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Para enfrentar a las primeras, tan extendidas por el mundo, tenemos las
virtudes teologales pero, por sobre todo, la misericordia divina.
La misericordia de Dios es infinita, eterna y universal. Supone haber
cumplido previamente con la justicia. Cuando se vive en un mundo en donde
reinan las guerras, la lucha por el poder, el terrorismo, tenemos que volver
los ojos a Dios constantemente para decirle:
"Ten piedad de nosotros, ten piedad de Colombia y de todas las naciones
en guerra".
San Pablo llama a Dios "Padre de las misericordias", designando su
infinita compasión por los hombres, a quienes ama entrañablemente.
La Sagrada Escritura nos enseña en diversas formas, que el Señor
es eternamente misericordioso y su piedad no tiene fin.
Manso y humilde de corazón, brinda alivio y descanso a todos
los atribulados. Está siempre cercano al hombre, en especial del
que sufre.
Todavía tenemos viva la imagen de esa iglesita de Bojayá,
en el Chocó, con todos los habitantes del pueblito refugiados en
ella buscando la protección de Dios, pero pudo más la maldad
de los hombres, guerrilleros asesinos, quienes fueron capaces de tirar
una bomba y acabaron con la construcción y quienes estaban dentro.
Por ellos rezamos diariamente y estamos seguros de que Jesús
los llevó directamente al cielo.
Pero Él también ha permitido que las guerrillas sigan
merodeando por allá y otros muchos lugares de Colombia, dejando
a su paso, cual Atilas, destrucción y muerte.
Dice San Mateo que "con la medida que midiereis, serás medido".
Eso es justicia equitativa. Esperemos que, con el nuevo gobierno, se aplique
más y más cada día.
Leonor Uribe de Villegas
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