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¿Y es que se puede? Hay algunas formas de hacerlo pero no son frecuentes,
menos cuando alrededor se acumulan tragedias que se hacen propias, porque
el dolor es universal.
El peor de todos los castigos de la naturaleza son los terremotos.
¡Que son tan lamentablemente frecuentes en esta América que
"habla español y confiesa a Jesucristo"! Acaba de ocurrir uno terrible
en El Salvador pero alcanzó otros países vecinos de esa estrecha
franja de tierra que es la América Central. Dejó muerte y
destrucción por doquier.
Y solidaridad bellísima de muchos países del mundo. La
Cruz Roja, por ejemplo, que acá en Colombia comenzaba una huelga
esta semana, la aplazó para poder ir a ayudar al país amigo.
Ella y otras muchas instituciones ya han acudido al igual que del resto
de América y Europa. Que Dios los libre de más réplicas
y nos libre a los vecinos.
Ahora comienza la reconstrucción. Es tan fácil destruir
y tan difícil construir. No hace nada que pasó el huracán
Mitch y aún no se recupera lo perdido. Acá, en la zona cafetera,
pasó otro tanto, y a pesar del empuje "paisa" como les decimos a
los habitantes de la que fue Antioquia Grande (por su característico
hablado), los trabajos no terminan.
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Tomar un libro en la mano, más si es nuevo, es el comienzo de una
aventura. Con razón dice un escritor nuestro, Héctor Abad
Faciolince que "quienes hemos amado los libros como a las niñas
de nuestros ojos vemos con desprecio y antipatía esos objetos de
metal, de plástico y de zumbidos electrónicos".
Es indudable que el mundo en que nacemos no es el mismo en que morimos.
Pero nadie introdujo un cambio más radical que Gutemberg al inventar
la imprenta. Inventada ya la escritura con ella se multiplicó el
acceso a la palabra. Pero la lectura del futuro se hará menos en
el papel y más en la pantalla. Así persista nuestra costumbre
de escribir a mano, con buena caligrafía como nos enseñaron
a los viejos
Leonor Uribe de Villegas
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