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Julio 5 de 2.001
LA EXCLUSIÓN DE DIOS, RUPTURA CON DIOS
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En el evangelio de ayer leíamos sobre la soberbia de los hombres
que excluyen a Dios de sus vidas. Unos por arrogancia y otros por ignorancia.
Cuán poco han sufrido esos tales. Cuando mucho se ha padecido
es cuando más sabemos agradecer la presencia del Señor a
nuestro lado. Con mayor razón cuando estamos solos. Con El conversamos,
a El le pedimos y le agradecemos porque nos alivió aquel dolor físico
o moral, con Él no sentimos soledad, amargura ni tristeza.
A lo largo de toda la historia la exclusión de Dios, la ruptura
con El, la desobediencia a El es bajo formas diversas de pecado. En el
evangelio mencionado leemos cómo Jesús se encontró
con dos hombres posesos por demonios, quienes le rogaron que los librara
de ellos. Jesús los libró y ellos entraron a la piara de
cerdos que estaba cerca. Los animales, asustados, se tiraron por el acantilado
al mar.
Esto fue en la región de los "gadarenos", quienes le rogaron
que se alejara de aquel lugar. Quizás Jesús nuca más
regresó por esas tierras.
A veces cuando estamos más acosados de trabajo o de males es
cuando más nos prueba el Señor. Si fuéramos de buena
formación espiritual, le diríamos: "¿Quieres para
mi esto? Entonces yo también lo quiero". Pero tantísimas
veces no sabemos aceptar las contradicciones, nos olvidamos que "todas
las cosas concurren para bien de los que aman a Dios" como leemos en Romanos
8, 28.
Detrás de esos males aparentes como son el dolor, la enfermedad,
el cansancio, la ruina, estemos seguros de que Jesús está
sonriente, diciéndonos: "coge tu cruz y sígueme".
Tenemos que ir preparándonos para ese último momento,
el cual se nos hará menos difícil si estamos ciertos que
Jesús está a nuestro lado, junto con su madre, la Virgen
Santísima.
Qué terrible sería sentirnos solos. Por eso tenemos que
orar para alcanzar una buena muerte. Así sea.
Leonor Uribe de Villegas
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