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Vuelvo sobre el tema de la adopción que traté hace un mes.
Tuve una visita muy agradable: la del padre, estadounidense, de una niña
colombiana, nacida en Popayán, "La ciudad blanca", cerca de Cali.
Llegaron a buscarme dos personas, hace 8 años, a una finca que
teníamos muy próxima a ese lugar, famoso por el estilo colonial
de sus casas e iglesias. Se trataba de un doctor, Ph. D en filosofía
y literatura, ex-profesor de la Universidad de Columbia. El estaba casado
con una japonesa; hacían una rara pareja. Vivían en Milán,
Italia. Querían adoptar una niña de 7 u 8 años y tenía
yo en manos la adopción de 5 hermanitos, a quienes sus padres no
daban buen ejemplo. Obviamente, la gente prefiere adoptar los pequeños
y así los dos menores se fueron a Suiza, adoptados por italianos
residentes allí. Esta pareja - dispareja adoptó la niña
del medio y no hubo padres para las dos mayores, quienes se quedaron en
una institución de monjitas. Ahora están casadas y con hijos.
Mi pareja extraña, más por ella que por él, quien
es una bella persona, no tardó en separarse. La japonesa nunca quiso
a la linda colombianita, ella quería alguien sumiso y obediente
como los niños de su tierra. Y ésta resultó una buena
colombiana a pesar de que su padre era inglés.
Bueno, entregar una niña de 8 años y encontrarse con
una señorita de 17, fue una de esas extrañas alegrías
que se producen en la vida cuando se ha trabajado con amor y convicción
en lo que se hace.
350 niños alcanzamos el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
y yo (como una de las muchas abogadas del país) a entregar en adopción.
Me conmueve repasar los álbumes de esa época y observar
el cambio de los niños en estos años. Claro, solo algunos
padres, muy pocos, me envían cartas con fotos. Y salvo este papá
con su hija han vuelto, porque tienen interés en su familia.
La adopción es el mejor medio para proteger menores huérfanos
o abandonados. Dios bendiga a quienes saben darles amor.
Leonor Uribe de Villegas
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