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El Canto Gregoriano
El
origen de la antigua música eclesiástica, con carácter de monodia, cantada
en la liturgia del Rito Romano bajo el nombre de Canto Gregoriano, se
remonta a un pasado lejano. El nombre tradicional se deriva de el del Papa
Gregorio el Grande (hacia el año 600). Gregorio I, fue Doctor de la Iglesia.
Cursó leyes y hacia el año 570 obtuvo el cargo de praefectus urbis.
Se retiró después a su propia casa, la cual convirtió en cenobio. En el año
578 se ordenó sacerdote y en el 590 fue elegido Papa; tuvo que hacer frente
a una gran crisis por haber fracasado la restauración de Justiniano. Fue el
primer pontífice que con su revisión pastoral y su reforma se abrió al mundo
germánico. Debido a un dato aportado por su biógrafo, se admitió más tarde y
de manera generalizada, que este Papa no sólo había pulido y arreglado el
repertorio musical de la antigua música eclesiástica, sino que incluso fue
él mismo autor, bien en parte o bien totalmente, de numerosas melodías.
Fueron sus obras: pastorales, Regula pastoralis; hagiográficas,
Libri quattuor dialogorum; y homilíticas Homiliae 22 in Ezech, y
Homiliae 40 in Evang. En su iconografía se le representa
recuentemente escribiendo bajo el dictado e inspiración del Espíritu Santo,
que aparece simbólicamente en forma de paloma situada cerca de su oído.
Sin embargo, el Canto Gregoriano que en la actualidad podemos encontrar
recopilado en varios volúmenes y formando un todo unitario, no es obra de un
solo hombre ni siquiera de una sola generación. El conocimiento que poseemos
de la historia y del origen de las melodías eclesiásticas está lejos de ser
profundo ya que apenas han llegado hasta nosotros algunos pocos manuscritos
anteriores al siglo IX. Afortunadamente, el estudio comparado de los viejos
textos y de las formas litúrgicas ha arrojado nueva luz sobre este tema. Los
graduales y las antífonas actuales contienen todos los cantos
correspondientes al año eclesiástico, pero el orden en el que se nos
presentan, no nos indica de qué períodos proceden las diferentes melodías ni
tampoco a qué cambios han estado sometidos y cómo se han producido en el
transcurso de los siglos.
El cristianismo no rompió nunca con las formas culturales que ya existían en
el momento de su aparición. Lo que hizo fue retomarlas y, solamente en caso
de necesidad, adaptarlas para su propio empleo. El lenguaje y el arte del
medio cultural se pusieron al servicio de la propagación del nuevo mensaje
religioso. De este modo, los primeros cristianos utilizaron, sin duda, las
melodías que previamente conocían.
En Jerusalem y sus alrededores, donde se sitúa la zona en la que surgieron
los primeros cristianos organizados, existían dos culturas, una al lado de
otra, y también entremezcladas: la cultura tradicional puramente judía que
tenía expresión en el templo y en los servicios de las sinagogas y la
cultura de la civilización helenística que había surgido en los últimos
siglos antes de Jesucristo y que se extendía por los países de la cuenca del
Mediterráneo (desde Alejandría en Egipto, hasta Roma). Esta cultura creó un
lenguaje común, el llamado griego helenístico, y en ella se fundieron otras
varias culturas propias de los diferentes pueblos que formaban parte de este
mundo tan amplio y variado. La liturgia de Roma -que se celebraba, en
principio, en lengua griega y a partir del siglo IV ya en latín-, empleaba
palabras de origen hebreo procedentes de la época anterior a Cristo, como
"Hosanna", "Aleluya", "Amén", y también palabras griegas como "Kyrie
eleisson" y "Agios" o Theos".
La alternancia de la lectura de los textos de la Sagrada Escritura y de los
cantos se ha conservado a través de los siglos, al igual que persona de
mayor rango entre las presentes dirija los rezos y que el diálogo
establecido entre este "presbyteros" (sacerdote) y el pueblo (congregación),
sea contestado por éstos últimos, siempre sobre sencillos motivos. El
cantante solista mantuvo su importancia entre los primeros cristianos. En
Occidente, su papel fue poco a poco siendo asumido por la "schola" (un
pequeño grupo de cantores elegidos), y aquí reside la razón de la paulatina
decadencia y posterior abandono de la florida ornamentación original de la
melodía ( trinos, etc).
