisa, 2002)

Flores es una novela hecha a partir de fragmentos narrativos: "la intención inicial es que cada capítulo pueda leer por separado, como si de la contemplación de una flor se tratara" aclara el propio autor. El narrador principal es un escritor al que le falta una pierna, malformación congénita debida a un medicamento usado en las mujeres embarazadas. Este narrador hace investigaciones sobre "opciones sexuales alternativas" -él mismo las practica- que lo llevan a conocer a todo tipo de personajes marginales. Paralelamente, se presentan otras historias en las que no interviene ese narrador: la de los responsables del laboratorio que produjo el medicamento mencionado (el Doctor Olaf Zumfelde y su ayudante Henriette Wolf), la del hospital en que viven los niños que nacen con malformaciones y son abandonados por sus padres, o la de una secta musulmana y sus extraños rituales.

En total, son 35 capítulos breves que llevan todos como título el nombre de alguna flor. Bellatin vuelve en ellos a sus ya conocidas obsesiones (la enfermedad y el deterioro físico, las sectas y grupos marginales, las perversiones en general) llevándolas hasta el límite. Y también vuelve a sus acostumbrados recursos narrativos, como no ubicar con precisión las acciones (no se especifica ni el lugar ni el tiempo), o contar de la manera más fría y distante, sin un asomo de emotividad o retórica, los sucesos más terribles o insólitos: un enfermero que inocula el virus del SIDA a su propio hijo, el sangriento espectáculo de los hermanos Kuhn (gemelos que nacieron sin brazos ni piernas), o el niño que al visitar a su abuela en un asilo de ancianos experimenta "la primera erección que recuerda". Por eso, en México la crítica ha señalado que Flores es "su libro más extremo, poderoso y brutal".

Acaso sea cierto, pero ello no significa que sea la mejor de sus novelas. A diferencia de Salón de belleza (1994) o El jardín de la Señora Murakami (2001) en las que el principio de realidad parece contener los excesos de la ficción, Flores, como Poeta ciego (1998) es casi una parábola kafkiana, un relato cargado de elementos simbólicos o abiertamente inverosímiles. Lo es el narrador mismo: con malformaciones congénitas, paidófilo y víctima de frecuentes trances místicos. Y si la estructura "abierta" le da al autor la libertad para incluir sucesos que poco tienen que ver con los personajes principales, esa libertad no debería llevarlo a negarse a contar algunos de los momentos más importantes de la historia (como el inevitable encuentro del narrador con Zumfelde y Wolf).

Flores es un verdadero resumen de los temas y métodos de toda la obra de Bellatin (y también defectos, como la evidente torpeza estilística), en el que ya comienzan a notarse ciertos síntomas de agotamiento. Por primera vez, el autor se siente en la necesidad de justificar la "maldad" (en el sentido baudeleriano del término) de su universo ficcional como una respuesta a los abusos del progreso científico, social y moral. No por eso deja de ser una buena novela, una de las más interesantes entre las recientemente publicadas en nuestro país.

 

Shiki Nagaoka / Jacobo el mutante (2002)

La narrativa de Mario Bellatin siempre tuvo un cierto carácter irreal y alegórico, pero a partir del retorno del escritor a México estos elementos han ido progresivamente volviéndose dominantes en sus libros, una tendencia que se ha radicalizado en sus dos novelas Shiki Nagaoka: Una nariz de ficción y Jacobo el mutante.

Shiki Nagaoka es un ficticio escritor japonés marcado por un defecto físico congénito, una nariz extraordinariamente grande. Solitario y marginal, Nagaoka se dedica desde joven a la literatura (narrativa), a la lingüística y, ya adulto, a la fotografía. Su obra comprende libros de relatos, un Tratado de la lengua vigilada, Fotos y palabras (motivado por su experiencia en la segunda Guerra Mundial), y un misterioso texto escrito en un idioma de su propia invención e imposible de traducir. No es necesario recalcar que, atribuyéndole estos libros, Bellatin ha hecho de Nagaoka una representación de la disyuntiva de todo escritor -creador de ficciones- entre optar por un realismo "fotográfico" o desarrollar su propio lenguaje literario, aunque éste no llegue a ser del todo comprendido por los lectores.

En Jacobo el mutante un historiador de la literatura trata de reconstruir una supuesta novela inédita y desconocida del escritor austríaco Joseph Roth (1894-1939). El relato de Roth, titulado En la frontera, cuenta la vida de Jacobo Pliniak, rabino de un pequeño pueblo europeo quien, en épocas del nazismo, emigra hacia Estados Unidos. Lo más peculiar de esa narración son las violentas mutaciones de los lugares, situaciones y personajes. En algún momento, Jacobo se convierte en una mujer, Rosa Plinianson, transformación que viene acompañada además de un salto en el tiempo de varias décadas. Tras esa historia absolutamente increíble, Bellatin continúa reflexionando acerca de las fronteras de la creación literaria: verosimilitud, convenciones genéricas, aceptación de los lectores.

"Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros", afirmó Borges en el prólogo de Ficciones, "mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un comentario". Esa ha sido también la estrategia literaria de Bellatin en estas dos novelas que presentan evidentes semejanzas con algunos cuentos borgianos como Examen de las obras de Herbert Quain y El acercamiento a Almotasim. Sin embargo nada más lejano del universo fantástico, libresco y especulativo, del argentino que la narrativa de Bellatin, siempre interesada en temas como la enfermedad, el deterioro físico y la fe religiosa. La nariz de Nagaoka y los peculiares rituales de Plinianson son descritos con una prosa fría y objetiva, en la que buena falta hacen algunos de los recursos retóricos que tan sabiamente manejaba Borges.

Para compensar las deficiencias estilísticas, Bellatin incluye en estos libros una serie de fotografías. En Shiki Nagaoka... las imágenes contribuyen a hacer un poco más verosímil la historia; en Jacobo... tienen la función de abrir el texto a nuevos significados. Pero el mayor problema de ambos relatos es su demasiado evidente carácter alegórico, el que sucesos y personajes no lleguen a ser más que pretextos para la reflexión metaliteraria. Ya el propio Borges sostuvo en varios ensayos lo anacrónico de las alegorías, y por ello hizo que sus cuentos siempre estén abiertos a diversas interpretaciones. Tanto Shiki Nagaoka como Jacobo el mutante son libros menores, seguramente de transición, dentro de la siempre interesante y valiosa obra narrativa de Mario Bellatin.

 
 
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