Doutrina Catolica
Doutrina Cat�lica

Mar�a Tudor

(1516 - 1558)

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Rainha da Inglaterra nascida em Greenwich, primeira rainha por direito pr�prio. Filha de Henrique VIII e de Catarina de Arag�o, foi proclamada princesa de Gales (1525). Com o casamento do pai com Ana Bolena, foi declarada bastarda e privada do t�tulo de princesa, por�m ela jamais admitiu sua ilegitimidade din�stica e n�o acatou a recomenda��o de entrar para um convento. Ap�s o rep�dio do pai a Ana Bolena, ofereceu-lhe o perd�o, com a condi��o de que ela o reconhecesse como chefe da igreja da Inglaterra. Acatando a exig�ncia obteve o direito de sucess�o depois dos filhos var�es do pai. Quando Eduardo VI sucedeu ao pai (1547) introduziu novas reformas na liturgia eclesi�stica, como a substitui��o do latim pelo ingl�s, o que ela n�o aceitou e sofreu novas persegui��es. Com a morte de Eduardo VI (1553), dominou a rebeli�o dos nobres ingleses e foi proclamada rainha da Inglaterra. Devolveu o pa�s ao catolicismo romano e perseguiu os protestantes e por causa da religi�o casou-se com o sobrinho, o rei cat�lico Filipe II da Espanha. Na guerra contra a Fran�a, a Inglaterra perdeu Calais, seu �ltimo baluarte no continente. Envelhecida, enferma e frustrada por falsas esperan�as de maternidade, Maria Tudor morreu em Londres e foi sucedida por sua meia-irm� Elizabeth I, filha de Henrique com Bolena.

