Noviembre 27 de 2.001 |
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La una vive en Medellín, capital de Antioquia, famosa por su violencia y "la Toya" (como llaman a la Uribe) en Bogotá, en donde es directora del Instituto Nacional de Antropología. Mis lectores saben bien que estoy hablando de Colombia, país lamentablemente conocido por sus 50 años de violencia. Se trata de un reportaje que, prácticamente transcribo y apareció en "La Revista", semanario publicado por el "Espectador". Es mucho el conocimiento que tienen estas doctoras sobre el sicariato en nuestras tierras y su conclusión no puede ser más triste: El joven colombiano es el exponente del "dios" de la muerte, al cual adoran: Tanatos. La tanatología es pues su cultura. Apenas pueden se compran una arma y la muestran a todos con orgullo, matar se vuelve su "modus vivendi" sin razones aparentes. Para el sicario solo existe su madre, la "cucha", como la llama. Cucha es vieja, pero es un término tierno, no despectivo. No hay mujeres sicarias. De pronto se vuelven cómplices pero no es lo común. Los sicarios son machistas, se consideran justicieros. Se comportan como los talibanes en ciertas formas de discriminación contra ellas, sin llegar a sus extremos. El sicario llama "papá" a su patrón y ese es el que les paga por hacer tal o cual trabajo, se convierte en su otra familia, diferente a la propia que mantiene separada, con la madre, Quién jamás le pregunta de donde viene el dinero que trae; para esto hay un dicho: "gane plata honradamente, mijo, y si no puede, gane plata." Hay otras regiones, diferentes a la antioqueña, donde la mamá no cuenta para nada. Lo único que un sicario no hace es mirarle los ojos a los muertos. La mirada es un espejo y en ella se refleja la vida del sicario. Para quienes no conocen el significado de esa palabra, ella se refiere a un asesino a sueldo. Terrible trabajo que tristemente tiene mucha demanda. Leonor Uribe de Villegas
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