El Drama de la Iluminación Cósmica
en el Sutra del Loto Blanco
Los seres humanos vivimos en dos mundos bastante distintos. A veces vivimos en el mundo del pensamiento racional, el mundo de la ciencia, la filosofía, los conceptos, el de la generalización sistemática a partir de la experiencia. Pero a veces vivimos en un mundo muy diferente de ése: el mundo del subconsciente, el mundo de la poesía, los mitos y los símbolos. La necesidad de que estos dos aspectos de la naturaleza humana sean incluidos en la vida espiritual lleva a que se narre la primera parábola del Sutra del Loto Blanco.
Al comienzo, como ya hemos visto, el Buda se resiste a hablar porque la verdad de las cosas es sumamente difícil de comprender, pero al final es persuadido para tratar de dar una explicación. Con términos conceptuales claros él les dice a sus discípulos que su enseñanza sobre la erradicación de sentimientos negativos es tan sólo el principio. Ellos, todos Arahantes, pensaban que esa enseñanza lo era todo en cuestión del logro espiritual. Pero es únicamente una forma de iniciar el camino espiritual. El Buda entonces revela una meta espiritual superior que no sólo consiste en la erradicación de los sentimientos negativos, sino también en le logro del conocimiento espiritual positivo y la Iluminación: la Budeidad Perfecta. Y la forma de alcanzar esa meta superior es practicar el Ideal del Bodhisattva, ir hacia la Iluminación no sólo por el beneficio de la emancipación individual, sino para contribuir al proceso cósmico de la Iluminación, la Iluminación de todos los seres.
Claro está que cuando oyen esto un número de los discípulos allí presentes se niega a concebir tal idea y se marcha de inmediato, y muchos de los que se quedan se ven precipitados a un estado de confusión. ¿Tendrán que abandonar todo lo que hasta entonces se les había enseñado? ¿Han perdido el tiempo hasta ahora? Quizá llegan a comprender la enseñanza nueva de modo racional e intelectual, pero sus corazones no están convencidos. Sariputra, el más grande y sabio de todos los discípulos, acepta totalmente la nueva enseñanza, pero es consciente de que muchos de los demás permanecen perplejos y habla por ellos: ¿Podría el Buda explicárselo de algún otro modo? En respuesta, el Buda dice que va a narrarles una historia y añade que “por medio de una parábola la gente inteligente llega a comprender”. A veces es difícil comprender cosas cuando se las explica en forma seca, abstracta y conceptual. Pero con la ayuda de un cuento se clarifica mucho. La historia que el Buda cuenta es la parábola de la casa incendiada:
Erase una vez un gran anciano, un anciano muy rico que vivía en una gran mansión con sus muchos hijos y sus cientos de sirvientes. El relato no menciona esposas o madres, pero dice que el anciano tenía unos treinta hijos, de los cuales algunos eran aún bastante pequeños. La casa en que vivían había sido magnífica, pero ahora era ya vieja y destartalada. Los pilares estaban cayéndose, las ventanas rotas, los suelos pudriéndose y las paredes desmoronándose. En los rincones y recovecos de esta casa destartalada acechaban toda clase de fantasmas y malos espíritus.
Un día, de pronto, se prendió fuego la casa. Por ser vieja estaba la madera muy seca y el fuego se propagaba con rapidez. Ocurrió que el viejo estaba a salvo, fuera de la casa cuando el fuego empezó, pero los niños estaban jugando dentro. Como eran demasiado jóvenes para darse cuenta de que estaban en peligro de morir ardiendo, continuaban jugando y no hacían nada por escapar.
El viejo, claro está, sintió mucho temor por sus hijos y se preguntaba de que forma podría salvarlos. En primer lugar, pensó sacarlos de la casa uno a uno, ya que él era fuerte y hábil, pero enseguida se dio cuenta de que sería imposible sacarlos a todos a tiempo. Entonces decidió que mejor sería llamarlos y les grito: ¡La casa arde! ¡Estáis en un peligro terrible! ¡Salid rápidamente! Pero los niños no tenían ni idea de a lo que se refería el padre al decir que había peligro. Ellos siguieron con sus juegos, corriendo de allá para acá y mirando de cuando en cuando a su padre pero sin hacerle realmente caso.
