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Quizás
para el Arzobispo de Cali, Monseñor Isaias Duarte Cancino no fuera
el de la vida sino su grande fe en el Señor, pero para nosotros,
sus fieles, su trágica muerte ha sido una pena más para esta
Colombia avergonzada por esos asesinos, narcotraficantes y bandoleros que
día a día van dejando huella de fieras rabiosas.
Lo mataron el sábado 16, en la noche, después de haber
casado a 104 parejas que ya vivían en unión libre, en un
barrio popular de Cali. Dos testaferros cumplieron su horrenda misión
y escaparon. Le pegaron un tiro en la cabeza y otros tres en diferentes
partes. La muerte fue la del justo: instantánea. Dios lo tiene en
su gloria.
Ayer el editorial del diario "El País", de aquí de Cali,
dice de Monseñor Duarte que era el guía espiritual de los
caleños y el líder de la paz de Colombia. Y eso fue, se enfrentó
con valor y supo dárnoslo para repeler a guerrilleros y narcos.
Su última columna para ese diario la tituló: "Señor,
aquel a quien amas está enfermo".
Se trata del Evangelio de la resurrección de Lázaro.
Dice: "Era un signo de su poder sobre la muerte y de ser dueño y
señor de la vida"... Hoy también ante una patria enferma
le decimos a Cristo: "Señor, los colombianos estamos enfermos de
tanta violencia, injusticia y maldad; este pueblo que tanto amas necesita
recuperar el valor de la vida humana y su dignidad, pero sólo tu
puedes devolverle la esperanza de un mañana en paz".
"¿Dónde vamos a encontrar el remedio de nuestros males?
En el retorno a Dios, en la sincera conversión del corazón
de los colombianos. Es necesario reconocer que nos hemos equivocado, que
hemos preferido el camino de la maldad al seguimiento de Cristo por el
camino de la honradez, la rectitud y la justicia.
"La vida es el mayor don que hemos recibido de Dios. Reconocemos el
valor inviolable de todo colombiano, su persona, su vida, su libertad".
Defendiendo esos valores entregó generosamente los suyos. Jamás
le agradeceremos lo suficiente.
Leonor Uribe de Villegas
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