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Sentimos en esta patria, Colombia, que no puede más con la carga
de violencia. Manifestada ésta en múltiples formas: con asesinatos,
secuestros, desafíos al gobierno y a las Fuerzas Armadas, y la más
dolorosa, la ejercida contra los niños.
Es mucha la insensibilidad de estos guerrilleros para quienes los menores
no importan, salvo si les son útiles para enseñarles a manejar
fusiles y enviarlos como carne de cañón adelante de la guerrilla.
Algo inconcebible para cualquier mente humana sana. Sirven desde los
10 años para arriba, niñas y niños. Las adolescentes
son abusadas, y sufren hambre todos, quienes en malas condiciones físicas
deben andar por montes y cañadas.
Sólo en Afganistán he visto menores en labores de guerra.
Pero los colombianos vemos impasibles, sobre todo el gobierno, que esto
sucede. Un solo hecho, aislado, nos ha hecho llorar solidariamente, el
18, cuando murió el niño de 12 años de un cáncer
que se fue extendiendo por su cuerpecito desde que tenía un año
de nacido.
Hijo de José Pérez, un cabo de la Policía que
fue secuestrado hace dos años, Andrés Felipe pidió
en vano a las FARC que le dejaran ver a su padre antes de morir. Manuel
Marulanda, el jefe de esas guerrillas, mostró con su actitud de
negativa del permiso, todo lo que es: un asesino sin Dios ni ley, quien
mata desde 1.948.
La madre lo cuidó con amor todos los días de esa dolorosa
y corta vida. Llorando dijo doña Francia que Dios se encargará
de hacer justicia, no sólo a los guerrilleros sino al Presidente
y mandos del país, quienes no fueron capaces de ayudarlos.
Todos los colombianos sentimos dolor y rabia. No hay a quien apelar.
Cada uno es responsable de lo que aquí sucede, ya sea por acción
, ya por omisión.
El 18 fue llevado a velar en las instalaciones de la policía
en Buga y el 19 fue su entierro. Colocaron el ataúd en el centro
de la plaza que hay frente a la Basílica del Señor de los
Milagros, una imagen muy milagrosa de Cristo crucificado. En ninguna iglesia
hubiera cabido la multitud que acompañó el pequeño
féretro. Gentes de Buga y del país entero. Todos los que
aún no nos hemos hecho insensibles.
Leonor Uribe de Villegas
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