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Eso siempre lo hemos escuchado, hasta en los viejos y bellos boleros de
mi mocedad, por allá en la mitad del siglo pasado.
Ayer leí, por ahí en uno de los tres diarios dominicales
que llegan a esta casa, una nota de alguien que comentaba que no había
nada más reconfortante que dedicarse a recordar esas grandes mansiones
que se visitaron alguna vez. Sobre todo ahora, cuando la superpoblación
hace que cundan en las ciudades barrios de miseria, y son pocos aquellos
en donde se hacen mansiones que marcan bien la línea entre riqueza
y pobreza.
Porque la tendencia actual es construir grandes edificios de propiedad
horizontal, unos lujosos pero la mayoría no se destacan por la arquitectura.
Entonces recordamos esas casonas como la que tenía la abuela
paterna en ese pueblecito de este hermoso Valle del Cauca en donde nacimos,
por desgracia casa que fue demolida para dar paso a una urbanización,
algo que se pensó era más lucrativo que la finca.
"Sajonia" se llamaba. Aún me veo con parte de mis numerosos
hermanos corriendo por esos prados, trepándonos en los árboles,
recorriendo los amplios corredores, esculcándole a la abuela en
la despensa en donde siempre nos tenía dulces y frutas. ¡Qué
infancia más feliz fue la nuestra!
Hasta que todo en Colombia se dañó. Comenzó la
violencia política promovida por el presidente conservador de la
época (1.948) y nacieron los "pájaros" los mismos guerrilleros
de hoy. "El Cóndor" fue el pájaro mayor sobre quien escribió
un libro muy premiado Gustavo Álvarez Gardeazábal. Su mujer
fue empleada de "mamá Leonor" porque León María, como
se llamaba, había dicho que quien se metiera con ella y su familia
la tenía que ver con él. Mataron miles de liberales y nuestro
apellido se ha destacado por su liberalismo. Jamás nos hicieron
daño. Pero ya en 1.914 habían asesinado, en las gradas del
Capitolio Nacional, en Bogotá, al genral Rafael Uribe Uribe. La
violencia no se acaba.
Leonor Uribe de Villegas
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