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Para nosotros los habitantes del aún llamado Tercer Mundo, esto
de la economía globalizada es un engendro del demonio. Los países
capitalistas han impuesto un modelo económico cuyos efectos son
benéficos para los ricos pero dañinos para los países
pobres.
Leo en "El Espectador" de Bogotá, del pasado domingo 24, un
artículo sobre "El dilema de la globalización", un proceso
irreversible que tiene, por igual, ventajas y desventajas.
El pasado 16 de este mes tuvo lugar en Gotemburgo la reunión
de jefes de Estado y de gobierno de los países de la Unión
Europea (UE).
En 9 millones de dólares se estiman los daños causados
por los manifestantes que se oponían a ella. Esta imposición
del capitalismo lleva cinco años de protestas. Hubo desastres en
Seattle (USA) en 1999 cuando se convocó una reunión de la
OMC (Organización Mundial del Comercio) y en ese mismo año
en Colonia (Alemania) en la reunión del G-8 (los países más
ricos) las protestas se hicieron en Londres. Muchos daños han causado
quienes promueven la antiglobalización que tiende a expandirse,
con la ayuda de internet, considerado el mayor símbolo de la globalización.
¡Qué cosas ocurren! Todo extremo es malo.
En julio próximo está planeada otra reunión del
G-8 en Génova (Italia) y el primer ministro, Silvio Berlusconi,
está bien atemorizado por esto por lo cual se ha preparado una fuerza
de 18.000 policías listos para actuar.
Los movimientos antiglobalización son bien diferentes. Se reúnen
gentes de todas las edades, razas, posición social y económica.
En especial columnistas de algunos diarios, quienes comentan que la economía
global ha traído consigo nuevos riesgos y desigualdades. Como la
marginalización de grupos sociales, de las comunidades indígenas
y de muchos países como es el caso de África.
Se ha incrementado la pobreza global, que pasó a discriminar
la producción de mano de obra más barata como en China y
Asia; sobrepasa las fronteras el tráfico de armas , drogas y el
crimen organizado, los desperdicios nucleares y el terrorismo. No permitirle
a un país entrar al comercio mundial es frenar el avance de sus
procesos de desarrollo.
Leonor Uribe de Villegas
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