Agosto 16 de 2.001 |
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 He escrito teniendo
frente a mi un bellísimo templo, quizás para mi gusto demasiado
lujoso: pisos de mármol, altares dorados, y un sitio en lo alto
del altar mayor, a donde se lleva la custodia en un ascensor. El santísimo
está expuesto sin peligro de que nadie le haga daño.
Este templo se debe a la Madre Angélica, monja clarisa, inteligente y tenaz como ninguna. Lo construyó junto con el convento, amplio y acogedor, cerca de Birmingham, Alabama. Cuenta que ella estuvo en Bogotá en la iglesia del Divino Niño y al acercarse a su estatuica le pareció que El le hablaba y le pedía que construyera un templo en su honor, allá donde ella vivía y así lo hizo. Encargó una réplica exacta de ese niño que se venera por el pueblo bogotano y por fieles de todo el país. Veo ahora al obispo Dermott Malloy, gringo él pero residente en Huancavélica, en el Perú, gran amigo de la Madre Angélica, celebrando la misa en honor de la Asunción de la Virgen, antes fiesta de guarda pero ya no lo es. Felicita a la madre por los 20 años de la EWTN, la emisora radial y de TV que ella fundó, y a una monja que hace 50 años entró a la orden. La estación funciona las 24 horas del día, las mismas en que hay traducción simultánea al español. Esta madre Angélica es admirable: tiene 75 años, sufre de un asma tenaz, estuvo paralizada y en silla de ruedas por tres años y, milagrosamente, se curó. A eso llamo yo dar "ejemplo de vida". No lo que hacen los guerrilleros de todas las nacionalidades. En Bogotá cogieron presos a tres miembros del IRA quienes se metieron a la zona del Caguán, de las FARC, a intercambiar experiencias. Como que los bandidos nuestros les enseñaron a manejar las pipetas de gas con que incendian a nuestros pueblos y ellos, a su vez, les enseñaron el manejo de las más sofisticadas armas. Ese es el antitestimonio por excelencia. El obispo Malloy vive en las montañas más altas de los Andes peruanos, con los indios quechuas, cuyo idioma habla y tradujo para ellos la Biblia. Qué testimonio más bello de amor a Dios y al prójimo. Leonor Uribe de Villegas
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