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Así
fue bautizado el arzobispo asesinado aquí en Cali el pasado día
16, Monseñor Isaías Duarte Cancino.
Difícilmente se puede ver un pueblo más adolorido que
éste, más solidario, con una mezcla de sentimientos de rabia
y pena de ese largo millón de habitantes de esta ciudad.
Ricos y pobres elevaron sus voces de protesta al tiempo que agitaban
pequeñas banderas blancas y tricolores (amarillo, azul y rojo),
mientras dentro de la Catedral se reunían altos miembros de la Iglesia
de Colombia y otros países, incluido el Nuncio Apostólico,
un italiano.
¿Quién no estaba? Vino el Presidente de la República,
Misael Pastrana, con su esposa, más todos los Ministros, los altos
mandos militares, gobernador, alcalde y sus funcionarios, candidatos presidenciales,
la alta sociedad.
En el atrio de la catedral, sobria y bonita se colocó un gran
retrato de Monseñor Isaías, escrito arriba: "Apóstol
de Paz". A la entrada principal había un altar improvisado y una
base de madera en donde se puso el féretro. La misa la ofició
el Cardenal Pedro Rubiano, el que por años llamé el "Padre
Pedrito" cuando me ayudó en mis obras sociales aquí en Cali.
Fue filmado todo el acto que duró más de dos horas. Gracias
a Dios esta pobre tullida que soy hoy, participó de corazón
de la bella ceremonia. La catedral está situada a todo el frente
de la Plaza de Caicedo, la principal, muy bella con sus altísimas
palmeras que un caleño calificaba como las más altas del
mundo.
No hubo sino un "lunar", más que justificado. Las cámaras
mostraban la inmensa multitud que llenaba la plaza y sus alrededores. ¿Más
de 50.000 personas?. Todos lloraban y rezaban. Hasta que terminó
la ceremonia y trató de hablar Pastrana y empezó el abucheo.
Inteligentemente él ordenó un minuto de silencio y tocaron
un himno los soldados que estaban con sus instrumentos.
Volvió a tratar de hablar y fue difícil escucharlo. El
pueblo no le perdona que en días anteriores a las últimas
elecciones Monseñor Isaías le avisó que había
narcotraficantes infiltrados en las listas para el Congreso. Él
le pidió que dijera nombres, lo que Monseñor no pudo. ¿Secreto
de confesión? Y muy grosero Pastrana le dijo que eso era como "tirar
la piedra y esconder la mano". El pueblo todo lo supo. No le perdonarán
jamás.
Leonor Uribe de Villegas
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