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Esto nos preguntamos, día y noche, quienes vivimos en medio de la
guerra. A cada hora del día nos asalta el temor de saber qué
nos contarán los medios de comunicación sobre lo que sucede
en tal o cual región del país en donde hay grupos en armas.
Y no creo que haya pasado un día de este 2.000 sin que tuviéramos
hechos sangrientos, achacables a las guerrillas, a los paramilitares, a
los narcos, a la delincuencia común y hasta al exceso de represión
de las fuerzas armadas. Todas producen abandono del terruño, y lo
que ahora, según los siquiatras, es el mal más extendido
entre los colombianos: el "síndrome del pánico".
Sí señores, no es solo angustia lo que tenemos, es pánico.
Lo creo, porque hay ratos en que la vida es una "jartera", como decimos
por estar hartos. Y más cuando los vecinos se inmiscuyen en una
problema para cuya solución solo hemos pedido ayuda al Tío
Sam, al tío rico, que sufre las consecuencias del narcotráfico
internacional, que de paso acabó con Colombia.
Los altibajos en estos sentimientos se producen a lo largo del día.
Comentamos que Colombia necesita un Fujimori, así fuerte y templado
que acabó con la guerrilla. Y a poco estamos hablando pestes contra
él por acusar a la guerrilla de negociar armas con Jordania, cuando
eran sus mismos ex-oficiales del ejército peruano quienes lo hacían
con otros bandidos de talla internacional.
Nuestro ejército conocía la "movida", la tenía
hasta filmada, pero no habló oportunamente. Brasil, Ecuador, Venezuela
y Panamá nos tienen pavor. Temen que esta "brillante" juventud nuestra,
los guerrilleros, ahora por el "Plan Colombia" pasen sus fronteras. Porque
eso si nos alegra: el síndrome de pánico lo están
viviendo esos asesinos apátridas que le tienen pavor al Tío
Sam. Bienvenidos sean, el presidente Clinton, este 30 de agosto, y toda
su comitiva. Nos renace el optimismo porque los dos candidatos a la presidencia
de U.S.A. están de acuerdo (¡y cómo no!) con el Plan
Colombia. Todos trabajaremos por erradicar la drogadicción, el más
grave daño para la juventud del mundo entero.
Leonor Uribe de Villegas
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