El viejo veía que no había tiempo que perder, la casa podía derrumbarse en cualquier momento. En plena desesperación se le ocurrió otro plan. Los engañaría para hacerles salir de la casa. Conocía bien a cada uno de sus hijos, los distintos tipos de juguetes que cada cual prefería. Así que les gritó: ¡Salid y ved los juguetes que os he traído! Hay todo tipo de carrozas. Las hay tiradas por gacelas, tiradas por cabras y tiradas por novillos. Todas las tenéis aquí mismo, fuera de la verja de la casa. ¡Venid, mirad! Aunque los niños se habían mostrado indiferentes a todas sus advertencias, esta vez sí que le escuchan. Salen todos corriendo y rodando, empujándose y adelantándose para llegar antes a los juguetes nuevos.
Cuando el anciano se aseguró que todos los niños habían salido salvos de la casa, se sentó y suspiro con gran alivio. Pero los niños inmediatamente se pusieron a reclamar y exigir los juguetes que les había prometido. El anciano amaba muchísimo a todos sus hijos y quería darles todo lo que sus corazones deseasen. Y además era, afortunadamente, extremadamente rico; su riqueza era de hecho infinita, así que podía darles lo mejor de todo. Por lo tanto, en vez de darles las carrozas de tipos diferentes que les había prometido, les dio a cada uno una carroza magnífica y tirada por un novillo, una carroza mayor y mejor que la que jamás hubiesen podido imaginar. No fue engañoso de su parte prometerles una cosa y darles otra, ya que su motivación era el deseo por el bienestar y la seguridad de sus hijos.
Esta es la parábola de la casa incendiada. En cierto sentido, no es necesario añadir nada, ya que la parábola habla directamente en su propio lenguaje simbólico. Simplemente quiere decir lo que dice, y debemos dejar que su significado nos penetre. No obstante, puede ser útil recapacitar sobre los acontecimientos en el cuento y ver que significado tienen para uno mismo.
El anciano es, por supuesto, el Buda, el Iluminado, y la mansión en la que vive es el mundo, pero no sólo la Tierra, sino todo el universo, toda la existencia condicionada, todos los mundos. La mansión, o el universo, está habitado por muchos seres, no sólo seres humanos; según el budismo hay en él seres memos desarrollados que los humanos y más desarrollados también. Del mismo modo que la casa está vieja y desmoronada, el universo está sujeto a todo tipo de imperfecciones. Para empezar, es transitorio y está siempre cambiando; no podemos permanecer mucho tiempo en él, así que es más como un hotel que como una casa. Tiene esta mansión fantasmas en los rincones, lo que sugiere que nuestro mundo está embrujado. ¿Pero qué es lo que lo embruja? Es el pasado. Nos complace pensar que vivimos en el presente, pero lo más frecuente es estar rodeados de los fantasmas del pasado. Quizá pensamos que en nuestra experiencia consiste de seres y situaciones que vivimos objetivamente, pero con frecuencia no son otra cosa que las proyecciones de nuestro subconsciente; los fantasmas del pasado que llevamos a todas partes con nosotros.
En
la parábola, la mansión se incendia en un momento determinado, pero en
realidad la mansión que es el universo está constantemente en llamas.
El empleo del símbolo del fuego es muy frecuente en el budismo, así como lo es
también en la religión india en general.
El
Buda lo emplea en una enseñanza que se llama el Sermón del Fuego, que él
pronunció poco después de su Iluminación, dirigiéndose a un grupo de discípulos
que habían sido previamente ascetas del pelo enmarañado, cuya práctica
principal era la adoración del fuego. Sin duda el Buda aludía a su práctica
previa cuando llevó a mil de ellos hasta la cumbre de una colina y les dijo:
“El mundo entero está en llamas. El mundo entero arde. ¿Qué le hace arder?
Arde con el fuego del querer y del deseo neurótico. Arde con el fuego de la
rabia, del odio y de la agresión. Arde con el fuego de la ignorancia, del
error, del engaño y de la falta de consciencia.” Seguramente esto no fue sólo
una idea del Buda, un concepto que había concebido. Seguramente él vio el
mundo de esta manera como si fuese una visión.. Quizá antes de hablar había
mirado desde la cumbre y había visto, en la jungla a los pies de la colina, un
incendio que ardía a lo lejos. Posiblemente vio con su visión espiritual, que
no sólo se quemaba la selva, sino que ardían también las casas, la gente, las
montañas, la tierra, el sol, la luna y las estrellas: todo lo condicionado se
quemaba en el triple fuego del deseo, del odio y de la ignorancia.
