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Así titula el diario "El Tiempo", de Bogotá, su primera página.
Así, con dolor y llanto estamos los 40 millones de colombianos buenos;
resistiéndonos a creer que fue verdad esa pesadilla.
No habrá otro tema. Hay en el subconsciente un odio profundo
por esos terroristas que disparan bombas sobre una humilde iglesita de
pueblo, en donde se refugiaron hombres, mujeres y niños, todos negritos
como es la población del Chocó. Pobres, casi miserables habitantes
de un rancherío a la orilla del grande y peligroso río Atrato.
¿Qué clase de monstruos son esos terroristas de las FARC
y AUC? Y pensar que hay gobiernos que no quieren llamarlos como lo que
son: asesinos. Europeos izquierdizantes, que están cansando a sus
propios pueblos y por eso hubo esa altísima votación de ultraderecha
en Francia y habrá en Holanda. Quizás hasta en Suecia país
con un socialismo fuerte, que por ser tan bueno ya saturó a la población.
Si estos últimos países se niegan a llamar terroristas a
nuestros bandoleros, nos sobra su amistad.
Entre las transmisiones de TV que he visto sobre este traumático
hecho, me impresionó sobre todo el testimonio del cura del pueblo,
quien estaba con los de su raza, en la iglesia. Un hombre moreno, joven,
alto, con la barba de esos días.
Contó su experiencia: al derrumbarse el techo del hogar de Dios
y ver el tendal de heridos y muertos, salió por detrás de
la ruinas hacia un monte vecino por el cual corrió y se escondió
cuando veía presencia de la guerrilla. No sabe quien lo llevó
hasta Quibdó, la capital del Chocó, lejos de Bojayá.
Estaba con algunos heridos y cojo, pero sobre todo con un trauma sicológico
que le impedía contar su terrible experiencia pues le temblaba la
voz y lloraba.
Lloramos por él; rezamos por él y sus fieles vivos y
muertos. Le pedimos a Dios que le de valor para reconstruir su iglesia
y a los habitantes del caserío desocupado les ayuden las almas de
buena voluntad que abundan en Colombia y el mundo entero. Amén.
Leonor Uribe de Villegas
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