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Ha escrito un artículo titulado "La rabia y el orgullo", a raíz
de haber sido testigo presencial del horror acaecido en Nueva York el 11
de septiembre pasado.
Esta italiana pura, florentina para su honra, ha escrito libros y artículos
que causan controversia. Yo, por mi parte, la admiro porque no encuentra
uno fácilmente quien llame al "pan, pan y al vino, vino".
Me envió un sobrino, desde Madrid, la nota mencionada, con un
pequeño prólogo escrito por Fernando Sánchez Dragó,
intelectual y escritor español, publicado aparte, que prueba cómo
son las controversias que la Fallaci produce.
Dice que es fascista, racista, militarista, imperialista e idiota.
Se pregunta si será sicópata. ¿A qué grado
de sectarismo puede llegarse? Fue ella una luchadora reconocida contra
el nazismo y el fascismo. Hoy es una pobre mujer casi setentona, quien
ha luchado contra el cáncer varios años y allí sigue
su lucha en Nueva York, sentada frente a una ventana desde donde vió
todo el desastre del World Trade Center.
Ha estado retirada del periodismo y ahora escribió por solicitud
expresa de su amigo Ferrucio, del Corriere della Sera. Divide en tres partes
el artículo y lo llamó "La rabia y el orgullo". Ese estado
de ánimo es el que tiene al escribir:
"Me pides que cuente cómo he vivido yo este Apocalipsis. Que
escriba, en suma, mi testimonio. Ahí va. Estaba en casa. Mi casa
está situada en el centro de Manhattan y, a las nueve en punto,
tuve la sensación de un peligro inminente que quizás no me
alcanzase, pero que ciertamente me iba a afectar profundamente. Era la
sensación que se siente en la guerra, durante el combate, cuando
con todos los poros de tu piel sientes las balas o el cohete que silba,
estiras las orejas y gritas al que está a tu lado: «¡Down!
¡Get down!» (¡Al suelo. Echate al suelo!). Tardé
un poco en reaccionar. ¡No estaba ni en Vietnam ni en una de las
numerosas y horribles guerras que, desde la II Guerra Mundial, han atormentado
mi vida! Estaba en Nueva York, caramba, una maravillosa mañana de
septiembre del año 2001."
"Eran las nueve y cuarto. Y no me pidas que recuerde lo que sentí
durante aquellos 15 minutos. No lo sé, no lo recuerdo. Era como
un trozo de hielo. Incluso mi cerebro estaba helado. Ni siquiera recuerdo
si algunas cosas las vi sobre la primera o sobre la segunda Torre. La gente
que, para no morir abrasada viva, se lanzaba por las ventanas desde el
piso 80 ó 90, por ejemplo. Rompían los cristales de las ventanas
y se lanzaban al vacío como si se lanzasen de un avión en
paracaídas, y caían lentamente. Agitando las piernas y los
brazos, nadando en el aire. Sí, parecía que nadaban en el
aire. Y no acababan de llegar abajo. Hacia el piso 30, aceleraban. Se ponían
a gesticular, desesperados, supongo que arrepentidos, como si gritasen
«Help, help». Y quizás lo gritasen de verdad. Por fin,
caían en el suelo y paf."
"¿Qué siento por los kamikazes que murieron con ellos?
Ningún respeto. Ninguna piedad. Ni siquiera piedad. Yo que, casi
siempre, termino cediendo a la piedad. A mí, los kamikazes, es decir,
los tipos que se suicidan para matar a los demás, siempre me parecieron
antipáticos, comenzando por los japoneses de la II Guerra Mundial."
Leonor Uribe de Villegas
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