Sin
embargo el fuego, lejos de ser un mero símbolo negativo, posee muchas
asociaciones positivas. Se le asocia con el cambio, de hecho, el fuego, el
proceso de la combustión, es el cambio, y no sólo el cambio sino la
transformación. En la vida espiritual india, el fuego simboliza no sólo la
destrucción, sino el renacimiento espiritual. En la época védica, mucho antes
del Buda, la gente ponía ofrendas sobre un altar de fuego, para que subieran en
la forma sutil del humo hasta los reinos de los dioses. En el rito de la
incineración se da una transformación parecida, pues el cuerpo físico se
reduce a cenizas y, según las creencias de los indios antiguos, de ese modo se
enviaba el aspecto sutil del ser, o el alma, a la luna o al sol, o al mundo de
los padres, o al mundo de los dioses. En el hinduismo la incineración es el
reino de Shiva el Destructor, dios no sólo de la destrucción sino también del
renacer espiritual, porque antes de construir hay que destruir. Las llamas que
rodean a los dioses coléricos del budismo tibetano también simbolizan la
transformación por el fuego; la irrupción de las llamas del espíritu de la
Iluminación en la oscuridad e ignorancia del mundo.
Pero
el incendio es una amenaza para los niños en la mansión; de hecho el peligro
de la muerte. ¿Qué representan estos niños? Obviamente representan seres
conscientes, sobre todo humanos, es decir, nosotros. En el contexto del sutra
representan a los discípulos del Hinayana, que siguen ideales espirituales
inferiores. En general se podría decir que representan a todos aquellos que se
han desarrollado hasta cierto punto, pero con cierta distancia - quizá mucha -
que caminar todavía.
Los
niños en la parábola están en peligro de morir abrasados. Esto implica que
los seres humanos están en peligro - que nosotros estamos en peligro. ¿Qué
significa esto? Puede significar que estamos en peligro de permanecer en este
mundo, dentro del proceso de la existencia condicionada, el ciclo del
nacimiento, de la muerte y del renacer tal como se describe en la Rueda tibetana
de la Vida.. El peligro estriba en seguir girando dentro de la rueda - lo que
lleva inevitablemente al sufrimiento, por lo menos a veces. Pero esto también
puede significar que estamos en peligro de quedarnos parados a un nivel inferior
de desarrollo. Desgraciadamente esto pasa a mucha gente y no siempre por su
propia culpa. El organismo humano posee una tendencia natural a crecer, de modo
biológico, psicológico e incluso espiritual. De hecho, la naturaleza de la
vida es el crecer. La vida en todas sus formas desea desarrollar su potencial
interior, y si un ser viviente no logra hacerlo, se siente desgraciado o, como mínimo,
desasosegado e insatisfecho. Existe gente tan oprimida por las circunstancias
que no pueden ni siquiera crecer - a veces sienten que no pueden ni siquiera
respirar. Todo tipo de circunstancias desagradables e incontrolables les acosan
por todos los lados. Las circunstancias les estrangulan, les ahogan, hasta el
punto de sentir que no se desarrollan como deberían y podrían; se sienten no
solo frustrados y restringidos, sino desdichados, resentidos e infelices desde
todo punto de vista.
En
la parábola el que intenta salvar a los niños del incendio es su padre. Si
'padre' quiere decir el progenitor de los niños, esto podría implicar que el
Buda es un tipo de dios creador, creador del mundo, de los hombres y de las
mujeres y de todos los seres conscientes. Pero este 'padre' solo sugiere alguien
mayor y más experimentado, alguien sumamente evolucionado. El es algo así como
el 'padre cultural' de algunas culturas llamadas primitivas, donde se da el
padre biológico y el padre cultural - casi siempre el hermano de la madre - que
es responsable de la educación e instrucción. (En la sociedad moderna el padre
biológico cumple estos dos papeles, pero eso no es una regla invariable). Así
pues, no hay ninguna implicación de teísmo en la parábola.