Debido a su origen en las sinagogas, el Canto Gregoriano fue, en su
principio, exclusivamente vocal. Los etíopes y los coptos todavía utilizaban
los antiguos instrumentos de percusión tal y como se menciona en los salmos
y que en los cultos de la antigüedad tan sólo eran utilizados en el templo
de Jesuralem. Habría de transcurrir mucho tiempo antes de que el órgano
hiciese su aparición en las iglesias occidentales; en Oriente, por el
contrario, este instrumento se empleó en las festividades profanas.
Durante los siglos que siguieron, el órgano encontró su verdadero lugar en
los templos, acompañando, incluso, a la música Gregoriana que, en principio
era, como antes apuntamos, únicamente de carácter vocal. Para unos, el
verdadero Canto Gregoriano debe conservar esta forma desnuda de
interpretación vocal sin acompañamiento, mientras que otros afirman que es
conveniente el órgano y no desean ser privados de un acompañamiento que se
les ha hecho tan familiar.
En Occidente surgieron dos nuevos factores que determinaron poderosamente el
curso de la música religiosa. Uno de ellos fue la oposición de la Iglesia
Romana al excesivo empleo en las funciones litúrgicas de los himnos; el otro
fue el cambio que sufrió la lengua de la liturgia con el paso del griego al
latín, lo cual supuso que a partir del siglo IV hubiese que re-traducir los
salmos a prosa latina.A partir de estos momentos, al mantener la línea
melódica solista con carácter improvisatorio, que con frecuencia hacía uso
de temas tradicionales, es posible encontrar de nuevo la expresión libre de
los sentimientos descritos en los textos de los salmos, sentimientos de
alegría, de serenidad, de arrepentimiento y de paz, de odio y de amor, es
decir, todos aquellos sentimientos en los que los salmos son tan abundantes.
Es aquí donde encontramos el verdadero fondo de la riqueza antifonal del
repertorio que pertenece al Canto Gregoriano, muy en particular los cantos
que acompañan ciertas partes de la celebración eucarística (misa): el
Introito, el Ofertorio y la Comunión.
El Canto Gregoriano constituye una auténtica fuente de inspiración para el
libre desarrollo de la melodía y la expresión emocional de la música
liturgica occidental.
No es
posible saber con exactitud las características de las expresiones musicales
de los siglos anteriores al proceso que puso en marcha Constantino (a partir
del edicto de Milán, del año 313) y que acabó convirtiendo el cristianismo
en religión del estado, ya que a la falta de documentación se une el hecho
de la clandestinidad de los fieles. No obstante, todo parece indicar que esa
música debió ser mayoritariamente sagrada y no difería en lo esencial de la
que venía ejecutándose desde antiguo en las sinagogas de las comunidades
hebreas (hecho éste que se detallará más adelante), tanto en Jerusalem como
en general en el área mediterránea. La primera de estas afirmaciones se
desprende de la práctica inexistencia de música profana en las culturas
anteriores y contemporáneas al nacimiento del cristianismo y la segunda de
que éste se consideraba a sí mismo por entonces poco más que una secta
disidente dentro del judaísmo. La creciente incorporación de gentiles a la
nueva iglesia provocó sin duda la asimilación de influencias grecolatinas en
los cánticos litúrgicos, que acabaron de enriquecerse poco después con la
difusión de las tradiciones musicales celtas, sobre todo con posterioridad a
la caída del imperio romano (476). La recitación melódica y la cantilena son
con seguridad los dos elementos hebraicos más destacados en la formación de
la nueva música, así como la teoría y los primeros rudimentos de notación
resultan clara herencia de los griegos. Por lo que hace referencia a los
celtas, las riquísimas tradiciones encarnadas en sus bardos debieron tener
una proyección más allá del estricto plano musical, ya que es muy probable
que su elaborado concepto de la escenificación haya dado soporte a la
transformación de los primitivos rituales en la liturgia mucho más
especializada de los siglos inmediatamente posteriores.
