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Si nos falta la justicia, si no se aplica aquello de “dar a cada uno lo
suyo”, no es posible tener paz.
Digámoslo sino nosotros, los colombianos. Los delincuentes abarrotan
las pocas cárceles que hay, forman dolorosos amasijos de hombres
y mujeres, pero no llegan sino a un bajo porcentaje los aprehendidos.
Siguen sueltos los varios miles que forman las guerrillas, urbanas
y rurales. Los delincuentes comunes, (más fáciles de apresar
por estar en las ciudades) saben cómo eludir la autoridad. Y dado
que ésta es laxa, ineficiente, el volumen de delitos crece.
Hasta llegar al más horrendo de todos: la muerte por un collar-bomba.
Sofisticado aparato importado de no se de donde, tratado de desarmar por
la policía durante 8 horas, pero dotado de tres detonantes diferentes
y eso hizo que muriera la pobre señora, “en átomos volando”,
como Ricaurte - un patriota nuestro en la batalla de San Mateo contra la
dominación española.
Elvia Cortés es el nombre de la víctima de este asesinato,
el más sanguinario de que tengamos memoria. Su sangre nos salpicó
a los más de 40 millones que somos los colombianos. Nos avergonzó
ante el mundo, pero esperamos justicia.
Escribió Monseñor Escrivá de Balaguer: “Dios nos
llama a través de las incidencias de la vida de cada día,
en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos,
en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias
de la vida de familia. Dios nos llama también a través de
los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época
histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad”.
La guerrilla comunista niega la autoría del crimen. Pero no
pueden negar estos consuetudinarios asesinos ser los autores de masacres
y secuestros. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y en tantos
países se siguen asesinando pueblos enteros. Hay tanto odio y fanatismo
acumulado, que sólo cabe decir: “Perdónanos Señor”.
Leonor Uribe de Villegas
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