El
primer impulso del anciano, cuando se inicia el incendio es entrar corriendo en
la casa para sacar a los niños. Piensa que es bastante fuerte para hacerlo,
pero luego rechaza la idea. Esto demuestra que, por bien preparado que se esté,
no se puede salvar a la gente a la fuerza, esto es, hablando de salvación
espiritual. Se puede concebir sacar a alguien a la fuerza de una casa
incendiada, pero es imposible forzarle a uno a evolucionar contra su voluntad.
Puedes llevarlo a rastras a clases de meditación, puedes llevarlo a rastras a
la iglesia. Se puede forzar a una persona a recitar el credo y a que lea la
Biblia. Se puede intimidar a alguien para que haga esto o no haga aquello. Pero
resulta imposible forzarle a evolucionar contra su voluntad. Por su naturaleza
misma, la Evolución Superior es un proceso voluntario, algo que haces porque
deseas hacerlo.
Eso,
desgraciadamente, se olvida a veces. Algunos maestros religiosos piensan que lo
que la gente necesita para crecer espiritualmente es la disciplina. Tales
maestros están muy dispuestos a ofrecerla y a hacer que sus discípulos lo
pasen mal. Y por supuesto, no faltan quienes estén listos a aceptar este tipo
de disciplina. No resulta difícil encontrar formas de condicionar a algunos según
ciertas líneas. Sin embargo este tipo de condicionamiento es muy distinto del
desarrollo espiritual real. El budismo no fuerza, no obliga, no intimida, no
recurre a la disciplina en el sentido casi militar de la palabra, porque el
intento de forzar a la gente a desarrollarse resulta contraproducente. A lo
largo de toda la historia del budismo los maestros budistas han sido muy
tolerantes. El budismo nunca ha tratado de forzar a nadie a hacer algo.
Al
final el anciano renuncia a la idea de sacar a los niños y opta por llamarles.
Esta llamada está llena de significado. Representa la llamada de la Verdad,
incluso la llamada de lo divino. Volviendo a la tradición hindú de nuevo,
encontramos el simbolismo de la llamada bellamente expresado en el cuento
medieval hindú de Krisna y su flauta. Krisna es una de las grandes figuras
espirituales del hinduismo, es un semidiós del que se dice que es una encarnación
de Visnu el Preservador; y hay sobre él todo tipo de mitos y de leyendas. El
cuento de la flauta de Krisna tiene lugar en una aldea india que se llama
Vrindavana, donde la gente vivía del pastoreo de bueyes. lmaginad la escena: Es
una noche oscura sin luna y toda la aldea duerme. Las vacas están encerradas en
los establos, y todo permanece en absoluto silencio - las pequeñas cabañas de
barro, los campos y la selva. Súbitamente, en medio de la oscuridad y el
silencio surge un sonido desde las profundidades de la selva, un sonido lejano,
dulce y agudo que parece llegar de una distancia infinitamente remota, es el
sonido de una flauta. Incluso hoy en día, en la India se puede tener esa
experiencia. Te encuentras totalmente solo en el campo, sin nadie a tu alrededor
por millas, y de pronto, de la oscuridad y del silencio surge el sonido de una
flauta.
Aunque
el sonido de la flauta es débil y muy distante, no llega en vano a la aldea de
Vrindavana. Como si lo estuviesen esperando, las mujeres de los pastores - las gopis
- se despiertan y saben en seguida que Krisna las llama. Sin hacer ruido, sin
hablar con nadie, se levantan, salen de sus casas en silencio y van por las
calles de la aldea hasta la selva. Dejan a sus maridos y a sus hijos, sus
calderas, sus vacas y sus cabras. Se marchan sigilosamente y en cuanto pueden se
apresuran para bailar con Krisna en medio de la selva.
En
este cuento Krisna simboliza lo divino, y las gopis representan el corazón
humano, o el alma, incluso; el sonido de la flauta de Krisna es la llamada de lo
divino que suena desde las profundidades de la existencia. En realidad, muchos
de nosotros oímos tal llamada por lo menos una vez durante nuestra vida. Puede
llegar en un momento de tranquilidad cuando estamos en el campo, o gracias a una
experiencia de gran belleza artística, de literatura o de música geniales.