Como quiera que fuera, la primera conservación y transmisión de la música en
el sentido estricto que se haya realizado en Occidente, lo fue por motivos
prácticos: la necesidad de fijar por escrito los cánticos que congregaban a
los fieles. De estos primitivos salterios, el más vetusto que se conoce es
el denominado Códice Alejandrino, del siglo V, que se conserva en el
museo Británico. Contiene un total de trece cánticos, incluídos un
Benedictus y un Magnificat, cantos estos fundamentales en el desarrollo
actual de la liturgia y, como casi todos los ejemplares antiguos y contra lo
que comúnmente se cree, es de pequeño formato.
El mencionado fondo común que puede rastrearse en este período formativo y
en cierto sentido vacilante dejará paso, entre los siglos IV-VI, a las
diversas manifestaciones de la música bizantina y del ritual ambrosiano de
la escuela de Milán, que desembocarán en la primera creación original del
genio musical de Occidente: el canto llano Gregoriano.
Al tratar sobre el canto de los cristianos se olvida frecuentemente señalar
que su forma primitiva se tomó de las formas cantadas en las sinagogas. Es
importante señalar el olvido de este hecho y ciertamente esta ignorancia
acerca de una de nuestras principales fuentes conduce a muy diversas
interpretaciones del canto llano, así como a errores sobre los que deberemos
insistir. Es evidente que la forma melódica exacta del repertorio se ha
alterado y que ya no lo podemos considerar como un heredero directo del
repertorio de la sinagoga; innumerables influencias modificaron su aspecto
musical. Sin embargo, cuando se escuchaba atentamente el canto judío, se
descubrían en él los términos generales del discurso melódico cristiano: la
palabra elevada hasta su mayor grado posible de solemnidad gracias a la
tensión de la voz, el diálogo de los clérigos y su ritmo libre, la
vocalización, etc. Cabe preguntarse cómo se ha llegado a considerar que este
dialecto musical sea exclusivamente de origen latino. ¨Cuales son sus
relaciones con las músicas judaica y latina?. ¨Cómo a lo largo de los siglos
ha ido acumulando dicciones que desfiguran su forma original?. Estos son, en
definitiva, los problemas que plantea la existencia del Canto Gregoriano.
Sabido es que el "sustratum" de las costumbres del cristianismo primitivo
tiene sus raíces en el judaísmo. El hecho es conocido, pero al haberse
separado los cristianos de este judaísmo, se acepta corrientemente que no
han querido conservar de él ni el menor rasgo, lo cual, evidentemente, es
inexacto pues a través de la Biblia el mundo cristiano se liga profundamente
al pasado.
Muchos detalles nos llevan al culto judío: rezos, formas de devoción, etc.,
y en particular, la manera de tratar los textos sagrados, o sea, declamación
melódica o cantilación. Esta manera de transmitir las tradiciones existe aún
actualmente en la Iglesia latina bajo una forma esquematizada pero
reconocible en las lecturas del Evangelio o de la Epístola en las oraciones
como el prefacio de la Misa cantada. Ningún texto importante en los sistemas
de tradición oral actuales se transmite sin esta forma de cantilación y se
tiene la certidumbre que existió ya en el mundo judío. La dispersión de los
apóstoles hacia Grecia, Egipto e Italia, sumió al culto en una atmósfera muy
diferente. Hubo oleadas sucesivas de misioneros que partieron de los puntos
m s diversos de la cristiandad: Palestina, Siria, Grecia, Egipto... y esto
durante varios siglos. Sus costumbres se habían ya fijado y fueron ellas las
que tuvieron que enfrentarse con ambientes dispares: Galia, Península
Ibérica, etc., y en este extremo Occidente, no lo olvidemos, es el mundo
donde nacer el cartesianismo, un mundo de análisis que se opone a las
reacciones intuitivas de Oriente.
