|
El texto, del cual transcribo varios párrafos, fue escrito por el
Premio Nobel portugués José Saramago y leído en la
clausura del Foro Mundial Social, habido recientemente en Porto Alegre,
Brasil.
Me lo envió un sobrino, auto-exiliado en Miami. Trata de "un
hecho notable de la vida rural ocurrido en una aldea de los alrededores
de Florencia hace más de 400 años."
Estaban los habitantes en sus labores cuando de súbito sonó
la campana de la iglesia. Por esa época "las campanas sonaban varias
veces al día y no debería haber extrañeza, pero aquella
campana tocaba melancólicamente a muerto."
Se reunieron los vecinos en el atrio, cuando vieron salir a un campesino
y le preguntaron en donde estaba el campanero. Les contestó a su
pregunta que el campanero había sido él, que no había
ningún muerto, "nadie que tuviese nombre y figura de persona; he
tocado a muerto por la justicia, porque la justicia está muerta".
Un terrateniente cada día corría los mojones de su finca
y se apoderaba de la finca del campesino. Se quejó a la justicia
y ésta no hizo nada. "Como bien es cierto que la historia nunca
lo cuenta todo", nos quedamos sin saber qué le pasó al campesino.
Lo que sí sabemos es que la justicia siguió y sigue muriendo
todos los días.
Digámoslo, sino, los colombianos. Si hubiere una mínima
administración de justicia no quedaría un solo guerrillero
fuera de la cárcel, otorgada de por vida.
No habría esa diferencia de clases sociales y económicas,
con un 60% de la población absolutamente pobre.
Esas campanas que repican por justicia distributiva y conmutativa harían
efectivo ese código en donde se encuentra consignada -desde hace
más de 50 años-, la declaración de los derechos humanos.
"¿Y la democracia, ese milenario invento de unos atenienses
ingenuos, para quienes significaba un gobierno del pueblo, por el pueblo
y para el pueblo?" Solamente con ella funcionarán los derechos humanos.
La mayoría de los gobiernos son democracias de pacotilla.
Leonor Uribe de Villegas
|
|