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Texto em castelhano

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Reina de Inglaterra de 1553 a 1558. Nacida el 18 de febrero de 1516, muri� el 17 de noviembre de 1558. Fue hija, la �nica descendencia que sobrevivi�, del matrimonio de Enrique VIII y Catarina de Arag�n. Su padrino fue el Cardenal Wolsey y en la primera parte de su vida cont� entre sus amigos m�s cercanos al Cardenal Pole y a la madre de �ste, la Condesa Margarita de Salisbury, quien, martirizada en 1539, fue ya declarada beata (por Le�n XIII, el 29 de diciembre de 1886, N.T.). Sabemos por informes de los contempor�neos de Mar�a que ella era muy atractiva en su juventud. Ten�a una naturaleza modesta, afectiva y amable. Al igual que todas las princesas Tudor, recibi� una magn�fica educaci�n, llegando a hablar con facilidad lat�n, franc�s y espa�ol, y destac� por su talento musical. Hasta el momento de las negociaciones por el divorcio de su padre, Mar�a era considerada como la heredera del trono y se hab�an hecho planes para buscarle un esposo apropiado. Durante un tiempo sostuvo un noviazgo con el Emperador Carlos V, padre del hombre que m�s tarde ser�a su esposo. Sin embargo, cuando Enrique VIII lleg� a la inflexible decisi�n de despedir a su primera esposa, Mar�a, que profesaba un cari�o muy entra�able hacia su madre, tambi�n cay� del favor real y poco despu�s, en 1531, para dolor de ambas, madre e hija fueron separadas por fuerza. Durante el per�odo en el que Ana Bolena fue reina, a "Lady Mar�a, la hija natural del rey", se le trat� de forma dur�sima y corr�an rumores de que se pensaba mandar a las galeras a madre e hija. Mas, al morir la Reina Catalina en enero de 1536, y luego de la ejecuci�n de Ana Bolena, pocos meses despu�s, la nueva reina, Jane Seymour, parece haber mostrado mejores deseos de hacer amistad con la hija mayor del rey. Mientras tanto, el poderos�simo Cromwell ejerci� sobre ella tal presi�n que finalmente Mar�a fue obligada a firmar una "sumisi�n" en la que ped�a perd�n al rey al que ella "hab�a ofendido obstinada y desobedientemente", rechazaba la "pretendida autoridad del Obispo de Roma", y confesaba que el matrimonio entre sus padres hab�a sido contrario a la ley de Dios. No se debe olvidar que Mar�a firm� el documento sin haberlo le�do, y que, aconsejada por el enviado imperial, Chapuys, hizo una protesta privada en la que manifestaba que hab�a firmado bajo amenazas. A Mar�a le fueron devueltos algunos aspectos de su dignidad real, pero a�n esos fueron puestos en peligro por la solidaridad que mostr� hacia la Peregrinaci�n de la Gracia. Mejor� su situaci�n, empero, despu�s del matrimonio de su padre con su sexta esposa, Catalina Parr. Fue nombrada en el testamento de Enrique como miembro de la l�nea de sucesi�n al trono. Cuando el rey muri� fue inevitable que, a causa de las influencias que rodeaban a su joven sucesor, Mar�a terminara retir�ndose a una vida de cierta oscuridad. Vivi� principalmente en los palacios de Hunsdon, Kenninghall y Newhall, aunque durante el protectorado de Somerset no fue objeto de malos tratos. Cuando fue prohibida la celebraci�n de la Misa, ella decidi� tomar una posici�n fuerte: escribi� al Consejo y apel� al emperador, e incluso por un tiempo pareci� que Carlos V iba a declarar la guerra a Inglaterra. A lo largo de todo eso Mar�a se mantuvo firme, a pesar de repetidas advertencias de parte del Consejo y de la visita del Obispo Ridley. Se coloc� en una posici�n de desaf�o abierto ante el gobierno, por lo menos en lo tocante a las pr�cticas religiosas que se realizaban en su propio hogar. Por otro lado, la relaci�n con su hermano fue exteriormente cordial y lo visitaba oficialmente de vez en cuando. La muerte de Eduardo, en julio 6 de 1553, le fue ocultada a Mar�a durante algunos d�as pues Northumberland, el Lord Presidente del Consejo, hab�a estado conspirando para que el joven rey desheredara a sus dos hermanas a favor de su propia nuera, Lady Jane Grey. El Lord Presidente, apoyado inicialmente por el Consejo, hizo un intento por asegurar la sucesi�n para Lady Jane, pero Mar�a actu� pronta y valientemente, aposent�ndose en Framingham, a donde acudieron en su ayuda los hombres de los condados orientales y, posteriormente, incluso algunos miembros del Consejo. Ya para el 19 de julio Mar�a hab�a sido proclamada reina en Londres y pocos d�as despu�s fue arrestado Northumberland. El �xito de Mar�a la convirti� en una reina sumamente popular, y los seguidores de la �ltima administraci�n, viendo que era in�til resistirse, se apresuraron a hacer las paces con ella. Siempre se inclin� ella por la clemencia y fue s�lo por deferencia hacia sus consejeros que finalmente consinti� a la ejecuci�n del traidor Northumberland y dos de sus colaboradores. Northumberland, llegada su hora, se confes� cat�lico con aparente sinceridad. Lady Jane fue perdonada, y a�n en asuntos religiosos, quiz�s por consejo de Carlos V, Mar�a siempre se mostr� dispuesta a evitar extremismos. Los obispos cat�licos del reinado de Enrique, como Bonner, Tunstall y Gardiner, fueron reinstalados en sus sedes, mientras que los obispos intrusos fueron depuestos. Algunos de ellos, como Ridley, Coverdale y Hooper, fueron puestos en prisi�n. Cranmer, luego que hubo retado a la parte cat�lica a sostener un debate con �l y Peter Martyr, fue llevado a la Torre bajo los nada peque�os triviales cargos de haber participado en el �ltimo intento de revoluci�n. Pero no se derram� ni una gota de sangre a causa de la religi�n. En septiembre Mar�a fue coronada con gran pompa en Westminster por Gardiner, a pesar de la excomuni�n que a�n pend�a sobre el pa�s, pero este acto se realiz� para evitar el vac�o constitucional que se hubiera creado de retrasarse la confirmaci�n de la autoridad real. Mar�a no ten�a el menor deseo de oponerse a la autoridad papal. Todo lo contrario: ya se hab�an iniciado las negociaciones con la Santa Sede que culminaron con el nombramiento de Pole como legado para reconciliar el reino. El Parlamento sesion� el 5 de octubre de 1553 y rechaz� la b�rbara Ley de Traici�n del gobierno de Northumberland, aprob� un decreto que declaraba leg�tima a la reina y otro para restituir la Misa en lat�n, que inclu�a algunos castigos para quien no lo cumpliera, y otro referente al celibato clerical. Mar�a, mientras tanto, quiz�s por haberse dejado influenciar tanto por el embajador espa�ol, Renard, hab�a decidido casarse con Felipe de Espa�a. Eso no fue bien visto por los representantes de la naci�n que conformaban el Parlamento. Empero, la reina se mantuvo firme. Finalmente se elabor� un tratado de matrimonio en el que se salvaguardaron cuidadosamente las libertades brit�nicas. Se puso en juego toda la diplomacia espa�ola para realizar este plan y, por instigaci�n del emperador Carlos V, se impidi� el regreso de Pole a Inglaterra, por miedo a que se opusiera al matrimonio. La poca popularidad de la proyectada alianza anim� a Sir Thomas Wyatt a organizar una rebeli�n que, en cierto momento, el 29 de junio de 1554, lleg� a percibirse como formidable. La reacci�n de Mar�a fue notablemente valerosa: se dirigi� a la ciudadan�a de Londres en el Guildhall y logr� que se reuniera en torno suyo, con lo que pudo desactivar f�cilmente la insurrecci�n. En ese momento la seguridad del Estado parec�a exigir medidas m�s estrictas. Fueron ejecutados los cabecillas de la rebeli�n; entre ellos se encontraba tambi�n la infortunada Lady Jane Grey. Nunca se ha sabido con certeza si tambi�n Isabel, la hermana de Mar�a, estuvo implicada en el movimiento, pero a ella, como a muchos otros m�s, se le concedi� misericordia. Durante esos eventos, prosegu�a vigorosa la restauraci�n de la antigua religi�n. Se reconstruyeron los altares; se removi� a los cl�rigos casados; se celebraron misas solemnes en San Pablo; nuevos obispos fueron consagrados seg�n el ritual antiguo. El segundo parlamento del reinado de Mar�a abrog� el t�tulo de cabeza suprema y se lleg� a intentar aplicar los estatutos contra la herej�a, pero esto fue rechazado por los Lords. Parte de esta resistencia se debi� indudablemente al temor que privaba de que la total restauraci�n de la Iglesia Cat�lica �nicamente se lograr�a restituy�ndole las tierras abaciales. Sin embargo, una vez consumado el matrimonio de Felipe y Mar�a, el 25 de julio, y luego que la Santa Sede a mediados de noviembre hubo garantizado a los ocupantes de la propiedad de la Iglesia de que no ser�an molestados, Pole pudo volver a Londres. El d�a 30 de noviembre, �l mismo pronunci� la absoluci�n al reino, puestos de rodillas los reyes y el Parlamento frente a �l. Fue este mismo Parlamento el que en diciembre de 1554 reinstituy� las antiguas normas en contra de la herej�a y abrog� las leyes que hab�an sido aprobadas en contra de Roma durante los dos �ltimos reinados.