LA TRADICION ORAL
Un
último hecho es evidente: la lucha entre un mundo de tradición oral y un
mundo de tradición escrita. El mundo judío es aún un baluarte de la
tradición oral, aunque la Biblia haya sido copiada desde mucho antes del
siglo V a.de C. Se aprende la misma aún como un canto de memoria, sin
libros, repitiéndola versículo a versículo siguiendo al maestro. Lo mismo
ocurre entre los musulmanes que aprenden el Corán. Ritmo y melodía
combinados se graban tan profundamente en la memoria que algunos rabinos
solo citan el texto con su vestidura musical.
En oposición a este mundo tradicional,
los universos griego y latino cultivaban la escritura. Sin embargo, los
discursos y los textos importantes se recitaban como los cantos, a pesar de
que estas regiones de razón "razonadora" compartan con la Galia una
tendencia profunda hacia el análisis. Ahora bien, el canto escapaba a la
escritura hasta el día que probablemente en Hispania o en la Galia se tuvo
la idea de probar a denotarlo.
Corría entonces el siglo IX. Se precisaron
casi tres siglos para que la notación fuera perfectamente legible.
LA IMPLANTACIÓN DEL GREGORIANO
El
complejo proceso que da lugar al establecimiento de los cánones que
conocemos genéricamente como gregorianos, se desarrolla entre el papado de
san Gregorio Magno (590-604) y los decenios que continuaron al reunificador
reinado de Carlomagno (768-814), y poco tiene en realidad que ver con el
pontífice que le dio el nombre, que no era ni siquiera músico, aunque sí con
el espíritu que impulsó su vigorosa reforma litúrgica.
Quizá el punto de partida habría que
situarlo en el momento del primer desarrollo bizantino, hacia finales del
siglo IV, bajo el patriarcado de San Juan Crisóstomo, precursor de las
codificaciones que preservaron el canto litúrgico de la época y defensor de
la música ante la mayoría de los ascetas, ermitaños y cenobitas. El
emperador Justiniano (482-565) marca el siguiente hito en el proceso de
recopilación y fijación del repertorio, al regular las modalidades de la
liturgia en su imponente basílica de la "Divina Sabiduría" (Hagia Sophia o
Santa Sofía, en Estambul), y Andrés de Creta, un siglo más tarde, fija las
reglas de un nuevo género: el Kanon.
En el siglo VIII, los monjes Juan
Damasceno, Cosmas de Majumas y Teófano, realizan una síntesis de los
elementos precedentes, por lo que se les considera los verdaderos creadores
del rito bizantino.
Para cuando Carlomagno decide unificar
los hábitos musicales del Imperio, tras su coronación en Roma por León III
en el año 800, el proceso había sufrido diversas complicaciones, entre las
cuales no sería la menor el propio origen del emperador, quien aportó
numerosos elementos de la tradición musical de los francos a las estructuras
bizantinas, colaborando con ello a la creación del conglomerado que acabaría
conociéndose por el poco preciso nombre de Canto Gregoriano.
A modo de resumen de los principales
hitos de este complejo desarrollo que permitió la fusión de las tradiciones
francas con el apogeo musical bizantino y los restos del primitivo rito
romano, puede mencionarse un manuscrito del siglo XI, conservado en la
Abadía suiza de Sankt Gallen, en el que se da una cronología de
compiladores, así como la Vita Sancti Gregorii, de Juan el Diácono, la
Ecclesiastical History of the English People (731) de Beda el Venerable o a
diversos papados, que habrían configurado una línea de sucesión
ininterrumpida entre las primitivas manifestaciones del canto llano romano y
el esplendor del ciclo carolingio.
No obstante, tras el cúmulo de pruebas y
contrapruebas que se han ido aportando para verificar o no la evolución del
canto llano a través de un proceso unificado, desde Gregorio hasta la baja
Edad Media, todo parece indicar que resulta más verosímil hablar de
agregados y fusiones antes que de esa pretendida línea sin interrupciones,
cosa que hubiese sido difícil de conseguir en los convulsos siglos por los
que atravesó el proceso.
Continua
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