Esto lo pienso hoy, 4 de octubre, cuando recé la misa en honor de San Francisco de Asís, "el poverello" como se lo conocía. Renunció a sus bienes y se hizo el más pobre de los pobres, porque su vida estaba dedicada a ellos.

Soy franciscana porque admiro a este "Cristo de la edad media". Hice mis estudios de primaria y bachillerato con monjas de esa comunidad y estudié derecho, ya en la edad madura, en la Universidad San Buenaventura, obviamente dirigida por franciscanos.

Como San Francisco debemos estar dispuestos a ayudar, como podamos, a cualquier persona lastimada que encontremos en el camino de la vida. Pero hay que saber aceptar que nunca seremos lo suficientemente desprendidos como para negarnos a tener pequeñas comodidades que se necesitan, sobre todo, en la vejez. Otra cosa es acumular la riqueza teniendo tanta pobreza alrededor.

Pobreza reflejada en soledad, en falta de cariño, en abandono. Miseria física, material y moral. ¿Los muy ricos narcoguerrilleros podrán sentirse moralmente poderosos? ¿Harán algo por remediar a quienes tienen hambre, necesitan ropa, vivienda y trabajo? No hemos visto que algo hayan hecho por estas pequeñas poblaciones, diferente a asesinarlos, acosarlos, destruirles sus viviendas.