Quizá lo oímos después de un hecho trágico, o al sentirnos cansados de la
vida. En tal coyuntura se puede oír la llamada, que a veces se llama la voz del
silencio, la voz de algo más allá. Pero aun si oímos esta voz claramente,
solemos no hacerle caso. La mera idea de tal voz nos preocupa. No sabemos de
donde viene ni a qué región misteriosa nos puede llevar. Si la seguimos a
terreno no conocido, tememos tener que renunciar a muchas cosas que nos atraen.
Por eso nos decimos que es pura imaginación, o que estamos soñando y seguimos
viviendo, trabajando y pasándolo bien como si no hubiésemos oído nada.
Por
supuesto que a menudo estamos tan ocupados disfrutando que ni siquiera oímos la
llamada; igual que los niños en la parábola. Ellos apenas hacen caso a las
llamadas de su padre. Pues como dice el Buda - y seguramente lo diría con una
sonrisa - están absortos en sus juegos. Nosotros nos quedamos absortos en
nuestros juegos - los juegos psicológicos, los juegos espirituales, los juegos
culturales en que pasamos casi todo el tiempo. Nos fascinan tanto nuestros
juegos de éxito, prestigio, popularidad, egoísmo disfrazados de realización
del potencial etc, que aunque oímos la voz de lo divino, la voz del Buda,
seguimos jugando.
Además,
somos como los niños en la casa en fuego, no solo seguimos jugando, sino que
corremos de acá para allá, de un juego a otro. Somos seres intranquilos,
ansiosos, incapaces de permanecer en un sitio mucho rato. Deseamos
constantemente cambiar de juego, incluso de compañero o compañera, y acabamos
corriendo de acá para allá desesperados. De vez en cuando alguna cosa nos hace
detenernos. Recordareis que en el cuento los niños se paran de vez en cuando
para mirar al padre un instante. De modo parecido, nosotros conforme vamos
corriendo de acá para allá con nuestros jueguitos, echamos una ojeada a veces
hacia la religión.
¿Qué
puede hacer el anciano? La fuerza no sirve y los niños no responden a su
llamada. Finalmente la única alternativa es el recurrir a una estratagema - en
otras palabras, una trampa. Este tipo de engaño, que beneficia a quien se le
hace, se llama en el budismo upaya kausalya, o medio hábil. El anciano
sabe que los juguetes les gustan a los niños, por eso, decide persuadirles a
salir de la casa incendiada con la promesa de carrozas de distintos tipos:
carrozas de ciervos, carrozas de cabras, carrozas de novillos. Estos tres tipos
de carrozas representan, técnicamente, los tres vehículos, los tres yanas
- el sravakayayana, el pratyekabuddhayan', y el bodhisattvayana
- es decir, el ideal del Arahant, el ideal de la Iluminación privada y el ideal
del Bodhisattva. Las carrozas también simbolizan distintas formulaciones de la
enseñanza del Buda, incluso distintas formas sectarias del budismo, adaptadas a
las necesidades de temperamentos diferentes.
Aunque
los niños no hacen caso a los avisos de peligro del padre, en cuanto él les
promete todos esos juguetes magníficos, salen corriendo. Su reacción
ilusionada a la promesa de sus juguetes predilectos, dice algo un tanto
perspicaz sobre cómo la religión atrae a la gente. Parece sugerir - tomando en
cuenta lo que simbolizan los juguetes - que el enfoque a la verdad sectario y
subjetivo atrae mucho más que un enfoque más universal y objetivo. Parece ser
así en la práctica. Es cierto que son las formas mas exclusivas de la religión
las que ejercen una atracción emocional mas fuerte. Si tu estrategia inicial es
decir: “Mira, yo lo veo así. Otros lo ven de modo distinto, quizá tengamos
todos razón desde nuestros puntos de vista y podemos ir todos adelante
juntos”, no convencerás a la persona corriente. La manera de atraer a
seguidores es mantener que la tuya es la sola religión verdadera y que las demás
se equivocan todas. Esto explica porqué las formas del budismo que a lo largo
de la historia se han hecho más exclusivas - es decir, exclusivas en la manera
que la exclusividad se entiende en el budismo - son las más populares en
occidente.
