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Cuando terminé mi carrera de abogada, que empecé a los cuarenta,
cinco años después hice la especialización en derecho
de familia con la ilusión de servir a mujeres y niños abandonados.
No es que no exista el problema entre los hombres sino que es en escala
mucho menor.
Todavía me palpita el corazón cuando recuerdo mi primera
adopción y la última, la 350; no quiero recordar que fue
mi enfermedad de estos últimos años -la parálisis
en las piernas- la que me impidió volver a mi ejercicio profesional.
Una amiga de USA tenía un hermano casado en Seattle y no podían
tener hijos. Me encargó hacerles la adopción de un niño
abandonado a quien ella conoció. Estaba en una institución
de Bienestar Familia fuera de Cali. Se trajo acá, se le hicieron
los trámites legales, vinieron sus padres por ese bello bebé,
blanco rosadito (cosa rara) y se lo llevaron a su hogar, ya con el nombre
gringo, Mark, en julio de 1.976.
Años después les hice la adopción de una niña,
quien curiosamente se parecía a su hermano. El tiene 26 años
y ella 20. Tienen un bello hogar.
Hubo un caso de adopción que me conmovió más que
ninguno. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar o ICBF, descubrió
que en un barrio elegante de Cali había un niño abandonado,
a quien la dueña de la casa, al no volver a aparecer su madre lo
ubicó junto con los perros fieros que tenía. El niño
se crió con ellos, comía la comida especial de ellos, caminaba
en cuatro patas y su hablado eran ladridos.
¡Qué horror! Que eso sucediera en medio de gente civilizada
prueba que "el hombre es lobo para el hombre". Un joven holandés,
casado, supo la historia y vino a pedir al niño en adopción.
En mi oficina los tuve varias veces, era agresivo, pero ya había
aprendido a caminar con sus pies pero aún hacía ruidos guturales.
El papá decía que el amor curaba todo. Así, no quiso
darle un sedante para el largo vuelo hasta Holanda y recordaba con tristeza
cómo casi se enloquece ese niño en el avión. El muchacho
se demoró en civilizarse, pero lo hizo; después el papá
volvió por una niña. El amor si hace milagros.
Leonor Uribe de Villegas
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