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Cada día el egoísmo crece. No nos sentimos obligados con
nuestros familiares y conocidos mucho menos con aquellos que aprendimos
a llamar el prójimo, mejor, el próximo.
¿Por qué cada día sabemos de las necesidades físicas
y materiales de personas que conocemos y no hacemos nada o casi nada por
ayudarlas? Hay personas generosas, es cierto, sobre todo aquellas que dan
de su tiempo y sus conocimientos. Pero son pocas en este mundo globalizado,
preocupado sólo por la economía. Entre más poderosas
las naciones, más cierran sus fronteras.
¿Por qué trato este tema? Pues porque el 1o. De octubre
fue el día de Santa Teresa del Niño Jesús. Teresa
llamé a mi hija mayor, primero por Teresa de Avila, la doctora,
título que también dieron a la de Lisieux, hace poco. Murió
joven pero supo, en su corta existencia, dar ejemplo de fortaleza ante
el mal que padeció desde niña. "Historia de un alma" es su
autobiografía y allí leemos como supo sobrellevar sus dolores
y dar fortaleza a las monjitas que la madre superiora le confiaba.
Leí ahora, precisamente, una anécdota: el conductor de
un camión, cansado, sediento, se detuvo en frente de una fonda en
el camino. Mientras lo atendían le dijo a un joven, quien arrodillado
lavaba el piso: "Mucho trabajo"? Y le sonrió. El joven le devolvió
la sonrisa. Y unos meses más tarde, cuando volvió el camionero,
el muchacho lo reconoció, como se reconoce una antigua amistad.
La gente, en general, tiene sed de sonrisas, desea ver caras alegres.
Aprendamos de la doctora de Avila:
"Nada te turbe/ nada te espante/ todo se pasa/ Dios no se muda/ la
paciencia todo lo alcanza/ quien a Dios tiene, nada le falta/ Sólo
Dios basta"
Leonor Uribe de Villegas
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