¿Que
un enfoque sectario es más popular quiere decir que sea necesario? ¿Es que
tenemos que seguir un camino particular y sólo posteriormente tomar un enfoque
más amplio en nuestra experiencia espiritual, igual que hicieron los Arahantes?
Si contemplamos nuestra posición, veremos que es poco probable que eso nos sea
posible. En la época del Buda sin duda eso era posible. Sus discípulos podían
aprender y practicar una sola enseñanza. En aquella época no había escritura,
al menos no la había para asuntos religiosos, así que el Buda daba todas sus
enseñanzas oralmente. Los discípulos no disponían de libros sobre la religión
y ciertamente no iban a otros maestros, por lo tanto sólo sabían lo que el
Buda les enseñaba.
Aun
en épocas más recientes, formas distintas de religión existían
independientemente en partes distintas del mundo, incluso en un mismo país. Era
pues perfectamente posible limitarse a una enseñanza o secta ignorando
completamente todas las demás. Hasta no hace mucho tiempo, se podía ser
cristiano en occidente sin haber oído nunca nada sobre el Budismo o el
Hinduismo; y en el oriente se podía ser budista sin jamás oír nada sobre el
Cristianismo.
El
mundo ha cambiado mucho. Hoy en día cualquiera puede estudiar cualquier cosa.
Todas las enseñanzas espirituales están disponibles en libros - “Quien se
mueve, lee” como dijo John Keble. Es entonces imposible mantener a alguien
alejado de enseñanzas para las que no está listo. Esto quiere decir que la
gente obtiene todo tipo de enseñanzas que sólo puede entender mal y
malinterpretar, porque no están lo suficientemente desarrollados
espiritualmente. Esto no puede ser constructivo. Con las mejoras en la
comunicación y el transporte, el mundo se está haciendo cada vez más pequeño.
Todas las religiones, incluso todas las sectas, son cada vez más fáciles de
encontrar por todas partes. Ya no es posible seguir una e ignorar todas las demás;
como mínimo sabremos de ellas por medio de libros y de comentarios.
En
estas circunstancias, lo único que se puede hacer es que las religiones traten
de ver la parábola de la casa incendiada en su perspectiva universal. Todos
necesitamos tratar de reconocer que todos los caminos son aspectos diferentes de
un mismo camino, el camino a la Budeidad perfecta, el camino a la Iluminación.
Por supuesto que siguen habiendo temperamentos distintos, pero el sectarismo ya
no es necesario para atender a sus requisitos. Elegir un método de práctica
espiritual apropiado para nuestras necesidades es suficiente; por ejemplo un método
adecuado de meditación. No necesitamos ser theravadines, practicantes de Zen o
mahayanistas, ¿Por qué no ser simplemente budista? Y el budismo puede ser
interpretado de forma muy amplia. Según el propio criterio del Buda, el budismo
es todo lo que conduce a la Iluminación del individuo. De todos los maestros
religiosos, sólo el Buda parece haber comprendido que la religión es realmente
el proceso de evolución y desarrollo del individuo. Las organizaciones
sectarias tienden a perder esto de vista. De hecho, muchas de ellas lo que más
expresan son emociones negativas y estaríamos mejor sin su exclusividad e
intolerancia.
Habréis
notado que los niños en la parábola tienen tantas ganas de tomar las carrozas
que salen de la casa empujándose y dándose codazos. Del mismo modo, nosotros,
con las prisas de salir de la casa para agarrar nuestro juguete, en vez de salir
cogidos de la mano, damos codazos y empujamos a los demás que están tratando
de salir también. Quizás precisamente no persigamos a nadie - al menos si
somos budistas - pero aun así puede que no radiemos exactamente sentimientos
positivos hacia los que siguen otros caminos. Como hemos visto, eso ha de
cambiar, y, de hecho, la parábola demuestra que cambia cuando uno progresa en
el camino que ha elegido. Una vez que los niños están fuera, el anciano le da
a cada uno de ellos el mejor tipo de carroza - el mismo tipo para todos - mejor
y mayor que cualquiera que hubiesen podido imaginar. Esta es la indicación de
que cuanto más cerca se está de la meta, más convergen los caminos.
