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Cuántas dificultades pasamos tratando de comprender cuál
es nuestro fin acá en la tierra. El hombre nace, crece, se reproduce
y muere. Sabemos bien eso y lo aceptamos y pasamos de largo en la
vida sin preocuparnos sobre la trascendencia de nuestro paso por esas etapas
materiales. Pero ¿nos acordamos que tenemos un espíritu que
será lo único que trascenderá de nosotros?
El materialismo arrasa con todos los valores espirituales. El 90% de
los seres humanos pasa la vida tratando de obtener y gozar de los bienes
materiales. El compromiso con el Creador es ninguno.
Desconoce el hombre que es apto para hablar con Dios y que El nos habla.
Desde el siglo XIX se planteó con fuerza, por parte de algunos
teólogos, que el hombre puede conocer a Dios. Otros negaron esa
capacidad racional del ser humano como David Hume y otros ingleses del
mismo siglo XIX.
Los alemanes racionalistas como Nietzche y Schopenhauer (S. XIX) dicen
que el hombre se inventó a Dios pero que eso es un invento de los
débiles.
Cuando el Primer Concilio Vaticano, en 1.870, el debate se suscitó
entre fideístas (defensores de la fe) y racionalistas. Y así
ha sido por los siglos de los siglos.
Todo lo anterior sirve para preguntarnos: ¿Leemos algo sobre
nuestra fe? ¿Queremos alimentarla con una mejor formación,
asistiendo a cursos o conferencias dictadas por verdaderos teólogos?
¿Tenemos conciencia de ser verdaderos cristianos y que tendremos
que responder por todos los actos u omisiones como tales?
Qué bueno sería que la gente joven reflexionara sobre
el valor de sus creencias o si no tienen ningunas.
"Cómo pasa la vida, tan callando"...
Leonor Uribe de Villegas
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