RESUMEN DE LAS PRIMERAS CINCO CRUZADAS LINEA DE TIEMPO TAREA PAGINAS SIMILARES MAPAS (UBICACION ESPACIAL) VIDEO DE LAS CRUZADAS CONTACTAME BLOG ACERCA DEL AUTOR REACTIVOS HOTPOTATOES MYWIKI
LAS CRUZADAS Y EL MULTICULTURALISMO
¿QUÉ FUERON LAS CRUZADAS?
DEFINICIÓN
En un concilio de la iglesia celebrado en Clermont-Ferrand, en la Auvernia Francesa, en noviembre de 1095, se promulgo un decreto que marcaría un nuevo comienzo en el uso de la guerra en el mundo cristiano de Occidente para llevar a cabo su misión religiosa.
El
que sólo por devoción, no por ganar honra o dinero, vaya a Jerusalén
para liberar la iglesia de Dios, puede sustituir todo tipo de
penitencias por
ese viaje.
Celebrada a mitad de una gira de predicación del papa Urbano II (1088-1095) por tierras de Francia, la asamblea de Clermont-Ferrand sería recordada sobre todo no por la autoridad legal concedida por el decreto, sino por el sermón que pronuncio el pontífice en la clausura del concilio del 27 de noviembre. Se desconoce cuales fueron las palabras exactas del papa. Testigos presenciales y comentaristas posteriores dicen que lanzo un llamamiento a las armas dirigido a las clases combatientes de Europa Occidental para que recuperaran la ciudad santa de Jerusalén, haciendo hincapié en que no se trataba de un acto ordinario de guerra temporal, sino de una misión encomendada a los fieles por el mismísimo Dios. El mensaje resonó en los gritos de “Deus lo volt”, “¡Dios lo quiere!”. Para ofrecer una base de compromiso y una señal de distinción, Urbano II instituyo la entrega ceremonial de cruces a los que juraran emprender el viaje hacia Jerusalén. De este modo se convirtieron en “señalados con la cruz”, esto es, en crucesignati.
Durante
el siglo siguiente, los autores que escribían en las lenguas vernáculas
de la
Europa Occidental empezaron a describir este tipo de guerra con
términos
similares: croceia, crocea, e
incluso crozada en la lengua propia
del sur de
Francia de comienzos del siglo XIII. La apropiación del símbolo más
espiritual
del cristianismo como emblema, estandarte y talismán, se produjo de
forma
natural a raíz de la concepción que tuvo el papa de la empresa para
liberar “La
Ciudad Santa de Cristo, enaltecida por su pasión y resurrección”.
Observadores
y veteranos en la empresa entendieron que el papa había lanzado un
llamamiento
a un sacrificio similar al de Cristo en obediencia a un mandamiento
evangélico:
“El que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo
16, 24). Todas las
versiones hebreas de las matanzas de los judíos de Renania que llevaron
a cabo
en 1096 los ejércitos cristianos camino de oriente hacían hincapié en
el hecho
de que portaban la cruz.
El decreto de Urbano II proclamaba explícitamente una guerra santa en la que los esfuerzos de las campañas equivalían a rigurosos actos de penitencia, siempre y cuando estos se llevaran con devoción. Probablemente se considera justa la causa, pero ésa no era la cuestión. A la vez que combinaba con un imperativo moral trascendental, Urbano II apelaba a una forma de nostalgia religiosa, la cual estaba encarnada en la ciudad de Jerusalén, perdida por la cristiandad desde que cayera en manos de los musulmanes en 638, aunque seguía esencial en la imaginación cristiana por ser el escenario de la crucifixión y la resurrección. En ella, según los textos cristianos, tocaba el cielo la tierra.
EL PAPA URBANO II
Lo que actualmente llamamos cruzada podría describirse como una guerra en respuesta a una orden dada por Dios, autorizada por una autoridad legitima, el papa, quien, en virtud del poder que se le atribuía como vicario de Cristo, identificaba el objetivo de la guerra y ofrecía a los que la llevaran a cabo la remisión total de las culpas de sus pecados confesados y un conjunto de privilegios temporales relacionados con esa empresa, en el que se incluía la protección de la familia y los bienes por parte de la iglesia, la inmunidad procesal y la exención del pago de intereses en las deudas. La duración de los privilegios espirituales y temporales la determinaba el cumplimiento del juramento, la absolución o la muerte, quienes morían en el campo de batalla o de cualquier otra forma en el cumplimiento de su voto podían esperar la salvación eterna y ser considerados mártires.
La primera manifestación y la justificación original de aquella guerra santa de 1095 fue la recuperación de Jerusalén del dominio musulmán. A partir de entonces, los santos lugares seguirían ocupando un lugar privilegiado en la retorica, la imaginación y, durante muchos siglos, la ideología.