La
gente entra en la vida espiritual de manera distinta. Algunos a través de la música,
el arte y la poesía; otros por el trabajo social, otros por la meditación,
otros por el deseo de superar problemas psicológicos apremiantes. Hay quien se
siente atraído por el Zen, hay quien por el Theravada. Todos tenemos nuestra
propia idiosincrasia, por lo tanto es natural que al principio nos sintamos atraídos
por cosas diferentes. Pero a medida que profundizamos en el enfoque que hemos
elegido, nos damos cuenta de que está cambiándonos. Nos empezamos a dar cuenta
de que nuestra idiosincrasia y nuestro temperamento - aquello que nos llevó a
elegir un enfoque particular - están alcanzando una resolución.. Al final
llegamos a entender que todas los tipos de arte, todos los tipos de religión,
son medios para la evolución superior de la humanidad. Por medio de nuestra
participación en alguno de ellos evolucionamos, y otra gente también
evoluciona, aun sí sus intereses y preocupaciones son distintas a las nuestras.
Estamos todos evolucionando juntos, todos participamos en el mismo proceso de la
Evolución Superior; en términos budistas, el proceso de la Iluminación cósmica.
Este es realmente el mensaje de la parábola de la casa incendiada.
¿Quiere
esto decir que la parábola tiene como enseñanza el universalismo? ¿Nos dice
que la distinción entre los yanas es algo ilusorio? ¿Que en realidad
hay sólo un yana? Yo entiendo que el universalismo dice que todas las
religiones enseñan la misma cosa y que, por lo tanto, no hay diferencia entre
ellas. Las doctrinas parecen diferentes pero los universalistas dicen que eso es
sólo cuestión de palabras; el significado es el mismo. Esto lo defienden
tratando de equiparar doctrinas distintas. Por ejemplo, dicen que la Trinidad
cristiana (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) corresponde al trikaya budista
(dharmakaya, sambhogakaya y nirmanakaya) y al trimurti
hindú (Brahma, Visnu y Mahesvara). Este tipo de ecuaciones en todos los
sentidos, que es la esencia misma del universalismo, con frecuencia conduce a
interpretaciones muy forzadas.
Está
bastante claro que la parábola de la casa incendiada no enseña el
universalismo en ese sentido. No dice que todas las religiones enseñan lo
mismo; obviamente enseñan cosas distintas. Además, algunas religiones están más
avanzadas que otras; las religiones universales, por ejemplo, están más
avanzadas que las étnicas. Los universalistas pretenden que todas las
religiones son verdaderas en cualquier respecto, pero los budistas dirían que
hay enseñanzas que pasan por religiosas pero que, porque son falsas, no son en
absoluto religiosas. La doctrina cristiana del castigo eterno es un ejemplo de
tales enseñanzas.
La
parábola no dice ni siquiera que todos los yanas del budismo enseñen lo
mismo. Lo que definitivamente mantiene es que todos los distintos caminos son
parte de la misma “corriente de tendencia”, como diría Matthew Arnold.
Todos estamos tratando de salir de la misma casa incendiada. Ciertamente, la parábola
hace énfasis en el movimiento, la escapada, en algo dinámico, contrariamente a
la enseñanza estática universalista. El universalista fija sistemas de
creencias en pautas que dependen excesivamente de las similitudes conceptuales,
mientras que la parábola de la casa incendiada se apoya en la unidad del
proceso de evolución.
Otro asunto que surge en la parábola que debe ser comentado, ya que constituye un tema principal, es la idea de la escapada como modelo para la vida espiritual. La única preocupación del anciano es que sus hijos se escapen de la casa incendiada. ¿Quiere esto decir que la parábola enseña el escapismo? Bueno, es bastante obvio que si lo enseña en cierto sentido. Mucha gente diría que eso es típico de la forma en que las religiones nos incitan a huir de los problemas del mundo, e incluso de nuestros propios problemas. Además dirían que eso es verdad particularmente en el caso del budismo. Pues ¡Mirad al Buda, dejando a su esposa y a su hijo! ¿No evita sus responsabilidades y sus obligaciones? Hay quien diría que los cristianos permanecen en el mundo y tratan de mejorarlo, tratando de ayudar al enfermo y cuidando al necesitado, mientras que los budistas son unos holgazanes que meditan y no hacen caso de los pecados y el sufrimiento a su alrededor. ¡Puro escapismo!