Todo lo anterior exacerb� los �nimos de los reformadores m�s fan�ticos, hombres que durante a�os hab�an combatido contra el Papa y denunciado abiertamente la transubstanciaci�n. Probablemente estaban en lo cierto Mar�a y sus asesores al pensar que la paz religiosa era imposible a menos que se acallara a esos fan�ticos, de modo que se comenzaron a aplicar de nuevo los castigos en contra de la herej�a. Estos castigos, despu�s de todo, nunca hab�an dejado de ser parte normal en la vida inglesa. Durante los reinados de Enrique VIII y de Eduardo VI, muchos hab�an sido quemados a causa de la religi�n, y los obispos protestantes como Cranmer, Latimer y Ridley hab�an tenido que ver directamente con la aplicaci�n de esas penas. Se admite hoy que no fue la sed de venganza sangrienta la que motiv� los lamentables hechos que sucedieron, pero ciertamente han pesado mucho sobre la memoria p�blica acerca de Mar�a y es del todo probable que ella fuera la principal responsable de dichas acciones, llevada por un equivocado celo por la paz de la Iglesia. 277 personas fueron quemadas en menos de cuatro a�os. Algunas de esas personas, como Cranmer, Latimer y Ridley, ten�an influencias y gozaban de alto nivel, pero la mayor�a pertenec�an a los niveles inferiores. Estos, sin embargo, eran igualmente peligrosos pues, como afirma el Dr. Gairdner, la herej�a y la sublevaci�n constituyen casi conceptos intercambiables. Hoy d�a priva un juicio mucho m�s amplio y equitativo que el que exist�a antes. Como escribe cierto historiador, Mar�a y sus consejeros "cre�an honestamente estar aplicando el �nico remedio posible para quitar una enfermedad mortal del cuerpo pol�tico... Lo que ellos hicieron en una escala hasta entonces desconocida en Inglaterra se debi� a la herej�a que entonces exist�a en una escala hasta entonces desconocida" (Innes, "England under the Tudors", 232; y cf. Gairdner, "Lollardy", I, 327). Sin duda que algo de esa dureza de Mar�a, que contradec�a la clemencia y la generosidad que ella hab�a mostrado durante la parte anterior de su vida, se puede explicar por la amargura de la que fue v�ctima en sus �ltimos a�os. Hab�a sido inv�lida durante largo tiempo y, durante el reinado de su hermano, hab�a padecido varias enfermedades serias. La hidropes�a se hab�a vuelto cr�nica y su condici�n no ten�a remedio. Para colmo, estaba enamorada locamente de su marido, quien no correspond�a a ese afecto, y cuando se comprob� que no podr�a tener descendencia, �l la trat� de manera desconsiderada y abandon� Inglaterra definitivamente. En el �ltimo a�o de su vida sobrevino la p�rdida de Cal�is, y se dieron varios malentendidos con la Santa Sede, por la que ella tanto hab�a sacrificado. El peso de tantas frustraciones pudo mucho en la vida de la reina. Mar�a muri� muy piadosamente, como hab�a vivido, unas horas antes que su amigo, el Cardenal Pole. Sus cualidades fueron muchas. Fue hasta el fin una mujer que supo inspirar cari�o en quienes entraban en contacto con ella. Los historiadores modernos coinciden casi un�nimemente en considerar la triste vida de esta noble y desilusionada mujer como una de las m�s tr�gicas de la historia.

HERBERT THURSTON

Transcrito por Marie Jutras

Traducido por Javier Algara Coss�o

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