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Al observar tanta miseria alrededor nuestro, tantos menesterosos propios
y ajenos -porque indios paupérrimos ecuatorianos se apostan al lado
de los semáforos, la mayoría mujeres con bebés cargados,ataviados
con sus típicas vestimentas-. Al comparar el PIB de estos países
con el de USA, los países escandinavos, y hasta España como
grata noticia, sabemos que gobernar acá es bien difícil y
es por eso que los guerrilleros y los secuestradores son los que mueven
la plata.
Viví algunos meses en Estocolmo y aproveché la ocasión
para visitar un poco de Suecia, conocer su sistema económico y social,
lo mismo que los de Dinamarca, Noruega, Finlandia.
Eso fue en 1963 . Comparaba con Colombia y me daban ganas de llorar.
En ciudades como Cali en donde ya sufríamos las largas secuelas
de la violencia, la rata de crecimiento poblacional era del 10% anual.
Esta se debía a la tasa de nacimientos, 3.5% y el resto a migraciones.
Llegaban de los departamentos vecinos (así se llama la división
territorial).
Me aburrió la vida diplomática. Tenía mucho que
hacer en el campo social. Había comenzado una erradicación
de tugurios y ese trabajo me esperaba. Lo vi bien cuando en una ocasión
me invitó el embajador de USA en Suecia a ver una película
sobre Colombia que era tan deprimente, que tomé la resolución
de venirme. Por cierto allá me tocó el asesinato del presidente
Kennedy, hombre que admiré como ahora a Clinton.
Me preguntaba entonces: ¿Por qué son tan frios los suecos?
¿Por qué no saludan si es tan fácil decir buenos días?
Entré a estudiar esa lengua, una mezcla de francés y alemán,
con declinaciones y todo. El acento es suave, no es gutural.
Pues estos suecos que todo lo tienen se suicidan con facilidad. Hoy
compiten con ellos los japoneses. Definitivamente el hombre está
hecho para sufrir; a más escasez de lo esencial nuestros nativos
luchan por sobrevivir. Porque en los barrios marginales, en los pueblitos
donde se carece de servicios públicos, en los campos, lo único
que abunda es la violencia y las ganas de vivir. Se emigra, se desplazan
familias enteras en busca de un futuro para sus hijos, pero no se matan.
Saben que Dios está arriba y que algún día habrá
un futuro para todos.
Leonor Uribe de Villegas
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