¿Pero escaparse es moralmente incorrecto? Suponed que estéis literalmente atrapados en una casa incendiada. Allí, en la ventana del piso de arriba, rodeado de humo y de llamas. Llegan los bomberos y te escapas saltando a la red o descendido por las escaleras. ¿Dirían tus amigos después, ‘no debías haberlo hecho, eso es escapismo’? El budismo simplemente ve que nuestra situación de sufrimiento y dolor, o como mínimo de limitación, imperfección y frustración. Entonces nos dice ‘sal de ahí’. Esto es actuar de forma realista, es igual que escapar de la casa incendiada.
Quizá la palabra ‘escapada’ no sea la correcta. Su significado principal es “ganar la libertad por medio de la huida”, “salir ileso”, etc. Pero en el siglo diecinueve obtuvo la acepción de “distracción mental o emocional de las realidades de la vida”. Esto dio lugar a la noción de escapismo: ‘la tendencia a buscar, o la práctica de buscar, tal distracción’. La casa incendiada en la parábola representa la circunstancia en que se encuentra el ser humano. Dadas las connotaciones del término “escapar”, sería mejor hablar de transcender la circunstancia humana en vez de escapar de ella. La parábola nos enseña como transcender nuestro estado actual, como pasar de un estado inferior, una existencia menos satisfactoria, a otro superior y más satisfactorio.
Todo esto no quiere decir que no haya tal cosa como el escapismo, pero necesitamos comprender lo que el escapismo es realmente. No todos estamos dispuestos a hacer el tipo de esfuerzo que requiere el proceso del crecimiento y el desarrollo; es de esto de lo que tratamos de escapar. Cuando tratamos de evitar situaciones que exigen que vayamos más allá de lo que hasta entonces somos, cuando tratamos de olvidar la circunstancia humana, cuando tratamos de procurarnos una vida fácil, éstas son las ocasiones en que realmente somos escapistas. El escapismo es la estancación, incluso la regresión. Es cierto que a veces la actividad religiosa es también escapismo cuando consiste en alabar la religión sin hacer ningún esfuerzo para la transformación personal; esto, sin embargo, es menos frecuente hoy en día porque menos gente participa de la religión. Actualmente lo más normal es que sean las actividades no religiosas las que proporcionen las salidas para el escapismo. Para mucha gente el trabajo es escapismo, lo es también la política e incluso las artes. La lectura es escapismo, ver la televisión es escapismo. El sexo es escapismo. En resumen, todo lo que en la vida no lleva consigo un esfuerzo positivo y deliberado para evolucionar es escapismo. Si recapacitamos sobre esto veremos que el escapismo es la norma en vez de la excepción. Está claro que el escapismo de ese tipo no es en absoluto lo que nos enseña la parábola de la casa incendiada. De lo que trata, sobre todo, es del crecimiento, el desarrollo, la evolución.
Hoy en día la casa incendiada arde más alegremente que nunca, sólo hay que abrir un periódico o poner la radio cualquier día de la semana para percatarnos de ello. Entonces la cuestión de la escapada, o mejor dicho, la cuestión de la transcendencia, del crecimiento y del desarrollo hacia un estado superior, se ha convertido en algo más urgente que nunca, tanto para el individuo en sí como para el individuo como parte de la comunidad espiritual. La religión convencional tal y como nos ha llegado ya no nos es muy útil. Incluso el budismo tradicional oriental ya no nos es muy útil, ni a nosotros los occidentales ni a la gente de oriente.
Aun así, no hay que desesperarse. Como dice un antiguo refrán: siempre se da la oscuridad máxima antes del amanecer. En potencia, al menos, nos encontramos en el dintel de una época en la que el mundo será un sólo mundo. Una época en que habrá una sola comunidad mundial, simplemente una cultura humana a la que todas las culturas existentes contribuirán lo mejor que tengan. La Iluminación será la meta universalmente reconocida para cualquier ser humano y el camino de la evolución superior será reconocido universalmente como la forma de alcanzar tal meta. Pero esto no va a ocurrir automáticamente. Esto sólo ocurrirá en la medida que el ser humano individual trate de crecer y si empezamos a hacer un esfuerzo para ello a partir de ahora mismo. Si prestamos atención al mensaje de la parábola de la casa incendiada podremos transcender, incluso aquí y ahora, la circunstancia humana.